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martes, 23 de enero de 2024

La fuente

 Era una tarde aburrida de verano en el norte de España, y Ana estaba aburrida como una ostra. En verano el pueblo se vaciaba, todos sus amigos se iban de vacaciones, pero su madre trabajaba así que nunca podía irse. No era que no le gustase su pueblo, pero era lo único que conocía y le encantaría poder tener aventuras divertidas que contar y jugar con niños que nunca volvería a ver, quedándose así un recuerdo perfectamente tangible, pero imborrable y puro.

Habría sido divertido que algún turista visitase su pequeño, rural y apartado pueblo, pero tampoco era el caso. La única ocasión en que su pueblo se llenaba de gente que no sabía ni de dónde había salido, era a finales de agosto, durante las fiestas patronales, y aun faltaban dos meses para ese día, así que estaba condenada a pasarse todo el verano aburrida, mirando a la fuente que se encontraba en el centro de la plaza donde también se ubicaba un bar al que su abuelo solía ir después de misa.

Era también el día en que aprovechaban para comprar en el ultramarinos que abría los domingos porque también era un bar. Miró la bolsa con aspecto aburrido. Ni siquiera le había comprado gominolas, solo unos asquerosos chicles sin azúcar y unos caramelos de menta que solo le gustaban a su abuela. El resto era jabón para platos, carne adobada y habas.

Suspiró con evidente aburrimiento, apoyando su cabeza en las manos, cuyos brazos descansaban en sus rodillas. A su abuelo no le gustaba divertirse ni que ella se lo pasase bien, estaba convencida de que le gustaba verla aburrida, pero ella solo quería pasárselo bien y crear recuerdos maravillosos y divertidos.

Entonces fue como si un flash le cruzase la mente, levantó la cabeza de golpe y miró la bolsa de la compra, que su abuelo había dejado bajo su custodia. Tenía por costumbre comprar dos botellas de jabón para platos, no sabía por qué, pero tampoco pensaba que echaría en falta una.

Ana sacó el jabón de la bolsa y estuvo a punto de reírse, lo que no sería una buena idea dado que su abuelo se encontraba en la terraza del bar. Lo estuvo vigilando varios minutos hasta que se levantó, con su cerveza todavía por la mitad, y entonces corrió como una flecha hasta la fuente.

Sabía que no tenía mucho tiempo, si alguien la descubría seguramente su abuelo se enfadaría, aunque no tenía ni idea de cómo podría castigarla, de todos modos ella ya se aburría normalmente cuando su madre no estaba en casa. 

Miró a un lado y a otro, le sacó el tapón a la botella de jabón verde y espeso, y lo vació entero sobre la fuente. Pero nada ocurrió, creyó que su idea había sido un fracaso, y tiró la botella a una papelera antes de volver a sentarse con aspecto aburrido mirando a la fuente, y justo cuando su abuelo salió del bar para sentarse bajo el sol a terminar su cerveza, la fuente empezó a llenarse de espuma.

-Manolo, la fuente.

Manuel García, el alcalde del pueblo, levantó la vista de su tapa de mejillones hacia la fuente, y observó, con estupor, cómo toda la plaza empezaba a llenarse de espuma blanca con olor a limón, cómo un montón de espuma blanca salía de los chorros y cómo el suelo empezaba a llenarse también de espuma.

-¿Que carajo ha pasado?

Y entonces Anselmo miró directamente a Ana, que se reía mientras miraba cómo toda la plaza se llenaba de espuma que salía de la fuente, Fue hasta donde estaba su nieta, abrió la bolsa y comprobó que una de las botellas de Fairy de limón había desaparecido.

-Supongo que te aburrías -Ana dejó de reírse, tragó saliva y miró a su abuelo con cara inocente-. Da igual, así aprovecharemos para limpiar la fuente.

Anselmo no podía enfadarse con ella porque había que reconocerlo, era la cosa más impresionante y divertida que había ocurrido en ese pueblo lleno de ancianos en quién sabe cuánto tiempo.

miércoles, 17 de enero de 2024

Una artista en Siracusa

 He estado toda la vida recorriendo el mundo, no puede decirse que tenga un hogar, o que lo haya tenido alguna vez. Me he criado en bases navales de todo el mundo, desde Tailandia hasta Estados Unidos, así que sé hablar dieciocho idiomas con fluidez. Cada vez que mi padre era destinado a un sitio nuevo, en lugar de dejarnos en Florida, lugar donde mi madre y él nacieron, nos llevaba con él. 

Mi padre es un hombre muy fuerte, podía soportar la guerra, los destinos a distintos países, los horarios que requerían que se levantase a las cinco de la mañana y volviese a las diez de la noche, el dolor, las torturas, nada de eso le importaba, mientras supiese que al anochecer volvería a casa conmigo y con mi madre. 

Cada vez que le destinaban a un sitio nuevo, hacíamos las maletas, pedían un profesor particular que me enseñase el idioma y todo lo que tuviese que saber, y viajábamos hasta la siguiente base militar. Mi padre era capitán de fragata, un hombre fuerte que me enseñó a defenderme en todos los sentidos de la palabra. No tengo entrenamiento militar propiamente dicho porque nunca quise tener esa vida, pero mi padre me enseñó todo lo que sabía, y cuando digo todo es literalmente todo.

Cuando tuve edad y capacidad para independizarme y dejar esa vida nómada, decidí irme a vivir a Italia. Había pasado unos años en Sicilia, y el idioma me pareció precioso. Por aquel entonces tenía doce años, y todavía puedo recordar el sol saliendo por la fina línea de mar color cobalto. Nunca he estado enamorada pero esa sensación al ver la luz de la mañana arrancando destellos plateados al mar, es lo más maravilloso que he sentido nunca.

Siempre he sabido lo que quería ser, a qué me quería dedicar realmente, y por eso acabé en la Academia de Bellas Artes de Catania. Mi padre se enfadó conmigo cuando supo a qué quería dedicarme. Yo no tengo hermanos, soy hija única, y él esperaba que fuese un seal, igual que él, pero a mi no me gusta el mar, me gusta la belleza, dibujo desde que tengo memoria y me gusta hacer esculturas con materiales que ni te imaginas. No te equivoques, quiero mucho a mi padre, pero él y yo somos muy diferentes, y no permitiré que sus aspiraciones nublen las mías.

Yo pinto lo que veo, pero no lo que mis ojos ven, sino lo que mi cabeza imagina. Los artistas somos algo extraño, no solo vemos el mundo como es, sino como podría ser. Eso es lo que hace que el arte sea algo tan especial. No es solamente que parezca que te lee el alma, lo que busca el arte, para mí, es hacer que te cuestiones todo lo que ves y que puedas volar sin alas.

