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jueves, 9 de febrero de 2023

El zapatero

 Corría el año 1714 en Inglaterra, y Charles empezaba a ser conocido en todo el país por sus diestras manos y el mimo para fabricar zapatos. Cuanto más tiempo les dedicaba, más hermosos eran. Su fama llegó a tal punto que el propio rey Jorge le pedía fabricarle zapatos, y Charles les dedicaba semanas e incluso meses antes de entregárselos.

En un principio, Charles había aprendido ese oficio de su padre, quien nunca había sido demasiado cuidadoso al trabajar. Los zapatos de Herny servían para un labriego, pero no para un noble. Su padre se conformaba con que fuesen funcionales. Charles, no obstante, prefería que tuviesen hermosos diseños. 

El primer par de zapatos que había vendido por el dinero suficiente como para empezar a trabajar como él siempre había querido, tardó años en hacerlos. No se trataba de falta de tiempo, sino de que, a sus catorce años, Charles tenía muy claro qué era lo que quería, y empezó a comer menos y a gastar poco en materiales para poder comprar los mejores para esos zapatos. Eran de seda púrpura de oriente con un delicado bordado en oro y tacón de madera finamente tallado.

Llegó a pensar que jamás vendería esos caros zapatos en los que tanto había trabajado, hasta que una duquesa decidió celebrar un baile y, buscando unos zapatos que hiciesen juego con su nuevo vestido, dio con la humilde tienda del zapatero. En un principio pensó en no comprarlos por tratarse de un hombre escuálido y mal vestido, pero él la convenció diciéndole que eran mágicos y que la llevarían a su amor verdadero, y la inocente duquesa los compró sin dudar. Esa misma noche se comprometió, pero no fue por los zapatos, sino porque su padre había pactado ya su matrimonio. En cualquier caso, Charles adquirió gran fama en Londres.

Con ese dinero pudo comprar más materiales caros y seguir haciendo zapatos cada vez más elaborados y, con el tiempo y todo su esfuerzo, llegó a comprar también una pequeña tienda a orillas del Támesis, y gente adinerada de todo el país empezó a adquirir sus zapatos en aquel comercio.

Una vez entró en su tienda un marqués del norte, que estaba buscando unos zapatos. Charles le enseñó unos lustrosos zapatos plateados con una hebilla dorada y bordados hermosos, y el marqués los compró sin dudar, pagando el doble de su precio. Por un momento pensó que jamás sabría nada de él otra vez, pero se equivocó. A las dos semanas recibió una carta en la que le convocaba en su mansión, y Charles se puso su mejor traje, unos elegantes zapatos negros con una hebilla de oro y se presentó en aquella casa.

El marqués no esperaba que acudiese a su invitación, pero le alegró tenerle allí, pues solo tenía en mente una cosa: un artesano de tal talento era, sin lugar a dudas, digno de su hermosa hija, quien tocaba el clavicordio igual que un ángel, y aquella misma noche, Charles se comprometió con Isabella. Por eso estaba allí tres meses después, delante del espejo, con un hermoso traje, unos zapatos que él mismo había hecho para la ocasión, y la mente vagando por sus recuerdos.

Cuando llegó a la iglesia, se encontró con cientos de nobles aguardando a la hermosa Isabella, quien nunca hubiese esperado desposarse con un rico zapatero. La marquesa recorrió el pasillo despertando admiración con su enorme vestido de campana adornado con exquisitas perlas, y con sus manos en guantes brocados sosteniendo un ramo de flores de anís.

-Estás hermosa, mi querida Isabella.

No sabía cómo iba a responder a eso, así que le dedicó un mudo asentimiento y la ceremonia, llena de ovaciones y lujo, se sucedió sin mayor contratiempo. La hermosa Isabella se desposó con un zapatero de manos mágicas, unas manos que le había concedido la reina de las hadas a cambio de su primer hijo, pero ese era un secreto del que nadie era realmente consciente. Por eso, la noche en la que nació su primogénito, Charles le contó a su esposa que había nacido sin vida, y Titania se lo llevó al país de las hadas.

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