Cuando tomé consciencia de dónde me encontraba, algo no estaba del todo bien. No sabía el tiempo que llevaba allí ni me importaba, solo que delante de mí estaba mi madre, mirándome con preocupación. Era como si me hubiese estado buscando durante días, puede que meses.
-¿Estás bien? -asentí algo confusa-. ¿Qué ha pasado?
-Es un juego -dije con calma-, pero acabo de perder en el nivel 15 y tengo que volver al primer nivel.
-Bien, pero no lo harás sola. Esta vez yo te ayudaré.
Eso era imposible, teóricamente. Sin embargo allí estábamos las dos, en una casa de campo con un porche enorme, construida en piedra y con un jardín que se perdía en la distancia pero, no obstante, parecía muy pequeño.
Avanzamos hasta el jardín trasero, que tenía dos árboles tan gordos que cualquier sierra cejaría en el empeño de cortarlos. Sus ramas se unían formando un puente cuadrado, y al fondo había una playa. Sí, lo has leído bien, mi jardín terminaba en una playa sin arena, todo era césped artificial que me pinchaba en los pies, envolviendo un manto de agua que se perdía en la distancia hacia una pared blanca y acariciaba la orilla con un suave oleaje. Pero no olía a mar, allí no había olores.
Trepé al árbol y mi madre me siguió, algo curioso porque, que yo recuerde, ninguna de las dos sabe cómo trepar a un árbol. Llevábamos un rato mirando a la casa de una planta, rodeados de más chicos y chicas de mi edad, y entonces apareció una niña. Llevaba una camiseta muy grande a modo de vestido, con los bordes llenos de cortes y ennegrecidos, un oso de peluche y el cabello negro y sucio ocultando su rostro. Estaba llena de sangre y tenía un cuchillo de cocina en la mano.
-¿Te pasa algo? -preguntó al ver mi rostro confuso.
-Algo ha cambiado, esto no es como yo lo recordaba.
Sí, había algo raro. En el primer nivel que yo jugué al principio, la niña no estaba llena de sangre ni tenía un peluche, y su cabello estaba perfectamente lavado y atado en dos trenzas. Tenía un vestido amarillo con la cara de un osito de peluche y se reía. En ese nivel había que proteger a la chica de un monstruo deforme que quería matarla. Pero con semejante cambio yo no sabía qué hacer.
Entonces apareció el monstruo jorobado, un ser que, de acuerdo con mis recuerdos, era torpe e inútil. No podía hablar, era incapaz de subirse a una silla y tenía un cuchillo. Pero como he dicho algo había cambiado, y el jorobado trepó al puente de árboles con una facilidad insultante. Antes era tan sencillo como agarrar a la niña y subir al puente, entonces la niña estaba a salvo y podías pasar de nivel, pero ahora el monstruo podía trepar.
A una orden a gritos, saltamos todos del puente. Tenía más de seis metros y no me hice siquiera un esguince. Empecé a oír gritos por todas partes, y por desgracia es algo que no llevo demasiado bien, mi cabeza dejó de poder percibirlos, y cuando quise darme cuenta solo pude entender "corre", antes de que el monstruo saltase del puente y se obsesionase conmigo.
Tenía muy pocas opciones, esa bestia era sanguinaria, así que me tiré hacia la playa y nadé todo lo lejos que pude. El monstruo le tenía miedo al agua, pero eso era algo que yo creía y que también había cambiado. Ese ser me siguió, entró al agua tras de mí, y cuanto más me alejaba, más se acercaba él. Por un segundo creí que podría huir, pero entonces me tropecé con una pared blanca cubierta de azulejos.
Empecé a tener miedo, estaba desesperada, tenía que haber una salida, como fuese. Pero me equivoqué, el monstruo me capturó, clavó sus dientes en mi rodilla y grité. Me llevó hacia la orilla como un fardo, me estaba desangrando y le daba igual. Entonces mi madre agarró el cuchillo de la niña, y en cuanto la bestia jorobada salió del agua, mi madre le atravesó el pecho con el filo plateado.
-¡Avisad a un médico!
¿Un médico? Claro, como si pudiesen llegar aquí, al laberinto de sueños. Mi mente empezó a nublarse, oí un pitido, sentí algo presionando mi pecho, y entonces se produjo una descarga. Mi cabeza se bloqueó por completo, por un segundo creí que iba a morir, y entonces me desperté en el hospital. ¿Cómo me habían sacado del laberinto? Tenía una pierna escayolada, también un brazo, notaba varias costillas rotas y no podía hablar porque mi mandíbula no me lo permitía. Allí estaba una mujer rubia, con rizos de los 50 y un pijama verde. La mujer pulsó un botón y apareció un hombre con gafas, medio calvo y con una bata blanca.
-Nos has dado un buen susto, Elena.
Yo no me llamo Elena, mi nombre es Cristina. ¿Por qué ese imbécil me está llamando Elena?
-Sufriste una agresión, tienes una pierna rota, un brazo roto, la mandíbula fracturada por dos sitios, tres costillas hundidas y dos rotas... tardarás un tiempo en recuperarte, después del coma creíamos que te perderíamos. Avisaré a tus padres.
El hombre de la bata blanca se fue y entró una mujer rubia con gafas y un hombre que pesaría unos 100 kg, con barbilla redondeada y gafas finas. Esos no eran mis padres, ¿o sí? Mi mente estaba confusa, como si acabase de pasar por una batidora, y la niña de la camiseta grande llena de sangre, con el oso y el cuchillo, que me mira desde la esquina, no mejora las cosas.
Me he despertado gritando. Algo no va bien. Miro mi reloj con preocupación. Las 4.37 a.m. ¿Qué demonios acaba de pasar? Esa ha sido la pesadilla más vívida e intensa de toda mi vida. Podía sentir la hierba, el dolor de aquel mordisco... era todo tan real... No voy a poder dormir más esta noche, tengo demasiado miedo. Creo que este es un sueño que nunca podré olvidar.
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