Mis libros

Libros disponibles

 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del...

martes, 31 de enero de 2023

Un espejo a Valaris

 Jack había crecido en Spiegelau, un pequeño pueblo alemán que lindaba con el frondoso bosque de Baviera. Le encantaba jugar entre los árboles, pese a que su madre solía regañarle cada vez que se acercaba demasiado al bosque por miedo a que los osos, linces o lobos le hiciesen daño. A Jack nada de eso le importaba, siempre había sido curioso y soñador, solía dejar escapar su imaginación hacia mundos fantásticos y a menudo se veía a sí mismo viviendo aventuras épocas en lugares mágicos e inalcanzables. 

Una mañana de julio decidió escaparse de la estricta vigilancia de su madre, atravesó un pequeño riachuelo que llevaba hacia el Schwarzach para poder explorar el bosque a sus anchas. A su madre jamás se le ocurriría buscarle tan lejos de casa. Pasado el mediodía encontró una cueva, y eso era extraño porque, hasta donde él sabía, no había ni una sola cueva tan cerca de su casa, así que, o se había adentrado más de lo que creía o esa cueva había aparecido de la noche a la mañana. Jack jamás había sido cobarde, y entró en la cueva sin dudarlo, pese a que sabía que podía ser una cueva de osos. Pero no era así, en el fondo de la cueva solo había un viejo espejo cubierto de polvo y telarañas. Sorprendentemente, Jack pudo ver su propio reflejo claramente.

Fue entonces cuando todo empezó a cambiar. De repente, el reflejo de Jack comenzó tembló, parecía como si el espejo fuese líquido y alguien hubiese arrojado un guijarro en su pulida superficie. Algo dentro de él le incitaba a tocarlo, acercó la mano con algo de duda y, antes de que pudiera darse cuenta, caía a través de un túnel oscuro que parecía no tener fin. Cerró los ojos, sintiendo su cabeza volverse espesa, y cuando volvió a abrirlos ya no estaba en la cueva, sino tumbado cerca de un lago y, si la vista no le fallaba, había un pez enorme. Se acercó a la orilla, pero la criatura del lago no se parecía demasiado a un pez. Sí, tenía una cola larga y brillante llena de escamas plateadas, pero también tenía el cabello rubio y piel pálida. Estaba realmente asombrado, al borde de una risa de felicidad muy difícil de controlar pues, o se había dado un golpe en la cabeza, o aquella criatura era una sirena.

Un grupo de hadas le salió al paso mientras caminaba por el bosque mágico, explorando la belleza del lugar y la danza de colores que se extendía ante él. Las hadas lo miraron con algo de duda, pero no tardaron en parecer ¿aliviadas? Sí, parecía que el hecho de que Jack estuviese ahí, las tranquilizaba de un modo que él no podía comprender. Las hadas decidieron llevarle hasta un castillo que parecía hecho de plata y cristal, con centauros de piel marrón guardando sus puertas. La reina mágica, Miraella, tenía el cabello del rojo más intenso y brillante que Jack hubiese visto jamás, un vestido azul con detalles de pedrería y unas enormes alas blancas en su espalda. 

-¿Eres un ángel?

-No sé qué es un ángel. No tengo mucho tiempo, así que iré directa al grano: te necesitamos. Este reino que tú ves tan hermoso, que parece gustarte tanto, está envuelto en una guerra contra Hellgard el Nigromante. Cada día hemos de entregarle a uno de nosotros. Yo me he quedado sin familia, las hadas están mermando y la sirena es la última de su especie. Por eso envié varios espejos a tu mundo. Está escrito que, cuando el reino de Valaris esté al borde de la desaparicón, aparecerá un héroe de otro mundo, y creemos que ese eres tú.

Acababa de comprender por qué las hadas parecían tan aliviadas, de hecho lo estaban. Que él hubiese llegado significaba el fin de Hellgard el Nigromante, pero solo había un problema.

-¿Y cómo se supone que voy a hacerlo?

-Con el dragón. Si encuentras al dragón, te guiará en tu batalla. Buena suerte, héroe de dos mundos.

Parecía imposible hacerla cambiar de parecer, así que dio media vuelta y emprendió camino por aquel mágico mundo, pero por primera vez, estaba deseando volver a casa junto a su madre. Estuvo caminando varias semanas, esquivando a seres encapuchados sin rostro que servían a Hellgard el Nigromante, y finalmente llegó a una cueva llena de oro.

-¿Quién osa interrumpir mi descanso?

-Soy Jack -respondió con voz temblorosa-, me envía la reina Miraella. 

-Ahg -parecía hastiado de oír su nombre-. ¿Qué quiere esta vez?

-Dice que tú puedes ayudarme a vencer al Nigromante.

El dragón estiró sus alas negras y observó al chico. Era tan pequeño que, si se lo comía, seguramente se quedaría con hambre. Una columna de humo le salió por la nariz y, con un suspiro, Jack se vio rodeado por un fuego que no quemaba y que le estaba dando algo nuevo, algo que no poseía hasta ese momento.

-Mi magia te ayudará hasta que salgas de este mundo. Ten cuidado, héroe de dos mundos.

