"Hoy es Navidad, y mucha gente ha iluminado sus casas con luces y adornos de hombres gordos y barbudos vestidos de rojo, renos y otras cosas que jamás he comprendido. Nunca me ha gustado la Navidad, pero este año es diferente, este año la odio profundamente.
Quizá tenga algo que ver con el hecho de que Baldo, mi perro labrador, haya muerto este año, o con el hecho de que mi novia, Helena, me haya dejado ayer, o que mi madre no me hable por no llorar en el funeral de mi padre, que me ha maltratado desde que tengo memoria.
La idea de que la Navidad es feliz y divertida es una cuestión de marketing. ¿Quieres saber qué es realmente la Navidad? Una fiesta robada, como muchas de las que ha robado la iglesia. Jesús, si es que existió, seguramente nació en marzo. La única razón por la que la Navidad se celebra en diciembre, es porque entre el 17 y el 23 de diciembre, se celebraban las fiestas Saturnales, en honor al dios Saturno.
Las luces del árbol vienen de esas fiestas, cuando se encendían velas y antorchas por el nacimiento del Sol Invictus el 25 de diciembre, y esto coincidía siempre con el solsticio de invierno. Y durante esa fiesta se celebraban banquetes, orgías e intercambio de regalos. A mi me parece algo hermoso, pero al papa Julio I le parecía una aberración, y decidió que esa fiesta debía ser borrada de la historia, así que instaló el nacimiento de Jesús de Nazaret el 25 de diciembre.
Supongo que esto te ha resultado un poco aburrido, pero resulta esencial para entender por qué he llegado a este punto, por qué estás leyendo esta carta. Helena creía que soy demasiado racional, fría y distante. Creía que no la amaba, pero eso no es verdad.
Helena y yo hemos estado juntas desde el instituto. Ella amaba cantar y yo la impulsaba a conseguir sus metas. Lo mío era la literatura, pero ella a mí jamás me alentó a buscar un camino. ¿Y se supone que era yo la fría? Siempre la he apoyado, pero cada vez que yo intentaba abrirme paso, ella destruía mis sueños una y otra vez. Imagina lo que es escribir una novela negra con 800 páginas y muchísimo misterio, y encontrarte con que la persona que más valoras, cree que no sirve para nada y que las editoriales que me dieron un sí, pretendían estafarme.
Mientras yo buscaba conciertos y músicos dispuestos a acompañar su voz desafinada, al mismo tiempo que ella culpaba a los músicos de no saber seguirla, ella me destruía poco a poco. He tenido que disculparme con diversos tipos de artistas y cazatalentos cientos de veces, y soportar sus cambios de humor, su frialdad y su egoísmo. Al final me dejó, alegando que yo era fría y que no la dejaba crecer como artista.
Estuve a punto de decirle que un gato con afonía tenía más instinto musical y talento que ella, pero ¿para qué? Sus próximos representantes se encargarán de esto. Sin embargo, pese a que ya no tengo un ancla atada al cuello, no puedo nadar hacia la superficie. Procurar buscar el bien para un talento inexistente me ha dejado con más deudas de las que puedo asumir.
Después llegó la muerte de mi padre, un hombre alcohólico, sociópata y maltratador que aprovechaba la más mínima oportunidad para descargar su cinturón sobre mis costillas. Incluso el hecho de empezar a salir con Helena fue un insulto para él, y me dejó cicatrices en la espalda por ello. Le hacía lo mismo a mi madre, pero ella se quedó atrapada por esas situaciones, y le defendía diciéndome que lo hacía por amor. ¿Vas en serio, mamá? No se daña a quien se ama, y menos a propósito.
El día de su funeral me presenté vestida de negro, como todo el mundo. No podía sentirme mal, pero este es un mundo de apariencias, y eso es todo lo que importa. Mientras mi madre lloraba como alma en pena en una esquina, gimoteando que no podría vivir sin él, yo no podía derramar ni una sola lágrima, porque me sentía liberada. Nunca se me ha dado bien someterme, y el echo de soportar su trato durante catorce años, era demasiado. Al final el alcohol acabó con él, y murió al estrellar su coche contra una torre de alta tensión. Ni siquiera se pudo saber si la muerte fue por el choque o por los 380.000 voltios que pasaban por la torre.
Podría haber fingido, pero nunca se me ha dado bien mentir, y me quedé de pie, mirando el ataúd cerrado sin parpadear. Eso fue así hasta que oí a mi madre llamarme asesina. Tiene mérito, la verdad. Ni que hubiese puesto un radiocontrol en el coche para hacer que se estrellase. Bien por ti, mamá, te has lucido.
Pero lo peor fue perder a Baldo. Esto fue lo primero en ocurrir, pero también fue lo que más destrozada me dejó. Imagina tener un amigo fiel, un ser que jamás te ha abandonado, y verlo morir poco a poco por un tumor, hasta que ya no lo aguantas más y decides acortar su sufrimiento. Imagina abrazarlo mientras le clavan una inyección, y que lo último que haga sea lamer tus lágrimas. Solo recordarlo hace que se me rompa el corazón.
Intenté aguantar, intenté soportar el dolor y sobrevivir a mi peor año, pero llegó la Navidad y me asaltaron con esas dichosas luces, la hipocresía que ocultan todas las familias, mi madre mirándome con desprecio y la imagen de Baldo sobre la chimenea.
Salí corriendo de la vieja casa de piedra de mi madre, mientras a mis espaldas todos me llamaban "mala hija" o "Grinch". Aclaremos algo, el Grinch no odiaba la Navidad, odiaba a la gente y eso es bastante razonable. A la gente le da igual si eres feliz, si tienes dinero o si consigues lo que te propones, es más, algunos incluso celebran tus fracasos.
Corrí durante lo que me parecieron horas, hasta llegar a un gran puente sobre la bahía de Sidney. Quería gritar hasta quedarme sin voz. Había tenido suficiente, he soportado más en un año de lo que muchos aguantan en toda una vida. Así que si estás leyendo esto, es que me he roto, que he llegado al punto de no retorno y ya no aguanto más. He dejado esta carta bajo una piedra en el puente, y nunca me encontraréis, así que dejad de buscar"
-Mamá -la voz de Charles le hizo levantar la cabeza-. Han pasado cuatro años, Eva ya no está.
-Nunca se suicidaría -respondió Victoria-. Conozco a mi hija, ella no se quitaría la vida.
Victoria se levantó, guardó la carta en el cajón de su mesilla y salió de la casa, rumbo a la plaza, para ver las luces encenderse sobre la bahía. Cada vez que salía de casa, veía el rostro suave y dulce de Eva en todas partes. No se había encontrado su cuerpo pero la habían dado por muerta, y algunos conocidos en Sidney la miraban siempre con tristeza y lástima.
Estaba acostumbrada, había tenido que soportar esas miradas desde los últimos cuatro años. Cada año desde su desaparición, Victoria se acercaba al puente, donde había aparecido aquella carta, y dejaba una vela sobre la barandilla. Después se iba sin mirar atrás y caminaba hasta la plaza para ver las luces encenderse.
Pero había algo que Victoria ignoraba, y era que cada año una misteriosa figura iba al puente, apagaba la vela y se marchaba en dirección contraria. Ni siquiera vivía en Australia, pero tampoco podía evitar ir al otro lado de la bahía y ver las luces encenderse, pese a que odiaba la Navidad
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