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martes, 14 de marzo de 2023

Motivos ocultos

 Observó sus ojos verdes sin poder creerse todavía lo que sostenía entre sus manos. Ese cheque le ayudaría a subsanar su metedura de pata, y venía de Emma Roberts, la extraña y distraída mujer con la que había tenido una aventura cuando ella era una adolescente descerebrada. Emma había conseguido su fortuna restaurando casas. Compraba una casa destartalada y a punto de caerse, la convertía en una pequeña mansión y la vendía por cuatro o cinco veces más de lo que había pagado por ella. 

Emma y él habían terminado su tortuosa relación en muy malos términos, con una amenaza de denuncia y un juramento suyo en el que clamaba venganza. No quería volver a verla, pero al verse involucrado en una estafa piramidal por accidente, decidió devolver cada céntimo para evitar una demanda que, seguramente, le llevaría a la cárcel. Por eso había acudido a la persona más adinerada que conocía, y ella le había entregado un cheque por tres millones con el que, sin lugar a dudas, podría subsanar ese error.

-Yo...

-Ni te molestes -bebió un trago de ron-. Sé que me lo devolverás y yo estaré esperando.

Tenía razón, no podría dormir tranquilo hasta que le devolviese su dinero, y ella lo sabía, por eso se lo había prestado. Esa mujer pelirroja sabía exactamente cómo torturarle. Sin embargo, dado que necesitaba ese dinero urgentemente, decidió pasar por alto la amarga sensación de saber que ella le estaba ayudando, pese a lo que había ocurrido entre ellos.

...

Dylan miró con curiosidad a su hermana, que esbozaba una sonrisa de triunfo mientras él salía por la puerta del bar. Muchas veces no comprendía a su hermana, pero tenía razón la inmensa mayoría de las veces, como cuando compró aquella casa que se caía a pedazos en mitad de ninguna parte y la convirtió en una casa de lujo. Por un momento pensó que la quería para ella, pero la subastó al mejor postor y ganó 3 millones con una casa por la que había pagado menos de 45 mil. 

Si creyó que se conformaría con una sola jugada, no conocía de nada la mente de su hermana. Esa misma hazaña se repitió más de quince veces, y había convertido su maestría en reformar y decorar casas en una ventaja porque, como decía el Joker de Heath Ledger, "si eres bueno en algo, no lo haces gratis", y su hermana era muy buena reformando casas.

Sus planes de inversión no eran lo único en lo que no podía seguirla, sino también ese día, mientras estaban tomando algo en la terraza de un bar, justo cuando se acercó a ella su exnovio, que había destrozado su vida tres veces, convirtiéndola en una fría máquina que miraba a todo el mundo con desprecio disfrazado de una dulce amabilidad.

Le sorprendió que le entregase el cheque sin hacer preguntas, porque su hermana tenía mucho cuidado con sus movimientos para no perder o para ganar más de lo que perdía. No pudo evitar preguntarse qué era lo que estaba ganando con esa estrategia tan extraña, y cuando él se fue, se acercó a su hermana.

-¿Qué intentas conseguir esta vez?

-Lo sabrás cuando vuelva, y volverá.

-¿Por qué estás tan segura? Podría largarse con tu dinero y no volver jamás.

-Lo sé, y ganaría de todos modos.

-¿Y qué ganarías exactamente?

-Lo sabrás... a su debido tiempo.

...

Habían pasado tres años y medio, estaban celebrando una barbacoa en el jardín por el cumpleaños de Emma, y solo había cuatro personas allí: ella, su hermano, su mejor amigo y la novia de este. Costaba mucho creerlo, pero Emma solía alejar a todo el mundo por su actitud fría. A nadie le gustaba oír a una persona soltarle todas las verdades a la cara, algo que ella solía hacer sin despeinarse. Por eso Charles se había quedado a su lado, porque era sincera y le importaba muy poco lo que pensasen los demás de sus agudas palabras.

