Era el año 2.536, la civilización había avanzado tanto que el dinero como tal había desaparecido por completo. Cada persona trabajaba para obtener créditos ganma, que servían para ascender socialmente y conseguir ciertos privilegios. Esto no era realmente necesario porque los robots proporcionaban a los humanos todo cuanto pudiesen necesitar. La compañía Techblar había instalado en esas criaturas metálicas el código de la robótica diseñado por el escritor y profesor de bioquímica Isaac Asimov, y lo que al principio fue una ayuda para la humanidad, acabó por eliminar la necesidad de trabajar, así que la gente trabajaba por capricho.
Veodol era una de las personas más influyentes de todo el sistema Tendros, que albergaba doce planetas habitados y más de cien mil naves estelares. Uno podía trabajar en organización de sistemas, en un carguero o en una nave tripulada, en artes y humanidades... pero ella tenía un trabajo un poco especial, era probadora de sistemas oníricos, lo que significaba que le daban créditos ganma simplemente por dormir.
Vivía en el planeta Darnga, en el borde exterior del sistema Tendros. En Darnga solían habitar los ingenieros e inventores más arriesgados, y también los probadores de nuevos programas, rutinas y avances. Aquel día Yana, uno de los inventores más prolíficos de Tendros, le envió un chip que solo debía acoplar al lector que conectaba con su cerebro.
Hacía años que no se veía un chip verde, casi todo eran placas plásticas con pistas de plata. Debía de haber tardado años en reunir el silicio necesario para ese chip. Algo confusa encendió el comunicador y la pantalla se encendió. Yana, un hombre de cabello plateado totalmente rapado en un lado y lleno de trenzas en el otro, la miró con los ojos biomecánicos magenta totalmente abiertos.
-Buenos días Yana -él no respondió-. Acabo de recibir la nueva muestra, ¿puedes decirme qué es?
-Será mejor que lo descubras por ti misma. Si te asustas, tócate con el índice en la mano contraria como si intentases atravesarla, eso debería darte control.
-¿Control sobre qué?
-¿Qué tendría de divertido decírtelo?
Y, sin más explicaciones, Yana cortó la comunicación. Veodol refunfuñó con evidente molestia. Si ese chico era realmente brillante, también era un cretino integral. Normalmente le enviaba las instrucciones en una tabla grisna, la evolución de los ebooks de hacía quinientos años, y no tenía problemas en seguirlas, pero cuando le pedía algún tipo de información extra, solía ser esquivo y muy críptico.
Decidió que no iba a esperar al anochecer, así que metió el chip en el lector de su cerebro y cerró los ojos. Intentó centrarse en algo que la ayudase a relajarse, pero no funcionó, no era capaz de dormirse. Abrió los ojos con evidente molestia, y fue a prepararse un café. De algún modo esa planta podía cultivarse en todos los planetas habitados, y se hacía a escala interplanetaria para que llegase a cualquier planeta. No le gustaba el café cultivado en el mismo planeta, pensaba que, cuando las semillas viajaban por el espacio, envejecían y tomaban un sabor muy especial.
Miró por la ventana mientras la cafetera destilaba el brebaje, pero tardó menos de un segundo en olvidarse de esa medicina matutina que hacía que su humor fuese cien veces más soportable. Por extraño que pudiese parecer, por la ventana de su cocina se veían millones de estrellas.
-¿Qué demonios?
Eso no fue lo más raro, sino que podía respirar, pese a que la ventana estaba abierta de par en par, y todas sus cosas estaban sujetas exactamente en el mismo lugar, como si la gravedad las atrajese. Podría ser que la hubiesen transportado a una nave, solía ocurrir a veces cuando los vigilantes del sistema Tendros querían investigar a un cierto número de personas. Las sacaban de sus vidas durante una o dos horas y luego los devolvían a casa. No obstante para eso tendría que haber abandonado su cocina.
