Estoy asustado, lo admito, nunca había tenido tanto miedo en toda mi vida. Cuando marco el número de teléfono mi mano tiembla, cuando la voz al otro lado me dice que espere un momento mientras le localizan, solo soy capaz de tragar saliva mientras siento mi garganta seca como un desierto. Espero cerca de cinco minutos hasta que finalmente la voz rasposa de mi suegro responde al teléfono.
-¿Andrés? ¿Qué ha ocurrido?
-¿Qué quisiste decir la última vez?
-Así que ya ha pasado. Supongo que sacarme de aquí es imposible, pero hagas lo que hagas, no la sigas. Compra un billete de avión y lárgate de este país.
-Así que por esto lo hiciste, por esto intentaste matarme.
-Era la solución más sencilla.
Supongo que querrás una explicación. Verás, hace cerca de diez años conocí a Isabel la que era para mí la mujer perfecta. Era rubia, con una nariz respingona y piel morena, de ojos verde ambarinos, figura de sílfide y sonrisa arrebatadora. También era divertida sin llegar a ser hiriente, le gustaba bromear pero siempre dentro de unos límites, era inteligente y despierta, podías hablar con ella de cualquier tema y siempre conseguía no solo seguirte, sino que además siempre aprendías algo. Su audacia y valentía eran algo impresionante, no temía correr riesgos, se preocupaba por mí y sonreía, siempre sonreía.
Su padre, Anselmo, era algo extraño. Siempre tenía cara de vinagre, su mandíbula cuadrada estaba siempre contraída, nunca tenía una palabra amable para nadie, y me daba la impresión de que era algo raro. Era calvo, con un bigote que parecía un animal pequeño, piel morena casi enrojecida, le faltaba un dedo y era ciego de un ojo.
Mi suegro nunca se aprendió mi nombre, siempre me ha llamado Andrés, a pesar de que mi nombre es Ignacio. Al principio supuse que eran cosas de la edad, de todos modos la primera vez que le conocí, el día que Isabel me invitó a comer con ella y su padre, casi me mata. No pensé que lo hubiese hecho a propósito, a pesar de que Isabel le advirtió cientos de veces que soy alérgico a los frutos secos. Sin embargo, de algún modo, al dar un bocado a la ensalada, sentí que me picaba la piel y mi lengua empezaba a hincharse. Por suerte para mí siempre llevo un bolígrafo de adrenalina por si, por accidente, como cualquier cosa que lleve frutos secos.
Me sorprendió ver que mi suegro estaba más enfadado porque llevaba ese bolígrafo que por haber añadido nueces y piñones a la ensalada. Supuse que eran imaginaciones mías, de todos modos Anselmo era algo raro y podía haberse equivocado.
La siguiente vez que le vi, mi vida volvió a estar en peligro. Anselmo me llevó a cazar a una vieja cabaña en el bosque, y entonces empezó a contarme una historia un poco rara.
"Érase una vez un niño pequeño que, como todos los niños, había nacido con una curiosidad que podía ponerle en serio peligro. Vivía cerca de un bosque, y su madre siempre le decía que no se acercase al bosque porque habitaba allí una mujer pálida como la luna, con el rostro en forma de calavera y una voz melódica que lo atraería al lado oscuro y le dejaría sin nada.
Por supuesto el niño no se lo creía, ¿quién podría? El caso es que un día que estaba buscando setas con sus hermanos, se perdió. Llegó la noche y nadie lo encontraba, y entonces escuchó algo parecido a una canción que no era exactamente una canción. Siguió el sonido, que le adentraba más y más en el bosque, y vio a una hermosa mujer de cabello rubio y piel pálida como la luna, vestida de rojo, que bailaba bajo la luz de las estrellas.
Entonces escuchó que alguien le llamaba, se dio la vuelta para ver que su padre se acercaba, y volvió a mirar a la mujer, pero ya se había ido. El niño volvió con su padre, a casa, y trató de olvidar esa visión, pero con entones quince años, se había enamorado de la mujer rubia.
Noche tras noche la mujer volvía, acercándose cada vez más a su casa, hasta que un día la vio frente a su ventana, y él, con una sonrisa de oreja a oreja, la dejó pasar. Parecía que todo iba bien, hasta que al día siguiente sus padres, sus seis hermanos y su perro habían desaparecido, solo quedaba la mujer pálida, que poco a poco fue revelando un rostro cadavérico de ojos rojos, con el pelo blanco y una piel pálida como la luna.
