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martes, 23 de enero de 2024

La fuente

 Era una tarde aburrida de verano en el norte de España, y Ana estaba aburrida como una ostra. En verano el pueblo se vaciaba, todos sus amigos se iban de vacaciones, pero su madre trabajaba así que nunca podía irse. No era que no le gustase su pueblo, pero era lo único que conocía y le encantaría poder tener aventuras divertidas que contar y jugar con niños que nunca volvería a ver, quedándose así un recuerdo perfectamente tangible, pero imborrable y puro.

Habría sido divertido que algún turista visitase su pequeño, rural y apartado pueblo, pero tampoco era el caso. La única ocasión en que su pueblo se llenaba de gente que no sabía ni de dónde había salido, era a finales de agosto, durante las fiestas patronales, y aun faltaban dos meses para ese día, así que estaba condenada a pasarse todo el verano aburrida, mirando a la fuente que se encontraba en el centro de la plaza donde también se ubicaba un bar al que su abuelo solía ir después de misa.

Era también el día en que aprovechaban para comprar en el ultramarinos que abría los domingos porque también era un bar. Miró la bolsa con aspecto aburrido. Ni siquiera le había comprado gominolas, solo unos asquerosos chicles sin azúcar y unos caramelos de menta que solo le gustaban a su abuela. El resto era jabón para platos, carne adobada y habas.

Suspiró con evidente aburrimiento, apoyando su cabeza en las manos, cuyos brazos descansaban en sus rodillas. A su abuelo no le gustaba divertirse ni que ella se lo pasase bien, estaba convencida de que le gustaba verla aburrida, pero ella solo quería pasárselo bien y crear recuerdos maravillosos y divertidos.

Entonces fue como si un flash le cruzase la mente, levantó la cabeza de golpe y miró la bolsa de la compra, que su abuelo había dejado bajo su custodia. Tenía por costumbre comprar dos botellas de jabón para platos, no sabía por qué, pero tampoco pensaba que echaría en falta una.

Ana sacó el jabón de la bolsa y estuvo a punto de reírse, lo que no sería una buena idea dado que su abuelo se encontraba en la terraza del bar. Lo estuvo vigilando varios minutos hasta que se levantó, con su cerveza todavía por la mitad, y entonces corrió como una flecha hasta la fuente.

Sabía que no tenía mucho tiempo, si alguien la descubría seguramente su abuelo se enfadaría, aunque no tenía ni idea de cómo podría castigarla, de todos modos ella ya se aburría normalmente cuando su madre no estaba en casa. 

Miró a un lado y a otro, le sacó el tapón a la botella de jabón verde y espeso, y lo vació entero sobre la fuente. Pero nada ocurrió, creyó que su idea había sido un fracaso, y tiró la botella a una papelera antes de volver a sentarse con aspecto aburrido mirando a la fuente, y justo cuando su abuelo salió del bar para sentarse bajo el sol a terminar su cerveza, la fuente empezó a llenarse de espuma.

-Manolo, la fuente.

Manuel García, el alcalde del pueblo, levantó la vista de su tapa de mejillones hacia la fuente, y observó, con estupor, cómo toda la plaza empezaba a llenarse de espuma blanca con olor a limón, cómo un montón de espuma blanca salía de los chorros y cómo el suelo empezaba a llenarse también de espuma.

-¿Que carajo ha pasado?

Y entonces Anselmo miró directamente a Ana, que se reía mientras miraba cómo toda la plaza se llenaba de espuma que salía de la fuente, Fue hasta donde estaba su nieta, abrió la bolsa y comprobó que una de las botellas de Fairy de limón había desaparecido.

-Supongo que te aburrías -Ana dejó de reírse, tragó saliva y miró a su abuelo con cara inocente-. Da igual, así aprovecharemos para limpiar la fuente.

Anselmo no podía enfadarse con ella porque había que reconocerlo, era la cosa más impresionante y divertida que había ocurrido en ese pueblo lleno de ancianos en quién sabe cuánto tiempo.

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