Todavía recuerdo la mirada de Andrea D'angelo, mi profesor de pintura, cuando vio el primer cuadro que pinté. Había puesto sobre la mesa un bol con frutas, la idea era pintar un simple bodegón, pero mi mente vio más, muchísimo más, y esa imagen que todos los demás pintaron exacta a la realidad, yo conseguí que pareciesen frutas encantadas. En el cuadro había incluso un mago de manos nudosas y barba blanca que bañaba las frutas con un polvo dorado brillante.

-Eso no es lo que yo le he pedido, señorita...

-Harville, me llamo Alice Harville.

-¿Y puedo saber por qué ha pintado algo que no se parece en absoluto al ejercicio que le he puesto?

-Usted me dijo que pintase lo que veía y esto es lo que vi.

Las palabras de Andrea no coincidían para nada con sus ojos. Su voz sonaba tensa e irritada, pero sus ojos estaban asombrados, no podía apartar la mirada del cuadro, casi parecía obnubilado. Por eso, a pesar de que me suspendió ese ejercicio, no podía sentirme más orgullosa. Acababa de dejar sorprendido a un profesor de arte que llevaba enseñando veinticinco años y nunca había visto a un solo alumno dejarse llevar tanto por su imaginación.

Me costó sacarme el título, lo admito, pero lo conseguí. Sin embargo, en mi último curso, eso ya no me importaba demasiado. Seguía yendo a clase porque siempre se puede aprender algo, pero cuando empecé en la Academia yo vivía en un apartamento cutre en un barrio ruidoso y con un olor desagradable, y ahora mis cuadros se venden por millones y se exponen en galerías y museos de todo el mundo.

Me he convertido en una celebridad en la Academia, todo el mundo habla de los cuadros de fantasía de Alice Harville, todo el mundo quiere conocerme y, siendo honesta, eso me eleva el ego. Pero la gente no me interesa en lo más mínimo, lo único que yo deseo es pintar, y eso es todo. Si a los demás les gusta o no les gusta, francamente no me importa.

Mamá, sé que me hechas de menos, pero ahora mismo no puedo volver. Necesito que me des un poco más de tiempo, quiero terminar la academia, y entonces podré volver a donde tú quieras. Pero no me pidas que vuelva a vivir en bases navales, sabes que no lo soporto. 

Te quiere

Alice


Cuando Isobel terminó de leer la carta, su rostro estaba surcado de lágrimas. Nunca se había parado a pensar en lo que había sido para ella vivir en tantos países, no tener nunca amigos. Había aprendido muchísimo, era cierto, pero todo lo que ella quería era ser normal, y nunca podría tenerlo.

-Entonces, ¿tampoco vendrá este año a celebrar la Navidad con nosotros?

-No James, quiere terminar la academia. Sé que vas a licenciarte este año, y he estado pensando, ¿por qué no nos vamos nosotros a Sicilia. Estoy segura de que Alice podría pasar más tiempo con nosotros. Hecho de menos a mi hija, hace ocho años que no la vemos y solo nos escribe de vez en cuando.

-Está bien, pero no se lo diremos de momento. Cuando me licencien y podamos irnos, cuando estemos seguros de que podremos asentarnos en Italia, entonces se lo diremos.

James podía parecer duro por fuera, un hombre de músculos bien formados, barbilla cuadrada y pelo muy corto, pero no soportaba la idea de darle falsas esperanzas a nadie, y mucho menos a Isobel y Alice. Si iban a vivir en Italia, quería que fuese algo definitivo.

lunes, 15 de enero de 2024

Testimonio

 Esta es una de las muchas historias que a mi cabeza se le ocurren. Ha estado dando vueltas en mi cabeza toda la mañana, haciéndome difícil estudiar. Disfrutad de este relato.


La sala estaba decorada en madera, con tres mesas formando una U, cuyos poseedores se encontraban enfocados en una silla central que se encontraba cerca de un micrófono. A su espalda, cuatro sillas, más, y tras estas unas treinta para los observadores. Bianca se encontraba en la silla cerca del micrófono, observando a los jueces ataviados con túnicas negras que no le quitaban el ojo de encima. Se había metido de cabeza en esa situación por capricho, o más bien por venganza.

Bianca había sido explotada, abusada y vilipendiada por su antiguo jefe, Oscar, y estaba deseando destruirle, pero no podía gastarse más de lo que ganaría en un juicio que probablemente no ganase, y como la unión de unos pocos siempre era sinónimo de mayor fuerza, se alió con todos aquellos a los que ese imbécil alto como una viga, con gafas y cara de vinagre había destruido con sus malos modos, pues todos los que habían trabajado para él habían acabado exactamente en la misma situación que Bianca, quien se encontraba medicada con tres antidepresivos para soportar mirarse al espejo por su culpa.

El abogado de su jefe se acercó a ella y empezó con su ronda de preguntas, y sabía que trataría de hacerle todo el daño que pudiese para sacarla de sus casillas y desacreditarla, y estaba segura de ello porque así funcionaba su jefe. 

-Señorita Diaz, ¿es cierto que estaba usted bajo seguimiento psicológico antes incluso de trabajar para mi cliente debido a que es usted autista?

-Sí, es cierto. El seguimiento psicológico es indispensable para los pacientes de Trastorno del Espectro Autista, y dada mi condición de Asperger, llevo viendo a un psicólogo desde que fui diagnosticada a los catorce años.

-¿Y es cierto que su editorial la estafó?

-Sí, todavía estoy tratando de resolverlo.

-Luego es usted manipulable, se cree todo lo que le dicen y solo se da cuenta de que la están manipulando cuando ya es tarde.

-Sí, es parte de la razón por la que estoy aquí.

El abogado podía ser todo lo incisivo que quisiese, pero Bianca era tranquila, no se alteraba casi nunca y respondía con soltura, lo cual enervaba al abogado, que se sentó en su sitio con el ceño fruncido tras decir "no haré más preguntas".

-Puede intervenir el abogado de la acusación -anunció el juez principal.

-Señorita Diaz, ¿podría explicarnos, en pocas palabras, en qué consiste el autismo que usted padece?

-Se trata de una condición que antes recibía el nombre de Síndrome de Asperger. Me cuesta comprender las emociones ajenas, no sé por qué alguien actúa o reacciona como lo hace, a veces ni siquiera puedo percibir cómo se sienten. Además, tengo la habilidad de discriminar lo que no me interesa y centrarme demasiado en aquello que me interesa, lo cual me hace obviar cosas que a los demás les parecen importantes y dedicar casi todo mi tiempo a lo que a mí me parece importante. Por último, necesito palabras muy concretas para entender qué es lo que los demás quieren de mí porque, mayormente, no lo comprendo. Mi cerebro discrimina por defecto lo que es importante y lo que no, por lo que algo urgente que no se me especifica que es urgente, me pasa desapercibido ante otras tareas que sí se me ha especificado que son importantes.

-¿Algún otro detalle?

