El día señalado, aquel día estresante y lleno de expectativas, Diana tenía que elegir entre colaborar en el concierto y hacer feliz a su padre, o ir a una prueba de guitarra con uno de los mayores productores musicales del país y ser feliz ella. Por eso falló una nota muy sencilla, por eso tuvo que repetir la misma frase unas diez veces antes de rendirse.
Quería hacer feliz a su padre pero aquella podría ser la única oportunidad de su vida para encontrar su lugar en el mundo. No le importaba la fama, solo la música, mientras que su padre esperaba que ese concierto abriese para ella las puertas a la filarmónica de Viena.
-Diana, ¿no ibas a estar ensayando?
Marcos era la única persona del mundo a quien podía contarle cómo se sentía. Empezó a llorar, y el eco se repartió por toda la sala de conciertos. Marcos subió al escenario, se sentó a su lado y la abrazó. Sabía que su único amor verdadero era la guitarra, el sonido estridente y melódico que tanto parecía molestar a su padre, los armónicos artificiales que ella había dominado sin un profesor para guiarla. Tenía talento para la guitarra, pero en el violín había invertido toda su vida y todavía había acordes que le resultaban muy difíciles.
-Sigues sin saber qué hacer, ¿verdad? -ella no respondió-. El concierto es hoy, y la prueba también, no tienes más tiempo. Debes tomar una decisión.
-No es tan sencillo.
-Lo sé, pero ¿sabes qué sería yo si le hubiese hecho caso a mi padre? Un albañil.
El padre de Marcos tenía una pequeña empresa de construcción que causaba más pérdidas que otra cosa, pero era de la familia desde hacía dos generaciones. En un principio Sebastián había insistido a Marcos para que se hiciese albañil, pero él se eligió a sí mismo, se entregó en cuerpo y alma a la música, y con solo veintidós años se había convertido en el segundo saxofón de la orquesta, tenía su propio grupo de jazz y había tocado ya en cuatro países.
-Sé que esto te puede doler Diana, pero no puedes vivir toda la vida a la sombra de tu padre. En algún momento tienes que tomar las riendas de tu vida y elegir tu propio camino, por mucho que le duela a Arthur.
...
La batuta del director se movía frenéticamente, y los instrumentos acompañaban con armonía a la marcha Radetzky. Desde el patio de butacas todos observaban el concierto, excepto una silla reservada que estaba vacía porque, en cuanto el concierto empezó y todos empezaron a tocar, Marcos vio con una sonrisa cómo Arthur se marchaba con cara de decepción.
Sabía que eso le dolería, pero por una vez Diana había seguido su consejo, y dejó su violín en casa de una amiga, donde también guardaba su guitarra, y corrió con esta en una bolsa colgada al hombro hasta llegar al estudio de sonido del productor Rick Rubin,
Diana arrancó una pieza musical de su propia composición ante la cara de interés del legendario productor musical que había trabajado con Slayer, Johnny Cash y Mick Jagger, personas que Diana tenía en un altar mientras el productor escuchaba con los ojos cerrados los acordes místicos que ella había creado, donde fusionaba los acordes que había aprendido sin ayuda, hasta que la detuvo con un gesto.
...
Cuando volvió a casa, su padre estaba en la cocina, ante un plato de estofado, y ella llevaba en su hombro su guitarra, y en la mano el violín que Arthur le había regalado. La miraba con desagrado, mientras ella trataba de reunir fuerzas para contarle la verdad.
-¿Dónde estabas?
-En una prueba de sonido.
-El concierto era más importante. Te habría llevado a la filarmónica de Viena, donde tocaba tu madre.
Diana comprendía el punto de vista de su padre, que buscaba desesperado revivir el recuerdo de Ava, la mujer que había amado y muerto cuando ella tenía cuatro años.
-Mamá no va a volver, y yo tampoco.
-¿Qué dices?
-Que me marcho a Los Ángeles. Rick Rubin me va a buscar un grupo.
Arthur y Diana discutieron durante toda la noche, y al final ella cogió las pocas cosas que tenía y se marchó al hotel donde Rick la esperaba.
...
Desde la distancia vio a esa muchacha tocar con todo el alma, subida al escenario con un grupo que ni siquiera conocía. No le importaba en absoluto ser tratado como un viejo, ni saber el nombre del grupo, ni siquiera oía la voz del solista. La única cosa que era importante para él era esa guitarrista que brillaba sobre el escenario. No se sentía con fuerzas para disculparse, pero iba a verla siempre que podía, era su mayor fan y estaba orgulloso de ella y de sus 500.000 seguidores en Twitter. Diana había alcanzado la fama mundial bajo el apodo de Artemis, y no iba a dejar nunca el escenario, por mucho que a aquel desconocido entre la multitud le doliese no verle tocar en la filarmónica de Viena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario