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viernes, 24 de febrero de 2023

La puerta invisible

El sonido de las teclas llenaba el ambiente, había estado escribiendo sin parar durante las últimas dieciséis horas, sin probar bocado y con la única compañía de una copa de whisky y una gata dormilona de color blanco. No era de extrañar, las palabras se acumulaban en su cabeza y salían por sus dedos como si se tratase de magia, y eso era algo normal teniendo en cuenta lo que había vivido tan solo un año antes.

Aquel último día de abril de 1936 se había reunido con sus amigos de la Hope Street High School en su villa de tres plantas y color verde claro. Eran seis personas en total, y todas compartían el mismo vicio: las artes ocultas. Estaban convencidos de que el universo, este plano, no era el único plano, y por eso aquella noche decidieron probar su teoría.

Eligieron ese día a conciencia, sabiendo que era una noche especial. Era opuesta a la noche de Todos los Santos, una noche de magia y misterio, en la que la magia se vuelve más poderosa y las brujas celebran la llegada del verano: era la noche de Walpurgis.

Ninguno creía realmente que el ritual, que habían encontrado en un viejo libro encerrado en un baúl en una casa de subastas, fuese a funcionar realmente, pero tampoco tenían nada que perder. El ritual describía cómo abrir una puerta a otra dimensión, y eso era tan extraño y tan surrealista que no había la más mínima esperanza de que fuese a surtir efecto. 

Se equivocaron. 

Aquella noche, rodeados por un centenar de velas blancas, pronunciaron a la vez unas palabras escritas en latín arcáico. Todo lo que ocurrió fue que todas las velas se apagaron al circular una fría corriente de aire. Estaba decepcionado, y cerró el libro con un gesto molesto.

-Caballeros, lamento muchísimo este inconveniente. Si me acompañan les invitaré a una copa de whisky.

Los cinco hombres observaron a su anfitrión, y de buena gana aceptaron acompañarle. Salieron del sótano y subieron las escaleras tras cerrar la puerta.

Poco a poco todos los asistentes a aquella reunión fueron muriendo, y él no sabía por qué. Si uno de sus amigos se tiraba desde el Washington Bride, el otro se disparaba en la sien. El tercero sufrió un infarto, pese a que comía sano y hacía ejercicio regularmente, y el cuarto simplemente desapareció, como si la tierra se lo hubiese tragado.

El escritor no tardó en comprender que vendrían a por él, que aquella noche hacía casi un año, habían ocurrido cosas que no tenían una explicación sencilla. Por eso, durante los últimos meses, dormía poco y bebía demasiado, siempre acompañado de Tulpa, su gata dormilona de color blanco perla.

Levantó la mirada hacia su adorable compañía, y la gata, que siempre lo miraba cuando sentía sus ojos negros sobre ella, no hizo un solo movimiento. Supuso que estaba dormida, solía dormir mucho, así que no le dio mayor importancia.

Sus dedos siguieron fluyendo sobre las teclas durante tres horas más, atrapado por la historia que estaba escribiendo. Cuando tecleó la última palabra de aquella misteriosa novela, volvió a mirar a Tulpa, con una sonrisa de satisfacción que se borró al instante, pues la gata no se había movido ni un milímetro en las últimas tres horas.

-¿Tulpa?

Se levantó de la silla, arrastrándola sobre el suelo de madera, y se acercó a la gata blanca. Esperaba encontrarla tan dormida que ni siquiera se hubiese percatado de su presencia, pero el animalillo tenía los ojos abiertos como platos y la cabeza en una extraña posición. Acarició su pelaje, rezando por estar equivocado, pero la gata estaba fría como el hielo, inmóvil... muerta. No tenía sentido, esa gata no tenía ni dos años y se había roto el cuello estando tumbada.

La puerta se abrió de golpe y la señora Thompsom, una mujer de cincuenta años, rubia, con los ojos verdes como esmeraldas y piel pálida, delgada como un junco y con un vestido negro, entró al despacho con una sonrisa.

-Me ha asustado. ¿Podría llamar mañana al señor Rockwell? Tulsa ha muerto.

-Y no va a ser la única.

El escritor retrocedió un paso cuando vio los ojos verdes de Viola cambiar a un color plata metalizado. Era imposible, eso no tenía sentido, pero aun así parecía que sus ojos se habían llenado de un denso metal fundido.

-¿Qué...?

-Te has equivocado... no debiste abrir esa puerta. Tuviste mucha suerte de que hubiese sido yo la que salió y no otra... cosa.

-No comprendo...

-Obviamente, no te lo he explicado -Viola se sirvió una copa de whisky y se la bebió de un trago-. Mi nombre... bueno, puedes seguir llamándome Viola, de hecho creo que me gusta. Verás, hace cosa de un año vosotros cinco, idiotas, jugasteis a ser brujos y decidisteis hacer un ritual. Esas palabras fueron escritas por el ser que creo la cárcel que nos ha mantenido encerrados los últimos milenios, y se suponía que habían sido destruidas más o menos en el año 430 -sonrió-. Pero no fue así -y se sirvió más alcohol-, y vosotros, imbéciles, en lugar de quemar esas páginas o ignorarlas, que es lo que habría hecho cualquier humano racional, decidisteis jugar a ser brujos.

-Entonces...

-La puerta se abrió, pero no todas las puertas a otros mundos se ven. ¿O crees que una corriente de aire puede atravesar una ventana y, en lugar de salir por otra, bajar las escaleras del sótano y apagar todas las velas? Esa corriente de aire vino de mi mundo. Y ahora, gracias a vosotros, voy a tener que pasarme toda la eternidad vigilando esa puerta para que nada más salga, o puedo cerrarla simplemente acabando con todos los que hicieron ese absurdo ritual -y volvió a vaciar el vaso-. Eres el último que queda.

El escritor observó a su ama de llaves con una mueca de terror. Esa mujer que solía ser dulce, amable, cariñosa y servicial, esa mujer que tenía un hijo que adoraba y que cuidaba de él y de aquel niño como solo podía hacerlo una madre, se había ido para siempre.

-Por favor, lo siento, no lo sabíamos...

-¿Y qué? ¿Crees que eso cambia algo? Esa puerta no se va a cerrar, más cosas como yo querrán salir, y créeme, no querrás que ese día llegue. Si yo te parezco cruel y sanguinaria, imagina lo que podrían hacer con seres blanditos e indefensos como los humanos, una raza de seres viciosos que simplemente comen.

El escritor jamás llegó a plantearse qué ocurriría si eso llegaba a pasar, pero Viola lo sabía perfectamente, sabía que destruirían el mundo poco a poco, o que lo convertirían en una granja. Acababa de conocer ese mundo verde, hermoso y brillante, ese sol cálido y las noches estrelladas, y le había gustado. Su intención jamás fue ser sangrienta o injusta, pero necesitaba la sangre de aquellas cinco personas para ponerle una reja a la puerta y necesitaba asegurarse de que nadie más volviese a abrirla.

Viola rompió el vaso contra la mesa de madera, las astillas se clavaron en sus manos y de ellas brotó algo negro y espeso. El escritor retrocedió, pero ella no lo dejó marchar, se había asegurado de cerrar la puerta con llave. Fue algo rápido y sin misericordia, con el cristal del vaso le rebanó el pescuezo al escritor, que cayó envuelto en un charco de sangre.

Volvió a la mesa con gesto curioso y sacó la última página escrita. Observó las letras con curiosidad y una mirada concentrada.

-Vale chico, esto es muy bueno -y miró el cadáver-. Que lástima que fueses... lo bastante imbécil como para jugar con cosas que no comprendías.

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