Mis libros

Libros disponibles

 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del...

jueves, 4 de mayo de 2023

La caja de música

 Cuando era pequeña mi padre casi nunca estaba en casa. No era que no me quisiese, de hecho me adoraba, tanto que conducía un camión de mercancías peligrosas solamente para que mamá y yo tuviésemos comida, un techo sobre nuestras cabezas y una vida que considerar digna. Las pocas veces que mi padre estaba en casa, casi siempre era de noche y no podía verle, pero siempre me traía algo de sus viajes y me lo dejaba en mi mesilla, junto a un reloj despertador que me molestaba cada mañana.

Mi padre no intentaba comprar mi amor entre ausencias y juguetes, todo lo contrario, él me dedicaba palabras que leía una y otra vez y me compraba pulseras de hilo o algún colgante de forma extraña. Solo hubo una ocasión en la que mi padre gastó más dinero de lo que nunca había hecho y me hizo un regalo muy especial.

Se trataba de una cajita blanca con bordes dorados cuya tapa se levantaba para dejar escapar a una bailarina de tutú rosa que giraba lentamente al sonido de Lasquia ch'io pianga. Siempre me ha gustado la ópera, Rinaldo es mi favorita, y papá lo sabía. No es común encontrarse una cajita de música así, casi todas tenían encerrada la melodía del Canon de Pachelbel, así que tenía que haberla pedido por encargo.

-Valeria -llamó mi madre desde la cocina-. ¿Qué haces en cama todavía?

En aquel momento no pensé en lo que significaba esa pequeña obra de arte, agarré la cajita y bajé las escaleras hasta la cocina, de la que salía un delicioso olor a tortitas. No era mi cumpleaños, mi madre solía hacerlas cada vez que papá había venido.

-Lo siento cielo... -dijo con un suspiro de tristeza.

-Pero si es muy bonita -creo que pude sentir su confusión un instante-, y tiene música.

Levanté la cajita ante la mirada sorprendida de mi madre, que trataba de componer alguna palabra mientras ella balbuceaba, observando la cajita de música.

No entendí por qué parecía tan confusa, tan perdida, hasta esa misma tarde, cuando mis primos y mi tía Mayra vinieron de visita. Iban vestidos de negro, con aspecto entristecido y mi tía fue inmediatamente a darle un abrazo a mamá. 

Esa tarde me quedé perdida en mis pensamientos mientras observaba la cajita de música, sin atreverme a levantar la tapa para no volver a molestar a mamá. No sabía por qué parecía tan confusa y asustada cada vez que sonaba la música, así que prefería quedarme quieta, simplemente mirando la cajita.

De vez en cuando todavía la miro, aunque ya no me atrevo a abrirla. Cuando cumplí los catorce años le pregunté a mamá por qué papá no volvía de sus viajes, y ella me miró con tristeza. Sus ojos siempre estaban tristes después de aquel día, ya casi me había acostumbrado a aquella mirada que pasaba al miedo cada vez que sus ojos se deslizaban sobre la cajita de música, ahora siempre cerrada.

-Cielo... ¿cómo podría decírtelo? Papá... se fue...

-¿Nos abandonó?

-No cariño... hace diez años iba por la carretera y una roca cayó sobre el tanque del camión. Arthur frenó de golpe y las chispas hicieron prender la dinamita que llevaba a la mina...

No necesité más palabras, papá había muerto aquel día. No sabía cómo había llegado la cajita de música hasta mi mesilla, pero de una cosa estaba segura: papá me la había regalado.

Después de eso dejé de mirar la cajita durante años, hasta que un día, en clase de violín, alguien empezó a tocar esa canción. Se me llenaron los ojos de lágrimas, preguntándome por qué había dejado abandonada aquella cajita, y busqué la letra por internet. No había leído nada más triste en mi vida. Comprendí que papá no había puesto esa canción solamente porque me gustaba, sino porque él estaba llorando por no poder estar a mi lado.