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viernes, 10 de febrero de 2023

En lo profundo del mar

-Escúchame... oye mi voz sonar... 

Desde la distancia Alex oía esa canción, pero al mismo tiempo era como si sonase dentro de su cabeza. Era algo tan hermoso, una voz delicada como el aire pero tan intensa como el sol. Echó a andar hacia la playa, con zapatos y el traje de su boda.

Carla había decidido que quería hacer una boda a orillas del mar, con el murmullo de las olas, el aire cargado con el olor a sal y el sol sobre su piel. Alex no había estado de acuerdo en ningún momento, pero amaba a Carla y, por casarse con ella, podía soportar una ceremonia en el mar. Ni siquiera quería tener al cura pomposo que se encontraba en el altar. Y entonces, justo antes de decir las dos palabras que le unirían a su prometida durante el resto de su vida, comenzó a oír esa canción.

-Las olas que... recorren el lugar...

Era algo tan perfecto, tan dulce y sereno... Él era músico, le habían enseñado a tocar el violín, el arpa y la guitarra, había alcanzado fama mundial al mezclar el poderoso y estridente heavy metal con la dulce y armónica melodía del violín. Eso le había llevado a conocer a Clara, una muchacha a quien su mejor amigo y guitarrista de su grupo, Golden Rose, daba clases como favor a su primo.

Clara era amable, soñaba a lo grande, tenía un talento único para componer los acordes más extraordinarios. Se enamoró de ella por su forma inocente y cándida de ver el mundo, por su sonrisa de cristal, por esos ojos de color verde que tan enigmáticos le resultaban. Se enamoró como nunca pensó que alguien pudiese llegar a hacerlo, pero tardó años en confesarle que la quería, y mientras tanto componía hermosas melodías que hacían estremecer a cualquier poeta. Pero ninguna era como la que oía.

-Lleva el mar... mi dulce cantar...

Carla le observó callarse, sus ojos castaños volverse de color blanco como la nieve, y alejarse hacia las olas, vestido y con zapatos. Ni siquiera había llegado a decir nada, pese a que sabía que la amaba, así que algo debía ocurrirle. Corrió tras él, abandonando a sus invitados en el altar, y trató de agarrarle, pero él ni siquiera parecía percibirlo.

-Alex -le agarró de la mano-. ¿Qué te ocurre?

-Esa voz... ¿no la oyes?

Alex empezó a susurrar la canción que escuchaba y que, a su entender, provenía del mar más profundo, y Carla miró hacia las olas. Hubiese sido una ceremonia normal... de no ser por el gigantesco monstruo que vio entre la ¿niebla? Ni siquiera sabía por qué había niebla en el mar, por la tarde, en pleno verano. Gritó aterrorizada y todos los invitados corrieron junto a ella para intentar averiguar qué ocurría, aunque fuese solo curiosidad, y al acercarse vieron lo mismo que ella vislumbró entre la niebla.

Era gigantesco, de más de treinta metros de alto, y solo parecía verse su cabeza, informe pero llena de dientes, con unos ojos como gigantescos balones de fútbol, pero con una pupila muy pequeña. El único que parecía no ver a ese repugnante y dantesco ser era Alex.

-Te invito a ti... a caminar junto a mí...

Como un grito desesperado Carla lo agarró y le dio un beso delicado como la brisa pero muy profundo, y eso fue suficiente como para que sus hermosos ojos volviesen a ser castaños y mirase a su novia con una sonrisa.

-Todavía no he dicho "sí quiero".

Pero, para sorpresa de Alex, su prometida señaló hacia el mar. Le sorprendió darse cuenta de que estaba en la playa, y no a veinte metros de esta, tal y como habían planeado, pero lo que más le sorprendió, fue esa monstruosa criatura asomando por las olas.

Por desgracia para todos los invitados de la boda, fue demasiado tarde. Un tentáculo grande como un castillo los arrastró hacia el fondo del mar, a todos los invitados, al grupo entero, a todos los hombres que se habían reunido allí... todos se fueron... excepto Carla.

Asustada y llorando de terror corrió hacia el puesto de guardia y aporreó la puerta. Un surfero musculoso con bañador naranja y cabello largo lleno de rastas adornadas con cuentas plateadas le abrió la puerta, con los ojos adormecidos y una pose despreocupada. 

-¿Qué quieres guapa? ¿Vienes a casarte conmigo?

-Mi novio... mis invitados... en el mar...

Estaba tan alterada que apenas era capaz de formular frases completas. El socorrista pareció darse cuenta de que ocurría algo grave, la hizo entrar y ocupar un asiento, puso una manta sobre sus hombros y llamó a la policía.

...

Pese a las declaraciones, las horas de búsqueda y los más de veinte interrogatorios a lo largo de los últimos dos años, jamás lograron encontrar ni rastro de los desaparecidos. En el fondo la policía culpaba a la pobre Carla, pero tampoco tenían prueba alguna de que ella los hubiese matado, simplemente se los había tragado el mar.

Carla siguió yendo a esa playa durante años, mirando el mar y llorando al recordar a Alex, el hombre que le había robado el corazón con esa sonrisa, su cabello largo y ese fascinante arpegio. Se enamoró hasta tal punto que suplicó a su mejor amigo, primo del guitarrista, que le ayudase a contactar con él, y a él se le ocurrió que su primo podía darle clases. 

Después de eso había ido casi cada día al estudio en el que practicaban y en el que había nacido Golden Rose, y allí se dedicaba a aprender a tocar un instrumento que descubrió que le gustaba de verdad. Sin embargo, cada vez que veía su arrebatadora sonrisa y su melena llena de bucles aparecer por la puerta, dejaba de tocar y le dedicaba una sonrisa tonta, la misma sonrisa por la que él se enamoró de ella.

-Me los has arrebatado... ¿por qué me has dejado con vida? ¿A caso quieres torturarme?

Se levantó de las rocas y, descalza, caminó hasta sus sandalias, que habían quedado a unos metros de ella. Con una calma triste y atormentada las recogió... y entonces fue cuando lo escuchó.

-Escúchame... oye mi voz sonar.

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