El niño corrió, salió del bosque para nunca más volver, pero había cometido el error de dejarle entrar en su casa, y ella le siguió. Fue arrebatándole cada cosa que tenía, hasta que solo la tenía a ella, torturándole con su presencia hasta que el niño decidiese suicidarse"
Era un cuento escalofriante, pero solo era eso, un cuento de un anciano que parecía estar como un cencerro. Salimos de la camioneta y me llevó a una vieja casa de madera. Entonces me pidió que fuese a buscar leña a un árbol cercano a un pozo. No recuerdo exactamente cómo, pero cuando estaba a punto de volver con él, sentí que una mano fuerte me empujaba dentro del pozo. Caí unos seis metros hasta llegar al fondo, que estaba seco como un desierto. Me rompí un tobillo y me disloqué el brazo. Creía que podría llamar a mi suegro para que me ayudase, pero al levantar la cabeza lo vi mirándome desde el borde del pozo. Sin duda alguna mi suegro intentaba matarme.
Escuché algo metálico chocando contra las paredes de piedra hasta que el objeto acabó a mi lado. Era una pistola negra. Volví a escuchar un sonido similar. Cuando miré al suelo vi que se trataba de un cargador con una sola bala.
-Anselmo, ¿qué significa esto?
-Suicídate, por tu propio bien.
Y sin decir más, se alejó del pozo. Las horas fueron pasando muy lentas, no te imaginas lo lento que pasa el tiempo cuando estás encerrado en un pozo y solo tienes una pistola con una sola bala. Al principio pensé en disparar al aire para que alguien me ayudase, pero sería inútil. Era un coto de caza, cualquiera podría pensar que era el tiro de un cazador.
Cuando llevaba allí ya dos días, mi mirada hacia el arma cambió totalmente. Dos días allí encerrado sin comida ni agua y estaba pensando ya seriamente en suicidarme. Y entonces escuché algo... un ladrido. Creí que mi mente jugaba conmigo, hasta que volví a oírlo y llamé a gritos, con las pocas fuerzas que me quedaban, a quien fuese su dueño.
Tardaron seis horas en sacarme del pozo, pero me mandaron agua y comida para poder recuperar fuerzas. Una vez en el hospital, en compañía de Isabel, la policía me preguntó cómo había acabado en el pozo. No quería hacerle daño a mi preciosa novia, pero mi suegro intentaba matarme, así que le conté toda la verdad al policía, incluyendo el cuento macabro, mientras Isabel agarraba mi mano, sin vacilar, sin soltarme, dándome fuerza y apoyo.
A los seis meses me casé con Isabel, y entonces todo empezó a cambiar. Mi hermana Pilar se suicidó sin venir a cuento, la encontraron ahorcada en la lámpara de su habitación, algo extraño porque mi hermana era muy bajita para tener 25 años, ni siquiera llegaba a la mirilla de la puerta sin subirse a un taburete, para cuanto más lograr llegar a la lámpara de su habitación sin ningún punto de apoyo, pero la policía dictaminó un suicido. Ahora, en retrospectiva, no pudo ser un suicidio.
Poco a poco todos mis amigos y familiares empezaron a morir en extraños accidentes y suicidios sin pies ni cabeza, pero Isabel seguía apoyándome, hasta que un día su mente empezó a jugar con ella al escondite. La llevé a un psiquiatra, que le diagnosticó esquizofrenia, pero las medicinas no le hacían efecto, seguía ausente, muda, mirando siempre a un punto fijo. Dejó de comer, se volvió más y más delgada, su cabello se volvía más pálido y estaba adelgazando mucho.
Admito que estaba muy preocupado por Isabel, hasta que un día desapareció. Puse una denuncia en la policía para que la buscasen, pero no ha habido resultados. Lo único que veo a veces es a mi esposa, delgada como una sílfide, con el pelo blanco, los ojos rojos encendidos y el rostro en forma de calavera bailando bajo mi ventana y cantando con una extraña y melódica voz que me resulta escalofriante.
Por eso llamé a mi suegro esta mañana, porque esa cosa que parece mi esposa, esa cosa extraña y pálida que antes era mi dulce Isabel, sigue persiguiéndome día sí y día también.
-¿Quieres que me suicide?
-Escúchame bien chico, esa cosa mató a toda mi familia, a mis amigos, a mi perro... me alejé para intentar reconstruir mi vida pero me encontró, y entonces mató a mi esposa y a mis tres hijos -se me cayó el alma a los pies-, y se quedó en mi casa con el aspecto y el nombre de mi hija Isabel, fingiendo ser ella. O te vas del país para siempre y no vuelves nunca más, o acabarás solo, amargado y desquiciado como yo. Ese cuento no era un cuento, era una verdad como un templo. Lárgate de este país chico, lo más lejos posible, y no te relaciones con nadie nunca más, si quieres vivir, o suicídate y quítale la diversión, porque sino destrozará tu vida.
Y entonces Anselmo colgó el teléfono. Así que esas son mis opciones, suicidarme o huir. Me gustaría poder decir que le voy a hacer caso, pero Isabel, mí Isabel, sigue perdida en el bosque, delgada como una sílfide, con el rostro cadavérico y una voz extrañamente melódica, y tengo que encontrarla. Quiero recuperar a mi esposa, aunque eso me lleve a la locura o a la muerte, quiero recuperar a Isabel.
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