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miércoles, 1 de febrero de 2023

Everly

 Vender objetos robados no era algo sencillo, la gente solía desconfiar de ella porque sabían que era un ladrona, pero la admiraban por lograr obtener alhajas de oro y plata con hermosas gemas y fina artesanía. Volvió a casa con algo de dinero y, al llegar, se encontró con su madre enferma y sus tres hermanos pequeños. Everly, simplemente no tenía elección, ¿cómo sino iba una chica de quince años a alimentar a toda su familia ella sola y trabajando de manera honrada? Nadie le pagaría lo suficiente jamás y si lo hacían sería por algo que ella ni siquiera había considerado.

Sin embargo muy pronto podría dejarlo, porque acababa de caer en sus manos un mapa tan antiguo que parecía dibujado en tela, y una carta que solo podía revelarse con la sangre de alguien con intenciones nobles. No sabía si la suya funcionaría, pero podía intentarlo. Si no funcionaba, por mucho que lo odiase, tendría que pedirle ayuda a su hermana Khali, una chica aventurera y valiente donde las hubiese, pero sabía que querría acompañarla y eso no podía permitirlo.

Con la ronca tos de su madre volvió a la realidad, debía preparar la cena. Después de una hora cocinando, les sirvió un plato de estofado. Nunca tenía suficiente para ella, su estómago siempre acababa protestando. Si esa carta decía lo que creía, sus problemas terminarían para siempre.

A medianoche, con su familia ya en profundo sueño, se acercó a la cocina con la carta, se hizo un corte en el dedo y tres gotas cayeron sobre el papel amarillento. Por un momento no ocurrió nada, pensó que su experimento había fracasado estrepitosamente, y entonces la sangre empezó a formar letras que podía comprender. Levantó el papel y lo acercó al fuego de la chimenea para poder leer la carta.

"Al poseedor de esta carta. Sigue el río hacia el norte y adéntrate en la Cueva Sangrienta, allí hay un tesoro de incalculable valor. Si realmente lo quieres, ve a buscarlo." -leyó en voz baja-. ¿Qué significa esto? -y entonces escuchó un murmullo de su madre-. Bueno mamá, si este chalado dice la verdad, pronto todo esto terminará.

No esperó siquiera hasta el amanecer, echó la carta al fuego para evitar que su familia descubriese a dónde había ido y emprendió camino. La Cueva Sangrienta era muy peligrosa, nadie sabía por qué pero, quien entraba, no volvía a salir jamás. Sin embargo sus opciones brillaban por su ausencia, así que siguió el camino del norte del río y, cuando estaba a punto de llegar a su fuente, siguió hasta las Montañas del Ocaso.

Nunca había ido tan lejos de casa y las montañas parecían un lugar tranquilo. No comprendió por qué la gente temía tanto ese lugar, hasta que lo vio pasar. Estaba muy por encima de las montañas y aun así parecía enorme. Tenía unas alas inmensas de color negro, larga cola y dientes como cuchillas.

-Dragones...

No sabía ni que esas criaturas existían pero, de acuerdo a las leyendas, almacenaban los mejores tesoros. Si no hubiese estado tan desesperada, seguramente habría dado media vuelta, pero la tos ronca de su madre y el llanto de sus hermanos hambrientos era algo que no podía soportar.

Buscó la Cueva Sangrienta, supo cuál era nada más verla, y se adentró en sus recovecos llenos de sangre y huesos. Se internó más y más, hasta que encontró un tesoro mayor del que hubiese podido imaginar y, en el centro, un chico de unos veinte años, con el torso como una roca y la piel morena, de cabello pelirrojo y desnudo.

-Acércate -pensó que hablaba con alguien más-. Chica, no tengo todo el día, sé a qué vienes. Si lo quieres, ven a buscarlo.

Claramente le estaba hablando a ella, y era la misma persona que había escrito la carta, a juzgar por cómo le había hablado. Salió de su escondite tras una roca y saltó al foso lleno de monedas de oro. Con paso incómodo subió el montículo hacia el chico, pero había algo en su interior que le decía "corre". Cuando comprendió de qué se trataba fue en el momento en que se sentó frente a él y lo miró a los ojos. Ese joven tenía los ojos de pupilas rasgadas igual que un...

-Me llamo Adrasnis, soy un dragón, tal y como estás pensando.

-¿Y qué es lo que quieres de mí?

-He repartido ese mapa y esa carta por todo el mundo, y eres la primera que llega hasta mí. Dime, chica, ¿cómo de desesperada estás para adentrarte en la cueva de un dragón sabiendo lo que se sabe sobre nosotros?