-Tengo una memoria de la que me siento muy orgullosa, es prácticamente perfecta. Se podría catalogar como memoria eidética, pero no tal y como la expresa Sheldon Cooper, no es tan precisa. Al tener TEA, no tengo concepto del tiempo, para mí los días o las horas no son importantes, pero sí los acontecimientos. Eso significa que, incluso aunque no tengo certeza de en qué día vivo, los detalles que vivo sí son importantes.

-¿Podría ponernos un ejemplo?

-La secretaria que está en la entrada de esta sala tiene el pelo rizado, corto y de color caoba, lleva un jersey rosa con un arcoíris y gafas negras. Me resultó un tanto disonante todo el conjunto de colorimetría que llevaba, así que mi cerebro lo registró como extraño.

-Agente, por favor, haga pasar a la recepcionista.

En ese momento Oscar supo que estaba perdido. Sabía que ella tenía una memoria extraña, pero no sabía cuánto. La joven secretaria entró a la sala, con gesto confundido, pues nunca se la había llamado para nada. El juez observó su atuendo, perfectamente descrito por la joven que se encontraba testificando, y ordenó que se retirase.

-Así que podría decirse que su memoria es prácticamente perfecta, tal y como usted ha señalado -la joven asintió seriamente-. Y según su memoria, ¿qué ocurrió el día 19 de junio?

-Imagino que se refiere al incidente por el cual hemos decidido conjuntamente denunciar a mi antiguo jefe. 

-Correcto.

-Ese día me sugirió sacar algún dinero extra limpiando apartamentos turísticos. Admito que estuvo mal por mi parte aceptar, ya que a partir de ese momento empezó a abusar de mi buena fe, pero lo hice puesto que nos encontramos sin limpiadores en temporada alta.

-¿Por qué se encontraban sin limpiadores?

-Porque tenían que pagar la gasolina de su propio coche y les pagaba una miseria. Especificaré según recuerdo. Eran 20 euros por apartamento, sumando 5 por cada habitación a partir de la segunda, y contándose la terraza como una habitación más, por lo que en un piso de tres habitaciones con terraza, sin importar el tiempo que el limpiador tardase en prepararlo, le pagaba 35, todo ello sin seguro ni contrato de ningún tipo -escuchó como su jefe rechinaba los dientes.

-Que conste en acta que estas condiciones son abusivas. Por favor, continúe con su relato.

-Tardamos una hora en limpiar todo el apartamento, y cuando salimos nos dirigimos al siguiente pueblo. Estábamos abandonando el pueblo en el que se sitúa el apartamento cuando nos llamaron por teléfono. Eran los inquilinos de esa semana, quejándose porque había polvo en una estantería. Intenté calmar a la clienta, pero no quiso escucharme, por lo que mi jefe me arrebató el teléfono y la amenazó, y ella, como es lógico, se ofendió y le colgó.

-¿Y qué ocurrió a continuación?

-Supuse que eso sería todo, pero me equivoqué. Mi jefe dio media vuelta y se puso a conducir a 80 por hora en una carretera dentro de poblado, que para entonces se encontraba ya limitada a 30. Pensé que iba a morir, hasta que aparcó. Cuando salí del coche estaba temblando, así que le pedí que nunca más volviese a conducir así conmigo dentro del coche. Me ignoró totalmente y se dirigió al apartamento. Se puso a gritar como un poseso, reclamando que iba a sacar a los inquilinos del piso, que se negaron a abrir la puerta hasta que se calmó. Entonces entró al piso, limpió la estantería y se fue dando un portazo. Yo estaba aterrorizada.

-¿Volvió a conducir a esa velocidad?

-Ese día no, y después lo ignoro, porque no volví a subirme con él a un coche, tuve que utilizar el mío.

-¿Y le subsanó los desplazamientos?

-No, ni los desplazamientos ni las horas extraordinarias que hice trabajando para él.

-¿Y hasta que hora trabajaba usted?

-Según mi contrato, hasta las siete de la tarde, pero ese horario nunca se cumplía. Solía quedarme hasta las ocho la mayor parte de los días, salvo unos pocos en los que tenía que seguir trabajando hasta las diez, once o incluso las doce de la noche, contando algún fin de semana, en los que, por supuesto, no estaba obligada a trabajar.

-Todo eso con su propio vehículo.

-Correcto.

-¿Le presentó usted una relación de horas extraordinarias y kilometraje a su jefe en el momento de la finalización de su contrato?

-Sí. Le presenté una relación de los kilómetros, las horas de salida de los desplazamientos y capturas de pantalla de mis recorridos de Google Maps, además de las horas a las que salía del trabajo.

-¿Le dijo que se los pagaría?

-Sí, a lo estipulado por ley.

-¿Llegó a hacerlo?

-No, alegó que debía recuperar lo que había perdido por mi culpa. Según él, los dueños del apartamento que he mencionado antes finalizaron el contrato con él por mi culpa.

-Pero, según lo que han testificado antes los propietarios de dicho inmueble, no fue así.

-Correcto. Así que, después de consultar con un sindicato, un abogado y de hablar con la persona que antes había trabajado para él, decidí desistir de la denuncia y firmar el finiquito como no conforme.

-Y en su opinión, ¿el acusado la trató con respeto?

-No. Me obligó a decirle a todo el mundo que era discapacitada, y aunque a día de hoy tengo una discapacidad reconocida del 54%, entonces no era así, por lo que técnicamente tuve que mentirle a sus clientes. Me gritó "ya sé que tienes problemas de memoria", cuando he demostrado que eso no es verdad, me culpó de perder clientes, me llamó inútil, me enviaba a limpiar pisos, enseñar pisos e incluso pasear a su perro, pero no podía ausentarme cinco minutos para tomar un café en el bar que hay a siete metros de la oficina, y de hecho me gritó en mitad de la calle por esto.

-No tengo más preguntas.

-Señorita Díaz -anunció el juez- puede volver a su sitio.

Hubo más deliberaciones, acusaciones, testimonios y preguntas, en los que Oscar ni sabía cómo contestar ni podía rebatir. Por la sala pasaron limpiadores, clientes, los siete administrativos que habían trabajado para él en un plazo de un año y demás afectados. 

Bianca pudo observar cómo el juez se ponía rojo de rabia, considerando una completa falta de respeto y de su tiempo el estar observando como el petulante jefe se defendía con acusaciones como "una persona con autismo no puede hacer x o y", denigrando no solo a Bianca como TEA, sino a todos los discapacitados del país por su modo grotesco de hablar, como si el hecho de ser discapacitado fuese suficiente para considerar al individuo de dicha discapacidad como un inútil.

-Esta sala ha escuchado suficiente. Ha abusado usted de veinticinco empleados y cuatro clientes, ignorando los derechos laborales de todos sus empleados, y tratando a los clientes con gritos y abusos. Por tanto, en mi autoridad como juez, le condeno a pagar una indemnización de 75.799,3€ por persona a causa de los abusos que sufrieron de su mano -Bianca pudo ver con orgullo cómo su jefe se ponía pálido como un muerto-. Se levanta la sesión.

