Cada maldito día oía siempre el mismo sonido cuando daban las doce. El maldito reloj de cuco de mi abuelo empezaba a cantar, pero nunca daba doce "cu-cu", siempre eran once. Maldita sea, funciona bien en cada hora excepto en las doce. Lo he llevado a artesanos y relojeros para que lo reparasen, pero en teoría todo está bien. ¿Qué demonios le pasa a ese reloj?
Y no sería un problema si no trabajase en casa, pero no es el caso. Hace un par de años me rompí una vértebra, y entonces mi jefe me dijo que mi trabajo podía ser echo desde casa. Llevo la contabilidad de una empresa desde mi propio salón, en mi maldita silla de ruedas, y todo estaría bien, de no ser por ese dichoso reloj. Es como si se burlase de mí.
Pero no es lo único raro de ese reloj. Cada vez que silbo, cuando canto o cuando escucho música, juraría que el dichoso pajarito me sigue. No me refiero a que aparezca en distintas partes de la casa, sino que se pone a cantar porque sí.
Así que ayer por la tarde, harta del dichoso reloj pero sabiendo que mi abuela jamás me perdonaría que regalase el reloj de su marido, llamé a una amiga. Quizá sería algo banal, si esa mujer no se dedicase al oficio de brujería desde que tengo memoria.
Tiene una conexión especial con los números, de vez en cuando un número empieza a dar vueltas en su cabeza, ocupando sus pensamientos hasta colapsarlos, y siempre pasa algo relacionado con ese número. Sin mentirte, ese es el método que utiliza para elegir los números de la lotería, y ha ganado los cuatro últimos años y lo invierte todo en una empresa de desarrollo informático. Si no va con cuidado, hacienda la investigará por fraude. No encontrarían nada, pero sí la investigarían porque seamos claros, nadie tiene tanta suerte.
En cuanto sonó el timbre me pareció oír otro "cu-cu" y grité que estaba abierto desde la cocina. Cargué la bandeja con el té y las pastas sobre mis piernas y agarré las ruedas con la mano, pero Isabel apareció en mi cocina, agarró la bandeja con una mano y mi silla con la otra, y me llevó hasta el salón. En cuanto se aseguró de que estaba cómoda, dejó la merienda sobre la mesa y me dedicó una amable sonrisa.
-Hacía mucho que no nos veíamos.
-Desde que eres millonaria casi no vienes por aquí.
Ella sonrió de oreja a oreja, comprendiendo que bromeaba. Isabel y yo somos amigas desde niñas y ni todo el dinero del mundo podría separarnos. Ha intentado darme dinero varias veces, y cantidades con un gran número de ceros, pero nunca lo he aceptado. Siendo contable me va bien.
-¿Por qué me has llamado entonces?
Y justo en ese preciso momento dieron las doce. El pajarito comenzó a entrar y salir por la puerta diminuta cantando su mecánico "cu-cu" exactamente once veces, ahorrándose siempre la doceava.
-Por eso.
-Sí, un reloj roto.
-Ese es el problema, que técnicamente no está roto. Funciona todo bien, en teoría debería dar doce cantos, pero jamás llega al doce. Sin embargo -saqué mi móvil y la llamé por teléfono, y por cada timbre de su tono de llamada, el dichoso pájaro salía a cantar-. Y no solamente con el teléfono, pasa lo mismo si silbo, canto, llaman a la puerta o se oye cualquier pitido, sea el que sea.
Isabel miró al reloj un momento, silbó como quien llama a un perro, y el reloj salió a cantar para acompañarla con su mecánico "cu-cu". Estuvieron un rato dialogando, mientras yo perdía los nervios por ese pajarito, y el café tampoco ayudaba demasiado.
-Está encantado -respondió tranquilamente-. La buena noticia es que, por el momento, no quiere hacerte daño.
-¿Abuelo? -pregunté con algo de duda.
Y entonces el reloj me respondió "cu-cu" como si se alegrase de que me hubiese dado cuenta de que era él. Sonreí aliviada y me dedicó un nuevo "cu-cu".
-Sin embargo los espíritus que se quedan en este lado del mundo tienden a volverse violentos, así que si notas frío o escuchas cristales rotos o gritos, llámame de inmediato. Imagino que seguirá cantando cada vez que sean las doce o cuando lo menciones, pero si eso cambia será un indicio de que algo va mal, así que avísame para poder vigilarlo.
Pasamos el resto de la tarde mirando el reloj, hablando y riéndonos. Me sentía bien al saber que mi abuelo no me había abandonado, y que nunca más estaría sola. Puede que sea algo egoísta, quizá debí pedirle a Isabel que le diese descanso a mi abuelo, pero yo lo quería muchísimo y lo echo de menos de un modo muy intenso. Saber que todavía me acompaña aunque solo pueda cantar de vez en cuando representa para mí un alivio mayor del que puedas imaginar
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