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lunes, 27 de marzo de 2023

El libro del infinito

Capítulo 4. 

Un hombre con una camiseta de rayas azul y blanca les sirvió pesado asado y sendas copas de vino. Tatiana nunca había tomado alcohol, pero tampoco quería que sus salvadores se sintiesen ofendidos. Acercó la copa de latón a sus labios y, nada más tomar un sorbo, decidió que no le gustaba. Pese a su ligero sabor dulce, tenía también un fondo amargo y algo ácido.

-Así que llegaste a través de un libro -asintió-, y te despertaste en un claro en lo alto del acantilado -repitió el gesto-. Mal lugar para un extraño, ese sitio... digamos que a Tigrilla no le gustan los extraños.

Estuvo a punto de atragantarse. Estaba segura de haber oído antes ese nombre, pero sus recuerdos no tenían demasiado sentido. Observó a James con una ceja levantada. Ese hombre parecía joven, tenía el pelo corto y las dos manos, no era posible... ¿o sí?

-¿Tigrilla? ¿Estoy en Nunca Jamás?

-Sí, pensaba que lo sabías. 

-No -respondió sin salir de su asombro-. No todos los días una atraviesa un libro y despierta en una isla que no existe.

-La isla existe, pero no está en el mundo llano. ¿Es que no te acuerdas del cuento?

Sí, se acordaba, era el único cuento que su madre le contaba. De pequeña estaba convencida de que su padre era Peter Pan y su tía Melody era Campanilla, pero según fue creciendo esa idea se había quedado en un recuerdo infantil y nada lógico.

Estaba empezando a procesar que ese cuento era mucho más que una simple historia, que sus recuerdos de cuando era niña eran más realistas de lo que cualquiera podría pensar. Tenía en su mente la imagen de Melody, preparando una tarta el día en que cumplía tres años, y cada vez que algo le salía bien sus alas azul plateado se agitaban, dejando caer un polvo amarillo brillante.

Según fue creciendo dejó de poder verlas, un día simplemente desaparecieron, pero si James tenía razón, toda su vida había estado rodeada de magia, de personajes de cuento que no sabía ni que eran reales. No sabía cómo racionalizar todo eso sin volverse loca, claro que hacía unas horas había atravesado un libro hacia un mundo de fantasía.

-Veo que sí. 

-¿Y cómo puedo volver a casa?

-Si entraste por un libro tienes que salir por un libro, el problema es que en este mundo solo hay un libro.

-Vale, ¿y dónde lo tienes?

-Yo no lo tengo -respondió anormalmente serio-, y será mejor que no lo busques.

-¿Pretendes que me quede aquí para siempre?

Claro que no estaba pensando en eso, era la última de las posibilidades. Incluso estaba dispuesto a atravesar el velo en su barco solamente para llevarla a casa, aunque no pudiese volver, pero la idea de ir en busca de ese libro no le gustaba.

-Si quieres puedo llevarte a casa, pero hay un problema. Como entraste a través de un libro, este mundo tiene cierto desajuste temporal, hay cien años de diferencia entre el mundo inferior y Nunca Jamás.

Si no estuviese sentada en esa silla de madera, seguramente se habría caído al suelo. De golpe se le cerró el estómago y su cabeza empezó a dar vueltas. Si no encontraba el libro, se quedaría atrapada en ese lugar, o peor, volvería a casa mucho antes de que sus padres naciesen. Eso era un problema. Sin embargo James no parecía nada contento con la idea de buscar el libro.

-¿Por qué es mejor que no busque el libro?

-Porque está maldito.

Si antes de ese extraño día le hubiesen dicho que existía un libro maldito, seguramente no se lo hubiese creído. El frío trepó por su cuerpo y se instaló dentro de su piel, sentía ganas de llorar, de salir corriendo y refugiarse en los brazos de su madre, pero según James, su madre ni siquiera había nacido todavía. ¿Qué iba a hacer? Necesitaba dar con el libro pero si estaba maldito eso significaba que no podía tocarlo, ¿o sí?

-¿Qué pasa si lo tocas?

James la observó preguntándose si realmente se atrevería a buscar ese maldito libro, y no necesitó una respuesta, sabía que no tenía elección. Por un momento pensó en ayudarla, pero la última vez que había intentado encontrar el libro... 

-Será mejor que te lo enseñe.

