Con la mano cerrada observó a su hermana pequeña, quien tenía una imaginación realmente desproporcionada. La pequeña insistía en que había una criatura en su dormitorio que no la dejaba cerrar los ojos por la noche. Era pequeña, brillante y con alas, así que cuando Lizzie fue a arroparla aquella noche, la joven todavía estaba con los ojos como platos.
-Ava, ¿por qué no duermes?
-Porque me molesta -respondió la pequeña.
Lizzie observó el punto que su hermanita de cuatro años marcaba con el dedo. Allí no había nada, pero como Ava insistió, su hermana mayor fue a por la red que utilizaba para sacar a los peces del acuario y empezó a moverla por donde su adorable hermanita señalaba para cazar a una criatura invisible.
Estuvo peleándose con la nada durante casi una hora, hasta que finalmente Ava le anunció que ya la tenía y Lizzie agarró la red vacía y fingió pasarse algo a su mano, que ahora estaba cerrada.
-Bueno, ya la tengo, ¿crees que podrás dormir ahora? -asintió con una cálida sonrisa-. Entonces cierra los ojos y cuenta mariposas.
-Son ovejas.
-¿De verdad quieres contar algo tan ruidoso? Creía que te costaba dormir.
Ava se rio con sus ojos inocentes mirándola, dejó que su hermana mayor la arropase y le diese un beso en la frente, y, cuando Lizzie apagó la luz, todo quedó a oscuras y finalmente pudo dormir.
Lizzie no podía creerse que hubiese jugado a capturar un hada a sus 16 años. Volvió a su dormitorio, dejó la red encima de la pecera y se tumbó sobre su cama con los zapatos puestos. Adoraba a su hermana y su imaginación infantil, pero jugar a perseguir hadas era algo que normalmente nadie de 16 años haría. Abrió las cortinas y algo de polvo cayó sobre su nariz, provocándole un estornudo. Por suerte para ella no era alérgica al polvo.
-¿Por qué me has sacado de la habitación de Ava? Esto apesta.
-Mi habitación no... -miró a su alrededor-. Debo de estar volviéndome loca -y algo le tiró del pelo-. ¡Ay!
Cuando miró sobre su hombro había algo pequeño y brillante, con largo cabello de color blanco y alas transparentes. Por un momento no supo qué decir.
-Devuélveme a la habitación de Ava.
-No, tú nunca dejas dormir a mi hermana -se le cayeron las alas despacio como a un perrito su cola-. Y ni siquiera eres real.
-¿Te ha dolido?
Lizzie la miró enfurruñada. Esa dichosa criatura brillante le había tirado del pelo. Abrió la ventana, fue a sacarla de su casa para siempre, a tirarla lejos, y entonces sintió un pinchazo en la mano y observó su dedo. Estaba sangrando, no era mucho pero lo justo como para girarse hacia el hada con el ceño fruncido y evidente mal humor.
-Eres una pesadilla.
Estaba tan enfadada que, sin darse cuenta, tiró el frasco de sales de baño que tenía adornando su dormitorio. Entonces el hada estiró sus alas de mal humor y bajó volando hasta el suelo, donde empezó a contar cada granito de sal. Por un momento Lizzie se alegró, al fin podía perderla de vista un rato, y entonces tuvo una idea.
-¿Te aburres?
-Te odio.
-Vas a contestarme a un par de preguntas -agarró el frasco, que todavía estaba por la mitad-, o lo vacío entero y te pasas ahí una semana.
-¿Qué quieres? -preguntó el hada sin dejar de contar.
-¿Puedes mentir? -respondió una negativa tajante-. Perfecto, ¿cómo consigo que te largues?
-A Titania nadie la echa.
-Entonces ponte cómoda, porque no dejaré de tirar granitos para que puedas contarlos -vertió algo más de las olorosas sales en el suelo y el hada infló las mejillas-. ¿Qué tengo que hacer para que te vayas, Titania?
-Yo concedo deseos, solo tienes que pedírmelo y...
-Muy bien -interrumpió la adolescente-, deseo que te vayas de mi casa y no regreses jamás.
Pero Lizzie debería haber escuchado, porque cuando el hada sonrió y todo empezó a cambiar a su alrededor, se dio cuenta de que acababa de cometer el error más grande de su vida. Intentó retroceder, pero le había pedido a Titania no volver nunca, así que hubo de ver cómo sus libros se convertían en flores, sus paredes en árboles y cómo el hada crecía hasta medir más que ella misma.
-¿Qué demonios has echo?
-¿Qué has hecho tú? Si me hubieses dejado terminar, te habría dicho que deberías tener cuidado con lo que dices y cómo lo dices, ¿o a caso me has pedido que me fuese sola?
-Devuélveme a casa.
-No. Ponte cómoda querida, porque en Tír na nÓg el tiempo se comporta de un modo peculiar, y mientras estábamos hablando, han pasado diez años en tu mundo.
Se le congeló la sangre en las venas y el color escapó de su rostro. No era posible, Titania tenía que estar mintiendo. ¿Tír na nÓg? Posiblemente, pero ¿diez años en menos de diez segundos? No, eso tenía que ser broma. La idea de pensar que su vida acababa de desaparecer con una sola frase...
-¿Por qué lo has hecho?
-No deberías enfadarte tanto, originalmente iba a buscar a tu hermanita, ella me sería mucho más útil que tú, pero tampoco voy a quejarme.
-¿Y qué es lo que quieres de mi?
-Cien años de servicio en mi reino, y luego, si quieres, puedo echar el tiempo atrás y devolverte a tu casa, a tu vida aburrida y sin magia.
Miró a Titania con el corazón roto. Aunque pudiese volver a casa desde ese extraño lugar que no sabía ni dónde estaba, nada le garantizaba que Titania no estuviese diciendo la verdad. Aceptó con triste asentimiento y el hada sonrió, pero no porque hubiese aceptado, sino porque nadie quería volver, nadie, por muchas ganas que tuviese al principio o por mucho que intentase escapar, sin importar lo que hubiesen dejado atrás, todo el mundo acababa por quedarse en Tír na nÓg.
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