Siempre le habían gustado las bibliotecas por parecerle inmensas y estar llenas de viajes y de sueños, con aventuras extraordinarias e historias lejanas, pero no había vuelto a pisar ninguna desde aquella noche hacía diez años.
Christian tenía por costumbre colarse en la biblioteca del pueblo por la noche, lo hacía porque era de familia muy pobre y no tenía dinero suficiente para comprar un libro y donarlo al fondo literario, que era todo lo que pedían por poder acceder a todos los libros de la biblioteca municipal. A veces añoraba aquella época, en la que una amiga suya colocaba una piedra en la ventana para que no pudiese cerrarse, y con un palito, él la abría por la noche y se colaba dentro solo para poder viajar entre palabras.
Había sido una época bonita, y le hubiese gustado seguir así, pero una noche, hace diez años, halló en una estantería un libro con la cubierta de cartón y letras doradas cuyo título era "El viaje imposible". ¿Quién no iba a querer leer una novela de aventuras con tal título? Abrió la cubierta para poder acceder a las páginas de olor a tinta, pero allí no había página alguna, el libro se convirtió en un portal violeta que lo arrastró a él, y solamente a él, con la poderosa fuerza de un huracán.
Gritó aterrorizado, la caída era inmensa, como si hubiese descendido desde las nubes. Podía sentir su estómago protestando por el cambio de presión, el viento azotando su piel, su cabello castaño claro volando, queriendo escapar de su cabeza. Estaba cayendo a plomo hacia el suelo, con tal velocidad que estaba seguro de no sobrevivir en cuanto tocase tierra.
Cayó durante lo que le parecieron horas, temiendo estrellarse en cualquier momento, pero, por mucho que caía y caía, no llegaba jamás al suelo, y entonces dejó de gritar. Solo en ese momento, solo cuando sus gritos cesaron, el viento se calmó y lo dejó en el suelo con la suavidad de una pluma. Podría haber seguido cayendo durante días y ni siquiera se habría dado cuenta de que el suelo estaba a menos de un metro.
En cuanto se recuperó de la falsa caída, avanzó al interior de aquel inmenso pasillo de color blanco. Allí había un hombre muy anciano, con la barba blanca que se enredaba por doquier, igual que una manta, y una capa de color gris.
-Christian Granger -asintió-. Bienvenido, te estaba esperando.
Se miraron un segundo, y entonces Christian comprendió algo extraño. Ese anciano que parecía a punto de desaparecer en polvo, estaba recobrando su juventud mientras hablaba. Ya no tenía la barba tan larga como cuando había llegado, y juraría que las arrugas estaban desapareciendo de su rostro de papel.
-¿Cómo sabe mi nombre?
-Soy el maestro de los sueños, el guardián de la imaginación. Llevo milenios esperando a un sucesor, y al fin lo he encontrado.
Christian intentó salir corriendo, a donde fuese, porque ese hombre que ahora parecía tener sesenta años y cuya cabeza empezaba a llenarse de pelo, quería cambiarse por él, era evidente. Sin embargo, sin importar cuanto corriese, nunca lograba alejarse del anciano. Cuando finalmente se cansó, cuando empezó a sentir sus músculos desgarrándose y los pulmones ardiendo, se tumbó en el suelo con el corazón desbocado.
Entonces miró al anciano, y lo que vio lo dejó sin respiración un segundo. Aquel ya no era un anciano, era él, con la misma nariz, los mismos ojos de color verde, el mismo cabello rubio... se había transformado en él.
-No...
-Eso mismo dije yo.
El chico extendió la mano y un portal violeta apareció de la nada y se lo tragó, dejando a Christian solo en aquel pasillo blanco lleno de libros sin tener ni idea de cómo o cuándo podría escapar.
...
Despertó con la luz de la mañana y una mano meciendo su hombro. Era una mujer rubia, con gafas de anciana pero el rostro joven y cabello atado en un moño. La bibliotecaria.
-Chico, ¿cómo has entrado aquí?
-Por la ventana -la mujer miró a dónde señalaba-. Le prometo que no volveré a hacerlo, no llame a la policía.
-Tranquilo jovencito, no lo haré, puedes entrar siempre que quieras. Si te gusta tanto leer, solo tienes que venir durante el día. Mientras no saques nada, puedes leer cuanto quieras.
Sonrió aliviado, se despidió de la bibliotecaria y salió de allí. Nunca más volvería a entrar en una maldita biblioteca. Se había pasado miles de años encerrado en un pasillo blanco, rodeado de libros que todavía nadie había escrito y con la cabeza sumergida en una tormenta de ideas constante. Ser el guardián de la imaginación había sido una pesadilla desde que su maestro, un anciano de Sumeria del año 3.000 a.C., se había empeñado en enseñarle a leer y se encontró con un mundo que no podía controlar. Por fin podría vivir una vida normal, alejado de las dichosas palabras y de los pensamientos de cientos de autores a lo largo del mundo. Estaba deseando descansar, y nunca más volvería a entrar en una biblioteca, por mucho que las adorase.
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