Durante los últimos ocho años de su vida, Delin había estado buscando desesperadamente un modo de recuperar lo que había perdido en la Gran Guerra. Era solo una niña cuando había sucedido, pero lo recordaba con claridad, cómo los mortales se aliaron por primera vez en la historia para masacrar a su clan, simplemente por ser lo que eran. Quedaban muy pocos y todos se escondían, procurando no llamar la atención y eso no era justo.
La Gran Guerra había empezado por una simple leyenda que contaba que, en el epicentro de una gran catástrofe, nacería una vrasdrali con capacidad para hacer estremecer el mundo, para cambiarlo todo e incendiar el cielo. Su pueblo ni siquiera consideraba que la leyenda fuese cierta. Sin embargo, cuando el volcán Kal Karstre entró en erupción y el cielo se llenó de ceniza, los mortales culparon al clan de los vrasdrali y se aliaron para destruirlos antes de que ese ser del que no había pruebas de su existencia, los destruyese a todos.
Delin nunca pudo comprender cómo era posible que los culpasen de algo en lo que nadie tenía el más mínimo control, pero cuatro años después de que la guerra empezase, su tía Theo'tra decidió esconder a los últimos nacidos vrasdrali antes de que destruyesen para siempre toda su historia, todo lo que eran, y ella estaba entre los pocos que sobrevivieron.
Por eso, casi desde siempre, estaba al cuidado de Auze, uno de los seres más ancianos de su clan, y durante diez años todo fue bien, hasta que descubrieron que Auze era un vrasdrali y decidieron "salvarla" de él. Fue por ello que una milicia de elfos entraron a su casa y golpearon a Auze hasta la muerte. Después uno de ellos la miró con el rostro confiado, lleno de la sangre de la única persona que conocía, y simplemente dijo "deberías darnos las gracias, ahora estás a salvo".
Estuvo a punto de hacer lo que Auze siempre le había prohibido, utilizar el tipo de magia que desvelaría su origen, pero entonces recordó lo que él siempre le decía: "sin importar la suerte de aquellos que más quieras, que tus secretos sigan siendo secretos". Así que no respondió, miró al elfo procurando tragarse el odio que sentía y que le quemaba en la garganta, asintió y salió de la casa de Auze sin mirar atrás, pese a las protestas de los elfos.
Estuvo caminando sin rumbo durante días, hasta que, casi por casualidad, se tropezó con el templo de Hal Dar Mehtal, uno de los lugares más sagrados para su clan. Si quedaba algún vrasdrali con vida, debía ser allí. Estaba casi segura de que sería así porque solamente la sangre de su clan era capaz de abrir las puertas, que tenían tres metros de grosor. Cuando puso la mano desnuda en la puerta y el aguijón atravesó su piel, la puerta empezó a abrirse.
Estuvo horas recorriendo el templo, que estaba tan vacío como Vrasdral, su hogar ancestral, hasta que finalmente llegó a la roca que contaba la historia de su pueblo. Aprendió mucho ese día, de sí misma, de su familia, de la historia de los vrasdrali, pero también encontró lo que podría ser su única oportunidad, no sabía si de redención o de venganza.
Existía un lago en el corazón de una cueva cerrada del mismo modo que el templo, un lago de agua transparente pero muy profundo, y en el fondo, una única y brillante piedrecita pulida de color azul que contenía el poder de los primeros de su raza. Según la roca, esa gema se aferraría a quien la encontrase primero y le daría poder, si su alma era digna.
Por eso se pasó diez años buscando sin pausa, recorriendo cada cueva, cada pequeño y recóndito lugar, en busca de aquella cueva cerrada, de aquel lago místico, para encontrar la joya de los primeros y acceder al poder que contenía, o morir en el intento.
Después de diez años de incansable búsqueda, finalmente llegó a un desfiladero que parecía estar formado por dientes escarpados. No tenía esperanza de encontrarla allí, pero dio con la entrada cerrada. Apoyó la mano en la roca que custodiaba la cueva, pero nada ocurrió. Estaba tan desesperada por hallar la verdad que se cortó en la palma con un guijarro y volvió a intentarlo. Lentamente la roca empezó a girar, desplazándose hacia el interior, hasta que tuvo suficiente espacio para pasar y, una vez dentro, la roca bloqueó la entrada.
Estuvo a punto de encender fuego para poder encontrar el camino, pero la cueva se iluminó con rocas brillantes y las siguió igual que una polilla. Si se dirigía a la muerte, dejaría de sentir culpa por sobrevivir, si encontraba el lago, por fin podría unir a los vrasdrali que se encontraban dispersos por el mundo.
Las horas fueron pasando, y finalmente halló un lago redondo, de frías aguas brillantes y transparentes, profundo, que brillaba misteriosamente en azul. No sabía si era ese lago pero le daba igual, se metió en el agua y buceó hasta el fondo, hasta encontrar el origen de esa misteriosa luz azul. Era una piedra del tamaño de una canica, pero que desprendía una luz brillante que atravesaba el agua e iluminaba la cueva.
En cuanto la tocó, la piedra se metió dentro de su piel y recorrió su cuerpo hasta su estómago. Creyó que iba a matarla, pero no, se quedó ahí, alimentándola con su enorme poder. Cuando finalmente se acostumbró a esa sensación, tuvo que lidiar con otra. Su cuerpo empezó a cambiar, le salieron escamas, una cola larga, alas membranosas, creció varios metros y su cara se transformó en la de un lagarto. El agua se apartó de ella, dejándola respirar, y volvió a la orilla. En cuanto tocó tierra, volvió a cambiar, recobrando su aspecto de chica pelirroja con pecas y tamaño normal, pero con esa gema sobresaliendo de su pecho, redonda y azul, pero sin brillo.
-Así que lo hicisteis por esto -comprendió de pronto-. Los vrasdrali somos descendientes de los dragones y creíais que uno de nosotros podía transformarse -negó despacio-. Si os hubieseis mantenido al margen, ni uno solo de nosotros habría buscando la gema de los primeros.
Nada más tocarla volvió a cambiar de forma, agitó sus alas con fuerza y atravesó el techo de la cueva, saliendo al exterior, donde el sol del atardecer bañó su cuerpo ambarino. Si tenía que unificar a los vrasdrali bajo el estandarte de su pueblo y retomar el lugar que los mortales le habían arrebatado, debía empezar cuanto antes, y puede que no supiese cómo hacer esto último, pero podía sentir a los cien vrasdrali restantes en cada rincón del mundo, y sabía que la gema de los primeros podía despertar el fuego dormido en el corazón de cada uno de sus congéneres.
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