No le extrañaba que estuviese tan pálido, eran más de dos millones de euros entre todos, y debía pagarlos por dictamen judicial. Estaba contenta, y mucho. No se sentía tan bien desde que había conseguido un trabajo, lástima que fuese con él. Era una pesadilla que por fin había terminado, y él había salido perdiendo. 

Ella no tenía pruebas del abuso que había sufrido a sus manos, pero su compañera de trabajo sí, horas y horas de grabaciones que la sala entera había escuchado, humillaciones de todo tipo, cientos de testigos... y por fin había terminado, habían ganado. 

jueves, 11 de enero de 2024

La dama pálida

 Estoy asustado, lo admito, nunca había tenido tanto miedo en toda mi vida. Cuando marco el número de teléfono mi mano tiembla, cuando la voz al otro lado me dice que espere un momento mientras le localizan, solo soy capaz de tragar saliva mientras siento mi garganta seca como un desierto. Espero cerca de cinco minutos hasta que finalmente la voz rasposa de mi suegro responde al teléfono.

-¿Andrés? ¿Qué ha ocurrido?

-¿Qué quisiste decir la última vez?

-Así que ya ha pasado. Supongo que sacarme de aquí es imposible, pero hagas lo que hagas, no la sigas. Compra un billete de avión y lárgate de este país.

-Así que por esto lo hiciste, por esto intentaste matarme.

-Era la solución más sencilla.

Supongo que querrás una explicación. Verás, hace cerca de diez años conocí a Isabel la que era para mí la mujer perfecta. Era rubia, con una nariz respingona y piel morena, de ojos verde ambarinos, figura de sílfide y sonrisa arrebatadora. También era divertida sin llegar a ser hiriente, le gustaba bromear pero siempre dentro de unos límites, era inteligente y despierta, podías hablar con ella de cualquier tema y siempre conseguía no solo seguirte, sino que además siempre aprendías algo. Su audacia y valentía eran algo impresionante, no temía correr riesgos, se preocupaba por mí y sonreía, siempre sonreía.

Su padre, Anselmo, era algo extraño. Siempre tenía cara de vinagre, su mandíbula cuadrada estaba siempre contraída, nunca tenía una palabra amable para nadie, y me daba la impresión de que era algo raro. Era calvo, con un bigote que parecía un animal pequeño, piel morena casi enrojecida, le faltaba un dedo y era ciego de un ojo. 

Mi suegro nunca se aprendió mi nombre, siempre me ha llamado Andrés, a pesar de que mi nombre es Ignacio. Al principio supuse que eran cosas de la edad, de todos modos la primera vez que le conocí, el día que Isabel me invitó a comer con ella y su padre, casi me mata. No pensé que lo hubiese hecho a propósito, a pesar de que Isabel le advirtió cientos de veces que soy alérgico a los frutos secos. Sin embargo, de algún modo, al dar un bocado a la ensalada, sentí que me picaba la piel y mi lengua empezaba a hincharse. Por suerte para mí siempre llevo un bolígrafo de adrenalina por si, por accidente, como cualquier cosa que lleve frutos secos.

Me sorprendió ver que mi suegro estaba más enfadado porque llevaba ese bolígrafo que por haber añadido nueces y piñones a la ensalada. Supuse que eran imaginaciones mías, de todos modos Anselmo era algo raro y podía haberse equivocado.

La siguiente vez que le vi, mi vida volvió a estar en peligro. Anselmo me llevó a cazar a una vieja cabaña en el bosque, y entonces empezó a contarme una historia un poco rara.

"Érase una vez un niño pequeño que, como todos los niños, había nacido con una curiosidad que podía ponerle en serio peligro. Vivía cerca de un bosque, y su madre siempre le decía que no se acercase al bosque porque habitaba allí una mujer pálida como la luna, con el rostro en forma de calavera y una voz melódica que lo atraería al lado oscuro y le dejaría sin nada. 

Por supuesto el niño no se lo creía, ¿quién podría? El caso es que un día que estaba buscando setas con sus hermanos, se perdió. Llegó la noche y nadie lo encontraba, y entonces escuchó algo parecido a una canción que no era exactamente una canción. Siguió el sonido, que le adentraba más y más en el bosque, y vio a una hermosa mujer de cabello rubio y piel pálida como la luna, vestida de rojo, que bailaba bajo la luz de las estrellas. 

Entonces escuchó que alguien le llamaba, se dio la vuelta para ver que su padre se acercaba, y volvió a mirar a la mujer, pero ya se había ido. El niño volvió con su padre, a casa, y trató de olvidar esa visión, pero con entones quince años, se había enamorado de la mujer rubia.

Noche tras noche la mujer volvía, acercándose cada vez más a su casa, hasta que un día la vio frente a su ventana, y él, con una sonrisa de oreja a oreja, la dejó pasar. Parecía que todo iba bien, hasta que al día siguiente sus padres, sus seis hermanos y su perro habían desaparecido, solo quedaba la mujer pálida, que poco a poco fue revelando un rostro cadavérico de ojos rojos, con el pelo blanco y una piel pálida como la luna.

El niño corrió, salió del bosque para nunca más volver, pero había cometido el error de dejarle entrar en su casa, y ella le siguió. Fue arrebatándole cada cosa que tenía, hasta que solo la tenía a ella, torturándole con su presencia hasta que el niño decidiese suicidarse"

Era un cuento escalofriante, pero solo era eso, un cuento de un anciano que parecía estar como un cencerro. Salimos de la camioneta y me llevó a una vieja casa de madera. Entonces me pidió que fuese a buscar leña a un árbol cercano a un pozo. No recuerdo exactamente cómo, pero cuando estaba a punto de volver con él, sentí que una mano fuerte me empujaba dentro del pozo. Caí unos seis metros hasta llegar al fondo, que estaba seco como un desierto. Me rompí un tobillo y me disloqué el brazo. Creía que podría llamar a mi suegro para que me ayudase, pero al levantar la cabeza lo vi mirándome desde el borde del pozo. Sin duda alguna mi suegro intentaba matarme.

Escuché algo metálico chocando contra las paredes de piedra hasta que el objeto acabó a mi lado. Era una pistola negra. Volví a escuchar un sonido similar. Cuando miré al suelo vi que se trataba de un cargador con una sola bala. 

-Anselmo, ¿qué significa esto?

-Suicídate, por tu propio bien.

Y sin decir más, se alejó del pozo. Las horas fueron pasando muy lentas, no te imaginas lo lento que pasa el tiempo cuando estás encerrado en un pozo y solo tienes una pistola con una sola bala. Al principio pensé en disparar al aire para que alguien me ayudase, pero sería inútil. Era un coto de caza, cualquiera podría pensar que era el tiro de un cazador.

