Esta es una de las muchas historias que a mi cabeza se le ocurren. Ha estado dando vueltas en mi cabeza toda la mañana, haciéndome difícil estudiar. Disfrutad de este relato.
La sala estaba decorada en madera, con tres mesas formando una U, cuyos poseedores se encontraban enfocados en una silla central que se encontraba cerca de un micrófono. A su espalda, cuatro sillas, más, y tras estas unas treinta para los observadores. Bianca se encontraba en la silla cerca del micrófono, observando a los jueces ataviados con túnicas negras que no le quitaban el ojo de encima. Se había metido de cabeza en esa situación por capricho, o más bien por venganza.
Bianca había sido explotada, abusada y vilipendiada por su antiguo jefe, Oscar, y estaba deseando destruirle, pero no podía gastarse más de lo que ganaría en un juicio que probablemente no ganase, y como la unión de unos pocos siempre era sinónimo de mayor fuerza, se alió con todos aquellos a los que ese imbécil alto como una viga, con gafas y cara de vinagre había destruido con sus malos modos, pues todos los que habían trabajado para él habían acabado exactamente en la misma situación que Bianca, quien se encontraba medicada con tres antidepresivos para soportar mirarse al espejo por su culpa.
El abogado de su jefe se acercó a ella y empezó con su ronda de preguntas, y sabía que trataría de hacerle todo el daño que pudiese para sacarla de sus casillas y desacreditarla, y estaba segura de ello porque así funcionaba su jefe.
-Señorita Diaz, ¿es cierto que estaba usted bajo seguimiento psicológico antes incluso de trabajar para mi cliente debido a que es usted autista?
-Sí, es cierto. El seguimiento psicológico es indispensable para los pacientes de Trastorno del Espectro Autista, y dada mi condición de Asperger, llevo viendo a un psicólogo desde que fui diagnosticada a los catorce años.
-¿Y es cierto que su editorial la estafó?
-Sí, todavía estoy tratando de resolverlo.
-Luego es usted manipulable, se cree todo lo que le dicen y solo se da cuenta de que la están manipulando cuando ya es tarde.
-Sí, es parte de la razón por la que estoy aquí.
El abogado podía ser todo lo incisivo que quisiese, pero Bianca era tranquila, no se alteraba casi nunca y respondía con soltura, lo cual enervaba al abogado, que se sentó en su sitio con el ceño fruncido tras decir "no haré más preguntas".
-Puede intervenir el abogado de la acusación -anunció el juez principal.
-Señorita Diaz, ¿podría explicarnos, en pocas palabras, en qué consiste el autismo que usted padece?
-Se trata de una condición que antes recibía el nombre de Síndrome de Asperger. Me cuesta comprender las emociones ajenas, no sé por qué alguien actúa o reacciona como lo hace, a veces ni siquiera puedo percibir cómo se sienten. Además, tengo la habilidad de discriminar lo que no me interesa y centrarme demasiado en aquello que me interesa, lo cual me hace obviar cosas que a los demás les parecen importantes y dedicar casi todo mi tiempo a lo que a mí me parece importante. Por último, necesito palabras muy concretas para entender qué es lo que los demás quieren de mí porque, mayormente, no lo comprendo. Mi cerebro discrimina por defecto lo que es importante y lo que no, por lo que algo urgente que no se me especifica que es urgente, me pasa desapercibido ante otras tareas que sí se me ha especificado que son importantes.
-¿Algún otro detalle?
-Tengo una memoria de la que me siento muy orgullosa, es prácticamente perfecta. Se podría catalogar como memoria eidética, pero no tal y como la expresa Sheldon Cooper, no es tan precisa. Al tener TEA, no tengo concepto del tiempo, para mí los días o las horas no son importantes, pero sí los acontecimientos. Eso significa que, incluso aunque no tengo certeza de en qué día vivo, los detalles que vivo sí son importantes.
-¿Podría ponernos un ejemplo?
-La secretaria que está en la entrada de esta sala tiene el pelo rizado, corto y de color caoba, lleva un jersey rosa con un arcoíris y gafas negras. Me resultó un tanto disonante todo el conjunto de colorimetría que llevaba, así que mi cerebro lo registró como extraño.
-Agente, por favor, haga pasar a la recepcionista.
En ese momento Oscar supo que estaba perdido. Sabía que ella tenía una memoria extraña, pero no sabía cuánto. La joven secretaria entró a la sala, con gesto confundido, pues nunca se la había llamado para nada. El juez observó su atuendo, perfectamente descrito por la joven que se encontraba testificando, y ordenó que se retirase.
-Así que podría decirse que su memoria es prácticamente perfecta, tal y como usted ha señalado -la joven asintió seriamente-. Y según su memoria, ¿qué ocurrió el día 19 de junio?
-Imagino que se refiere al incidente por el cual hemos decidido conjuntamente denunciar a mi antiguo jefe.
-Correcto.
-Ese día me sugirió sacar algún dinero extra limpiando apartamentos turísticos. Admito que estuvo mal por mi parte aceptar, ya que a partir de ese momento empezó a abusar de mi buena fe, pero lo hice puesto que nos encontramos sin limpiadores en temporada alta.
-¿Por qué se encontraban sin limpiadores?
-Porque tenían que pagar la gasolina de su propio coche y les pagaba una miseria. Especificaré según recuerdo. Eran 20 euros por apartamento, sumando 5 por cada habitación a partir de la segunda, y contándose la terraza como una habitación más, por lo que en un piso de tres habitaciones con terraza, sin importar el tiempo que el limpiador tardase en prepararlo, le pagaba 35, todo ello sin seguro ni contrato de ningún tipo -escuchó como su jefe rechinaba los dientes.
