Mis libros

Libros disponibles

 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del...

miércoles, 1 de marzo de 2023

Gafas de sol

 Vivía apartada del mundo por elección, sin bajar a la ciudad salvo que no tuviese alternativa. Toda su vida había estado apartada de todo el mundo, sola y perdida en un entorno que no la comprendía, que no se molestaba en intentarlo siquiera. Milena no podía simplemente pasar desapercibida, ¿cómo iba a hacerlo con esos ojos? Había nacido con un ojo violeta y otro rojo, así que sus compañeros de clase solían comentar que quería llamar la atención utilizando lentillas de colores. Ojalá fuese así de simple, pero no. Lo que la había hecho vivir aislada del mundo por voluntad, lo que había hecho que se apartase de todo y de todos, fueron esos malditos ojos, y lo que provocaron.

Todo empezó el día de su graduación, y por entonces tenía dieciséis años, algo típico. Lo que no era tan normal era que alguien terminase el instituto con una media de 9,9, y solamente era así porque la profesora de ciencias estaba convencida de que la perfección era algo contrario al conocimiento y al aprendizaje, así que nunca ponía un 10 a nadie. Durante un par de años creyeron que era una insufrible sabelotodo que se pasaba el día encerrada entre libros, hasta que llegaron a los 15 años y empezó a correr el rumor de que tenía una aventura con el director. Estupideces. Milena no necesitaba estudiar para memorizar las cosas, de eso se encargaba su ojo violeta. Ella jamás olvidaba nada, todo lo que ocurría a su alrededor, por pequeño e insignificante que fuese, lo recordaba, así que no tenía la necesidad de estudiar.

En cualquier caso, en el momento de salir del instituto y seguir con su vida, olvidando lo que había sido ser diferente estando en el instituto, Evangelina, quien hasta ese segundo había sido su mejor amiga, o quizá la única, se acercó a ella hecha un basilisco, con el pelo rubio impecable, sus uñas rojas perfectas y un vestido muy hermoso.

-Hola Eva.

-¿Es cierto?

-Vas a tener que ser más concreta.

-No te hagas la estúpida Milena, el rumor de que estás liada con el señor Vegas.

No pudo ocultar lo mucho que le dolió que su mejor amiga dudase de ella de esa forma. Se llevaba bien con el director Juan Carlos Vegas, pero solamente porque era su tío. Muy poca gente era consciente de ese parentesco porque no llevaba el apellido de su familia, era el marido de su tía. Carlos, como prefería que lo llamasen, procuraba cuidar de Milena porque sabía lo apartada que estaba de todo el mundo, la invitaba a comer de vez en cuando y la hacía reír, pero ahí se acababa todo.

Sin embargo, a juzgar por la rabia que Eva sentía en ese momento, no iba a conformarse con esa explicación, y tampoco tenía por qué justificarse. Siempre había sabido que tenía algo raro, no era normal recordar cosas con la precisión de una cámara de video, pero ella podía hacerlo.

-Eva, te doy cinco segundos para que retires eso.

Debió ver lo molesta que estaba, lo mucho que le dolían sus palabras, pero estaba demasiado enfadada para percibirlo. Ella estudiaba durante horas, apenas salía cuando se acercaban los exámenes, nunca dejaba nada al azar, y aun así su media era de 7,8. Sin embargo Milena se pasaba el día dibujando y de noche se tumbaba sobre el tejado de su casa simplemente para poder ver las estrellas. Nunca le había preocupado, hasta que se enteró de su media y del premio que iban a darle por ello.

-Te pasas el día en la luna, es imposible que tengas esa media. Así que al menos ten la decencia de no tomarme por estúpida. No me extraña que los demás profesores te tengan en palmitas, eres una puta.

