Me crie en un pueblo tranquilo, a las orillas del mar y rodeado por un bosque, donde se respira el aroma de las flores y cada día te despiertas con el murmullo de las olas. Es un paraje paradisíaco, donde cada uno ha llegado de un modo u otro. Mi madre vino aquí buscando trabajo en una conservera, el único negocio que daba de comer a todo el pueblo, nuestro vecino huía de su antigua vida, de su novia maltratadora y agujero negro que se gastaba todo su dinero y no le dejaba apenas para comer, los padres de mi mejor amiga simplemente querían empezar de cero cuando a ella empezaron a acosarla sus estúpidos compañeros de colegio... Todos los que viven en Hallerville, un pueblo de Canadá entre Saltair y Chemainus, en Vancouver Island, llegaron a ese pueblo buscando una nueva vida, y ahora ninguno puede irse.
No suena tan mal, ¿verdad? Un pueblo paradisíaco con un trabajo que nadie pierde si no quiere y toda la libertad que puedas imaginar. No es un lugar del que uno se iría, pero yo no he dicho que no quieran irse, simplemente no pueden. A Hallerville se puede entrar, pero la última vez que alguien intentó salir, sucedió algo muy raro. Recuerdo que se llamaba Frank Rotter, y que se subió en el Twingo amarillo mostaza en el que había llegado con todas sus maletas y condujo hacia la salida del pueblo. Dos días más tarde, el señor Rotter apareció en la plaza, como su madre lo trajo al mundo y sin recordar ni su nombre. Durante unos días creíamos que nos estaba tomando el pelo, pero acabamos por asumir que no tenía recuerdos. Ni siquiera sabía agarrar una cuchara.
Con el paso de los meses, casi un año en realidad, el señor Rotter fue recuperando sus recuerdos, y un día le preguntamos por qué había vuelto y cómo había llegado al pueblo sin nada más que su traje de nacimiento. Si creímos que nos respondería, nos llevamos una decepción. Frank se puso a gritar como si lo estuviésemos torturando, corrió hacia el puerto, se llenó los bolsillos de piedras y se hundió en el mar, para no volver.
Eso nos pareció raro por varias razones. En primer lugar estábamos conectados a la carretera nacional y constantemente llegaban camiones al pueblo que se llevaban conservas o nos traían otro tipo de bienes. También había líneas de fibra óptica llegando al pueblo y adentrándose en cada casa, todos teníamos móvil y ordenador... estábamos aislados, pero no desconectados. ¿Por qué el señor Rotter había vuelto entonces?
Esa respuesta no tardó demasiado en llegar, de hecho lo hizo al mismo tiempo que Ruth. Vivía en Seattle y era mi mejor amiga. Le conté cómo era Hallerville, y ella me habló de su ciudad y de lo gigantesca que parecía. Como llegué a este pueblo a los dos años, no recuerdo nada de otros lugares. Cuando le dije dónde estaba, decidió pasar sus vacaciones de verano conmigo. Así que Ruth condujo hasta Vancouver, se subió al ferry en Tawwassen, bajó en Long Harbour y volvió a conducir otros 50 minutos para llegar a Hallerville. Pero, cuando llegó a dónde le había dicho que estaba mi pequeño y aislado pueblo, me llamó por teléfono muy cabreada.
-¿Ruth? ¿Te has perdido?
-¿Perderme? He seguido las indicaciones que me has dado, aquí no hay nada Alice. Si es una broma no tiene ninguna gracia.
-No, es imposible. Mándame una foto del sitio donde estás, puede que aún no hayas llegado.
A los pocos segundos recibí una imagen que me hizo saltar del sofá y gritar como si estuviese poseída. Ahí estaba el bosque que rodeaba el pueblo, el mar, incluso el islote que se veía desde mi ventana y al que nadaba cuando era pequeña, pese a las advertencias de mi madre... pero ni rastro de la conservera, de la torre del reloj o de las casas. Ruth estaba exactamente donde se suponía que debía estar Hallerville, pero el pueblo no estaba allí.
-¿Alice? ¿Qué ha sido ese grito?
Si le explicaba a Ruth que mi paradisíaco pueblo estaba exactamente donde ella había llegado, pero no podía verlo, iba a tomarme por loca, pero tampoco podía decirle que no ocurría nada. Con la mano temblorosa agarré el teléfono y me lo llevé a la oreja, y al otro lado, antes de poder escuchar la voz de Alice o que ella escuchase la mía, oí una voz extraña en el teléfono, pero que, al mismo tiempo, parecía estar pegada a mi oreja: "no se lo digas".
Me congelé de miedo, el teléfono se colgó solo, lo supe porque parecía que yo misma había terminado la llamada pero no había tocado una sola tecla. Estaba aterrorizada, pero Ruth y yo nos habíamos inventado un código secreto, así que le envié una alerta en la que le decía que lo sentía, que el pueblo estaba allí pero al mismo tiempo no, y que saliese corriendo y no mirase atrás hasta llegar a Seattle.
Esa misma noche decidí que ya había tenido suficiente, y subí las montañas para alejarme de Hallerville para siempre. No me esperaba salir, creí que iba a acabar como el señor Rotter, pero era casi como si el pueblo quisiese echarme, como si el hecho de descubrir la verdad hubiese sido suficiente para no quererme allí. Caminé sin descanso hasta llegar a Chemainus, y entonces busqué en mi agenda telefónica, pero ¿a quién iba a llamar? Estaba a punto de guardarlo cuando vi un número desconocido en la pantalla y respondí con el ceño fruncido, preguntándome quién podría tener mi número.
-¿Sí?
-Alice White, supongo. Soy el oficial Victor Lognpen, su amiga Ruth Evans me ha dado este número para poder contactar con usted, dijo que la última vez que hablaron, escuchó una voz que decía "lárgate, es nuestra", así que salió corriendo y vino a buscarnos. ¿Dónde está usted?
-En la gasolinera de Chemainus, la que está cerca del lago.
-No te muevas de ahí. Dile a Peter que te he dicho que me esperes dentro.
Entré a la gasolinera y hablé con un hombre alto, con los ojos grises y mandíbula cuadrada, de unos cuarenta años. Le expliqué lo que Longpen me había dicho por teléfono. Él asintió con seriedad, me señaló una silla en el despacho y entré allí. Saqué mi smartphone y traté de llamar a mi madre, pero solo oí la misma voz escalofriante que me decía "lárgate, ya no perteneces a Hallerville".
Ruth y Longpen llegaron a los pocos minutos, y yo corrí a sus brazos. Ella me rodeó con cariño y finalmente dejé de tener miedo. Había escapado de Hallerville, no sabía cómo o por qué, pero ya no podían tocarme.
Esa misma noche Longpen me llevó a donde se suponía que debía estar Hallerville, pero allí no había absolutamente nada. Al parecer, el hecho de que Ruth viniese a buscarme, fue suficiente para que, quien quiera que mande en el pueblo, me echase sin contemplaciones. He intentado llamar a mi madre varias veces, pero siempre me contesta la misma voz. Alguna vez he intentado convencerle de que me deje hablar con ella, pero cuelga antes de que pueda pedirle siquiera que le haga saber que pienso en ella.
Ruth y su familia me acogieron sin hacer preguntas, ella les contó que me había encontrado en la carretera y que no sabía dónde estaba mi familia. Supongo que eso es mejor que contarles que salí de un pueblo que nadie puede encontrar, excepto que lo busque para quedarse allí, a merced de lo que quiera que tiene bajo su poder a la gente de Hallerville.
No hay comentarios:
Publicar un comentario