-Que conste en acta que estas condiciones son abusivas. Por favor, continúe con su relato.
-Tardamos una hora en limpiar todo el apartamento, y cuando salimos nos dirigimos al siguiente pueblo. Estábamos abandonando el pueblo en el que se sitúa el apartamento cuando nos llamaron por teléfono. Eran los inquilinos de esa semana, quejándose porque había polvo en una estantería. Intenté calmar a la clienta, pero no quiso escucharme, por lo que mi jefe me arrebató el teléfono y la amenazó, y ella, como es lógico, se ofendió y le colgó.
-¿Y qué ocurrió a continuación?
-Supuse que eso sería todo, pero me equivoqué. Mi jefe dio media vuelta y se puso a conducir a 80 por hora en una carretera dentro de poblado, que para entonces se encontraba ya limitada a 30. Pensé que iba a morir, hasta que aparcó. Cuando salí del coche estaba temblando, así que le pedí que nunca más volviese a conducir así conmigo dentro del coche. Me ignoró totalmente y se dirigió al apartamento. Se puso a gritar como un poseso, reclamando que iba a sacar a los inquilinos del piso, que se negaron a abrir la puerta hasta que se calmó. Entonces entró al piso, limpió la estantería y se fue dando un portazo. Yo estaba aterrorizada.
-¿Volvió a conducir a esa velocidad?
-Ese día no, y después lo ignoro, porque no volví a subirme con él a un coche, tuve que utilizar el mío.
-¿Y le subsanó los desplazamientos?
-No, ni los desplazamientos ni las horas extraordinarias que hice trabajando para él.
-¿Y hasta que hora trabajaba usted?
-Según mi contrato, hasta las siete de la tarde, pero ese horario nunca se cumplía. Solía quedarme hasta las ocho la mayor parte de los días, salvo unos pocos en los que tenía que seguir trabajando hasta las diez, once o incluso las doce de la noche, contando algún fin de semana, en los que, por supuesto, no estaba obligada a trabajar.
-Todo eso con su propio vehículo.
-Correcto.
-¿Le presentó usted una relación de horas extraordinarias y kilometraje a su jefe en el momento de la finalización de su contrato?
-Sí. Le presenté una relación de los kilómetros, las horas de salida de los desplazamientos y capturas de pantalla de mis recorridos de Google Maps, además de las horas a las que salía del trabajo.
-¿Le dijo que se los pagaría?
-Sí, a lo estipulado por ley.
-¿Llegó a hacerlo?
-No, alegó que debía recuperar lo que había perdido por mi culpa. Según él, los dueños del apartamento que he mencionado antes finalizaron el contrato con él por mi culpa.
-Pero, según lo que han testificado antes los propietarios de dicho inmueble, no fue así.
-Correcto. Así que, después de consultar con un sindicato, un abogado y de hablar con la persona que antes había trabajado para él, decidí desistir de la denuncia y firmar el finiquito como no conforme.
-Y en su opinión, ¿el acusado la trató con respeto?
-No. Me obligó a decirle a todo el mundo que era discapacitada, y aunque a día de hoy tengo una discapacidad reconocida del 54%, entonces no era así, por lo que técnicamente tuve que mentirle a sus clientes. Me gritó "ya sé que tienes problemas de memoria", cuando he demostrado que eso no es verdad, me culpó de perder clientes, me llamó inútil, me enviaba a limpiar pisos, enseñar pisos e incluso pasear a su perro, pero no podía ausentarme cinco minutos para tomar un café en el bar que hay a siete metros de la oficina, y de hecho me gritó en mitad de la calle por esto.
-No tengo más preguntas.
-Señorita Díaz -anunció el juez- puede volver a su sitio.
Hubo más deliberaciones, acusaciones, testimonios y preguntas, en los que Oscar ni sabía cómo contestar ni podía rebatir. Por la sala pasaron limpiadores, clientes, los siete administrativos que habían trabajado para él en un plazo de un año y demás afectados.
Bianca pudo observar cómo el juez se ponía rojo de rabia, considerando una completa falta de respeto y de su tiempo el estar observando como el petulante jefe se defendía con acusaciones como "una persona con autismo no puede hacer x o y", denigrando no solo a Bianca como TEA, sino a todos los discapacitados del país por su modo grotesco de hablar, como si el hecho de ser discapacitado fuese suficiente para considerar al individuo de dicha discapacidad como un inútil.
-Esta sala ha escuchado suficiente. Ha abusado usted de veinticinco empleados y cuatro clientes, ignorando los derechos laborales de todos sus empleados, y tratando a los clientes con gritos y abusos. Por tanto, en mi autoridad como juez, le condeno a pagar una indemnización de 75.799,3€ por persona a causa de los abusos que sufrieron de su mano -Bianca pudo ver con orgullo cómo su jefe se ponía pálido como un muerto-. Se levanta la sesión.
No le extrañaba que estuviese tan pálido, eran más de dos millones de euros entre todos, y debía pagarlos por dictamen judicial. Estaba contenta, y mucho. No se sentía tan bien desde que había conseguido un trabajo, lástima que fuese con él. Era una pesadilla que por fin había terminado, y él había salido perdiendo.
Ella no tenía pruebas del abuso que había sufrido a sus manos, pero su compañera de trabajo sí, horas y horas de grabaciones que la sala entera había escuchado, humillaciones de todo tipo, cientos de testigos... y por fin había terminado, habían ganado.