Pero aquel no era un día normal, y mientras se asaba la carne y Emma metía en la nevera sus famosos helados caseros para que se ablandasen un poco, el timbre de la puerta pareció cortar la música de Avicci. 

-¿Esperamos a alguien más?

Emma miró a Julia, que le sonreía con una mirada dulce. Esa mujer era de las pocas personas que consideraba soportables por tres razones: no sabía mentir, le importaba muy poco lo que los demás pensasen de ella y nunca se metía en las vidas ajenas. A su entender, era el tipo perfecto de persona, y por eso la tenía en alta estima.

-Que yo sepa no. 

-Iré a ver.

Julia recorrió el amplio pasillo de mármol blanco lleno de espejos y abrió la puerta. Al otro lado había un hombre de cabello negro, con una cicatriz pequeña en la mejilla y un ojo verde y otro marrón. No le conocía de nada y no podía dejarle entrar sin más.

-Hola, ¿quién eres tú?

-Leonardo Ricci, soy... amigo de Emma.

-Nunca te ha mencionado.

Pero Emma escuchó su voz desde la cocina y le dejó pasar, sabiendo que Julia le acompañaría hasta donde estaba ella, que estaba montando nata para poder comer un delicioso banana split.

-Te sigue gustando cocinar.

-Sí, la gente amorosa suele amar la cocina o el arte -espetó fríamente, sabiendo que él odiaba ambas cosas-. Has tardado, te esperaba desde hace un año.

Leonardo sacó de su cartera un cheque doblado, pero para su sorpresa, Emma lo miró con un marcado desprecio y luego levantó sus ojos verdes hacia él, sin una pizca de remordimiento.

-Quédatelo.

-¿Qué? No lo entiendo.

No hacía falta mirar a su alrededor para saber que no era el único. Charles y Dylan tampoco comprendían que se le estaba pasando por la cabeza a Emma, y Julia solamente intuía algunos trazos. Sabía que no aceptaría ese cheque, pero no comprendía las razones que llevaban a Emma a tomar esa radical decisión, aunque algo le decía que estaba a punto de hacerlo.

-Yo no presto dinero, jamás, y ellos pueden confirmarlo. Yo suelo dárselo a la gente que me cae bien, por eso tuve que aguantar a un montón de interesados durante algún tiempo -sacó la espátula de goma del cajón-. ¿No te has preguntado por qué, entonces, decidí prestarle dinero a la persona que más desprecio en este mundo?

En ese momento Leonardo sintió como la sangre de su rostro se calentaba un segundo y luego descendía helada por su columna.

-Fue por esto, por este momento. No quiero el dinero, nunca lo he querido. Lo que yo quiero es que sepas que, si te has librado de acabar tres años en la cárcel, fue gracias a mí -Julia la miró con cierta sorpresa muy difícil de disimular-. ¿O creías que te daba el dinero por la mera bondad de mi corazón? Porque tú te encargaste de destruir eso, todo lo que queda es lo que ves.

-No pararé hasta devolvértelo.

-¿Y puedo saber cómo piensas hacerlo? Porque después de que cobrases el cheque que te di hace tres años, cerré la cuenta y trasladé todos mis activos a otra cuenta, así que no tienes dónde devolverlos, y puedes dejarme el cheque en la puerta, bajo una maceta o ahora mismo en mis narices, le prenderé fuego -sonrió-. No voy a aceptar ese dinero nunca, así que puedes hacer lo que quieras con él, porque ahora lo único que no vas a poder sacarte jamás de la cabeza es que sigues libre gracias a mí, y eso es todo lo que me importa.

Leonardo retrocedió con la vista clavada en la figura de la pelirroja, que seguía montando nata con una sonrisa de oreja a oreja mientras él sentía cómo todo su mundo se tambaleaba. Sabía desde el principio que no le había dado el dinero por bondad, pero no se imaginaba que aceptarlo fuese como el mordisco de una víbora.

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