El taller olía a aceite, a cerrado y a humedad, pero no podía permitirse nada mejor. Se había pasado la vida diseñando ese invento, había estudiado ingeniería y biomecánica solamente para ello, y estaba a horas de conseguirlo. Solo faltaba pulir los últimos detalles y al fin podría probarlo.
No parecía gran cosa, no era más que un armazón de latón dorado que se ajustaba igual que un corset, que parecía tener una estola a modo de decoración, pero eso era solo lo que se veía desde lejos. Había dedicado toda su vida a ese invento, así que llamarlo "accesorio" era un insulto a ella, a su imaginación y a su intelecto, pero sobre todo era un insulto a ese hermoso invento.
Agarró el paño de lino de color marrón, que al principio del día había sido blanco, rodeó una de las láminas de latón y golpeó ligeramente con un mazo para terminar de ajustarlo. Entonces soltó todo cuanto tenía en las manos y sonrió. Estaba terminado, solo tenía que probarlo.
Se sacó la chaqueta y la camiseta de algodón manchada de aceite, porque no podía ponérselo por encima de la ropa, presionó un botón para abrir el armazón y, en cuanto estuvo segura de que quedaría bien ajustado, volvió a pulsarlo para cerrar las láminas. El corset se ajustó perfectamente a su cuerpo, sin cortarle la respiración ni hacerle daño en la piel. Salió del taller y respiró el aire de mediados de primavera.
-Hola Eva, ¿qué llevas puesto? -preguntó extrañado un chico de unos veinte años.
-Ahora lo vas a ver Marcos, ya lo tengo.
-¿Lo has conseguido? ¡Vamos! ¡Enséñamelo!
Marcos tenía el tipo de inocencia que hace que uno se emocione por cada nuevo descubrimiento, eso era en parte por el don que lo hacía ser un genio en física pero un desastre en las relaciones sociales, y en el resto de su vida en general.
-Ayúdame un segundo.
Marcos nunca se acercaba a nadie, no le gustaba el contacto físico, trataba a todo el mundo exactamente igual porque no requería pensar y le funcionaba, pero Eva era la única persona en todo el mundo con la que sentía una conexión especial, y era tan agradable poder confiar en alguien... El chico se acercó a su amiga, que le dio la espalda para mostrarle una cajita circular en el centro del armazón.
-Ahí dentro hay dos electrodos -abrió la caja, donde había dos láminas de plástico que se pegaban a sus dedos-. Tienes que ponerlos en la base de mi cabeza -explicó-, leerán los pulsos de mi cerebro para que puedan interpretarlos.
-¿Y si no funciona?
-Bueno, yo nunca saltaría de un rascacielos para probar que mi invento funciona. No me elevaré demasiado.
Y a pesar de que estaba en contra, puso las dos pegatinas el cuello de su mejor amiga, justo donde se juntaba con su cabeza. La caja se cerró y comenzó a dar vueltas, y cuando terminó de girar se escuchó un pitido y Eva sonrió.
-Vale, la conexión funciona bien, era lo que más me preocupaba -se alejó casi dos metros-. ¿Preparado?
Y entonces, como si fuese un sueño o una película, la estola que decoraba el armazón se abrió con elegancia, mostrando unas hermosas alas de latón dorado. Eva se concentró en elevarse un par de metros, las alas se agitaron y la levantaron del suelo igual que si hubiese nacido con ellas. Estaba volando como una paloma, como siempre había soñado, al fin había conseguido terminar el trabajo en el que había invertido los primeros veinticinco años de su vida.
Después de volar a escasos metros del suelo durante un buen rato, finalmente aterrizó, pero no porque quisiese dejar de experimentar esa sensación de completa libertad, sino porque uno de los sensores se estaba desprendiendo y podría caerse si eso ocurría.
-Bueno, tiene un par de defectos, como estos malditos sensores.
-¿Y qué? Llevas toda la vida presumiendo de que podías hacerlo, y ya lo tienes.
-No del todo -miró al cielo-. Si queremos escapar de aquí, tengo que perfeccionarlo, conseguir que sea más ligero, que los sensores no se despeguen... en fin, solo es un prototipo.
-Pero es lo más cerca que hemos estado nunca de conseguirlo.
Eva miró a la distancia, donde se alzaba el muro. Rodeaba toda la ciudad y no había modo de escalarlo porque estaba construido sin una sola fisura. Había estado allí encerrada desde que tenía memoria, solo había podido contarle a unas pocas personas en qué consistía su invento, y ni siquiera sabía si les ayudaría a escapar porque había rumores de que había varias torretas a lo largo de la ciudad que dispararían a matar si alguien intentaba salir, pero tenían que hacerlo, la vida allí era un infierno. No podían elegir siquiera a quien amar, todo eso lo llevaba un programa que los relacionaba con las personas con las que tenían mejor conexión biológica, y por eso ella estaba casada con un maltratador psicópata en lugar de estarlo con Marcos, la única persona a la que había podido amar.
Si el invento funcionaba, si lograba producirlo en masa, podrían escapar de la ciudad y del gobierno que utilizaba sus mentes para construir quién sabe qué, para investigar cosas que ni siquiera comprendían. Los usaban, analizaban cada uno de sus pasos... por eso ella tenía su taller en un sótano, por eso nunca podía tocar siquiera a la persona a la que amaba. Su única esperanza, la única opción que tenía toda la ciudad, era que ese invento se convirtiese en las alas de la libertad y poder escapar fuera de la ciudad amurallada.
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