James se levantó de la silla y comenzó a caminar hasta un armario. Sus pasos pesados resonaban en la madera, pero Tatiana ni siquiera estaba pendiente de ello, tenía otros problemas en mente. Cuando el pirata regresó a su lado con una caja de música, lo miró expectante, asustada por lo que fuese a enseñarle pero al mismo tiempo desando averiguar qué le pasaría si tocaba el libro.

Abrió la caja para ella y una melodía empezó a sonar al tiempo que la figurilla se movía girando sobre sí misma, pero no era una bailarina, ni un caballito, sino un hombre gordo, con una camisola roja y un gorro azul marino.

-Es uno de mis camaradas -resumió-. La primera vez que oímos hablar del libro envié una partida de búsqueda. Tardé dos semanas en saber algo de ellos y cuando finalmente volvieron, me trajeron esta... cosa musical. 

-Así que la maldición me transformará en una caja de música -suspiró pesadamente-, pero tengo que intentarlo, es eso o quedarme aquí para siempre.

Lo comprendía, de estar en su lugar él también querría volver, claro que llevaba más de ochenta años allí atrapado y ya no tenía ningún lugar al que llamar hogar a parte de su barco. Tatiana todavía estaba a tiempo, pero ir a por el libro... 

-Te ayudaré hasta donde pueda.

-¿Y eso qué significa?

-Que puedes quedarte con nosotros y navegaré donde se encuentre el libro, pero antes necesito que hagas una cosa por mí -asintió-. Las sirenas me han robado una cosa importante, algo imprescindible para poder navegar: una brújula.

Tatiana observó la mesa con el ceño fruncido. Cerca de ella, a solo uno o dos metros, había un mapa extendido que mostraba la isla, un sextante y una brújula. James observó la dirección de sus ojos, agarró la brújula y se la mostró. Tatiana se quedó mirando, boquiabierta, cómo la aguja se movía constantemente, sin encontrar jamás el norte.

-Es del mundo inferior, y como ves no sirve para nada. Encontré esta isla por casualidad y ya no pude volver porque no podía encontrar una dirección y estas aguas son traicioneras. Lo intenté guiándome por las estrellas, pero lo único que hacía era dar vueltas y acabar volviendo al punto de partida. Es desquiciante. Con la brújula que me robaron puedo encontrar un punto de referencia y moverme sin perderme.

-Y por eso necesitas mi ayuda. Sabes dónde está el libro pero no puedes llegar sin la brújula -asintió-. Vale, acepto.


Melody y Peter eran casi almas gemelas, nunca se habían separado, y por eso estaba molesto porque llevaba horas pegada a ese libro, observando la misma página. Se quedó mirando su perfil en el sofá mientras ella no apartaba la mirada de la página. Estaba empezando a molestarle, y se sentó a su lado con aspecto preocupado. Lo que vio le dejó sin habla.

-¿Tatiana?

Estaba en el barco, con James, observando una brújula, y el texto... lo que estaba leyendo le ponía los pelos de punta.

-¿Has hechizado el libro?

-Voy a intentar no ofenderme -suspiró-. Es uno de los libros portal.

Eso era un problema. Si uno seguía el camino largo, que consistía en ir volando, se llegaba más o menos al mismo tiempo, sin desajustes temporales, pero atravesar los libros... cada uno de ellos tenía cierto desfase con el tiempo en ese infierno que Ana llamaba "su mundo" y que solamente tenía sentido cuando estaban los cuatro juntos.

Por un segundo pensó en atravesar el libro y ayudarla, claro que una vez que la historia empezaba, le era imposible aparecer de la nada. Tenía otros tres libros portal, pero cada uno lo mandaría a una época diferente. Lo único que podía hacer era justamente lo que estaba haciendo Melody, observar.

-No habrá sido idea tuya.

-No, este es el regalo de Ana. Está convencida de que las búsquedas cambian a los héroes de la historia.

Eso era un problema, sabía que Ana tenía cierto punto de razón, que estaba harta de lidiar con el desinterés de Tatiana por cualquier cosa que no fuese el deporte, de encontrarse su habitación desordenada y que nunca saliese a la calle si no era para correr. Comprendía el punto de vista de su esposa, pero ¿mandarla a buscar el Libro del Infinito? Había que estar muy desesperado.

-Dime que hay algún modo de romper la maldición.

-Eso era justo lo que estaba a punto de preguntarte -respondió Melody.

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