Estaba empezando a asustarse, hasta que recordó las palabras de Yana. Levantó la mano derecha y trató de atravesar su palma con el índice, y entonces todo paró de golpe. El café dejó de salir, la emisión satelital de su pantalla holográfica se detuvo, todos los sonidos se paralizaron, absolutamente todos, menos uno. Se trataba de una voz metálica que estaba oyendo todo el tiempo pero de la que no se dio cuenta hasta ese momento, una voz que no dejaba de decir "ahora estás soñando".
Abrió los ojos de golpe, estaba en su sofá, sudando y con el corazón desbocado. Miró en su pulsera biométrica su ritmo cardíaco. Oscilaba entre los 170 y 180. Era una persona sorprendentemente calmada, no solía asustarse por casi nada. Cerró los ojos con fuerza para intentar centrarse y luego volvió a abrirlos. Todo seguía normal, su pulso empezaba a descender lentamente. Necesitaba algo que calmase sus nervios.
Intentó encender el equipo de música, pero descubrió que no estaba, de hecho todo a su alrededor, toda su cocina, empezaba a desaparecer. Cuando quiso darse cuenta estaba en una sala totalmente blanca, sin ventanas, sentada en su sofá negro. Tenía que ser un sueño. Intentó volver a controlar lo que ocurría a su alrededor. Cuando apoyó su dedo índice en la palma de su mano, de nuevo volvió a oír esa voz metálica diciendo "ahora estás soñando".
Se despertó de golpe, su perro la miraba con preocupación, con el hocico marrón apoyado sobre su muslo. Se incorporó como pudo y, lo primero que hizo, fue intentar controlar el sueño por si volvía a estar dormida. Silencio, había dejado de oír esa voz definitivamente. Se sacó el chip con las manos temblorosas y volvió a llamar a Yana. Sorprendentemente para ella, el profesor chiflado no tardó en responder a su llamada, como si la hubiese estado esperando desde hacía bastante tiempo.
-¿Te encuentras bien? Hace casi dos semanas que no se nada de ti.
-Me tomas el pelo, solo he estado dormida un par de horas. O creo que he estado dormida.
-Ojalá.
A juzgar por su expresión preocupada, comprendió que no iba de broma. Había estado dormida muchísimo más tiempo del que creía. Comprobó la fecha en el comunicador espacial. Habían pasado doce días.
-¿Qué demonios has inventado?
-Se supone que es un chip para las personas que sufren de insomnio o quieren tener sueños lúcidos. Pone el cerebro en reposo hasta que resuelvas el rompecabezas.
-¿Qué rompecabezas?
-La pregunta que debes resolver es: ¿cómo sabes si estás despierta?
Abrió los ojos como platos. No había manera de saber si realmente estaba despierta. Como un instinto primario, intentó volver a controlar el sueño, y de pronto volvió a oír esa voz metálica que decía una y otra vez "ahora estás soñando". Miró sus manos con verdadero terror. No funcionaba, no podía despertarse. Y de pronto hubo algo extraño. Podía estar alucinando, pero hubiese jurado que no tenía trece dedos entre las dos manos.
Se despertó de golpe. No sabía ni cómo había creído que era un sueño, ella no tenía perro desde los seis años. Contó los dedos de sus manos para asegurarse de que estaba despierta. Cinco en cada mano, diez en total. Se sacó el chip con verdadero terror y llamó a Yana. El chico tardó casi dos minutos en responderle, y la miraba con verdadera sorpresa.
-¿Ya lo has hecho?
-Sí, ¿qué demonios es esto?
-Un juego -respondió sin más-. Pone tu cerebro en reposo y te mete en una fantasía, algo que te resulte cómodo pero extraño al mismo tiempo. Si lo resuelves te deja salir.
-Yana, un consejo: Inventa algo con lo que la gente no se muera de miedo, científico chiflado.
Y, sin darle tiempo a preparar siquiera una respuesta, cortó la llamada.
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