Era la segunda vez que le llamaban así y empezaba a molestarle. Agradeció su regalo al dragón, pero él no parecía dispuesto a dejarle marchar. Lo agarró por la cintura y lo subió a su espalda, y como pudo se acomodó justo entre las alas.

-Agárrate fuerte, chico, no querrás que el Nigromante te vea llegar. Será más difícil que te encuentre si voy contigo.

Nunca había volado en avión, pero supuso que no sería ni la mitad de emocionante que disfrutar del aire recorriendo su piel a lomos de un dragón. Acababa de romper todas sus expectativas, era el primer chico de la historia de su mundo que volaba sobre una criatura que muchos solo podían soñar.

No obstante no pudo disfrutar demasiado del viaje. El dragón lo soltó en una torre y se alejó como si tal cosa. Lo había dejado allí a propósito, y eso significaba que había llegado. Se armó con todo el valor que tenía y empezó a descender los escalones que llevaban al interior del torreón.

Cuanto más descendía, más tétrico se volvía todo. Las cortinas estaban desgarradas, el aire parecía pesado y había estatuas decapitadas por todas partes. Cuando todo se volvió caos y destrozo, encontró, en medio de aquel desastre, a un viejo con los dientes negros, un ojo más grande que otro y joroba.

-¿Tú quién eres?

-Me llamo Jack y he venido a derrotarte -el anciano lo olisqueó cual perro.

-¿Válinor te ha dado su magia? Has debido impresionarle. Mis poderes no sirven de nada contra ti así que jugaremos a un juego -dijo entre risas-. Si eres capaz de resolverlo, me iré de este mundo y no volveré, pero si pierdes, te quedarás a mi servicio y seguirás mis órdenes.

-¿Y si me niego?

-Chico, no seas tonto. Si puedo irme a otro mundo, ¿qué te hace pensar que dejaría a tu familia en paz si te atreves a desobedecerme?

Eso significaba que no podía perder. Aceptó el juego del Nigromante y, para su sorpresa, se encontró con algo extraño, un juego al que jamás había jugado. El Nigromante le enseñó una imagen, y tenía que averiguar qué faltaba, pero había un pequeño problema: parecía demasiado fácil. Había una niña leyendo sin zapatos, una mujer cocinando sin cuchillo... Jack no comprendía a los demás, no sabía qué era lo que faltaba en esa imagen, y el Nigromante parecía complacido por ello.

-¿Cuánto tiempo tengo?

-Todo el que quieras.

Jack solía jugar con su tío a juegos de lógica, y él se sentaba con las piernas cruzadas mientras intentaba resolver las pistas que su tío le dejaba. Observó la imagen con el ceño fruncido. Todo el mundo parecía estar haciendo algo, faltándole cosas esenciales para ello, pero si uno se quedaba mirando de cerca, si uno pensaba detenidamente... la mujer no estaba utilizando cuchillo porque estaba haciendo sopa, la niña estaba sentada en un sillón y sus pies no llegaban al suelo, así que no necesitaba zapatos, el padre que leía el periódico sin gafas, tal vez ni siquiera las necesitase... pero había una cosa que necesitaban los tres y, se mirase por donde se mirase, no aparecía.

-El fuego en la chimenea.

-¿Perdona?

-Se ve nieve desde la ventana, así que es invierno y hace frío, pero si no encienden el fuego, ¿por qué la niña lleva un vestido de manga corta y el padre no lleva jersey? La madre puede tener calor por la cocina, pero ellos dos ni siquiera están cerca.

El Nigromante frunció el ceño, pero no estaba dispuesto a marchar tan fácilmente. Por un momento Jack estuvo a punto de protestar, pero no se lo pondría tan fácil. Sonrió al ver su expresión malhumorada, y lanzó la magia de Válinor contra el Nigromante, que la esquivó sin problemas. Por desgracia para Herrgard, Jack lo había previsto, pues si algo había aprendido leyendo, era que la magia no funcionaba en mundos sin magia y, si en su mundo no existía, era por una razón. 

Empujó al Nigromante dentro del espejo, que cayó a través del túnel, y Jack agarró una vara que había entre el desorden y rompió el espejo. Cuando el Nigromante se fue, buscó la salida y regresó al palacio de la reina Miraella, quien lo recompensó con un regalo mágico, un poderoso hechizo que lo protegería en su viaje de regreso a su propio mundo.

Estaba deseando volver a casa, con su madre, y, cuando atravesó el espejo y este desapareció tras de sí, una linterna le dio de lleno en los ojos y, a través de la intensa luz, vio la sombra de un hombre con gorra.

-Le hemos encontrado, señora.

Cuando finalmente apartaron la linterna, sonrió de oreja a oreja y se echó en brazos de su madre. Lo que a él le habían parecido semanas, tan solo había ocurrido en unas pocas horas, y siempre recordaría a las hadas, a la sirena, a Miraella y a Válinor. No sabía si volvería a verles, pero seguía sintiendo dentro de él ese calor que había descubierto en Valaris.

No hay comentarios:

Publicar un comentario