Cuando llevaba allí ya dos días, mi mirada hacia el arma cambió totalmente. Dos días allí encerrado sin comida ni agua y estaba pensando ya seriamente en suicidarme. Y entonces escuché algo... un ladrido. Creí que mi mente jugaba conmigo, hasta que volví a oírlo y llamé a gritos, con las pocas fuerzas que me quedaban, a quien fuese su dueño.

Tardaron seis horas en sacarme del pozo, pero me mandaron agua y comida para poder recuperar fuerzas. Una vez en el hospital, en compañía de Isabel, la policía me preguntó cómo había acabado en el pozo. No quería hacerle daño a mi preciosa novia, pero mi suegro intentaba matarme, así que le conté toda la verdad al policía, incluyendo el cuento macabro, mientras Isabel agarraba mi mano, sin vacilar, sin soltarme, dándome fuerza y apoyo.

A los seis meses me casé con Isabel, y entonces todo empezó a cambiar. Mi hermana Pilar se suicidó sin venir a cuento, la encontraron ahorcada en la lámpara de su habitación, algo extraño porque mi hermana era muy bajita para tener 25 años, ni siquiera llegaba a la mirilla de la puerta sin subirse a un taburete, para cuanto más lograr llegar a la lámpara de su habitación sin ningún punto de apoyo, pero la policía dictaminó un suicido. Ahora, en retrospectiva, no pudo ser un suicidio.

Poco a poco todos mis amigos y familiares empezaron a morir en extraños accidentes y suicidios sin pies ni cabeza, pero Isabel seguía apoyándome, hasta que un día su mente empezó a jugar con ella al escondite. La llevé a un psiquiatra, que le diagnosticó esquizofrenia, pero las medicinas no le hacían efecto, seguía ausente, muda, mirando siempre a un punto fijo. Dejó de comer, se volvió más y más delgada, su cabello se volvía más pálido y estaba adelgazando mucho.

Admito que estaba muy preocupado por Isabel, hasta que un día desapareció. Puse una denuncia en la policía para que la buscasen, pero no ha habido resultados. Lo único que veo a veces es a mi esposa, delgada como una sílfide, con el pelo blanco, los ojos rojos encendidos y el rostro en forma de calavera bailando bajo mi ventana y cantando con una extraña y melódica voz que me resulta escalofriante.

Por eso llamé a mi suegro esta mañana, porque esa cosa que parece mi esposa, esa cosa extraña y pálida que antes era mi dulce Isabel, sigue persiguiéndome día sí y día también.

-¿Quieres que me suicide?

-Escúchame bien chico, esa cosa mató a toda mi familia, a mis amigos, a mi perro... me alejé para intentar reconstruir mi vida pero me encontró, y entonces mató a mi esposa y a mis tres hijos -se me cayó el alma a los pies-, y se quedó en mi casa con el aspecto y el nombre de mi hija Isabel, fingiendo ser ella. O te vas del país para siempre y no vuelves nunca más, o acabarás solo, amargado y desquiciado como yo. Ese cuento no era un cuento, era una verdad como un templo. Lárgate de este país chico, lo más lejos posible, y no te relaciones con nadie nunca más, si quieres vivir, o suicídate y quítale la diversión, porque sino destrozará tu vida.

Y entonces Anselmo colgó el teléfono. Así que esas son mis opciones, suicidarme o huir. Me gustaría poder decir que le voy a hacer caso, pero Isabel, mí Isabel, sigue perdida en el bosque, delgada como una sílfide, con el rostro cadavérico y una voz extrañamente melódica, y tengo que encontrarla. Quiero recuperar a mi esposa, aunque eso me lleve a la locura o a la muerte, quiero recuperar a Isabel.

sábado, 6 de enero de 2024

El libro del infinito

 CAPÍTULO 6

La jungla era densa, más de lo que habría imaginado mientras caía hacia aquel mundo. James tenía razón, era casi imposible cruzarla y aún más difícil encontrar algo en medio de aquel torbellino de plantas y árboles, y no sabía ni por dónde empezar a buscar.

Apartó el catalejo de su cara y suspiró pesadamente. Según Smee el libro podía estar en tres lugares bastante apartados. Podía encontrarse en una cueva bajo las cataratas de cristal, pero había que cruzar el lago de las sirenas y no eran amigables con los piratas; también podía estar en el fondo del mar, literalmente, y el cocodrilo que acechaba el barco y a James no los dejaría pasar; y la última posibilidad era la jungla, teniendo que enfrentarse a Tigrilla y su tribu. 

-Cualquier camino que tomemos representa peligro.

-Mi padre suele decir que el peligro es parte de la vida -respondió Tatiana.

James arrugó el entrecejo con cierta molestia. No le caía bien Peter, nunca lo había hecho. Marcharse de aquel mundo fue lo mejor que podría haberle pasado. Sin embargo seguía recibiendo ataques de los niños perdidos, de la tribu de Tigrilla, de las hadas, de las sirenas... básicamente de todo bicho viviente de la isla, y a veces de la propia isla.

-¿He dicho algo malo?

-No es nada, olvídalo. Iremos primero a ver a las sirenas.

No había olvidado la brújula. James quería volver a casa y ella también, pero primero necesitaban la brújula, y, de paso, podrían buscar en la cueva de las cataratas de cristal.


Lo que en un principio parecía una misión sencilla, terminó con ella sola en un bote. Nadie de la tripulación quería aventurarse en el lago de las sirenas, y le dieron advertencias como para llenar un libro. Cosas como "no dejes que nada te atraiga" o "no respondas". No sabía a qué podría referirse, pero centró la quilla del bote en dirección a la catarata y empezó a remar, alejándose del barco.

Lo primero que escuchó, claro como el cielo lleno de estrellas que se alzaba sobre su cabeza, fue una voz grave y nítida. Era Victor, el chico del que llevaba años enamorada. Claro que él no sabía ni que ella existía, nunca la miraba, no hablaba con ella y ni siquiera sabía su nombre, y, sin embargo, la estaba llamando.

Estuvo a punto de ir, hasta que recordó una advertencia que James le hizo con tal seriedad que creyó sinceramente que se volvería loco si no accedía: "no escuches". No sabía a qué se refería hasta que oyó la voz de Víctor, y supo que tenía que ignorarla costase lo que costase. Se pasó casi media hora ignorando voces de familiares, amigos, e incluso cantantes famosos que ya habían muerto hacía mucho tiempo, hasta que finalmente llegó a un lago en calma.

"Habla solo con la sirena plateada, solamente con ella" repitió el eco de la voz de Smee en su cabeza.

-Busco a Velana.

Hubo una agitación bajo el agua, por un momento parecía que iba a desencadenarse un torbellino que la arrastraría al fondo del mar, pero entonces un rostro hermoso como las estrellas apareció ante ella, con el cabello de color plata y ojos plateados también.