Solamente fue capaz de escuchar esas últimas tres palabras, que la golpearon como un hierro al rojo en las costillas. Estaba a punto de vomitar. ¿Cómo podía su mejor amiga tratarla de esa manera? Empezó a dolerle la cabeza, como si ese hierro que la había golpeado estuviese ahora pinchando su cabeza con crueldad, y Eva empezó a sangrar por la nariz casi al mismo tiempo. Lo siguiente que recordaba era a su tío Carlos abrazándola mientras ella miraba entre lágrimas el cuerpo sin vida de Evangelina Casas. Según la autopsia había sufrido un aneurisma. Sabía que eso era una verdadera gilipollez, que había sido ella, que por su culpa su mejor amiga estaba muerta. Ignoraba por qué era consciente de ese hecho, pero sabía que había sido así.

A partir de ese día empezó a practicar ciertas cosas. Si pretendía no volver a hacerle daño a nadie, tenía que aprender a controlar ese extraño poder que había matado a su amiga. Al principio eran cosas pequeñas, como elegir qué iba a comer o cuándo ir a dormir. Su madre había sido muy controladora desde siempre, así que nunca había podido comer una hamburguesa o seguir despierta después de medianoche. Por eso, un sábado cualquiera, miró a su madre a los ojos y dijo que le gustaría poder comer una hamburguesa y quedarse despierta viendo una película. Esa misma noche, Azucena pidió comida a domicilio y puso una película de acción que mantuvo a Milena despierta hasta las 2. 

Pero no podía quedarse ahí. A los dieciocho años podía convencer a cualquier persona de cualquier cosa. Normalmente utilizaba sus poderes para ayudar a la gente. Podía convencer a una chica tímida enamorada de su mejor amigo de que le confesase a él sus sentimientos, y a él de que le diese una oportunidad; o a un hombre desesperado de que no se suicidase. Pero también trabajaba por sus propios intereses, así que logró situarse como directora de una filial en Nueva York.

Sin embargo, el peso de ese poder empezó a hacerle daño personalmente, a destruirla de modos que no podía imaginarse. Cada vez que conseguía alguna cosa, por pequeña o insignificante que fuese, cada vez que ayudaba a alguien, toda la gente que había conocido desconfiaba de ella cada día un poco más, y ella se aislaba cada vez más, hasta que se quedó totalmente sola, con todo el éxito y el reconocimiento al que una hispana en Estados Unidos podía aspirar, pero sin nadie con quien compartirlo, y un día, harta de todo lo que ese extraño poder le había dado, se fugó a los bosques de Canadá.

Incluso si alguien hubiese deseado encontrarla, nadie habría podido. Había convencido a los guardias de frontera de que se llamaba Isabella Olsen, así que no existía ninguna Milena Velasco en Canadá. Había estado aislada del mundo durante los últimos años, sin preocuparse de nadie más que de sí misma. Aprendió a cazar, a sobrevivir y a pelear, aprendió a apartarse de la gente, utilizaba gafas de sol para bajar al pueblo, sin importar si hacía sol o llovía. Durante un tiempo todo fue bien, pero esas cosas nunca duran.

Aquella mañana de primavera salió a comprar provisiones, se puso sus gafas de sol y bajó al pueblo. Estuvo caminando durante casi una hora entre hojas y ramas, algo normal dado que vivía en un bosque, pero lo extraño fue a dónde llegó. Estaba en una zona aislada, no podía ser normal lo que veían sus ojos, así que o estaba flipando o había acabado en un campus lleno de estudiantes.

-Llegas tarde.

Se dio la vuelta y vio a una chica con los ojos... ¿blancos? Sí, eran blancos como la nieve, pero, a juzgar por el movimiento de sus pupilas, veía perfectamente.

-No te preocupes, casi todos llegan tarde. Supongo que es la cruz de ser lo que somos.

-¿Y tú eres?

-Oh, me llamo Dayana, soy una sirena, y tú eres una... -le quitó las gafas oscuras y observó sus ojos fijamente-, que interesante, nunca había visto un híbrido entre mentalista y memorizador.

-Devuélvemelas.

-¿Para qué? Aquí no vas a necesitarlas. Estás en la Academia Corey, fundada por Martha Corey en 1694. Tú, querida, no estás poseída ni eres un bicho raro, eres una bruja, y muy poderosa.

Saber eso lo cambiaba todo. Por primera vez tenía una base para aprender a controlar sus poderes, y eso era un alivio.

-¿Y cuándo empiezo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario