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lunes, 16 de enero de 2023

Per aspera ad astra

 Se observó en el espejo con el ceño fruncido. Ese voluminoso vestido blanco hasta los pies y el tocado de flores blancas de tela la hacían parecer una princesa, pero odiaba estar tan hermosa ese día. No se trataba de un día normal, era su boda, pero no era lo que ella quería. Su padre, un magnate del petróleo, había decidido casarla con el hijo de uno de sus socios para poder fundir las empresas en una, pero ella no deseaba eso, estaba profundamente enamorada de un compañero de universidad que estudiaba para ser periodista. Sí, no era ni rico, ni influyente y sus padres trabajaban entre los dos más de 100 horas a la semana solo para que él pudiese estudiar, pese a que cientos de veces les había dicho que podía ayudarles. Su padre, un hombre atlético y con rostro amable siempre le contestaba: "Estudiar es tu trabajo, el nuestro es procurar que lo consigas"

No podía aguantar siempre las decisiones de su padre. Por él había renunciado a la música y había estudiado empresariales, por él había abandonado Grecia, un país que adoraba por su magnífica historia, a cambio de vivir en Texas, un lugar que aborrecía. Por sus decisiones había perdido el rumbo de su vida, convirtiéndose en una marioneta, hasta perder su individualidad. Pero no podía hacer eso, simplemente no podía entregar su felicidad, su corazón, por un deseo de su padre.

Tras un hondo suspiro se sacó el vestido, buscó en su mesilla unas tijeras, y lo destrozó sin miramientos. Si realmente pretendía casarla con un completo desconocido al que solo había visto una vez teniendo ocho años, no la conocía de nada.

Después de vestirse con lo primero que encontró y sacarse las flores del pelo, salió de la mansión de su padre con los pies descalzos y unos botines en las manos. Estaba a metros de poder salir de su casa, solo necesitaba salir por la puerta de la cocina y atravesar el jardín. Se puso los botines, agarró la manilla de acero y atravesó el umbral. Sabía que su padre ya habría notado su ausencia y el desastre que le había echo al vestido, y por eso corrió a través del jardín, sin importar que todo el servicio la persiguiese, y se subió al destartalado Honda Civic de su novio.

-Señorita Valeria -ella sacó la cabeza por la ventana al oír a la cocinera-. Vuelva.

-Dile a mi padre que, por una vez, me estoy eligiendo a mí. Si lo acepta, me llamará él, sino, no habré perdido nada.

...

Peter la rodeó con sus brazos mientras observaban las luces de Lamia reflejarse sobre el golfo Maliaco. Era una de las ciudades más hermosas de todo Grecia. El mundo se había vuelto enorme, viajaba cada vez que a Peter le tocaba cubrir alguna noticia en alguna parte del mundo. Nunca había vuelto a ver a su familia ni le importaba, su padre decidió no llamarla nunca más y, si si no fuese su única descendiente, la habría eliminado de su testamento.

-¿A dónde quieres ir ahora?

-Me da igual -respondió Valeria.

Podría pasarse la vida entera en sus brazos, en mitad del desierto o paseando por una enorme ciudad, mientras estuviese junto a él, todo era perfecto. Habían atravesado un sendero áspero, y finalmente estaban llegando a las estrellas.

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