-Yo soy Velana, ¿qué necesitas de la hija del mar?

-Una brújula que no señala a ninguna parte.

-¿Quieres la brújula de los deseos? ¿Para qué?

"No le des ninguna explicación, pero tampoco le mientas" recordó las palabras de James Garfio.

-Estoy buscando algo.

-¿Y qué es lo que buscas?

-Te lo he dicho, la brújula que no señala a ninguna parte.

-Misteriosa pero inteligente. ¿Qué ofreces?

Sabía que no se conformaría con cualquier cosa, quería algo único y especial, algo que nadie más en todos los mundos tuviese. Se dio la vuelta y rebuscó entre todos los extraños tesoros que James le había prestado, hasta dar con una pulsera de zafiros que le ofreció sin dudar, pero la sirena no se inmutó.

-Ya tengo joyas y tesoros, no necesito más. ¿Qué ofreces?

Eso descartaba la mitad de las cosas que llevaba. Con un suspiro volvió a dejar la pulsera junto con los demás trastos, que observó con tristeza. ¿Libros? ¿Para qué iba a querer un libro una sirena? ¿Un peine de plata? Le respondería lo mismo. No tenía idea de qué podía ofrecerle, hasta que sus ojos cayeron en una caja de música. Era el pirata maldecido. No podía entregarle eso, pero... ¿y si era lo único que la sirena aceptaría?

-Música -respondió al fin.

-Acepto tu regalo.

Las sirenas empezaron a arremolinarse entorno a Velana mientras Tatiana le entregaba la caja de música. La sirena plateada sacó una mano enjoyada del agua y abrió la tapa, y la melodía comenzó a llenar el lago mientras el pirata panzudo daba vueltas sobre un pie.

-Ha sido una melodía hermosa -le devolvió la caja-. Gracias por tu regalo, espera aquí y te traeré la brújula.

No esperaba poder recuperar la caja, pero le alivió saber que no había entregado una vida para salvarse ella, y la sirena no tardó en volver con una brújula sin norte ni sur.

-Piensa en aquello que quieras o necesites, y la brújula te mostrará el camino.

En cuanto a su mente acudió "el libro del infinito", la aguja empezó a dar vueltas sobre sí misma, buscando el camino, y señaló hacia ella, quien miró a su espalda. El libro no parecía estar en la cascada de cristal, así que tendría que volver al barco.

viernes, 5 de enero de 2024

Lluvia

-Cuando llegaste dijiste que habías cometido un error, ¿por qué no me cuentas a qué te referías?

Landon levantó la mirada, sus ojos estaban surcados de profundas ojeras negras, pues no dormía desde hacía seis días. Sí, había cometido un error que nunca podría perdonarse. Todavía podía recordar la sangre tibia en sus manos, su desesperación casi palpable, los frustrados intentos de tratar de parar la hemorragia y los gritos de auxilio mientras su mejor amiga moría ante sus ojos.

Pues claro que no podía dormir, ¿cómo iba a poder hacerlo si Claire había muerto por su culpa? No había sido él quien la había matado, pero era casi como si lo hubiese hecho. Cada vez que cerraba los ojos no podía evitar recordar la mirada desvanecida y vidriosa de Claire, el viento helado cortando la noche como un cuchillo, la lluvia frustrando sus casi inútiles esfuerzos por intentar darle unos segundos más, solo un poco más de tiempo, mientras alguien pedía ayuda.

Pero aquel lluvioso día de septiembre no pasaba nadie por la calle, tan solo Claire y Landon caminando bajo la lluvia. Claire siempre había sido una persona extraña, le gustaba el olor a polvo de la lluvia, los días nublados, las noches estrelladas y el frío, y también estaba profunda y perdidamente enamorada de Landon, y él lo sabía. No era que se aprovechase de ello, más bien lo contrario, la trataba con dulzura para no hacerle daño y, si por descuido lo hacía, nunca era a propósito. Landon no podía corresponderla porque la veía como a una hermana y Claire estaba bien con eso.

-Me fie de la persona que no debía -respondió finalmente al doctor.

Sí, podía decir eso, pero no había sido exactamente una persona, al menos no tal y como él lo veía. Aquel ser, aquella criatura de otro mundo, parecía humana, parecía un hombre de un metro setenta, con músculos firmes, una mandíbula cuadrada y sonrisa encantadora.

Claire y él habían salido a pasear, con un nuevo amigo, Marc. Era interesante, el tipo de persona que parece ocultar miles de secretos, con cientos de aficiones distintas, capaz de encajar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, divertido y muy risueño, y a Landon le caía bien.

Decidieron ir a pasar el rato al bosque a buscar setas. Podría no parecerlo, pero Claire era hija de un ranger y Tom le había enseñado todo cuanto sabía sobre supervivencia, la llevaba a acampadas a las que no llevaba comida desde que tenía seis años, así que Claire sabía qué frutos del bosque eran comestibles y cuales podían matar a alguien, reconocía toda clase de hongos y sabía pescar y cazar, a fin de cuentas, se había criado haciéndolo. 

Claire llevaba toda la vida queriendo llevar a Landon de acampada al bosque, pues a ella le encantaban esas experiencias, la hacían sentir conectada al mundo, pero Landon odiaba el bosque profundamente. La única razón por la que había cedido aquel día fue Marc.

Se habían conocido en clase de piano, Marc era bastante diestro con el teclado y solía tocar de un modo impresionante, mientras que él estaba aprendiendo y le gustaba escucharle. El chico tenía un talento único para tocar, era impresionante. Decidió presentárselo a Claire, en parte porque sabía que le gustaría conocerle y en parte porque deseaba que pasase página y pudiese volver a cómo eran las cosas antes de que ella le dijese abiertamente "te quiero" y él la rechazase.

-Así que quieres ir de acampada -dijo Claire con cierta incredulidad-. Tú quieres ir de acampada.

-Sí, ya te lo he dicho.

-Está bien. Normalmente voy unos tres días más o menos. Creo que volveremos al día siguiente de salir, pero vale. Nos vemos el viernes por la tarde en el desfiladero.

No le convencía la idea, acampar no le gustaba porque sabía que el bosque de noche era peligroso, pero Claire era muy buena sobreviviendo, así que no les pasaría nada. Se repitió esas palabras en su mente toda la semana hasta el viernes, cuando se presentó en el desfiladero que llevaba al bosque con Marc.

-Creía que vendríamos solos -dijo mirando con cierta molestia al chico nuevo.

-Lo siento, olvidé decírtelo. Él es Marc. La idea ha sido suya, así que me parecía un poco descortés dejarle atrás.

-Vale.

Claire no estaba contenta con ello, pero accedió de todos modos porque él se lo había pedido. Era la primera vez que utilizaba sus sentimientos para convencerla de algo, y no se sentía bien con ello.