Everly lo observó con el ceño fruncido, la actitud pedante de ese chico empezaba a molestarle de verdad. ¿Cómo podía él comprender lo que se sentía? ¿Cómo podía saber lo que era ver a una madre morir lentamente o a sus hermanos pasar hambre?

-Así que era eso, así de desesperada ¿eh? No te molestes en intentar ocultarme nada, lo que no sabes sobre los dragones llenaría un libro. 

-Podéis leer el pensamiento -comprendió Everly.

-Sí, así nos comunicamos, por eso Teranik te dejó pasar, sí, el dragón que viste antes. Te lo explicaré si te calmas y me escuchas -asintió-. Los dragones somos seres poderosos, pero también tenemos problemas entre nosotros. No puse esta prueba por capricho, buscamos a alguien.

-Ya... y eliges a una ladrona de quince años, me tomas el pelo.

-En absoluto, no te elegimos porque seas una ladrona, sino porque amas a tu familia, y eso es justo lo que nos interesa de ti. Busco una esposa, el tiempo de mi familia en este mundo se acaba y eso llevaría a una guerra que extinguiría a tu especie, por eso envié las cartas, solo la sangre de una mujer puede abrirlas. Sabía que alguien como tú vendría a verme, alguien tan desesperado como nosotros, por eso queremos y esperamos tenerte entre los nuestros. No voy a mentirte, te será difícil, muchos de nosotros estarán más interesados en comerte que en escucharte -se estremeció-, pero precisamente por eso te enseñaré los secretos de la magia de los dragones. Este es el trato: podrás llevarte únicamente lo que necesites para cuidar de tu familia, pero has de volver, y ayudarme con mis propósitos.

-¿Pretendes que tenga un hijo tuyo? 

-No es eso lo que quiero, sino convertirte en reina, deseo que ocupes mi lugar en el trono.

-¿Y si me niego?

Entonces los ojos del dragón se estrecharon y, aunque ella no tenía la capacidad de leer la mente, supo por qué. Desde el momento en que había puesto un pie en la cueva, Adrasnis había memorizado su olor, y la encontraría aunque se escondiese en el lugar más remoto del mundo.

...

Ya no recordaba lo que era convivir con humanos, estaba acostumbrada a dirigir a los dragones, a prohibirles volar fuera de las Montañas del Ocaso o comerse humanos. Después de dejar el dinero suficiente y confiar en Khali la responsabilidad de cuidar de todos, volvió con Adrasnis para cumplir su parte del trato.

Sin embargo, cuando todo eso empezó, nunca se espero que Adrasnis fuese cálido como el sol, que la llenase de calor y mimo, que la protegiese. Eso era algo que jamás había podido tener. Desde que era pequeña siempre había estado en su mente "cuida de tus hermanos" y a eso se había dedicado por entero, nunca pensó en querer algo más, en que podría aspirar a desear algo para ella.

Adrasnis rodeó su cintura, y como siempre ella sonrió cuando él dejó un beso en su mejilla. Al principio, cuando hacía eso, se estremecía, pero con el tiempo empezó a sentir la calidez en su corazón hasta que no pudo ver otra cosa, hasta que una noche, bajo la luna llena, se armó de valor para confesarle que sentía fuego rodeando su corazón cada vez que se acercaba.

-¿Cómo está mi reina?

-Bien, no me esperaba que el ritual fuese tan... incendiario.

Acababa de atravesar un ritual para abandonar su naturaleza humana y convertirse en dragón, un ritual por el cual le dieron sus poderes, su magia y su sangre y la bañaron en fuego, del que salió convertida en un dragón plateado. Ahora podía sentir muchas cosas, escuchar los pensamientos de su gente y no necesitaba gritar para que la oyesen.

-Por cierto... me mentiste.

-No es verdad, y no me cierres tu mente, sabes que no me gusta.

-No soy yo, es que no le gusta que te entrometas en mi mente.

Y por primera vez en diez años, Everly dejó sin palabras a Adrasnis.

-¿Quién me está haciendo la competencia?

-Se llama Eder -sonrió, sabiendo que él no conocía ese nombre-, y la conocerás en unos ocho meses.

No podía creérselo, hacia más de cuatrocientos años que los dragones no podían engendrar familia porque todos los dragones que habían nacido eran hombres. Por eso había buscado una reina, porque necesitaba una mujer en sus filas. Nunca esperó amarla ni que ella le amase también, y mientras observaban la puesta de sol, Adrasnis y Everly solo podían soñar con el futuro.

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