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viernes, 17 de marzo de 2023

El imitador

-Estoy seguro de que te preguntas cómo he acabado aquí, entre estas cuatro paredes. 

La doctora Emily Higgs observó a su paciente, Alexander, con una ceja levantada. Claro que sabía cómo había acabado en el psiquiátrico. Según su expediente había intentado quemar su casa con él dentro, y había llegado con quemaduras de segundo grado, por lo que tenía vendas en los brazos y en el torso. Después de tres meses en la unidad de quemados del hospital, habían decidido trasladarle al ala psiquiátrica.

-Bueno, todos tenemos nuestra historia Alexander, ¿por qué no me cuentas qué ocurrió? -repasó sus notas en la tabla con pinza-. Cuando te ingresaron en la unidad de quemados, dijiste que habías cometido un error, ¿de qué estabas hablando?

Alex tenía quince años, y según su historial psicológico, sufría depresión desde que su hermana, Clare, se había suicidado. Pero Emily no veía ninguno de los síntomas de una depresión, de hecho casi parecía... asustado.

-Debí evitar que se suicidase -murmuró con lágrimas en los ojos.

Eso podía pasar por una depresión, ese sentimiento de culpa... pero no lloraba por sentirse culpable, a juzgar por el involuntario temblor y las rodillas rodeadas con sus brazos, no era culpa lo que sentía, sino miedo.

-¿Por qué estás tan asustado, Alex?

-¡Le he dicho que no me llame así! -la psiquiatra ni se inmutó-. Clare era la única que me llamaba Alex.

-Está bien, lo siento. ¿Podrías responder a mi pregunta?

Alexander la miró con los ojos llenos de lágrimas. ¿Cómo iba a decírselo? ¿Cómo iba a explicarle esa sensación de frío cada vez que...? No, nunca le creería, seguramente se pasaría más tiempo encerrado, en peligro, y eso no podía ocurrir.

-No lo entendería.

-Inténtalo. ¿Por qué intentaste quemar tu casa?

-Yo no intenté quemar mi casa, yo no provoqué el incendio. Estaba hablando con... -desvió los ojos hacia la derecha- un amigo por teléfono y... cuando me di la vuelta todo estaba en llamas.

Emily se fijó en sus ojos, en su mano temblorosa colocándose el pelo detrás de las orejas, en sus pies, frotándose uno contra otro... eso solo podía ser una cosa.

-¿Sabes lo que es un tic? -negó rápidamente-. Te colocas el pelo detrás de la oreja cuando mientes.

-¿Cómo sabe que estoy mintiendo?

-No solo sé que lo haces, sino también cuándo. No estabas hablando con un amigo ni por teléfono. ¿Con quién estabas hablando?

Su labio tembló un momento, solo con pensar en decirle lo que lo había llevado al ala psiquiátrica del hospital, sentía ganas de salir corriendo. Pero no podía, así que se quedó sentado, con los brazos envolviendo sus piernas y la cabeza en las rodillas. Estaba harto de sentir frío constantemente, de sentir esos ojos grises sobre él.

-Tiene razón, no hablaba con un amigo, estaba hablando con Clare.

Emily estuvo a punto de decirle que dejase de mentirle, pero estaba siendo sincero. No era solamente que pensase que estaba hablando con su hermana, creía que era así sinceramente.

-¿Y qué te cuenta tu hermana?

-Dice que se siente sola, que quiere que vaya con ella -suspiró pesadamente-. Cuando le dije que no podía hacerlo, la casa empezó a arder. Intenté salir por la ventana, pero no resulta nada fácil si vives en un sexto piso. Las llamas me empujaban hacia la ventana... pero yo no quiero morir, así que me quedé allí, y cuando desperté estaba en la unidad de quemados y el doctor Silverstone me hacía preguntas.

Jack Silverstone era el jefe de psiquiatría, quien había recomendado su ingreso en el ala psiquiátrica, claro que él no necesitaba estar allí, no estaba enloqueciendo ni estaba deprimido. Tal vez estuviese triste por la muerte de Clare, pero no tanto como para intentar suicidarse.

-Estoy segura de que no estás deprimido -concluyó Emily-. Sé que crees que es la única explicación, que por eso tienes alucinaciones, pero tampoco estás alucinando.

-¿Usted también la ve? -preguntó con los ojos muy abiertos.

-Por desgracia no, Alexander, pero estoy segura de que ella se ha aferrado a ti. Soy descendiente de un clan de médiums, y sé que está aquí porque puedo sentir frío -Alexander la miró como si hubiese recibido una descarga-. No te preocupes, encontraré el modo de ayudarte. Por el momento aquí estás a salvo.

...

Guardó la carpeta, con el labio fruncido por sus dientes y una sensación de malestar. Cada vez que se encontraba con un caso como ese, no podía evitar preguntarse cuánta gente estaría en una situación semejante, perseguido por los fantasmas de la gente que más quería, incapaces de escapar.

Estaba tan concentrada en darle vueltas a tal trivialidad, que no sintió el frío hasta que algo se aferró a su piel. Se sacó la bata y levantó la blusa para poder ver qué estaba ocurriendo, y solo alcanzó a ver una mano de color gris despellejada adentrándose en su vientre.

...

-Aaaalex -dijo con voz cantarina-. Sal a jugar hermanito.

Estaba aterrorizado, no quería salir de la habitación, y cuando vio entrar a la doctora Higgs, sintió cómo esa presión en su pecho se iba. Pero esa sensación solo duró un par de segundos, hasta que vio una sonrisa exagerada en su rostro lleno de pecas.

-Clare, déjala en paz.

-Solo si vienes conmigo.

No tuvo tiempo a decir que no, lo último que vio antes de que todo perdiese luz, fue el brillo de unas tijeras plateadas y una densa neblina roja que emitía mucho calor.

...

-Estoy segura de que te preguntas cómo he acabado aquí, entre estas cuatro paredes.

Howard Philips miró a su paciente, una antigua psiquiatra que había asesinado a uno de sus pacientes con unas tijeras y que le había prendido fuego al ala psiquiátrica del hospital en el que solía trabajar. Ella no recordaba nada y no tenía ni una sola herida, a parte de una cicatriz en forma de mano en el vientre. Nadie podía explicarse qué había ocurrido, pero tal vez él pudiese hacerlo, de todos modos ella había sido su alumna más aventajada, y sabía que nunca haría nada parecido sin una buena razón.

-¿Y bien?

-No he sido yo. Esa chica sigue por ahí, pero no es Clare, es otra cosa. Tienes que ayudarme, por favor Howard, sabes lo que soy, lo que es mi familia, tienes que buscar a mi tía y decirle que alguien ha soltado a un imitador, ella lo entenderá.

Hubiese querido decirle que no podía hacerlo, pero conocía perfectamente las habilidades de Emily porque eran las mismas que habían salvado la vida de su hijo cuando empezó a ver el fantasma de su madre por todas partes.

Se levantó de la silla, pero antes siquiera de poder decirle que lo haría, sintió un lacerante dolor en el estómago. Cuando levantó la mirada vio a la doctora Queen agarrando unas tijeras, las mismas que le había clavado en el estómago. Con incredulidad, vio cómo ella se quedaba mirando fijamente a Emily y su voz se distorsionaba hasta el punto de parecer metálica.

-Nunca podrás huir de mí.

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