Caminaron durante largas horas hasta llegar a un claro en el bosque de abedules. El otoño había dejado una lluvia mortecina y el bosque olía a hongos, tierra y madera. Claire abrió los brazos y respiró profundamente. Estaba encantada con el lugar que había encontrado.

-Creía que Tom iba a venir -dijo Landon con cierta curiosidad.

-Imposible, lo desplegaron la semana pasada. Tardará al menos seis meses en volver a casa.

Sacaron las tiendas de campaña y las montaron entre los tres. No iban a poder hacer fuego debido a la lluvia, la madera estaría demasiado húmeda, pero afortunadamente Claire era previsora, y había llevado un camping gas y una tela impermeable para poder cubrirlo, así podrían cocinar sin problemas. No le gustaban los trabajos sencillos, hubiese preferido buscar una cueva y encender ella misma el fuego, pero a Landon le gustaba más bien poco la naturaleza y podría salir corriendo si se le ocurría meterle en una cueva.

-Bueno, busquemos algo de comer.

Pasaron las siguientes horas recogiendo setas y bayas hasta llenar una cesta suficiente para los tres, y cerca de las siete de la tarde, empezaron a comer el salteado que Claire había cocinado en el camping gas.

-Madre mía -dijo Marc-. Esto está delicioso.

-Nada sabe mejor que la comida recién encontrada.

Después de varias horas de risas Claire se fue a dormir y Landon no tardó en seguirla, sin saber que ese sería el mayor error de su vida.

Serían las tres de la mañana cuando escuchó un grito desgarrador que venía de la tienda de Claire. Por un segundo pensó que alguna alimaña habría entrado en la tienda y había sorprendido a su mejor amiga, aunque eso no explicaría por qué parecía tan... aterrorizada.

Salió de la tienda de campaña azul y se dirigió a la de ella, que tenía varios desgarrones en la tela, y lo que vio le dejó sin habla. Marc, el chico increíblemente increíble que tan bien le caía y que parecía perfecto para cualquiera, le había desgarrado el cuello a Claire con los dientes. Su piel perfecta parecía llena de escamas, estaba manchado de sangre y mostraba unos dientes más afilados que los de cualquier animal que hubiese visto.

-¡Claire!

Un segundo después de que aquella cosa que antes era Marc, desapareciese a toda velocidad entre la espesura del bosque, Landon corrió hacia Claire y apretó su cuello con las manos mientras la lluvia, la gravedad de la herida y el terror de Claire hacían que parar la hemorragia fuese imposible. Su amiga ni siquiera podía hablar, la herida era tan grave que no podía emitir ni una sola palabra.

-¡Landon!

Aquella voz había conseguido que abandonase su recuerdo del bosque y mirase de nuevo al doctor Pattel. ¿Cómo podía explicarle lo que había vivido? Nunca le creería, por eso lo estaban sometiendo a exámenes psiquiátricos.

-Disculpe.

-Te he preguntado qué crees que ocurrió en el bosque.

-Tranquilo Landon -la mano suave y helada de la muchacha terminó por devolverle a la realidad. 

Landon miró por la ventana con cierta preocupación, la lluvia no dejaba de caer, igual que aquella noche, igual que todas las veces que veía a Marc, solo que esta vez la lluvia no seguía a Marc, sino a ella, a Claire. La había visto morir, estaba seguro de ello, no lo había soñado, los desgarrones en la tienda y su ropa llena de sangre eran toda la prueba que necesitaba, pero a los pocos segundos de que su corazón se hubiese detenido, Claire se levantó como si nada, la herida de su cuello había desaparecido y no recordaba nada. La única diferencia entre antes y después de la acampada, estaba en la piel helada de Claire.

-Nada, debí soñarlo.

-Eso no es lo que quiero saber. No importa lo que nosotros creamos, importa lo que tú creas que pasó.

jueves, 4 de enero de 2024

Laura

 Gabriel era una persona distante, solitaria y poco amigable, pero también era amable y dulce. No tenía amigos porque, simplemente, no le interesaba. A él le gustaba la soledad, el silencio y la tranquilidad, era como mejor se sentía. Tampoco le gustaban los videojuegos, ni las redes sociales ni nada tecnológico. No era un ludita, simplemente prefería la música. Gabriel se sentía bien llevando una vida silenciosa, componiendo canciones para subirlas a Internet y escribiendo letras, hasta que sus ojos se cruzaron en el pasillo del instituto con una joven a la que no había visto nunca.

Era algo más alta que él, con el pelo negro muy oscuro brillante y sedoso, piel de porcelana, con una camisa negra y unos vaqueros negros desgastados, una pulsera llena de tachuelas y unos brillantes ojos de color azul hielo.

Nadie más parecía haberse fijado en ella, o más bien parecían evitarla, como si les aterrorizase de un modo inexplicable, como si mirarla directamente fuese peor que mirar a los ojos a la mismísima muerte, pero a él le parecía interesante.

Ese día no tuvo el valor para acercarse a ella, y de hecho trató de apartarla de su cabeza, pero a las seis de la tarde, cuando había agarrado su libreta y su guitarra para ponerse a componer, le sorprendió ver que sus palabras siempre acababan guiándose hacia esa joven de ojos azules.

Las siguientes dos semanas fueron un poco intensas para él. Por suerte no tenía amigos o habría tenido que soportar que le tomasen el pelo porque, cada vez que tenía un instante en el que su concentración podía liberarse un poco, se sorprendía a sí mismo recorriendo con la mirada los pasillos, la cafetería, el patio o donde quiera que se hallase, buscando esos ojos azules en algún rincón.

Con el tiempo mirarla sin que se diese cuenta se convirtió en su mayor entretenimiento, y solo observándola pudo averiguar muchas cosas sobre ella. Nadie sabía quienes eran sus padres o de dónde venía, había llegado con su hermano, del que no sabía el nombre, a finales del verano. Siempre se vestía de negro y no era amable, al contrario, tenía la lengua más afilada que una espada. Tampoco tenía amigos, y en parte era por su hermano, pues en el pueblo se rumoreaba que había escapado de la cárcel. Tonterías de gente con demasiado tiempo libre, en su opinión.

Pero había una cosa que no había podido predecir, algo ínfimo pero infinitamente importante: la chica misteriosa no tenía paciencia y le molestaba mucho que la observasen.

Descubriría ese pequeño detalle un martes por la tarde, cuando estaba a punto de volver a casa tras pasarse desde las cuatro a las seis aguantando a la profesora de física. Esa no fue una tarde diferente. La señora Velazquez, una mujer de cincuenta años con el carácter del vinagre más ácido, lo aburrió durante dos horas en una clase que compartía con esa chica, y cuando el timbre sonó ella recogió sus libros rápidamente. Gabriel fue a dejar unas cosas a la taquilla, pues la mochila ya pesaba lo suyo por sí sola y no quería llevar peso extra, cuando estuvo a punto de quedarse sin dedos, no sabía si literalmente.

