En mi pueblo, los moradores, solamente existen tres normas: no se mata a nadie, no se roba a los de tu propia tribu y, sobre todo, las mujeres no podemos alterarnos. Sé que esta última te parecerá absurda, loca e irracional, pero tiene su razón de ser. La leyenda de la reina de la arena. Mi padre me la contó siendo niña, y a él se la contó su madre. Ha ido pasando de generación en generación como una religión, y dice lo siguiente:
"Hace miles de años existió un rey avaricioso y sin conciencia que robaba a su pueblo y mataba al que protestaba. La gente estaba aterrorizada, pero sobre todo estaba enfadada. ¿Cómo era posible que su propio rey, quien tenía el deber de protegerlos, era quien más daño les hacía?
Un día llegó del oeste una mujer de piel morena con tatuajes blancos, ojos color almendra y cabello largo y pálido como la misma arena. La mujer tenía la capacidad de convertir arena en oro, y muchos la veneraban como a una diosa. Cuando el rey se enteró de ese poder, mandó llamarla a su palacio de oro, y ella acudió a su presencia.
"Majestad" le dijo "¿qué puede hacer esta humilde doncella por vos?"
"Conozco tu poder" respondió él "quiero que transformes toda la arena del desierto en oro"
Pero la mujer de arena no estaba allí para capricho de él sino por la desesperada necesidad de su pueblo hecho pedazos.
"Nunca" respondió sin dudar "antes moriría que ayudarte"
Furioso, el rey bramó que la ejecutasen por traición, pero ella no solamente podía transformar arena en oro, también podía convertir el oro puro en arena.
"Tú, rey egoísta y ambicioso, ya que te gusta mi magia, tu palacio se transformará en arena nada más ponerse el sol"
Y con esas palabras la mujer se transformó en arena y voló por todo el palacio para escapar de aquel hombre. El rey no se lo creyó, no pensaba que la mujer pudiese transformar su hermoso palacio de oro, que atraía a todo el mundo a sus pies, en simple arena.
Al atardecer, mientras disfrutaba de la compañía de una doncella, el oro de cada figurilla y cada pared del palacio se transformó en arena, y cayó sobre el rey y su concubina, sepultándolos bajo la arena. Muchos intentaron escapar, pero la reina de la arena solo permitió la huida de la mujer y se marchó hacia la inmensidad, no sin antes advertirle que siempre estaría vigilando, agazapada en la arena del desierto"
Mi pueblo dice que esa leyenda es más que una leyenda, que las mujeres no debemos gritar, ni llorar ni enfadarnos para no llamar a la reina de la arena. Normalmente les habría creído a ciegas, cuando era pequeña lo hacía, pero con el paso del tiempo esa leyenda se convirtió en el típico cuento que narras a un niño para que se porte bien.
-Khali -me levanté de la manta-. Te he dicho mil veces que no salgas de noche.
Mi marido es siempre dulce y cariñoso, menos cuando quiero mirar las estrellas. Entonces se vuelve violento, casi un animal, y yo tengo que soportarlo sin llorar ni una sola vez, o se cabrea aun más. Estoy harta de eso.
-¡Déjame en paz! -grité-. ¡Me pones los cuernos con mi hermana! ¿Crees que lo dejaré pasar?
Nunca le he había visto retroceder ante nada, no importa lo grande o fuerte que sea la bestia que intenta intimidarlo, nunca lo consigue, así que yo, una mujer delgaducha y bajita, no podría hacer nada contra él. Entonces, ¿por qué demonios retrocedía? Y como si fuese una especie de instinto salvaje, me di la vuelta.
Nunca he visto nada más hermoso, era una mujer con el cabello largo que se convertía en arena con el viento pero jamás se volvía pequeño, de piel morena recorrida por espirales blancas y con los ojos del color del desierto.
-La reina de la arena... -comprendí, aterrorizada.
-Sí, y han olvidado la parte más importante de la historia: el rey no solamente robaba a su pueblo, también era un ser despreciable que violaba a mujeres y niñas. No fue el hambre de su pueblo lo que me llamó la primera vez -avanzó un paso-, fueron los lamentos de esas mujeres.
No comprendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero no tardé tampoco en entenderlo. La reina de la arena decidió castigar a todos los hombres del pueblo, que nos manipulaban y controlaban sin importar lo que sintiésemos. Con la arena del desierto creó sombras de color rojo que se metieron dentro de los hombres manipuladores de nuestro clan y de las mujeres que lo sabían, y cuando todos estuvieron presas de los fantasmas, la reina de la arena se acercó a los que quedamos en pie y nos dijo, con una voz dulce y melodiosa.
-Ahora sois libres, hijas del desierto, pero si necesitáis a vuestra madre, solo gritad y yo acudiré a salvaros, sin importar cuál sea el peligro.
Podrías pensar que esto no es más que un cuento, pero incluso ahora, en mitad de Sacramento, yo puedo sentir a la reina de la arena, oír su voz, diciéndome que siempre me protegerá, sin importar a dónde vaya.
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