He estado toda la vida recorriendo el mundo, no puede decirse que tenga un hogar, o que lo haya tenido alguna vez. Me he criado en bases navales de todo el mundo, desde Tailandia hasta Estados Unidos, así que sé hablar dieciocho idiomas con fluidez. Cada vez que mi padre era destinado a un sitio nuevo, en lugar de dejarnos en Florida, lugar donde mi madre y él nacieron, nos llevaba con él.
Mi padre es un hombre muy fuerte, podía soportar la guerra, los destinos a distintos países, los horarios que requerían que se levantase a las cinco de la mañana y volviese a las diez de la noche, el dolor, las torturas, nada de eso le importaba, mientras supiese que al anochecer volvería a casa conmigo y con mi madre.
Cada vez que le destinaban a un sitio nuevo, hacíamos las maletas, pedían un profesor particular que me enseñase el idioma y todo lo que tuviese que saber, y viajábamos hasta la siguiente base militar. Mi padre era capitán de fragata, un hombre fuerte que me enseñó a defenderme en todos los sentidos de la palabra. No tengo entrenamiento militar propiamente dicho porque nunca quise tener esa vida, pero mi padre me enseñó todo lo que sabía, y cuando digo todo es literalmente todo.
Cuando tuve edad y capacidad para independizarme y dejar esa vida nómada, decidí irme a vivir a Italia. Había pasado unos años en Sicilia, y el idioma me pareció precioso. Por aquel entonces tenía doce años, y todavía puedo recordar el sol saliendo por la fina línea de mar color cobalto. Nunca he estado enamorada pero esa sensación al ver la luz de la mañana arrancando destellos plateados al mar, es lo más maravilloso que he sentido nunca.
Siempre he sabido lo que quería ser, a qué me quería dedicar realmente, y por eso acabé en la Academia de Bellas Artes de Catania. Mi padre se enfadó conmigo cuando supo a qué quería dedicarme. Yo no tengo hermanos, soy hija única, y él esperaba que fuese un seal, igual que él, pero a mi no me gusta el mar, me gusta la belleza, dibujo desde que tengo memoria y me gusta hacer esculturas con materiales que ni te imaginas. No te equivoques, quiero mucho a mi padre, pero él y yo somos muy diferentes, y no permitiré que sus aspiraciones nublen las mías.
Yo pinto lo que veo, pero no lo que mis ojos ven, sino lo que mi cabeza imagina. Los artistas somos algo extraño, no solo vemos el mundo como es, sino como podría ser. Eso es lo que hace que el arte sea algo tan especial. No es solamente que parezca que te lee el alma, lo que busca el arte, para mí, es hacer que te cuestiones todo lo que ves y que puedas volar sin alas.
Todavía recuerdo la mirada de Andrea D'angelo, mi profesor de pintura, cuando vio el primer cuadro que pinté. Había puesto sobre la mesa un bol con frutas, la idea era pintar un simple bodegón, pero mi mente vio más, muchísimo más, y esa imagen que todos los demás pintaron exacta a la realidad, yo conseguí que pareciesen frutas encantadas. En el cuadro había incluso un mago de manos nudosas y barba blanca que bañaba las frutas con un polvo dorado brillante.
-Eso no es lo que yo le he pedido, señorita...
-Harville, me llamo Alice Harville.
-¿Y puedo saber por qué ha pintado algo que no se parece en absoluto al ejercicio que le he puesto?
-Usted me dijo que pintase lo que veía y esto es lo que vi.
Las palabras de Andrea no coincidían para nada con sus ojos. Su voz sonaba tensa e irritada, pero sus ojos estaban asombrados, no podía apartar la mirada del cuadro, casi parecía obnubilado. Por eso, a pesar de que me suspendió ese ejercicio, no podía sentirme más orgullosa. Acababa de dejar sorprendido a un profesor de arte que llevaba enseñando veinticinco años y nunca había visto a un solo alumno dejarse llevar tanto por su imaginación.
Me costó sacarme el título, lo admito, pero lo conseguí. Sin embargo, en mi último curso, eso ya no me importaba demasiado. Seguía yendo a clase porque siempre se puede aprender algo, pero cuando empecé en la Academia yo vivía en un apartamento cutre en un barrio ruidoso y con un olor desagradable, y ahora mis cuadros se venden por millones y se exponen en galerías y museos de todo el mundo.
Me he convertido en una celebridad en la Academia, todo el mundo habla de los cuadros de fantasía de Alice Harville, todo el mundo quiere conocerme y, siendo honesta, eso me eleva el ego. Pero la gente no me interesa en lo más mínimo, lo único que yo deseo es pintar, y eso es todo. Si a los demás les gusta o no les gusta, francamente no me importa.
Mamá, sé que me hechas de menos, pero ahora mismo no puedo volver. Necesito que me des un poco más de tiempo, quiero terminar la academia, y entonces podré volver a donde tú quieras. Pero no me pidas que vuelva a vivir en bases navales, sabes que no lo soporto.
Te quiere
Alice
Cuando Isobel terminó de leer la carta, su rostro estaba surcado de lágrimas. Nunca se había parado a pensar en lo que había sido para ella vivir en tantos países, no tener nunca amigos. Había aprendido muchísimo, era cierto, pero todo lo que ella quería era ser normal, y nunca podría tenerlo.
-Entonces, ¿tampoco vendrá este año a celebrar la Navidad con nosotros?
-No James, quiere terminar la academia. Sé que vas a licenciarte este año, y he estado pensando, ¿por qué no nos vamos nosotros a Sicilia. Estoy segura de que Alice podría pasar más tiempo con nosotros. Hecho de menos a mi hija, hace ocho años que no la vemos y solo nos escribe de vez en cuando.
-Está bien, pero no se lo diremos de momento. Cuando me licencien y podamos irnos, cuando estemos seguros de que podremos asentarnos en Italia, entonces se lo diremos.
James podía parecer duro por fuera, un hombre de músculos bien formados, barbilla cuadrada y pelo muy corto, pero no soportaba la idea de darle falsas esperanzas a nadie, y mucho menos a Isobel y Alice. Si iban a vivir en Italia, quería que fuese algo definitivo.
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