Levantó la mirada para ver qué había podido causar que la taquilla se cerrase tan fuerte por sí sola, y se encontró con una mirada afilada como una navaja de unos ojos azules tan fríos como un témpano de hielo.

-¿Qué demonios quieres? -espetó sin siquiera saludarle.

-Yo también me alegro de verte.

-¡Al grano!

-Si dejas de gritarme a lo mejor puedo contestarte.

La chica bufó molesta. No le gustaba tener que aguantar esas estupideces, estaba harta de sentirse observada, y al fin había descubierto por qué siempre que paseaba por alguna parte, sentía que alguien le clavaba los ojos en la nuca.

-Soy Gabriel.

-Laura. ¿Vas a decirme qué quieres?

-Nada, solo sentía curiosidad -Laura levantó una ceja con cierto gesto de sorpresa-. Me pareces interesante.

-Ya...

-Oye, si te molesta que te observe, dejaré de hacerlo, pero antes tienes que salir conmigo un día, y eso será todo. 

Pensó que iba a aceptar, que en algún momento ella claudicaría y acabaría por aceptar, después de rogarle durante semanas, pero lo que hizo... si no hubiese sido por la grabadora de su móvil, nunca se lo habría creído.

Gabriel solía poner su móvil a grabar en la clase de la señora Velazquez, porque así, por mucho que se aburriese, podía enterarse de algo. Por suerte para él, ese día no había parado la grabación todavía.

Cuando llegó a casa, después de pasarse varias horas con la cabeza dando vueltas, con cierto mareo y algo frío en el fondo de su mente, puso en marcha la grabación para tomar notas. Cuando finalmente terminó con sus apuntes, la grabación no había terminado.

-...pero antes tienes que salir conmigo un día, y eso será todo.

-¿Qué demonios? ¿Cuándo he dicho yo eso?

-Escúchame bien -se oyó la voz clara y pausada de Laura-. Vas a olvidarte de mí...

-Te sangra la nariz.

-¡Silencio! Te olvidarás de mí y que me has conocido, ¿te queda claro?

-Sí...

¿Cómo había podido olvidarlo? ¿De quién era esa voz? Fuese quien fuese, no se acordaba en absoluto de esa chica, así que decidió pasar del tema.

Un mes más tarde, finalmente había logrado terminar de componer una canción decente, tras encontrarse cientos de fragmentos con ojos azules que no tenían el menor sentido. Suspiró pesadamente, salió del aula de ciencias y se tropezó directamente con una figura oscura. Cuando levantó la mirada vio a una chica con los ojos azules, vestida de negro y con la piel pálida como la de una muñeca de porcelana.

-Lo siento... -ella no respondió-. Espera un segundo, yo te conozco.

-Francamente lo dudo, acabo de mudarme.

-Laura...

Por primera vez en toda su vida, alguien la había pillado por sorpresa. Se acordaba... pero eso no era posible, nadie lo hacía, nadie podía ignorar sus órdenes, nunca. Por eso no hacía más que mudarse de ciudad en ciudad, por eso nunca se quedaba demasiado tiempo en el mismo sitio. Cosas tan simples como "dame un poco de agua" tenían que ser cumplidas al momento, sin importar si lo decía o no en serio. 

-No sé de qué me hablas.

-No es verdad, te olvidé durante semanas pero soy cantautor, escribo canciones, así que acabé por recordarte.

No era exactamente la verdad, ni tampoco una mentira. Había sido una acumulación de cosas pero eso era muy largo de explicar. Entre la grabación, las canciones, esa mirada de ojos azules grabada a fuego en su cerebro y su nombre repitiéndose como un eco, aunque no recordase por qué.

-Vale, ¿qué demonios quieres? -preguntó cabreada.

-Una explicación, ¿por qué demonios desapareciste?

-¿Quieres saberlo? -él asintió seriamente-. Dame tu guitarra.

No quería aceptar, no lo habría hecho nunca, era un regalo de su madre y tenía esa guitarra en muy alta estima, y, sin embargo, le entregó la guitarra sin protestar, como un gesto mecánico e inexplicable. No le dejaba a nadie ponerle un dedo encima a su preciado instrumento, y acababa de dárselo a una chica muy extraña.

-Precisamente por eso -le devolvió la guitarra-. Mi familia no es como las demás, tenemos una especie de... bueno, ellos dicen que es un don, para mí es más bien una maldición.

-No lo entiendo.

-Todo el mundo debe hacer caso de lo que decimos, todo el tiempo. Mi padre lo usa para que su negocio crezca, es el propietario del grupo Dalvader.

-Esa empresa genera más PIB que todo América al completo -Laura asintió con amargura.

-Mi madre, en cambio, lo usa para ganar subastas. Mi tío es accionista mayoritario de los laboratorios Biadoxic... todos en mi familia usan su don para ganar dinero. Los únicos que no queremos saber nada del tema somos mi hermano Victor y yo.

-No lo entiendo.

-A los ocho años yo tenía todo lo que una niña de ocho años podría querer. No importaba qué fuese, mi niñera me daba todo cuanto quería. Un día le pedí algo que no sabía que era peligroso: que me cogiese una muñeca que se me había caído por la ventana. Ya ves qué cosas. Celia obedeció, como siempre hacía, pero a esa edad no sabía ser específica con lo que quería, y en lugar de decirle "se me ha caído la muñeca, baja a buscarla" señalé la ventana y le dije "mi muñeca se ha caído, ve a por ella".

Cuando llegó a ese punto, Gabriel empezó a entender por qué ella apartaba a todo el mundo, pero no la interrumpió porque seguramente no había hablado de ese tema con nadie en el mundo.

-Celia obedeció, saltó por la ventana de una habitación que estaba en un cuarto piso. Cuando entendí lo que había pasado, grité. Victor llegó a mi cuarto, entonces él tenía quince años, me abrazó y me prometió que todo saldría bien. Cuando cumplió los dieciséis, obligó a mis padres a firmarle un documento en el que lo declaraban mayor de edad, y otro en el que le concedían mi custodia absoluta sin posibilidad de contacto. Nos fuimos al día siguiente.

-Y llevas vagando por el mundo desde entonces -Laura asintió seriamente-. Así que eso fue lo que hiciste, me obligaste a olvidarte -repitió el gesto-. No entiendo por qué.

-Maté a una persona, ¿no te das cuenta de que podría volver a hacerlo?

-Ya, y mañana puede atropellarme un autobús. La vida es así de impredecible. Pero si te pasas la vida apartando a todo el mundo, nunca vas a vivir.

Laura miró a Gabriel con una sonrisa sincera, el primer gesto como ese que hacía desde hacía más de seis años. Podía intentarlo, ¿por qué no? Si las cosas se salían de control, solo tendría que obligarle a olvidarla otra vez. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía ser como los demás.