El cielo oscurecido de media noche estaba plagado de estrellas y con una enorme luna llena que alumbraba en el cielo como un faro. Era una noche cálida de primavera, con el mar tranquilo, y paseaba con dos amigos y un perro por el puerto. Gabriel era su mejor amigo en todo el mundo, se conocían tanto que casi parecía que se leían la mente, Irene había llegado a sus vidas hacía unos años, era callada y algo retraída, pero también muy interesante, solía almacenar datos inútiles en su cabeza que eran ciertos siempre.
Era una noche normal, paseando con sus amigos y un pastor ovejero, una noche como podría haber sido cualquier otra. Cuando regresó a casa, después de pasear con ellos durante casi dos horas y gastarse bromas entre ellos, se sentía tranquilo y decidió irse a dormir, igual que hacía cada noche. Pero esa no era una noche normal. No habría sabido decir por qué o de qué se trataba, pero había algo que le ponía los pelos de punta.
Llevaba varias horas dormido cuando empezó, de pronto se sintió encadenado, atrapado en su propio cuerpo, con una presión en el pecho que no sabía identificar. Intentó abrir los ojos, moverse o gritar, pero fue incapaz de hacerlo, como si algo se lo impidiese. Hasta ese momento no sabía lo que era sentir pánico. Entonces sintió algo más, algo muy frío, más que el mismo hielo, y escuchó claramente una respiración cerca de su oído.
-Cuida de Alex.
Era una voz metálica y escalofriante como nunca antes había oído, algo realmente aterrador. En cuanto escuchó esas tres palabras, todo desapareció y se despertó de golpe. Hasta hacía unos segundos habría jurado que su habitación estaba ardiendo, como si todo a su alrededor se incinerase, pero al levantarse con los ojos como platos, comprobó que todo estaba en orden.
Se tumbó sobre la cama con la respiración alterada y sin poder sacarse de la cabeza esas tres palabras. Alex era su primo, que vivía a tres pueblos de distancia y al que solo veía cuando iban de fiesta o pasaba las vacaciones en su casa. Aun si lo que acababa de vivir era cierto, ¿cómo iba a cuidar de él? Ni siquiera estudiaban en el mismo colegio y, aunque le viese todos los días, nunca se creería lo que acababa de ¿soñar? No, eso no podía ser un sueño, porque si lo era su cerebro jugaba con él del modo más cruel.
Con un pesado suspiro se levantó de la cama y fue a la cocina a calentarse un poco de leche. No sabía cómo podría volver a dormirse después de lo que acababa de sentir, pero el reloj digital de su habitación marcaba las 3.06 y no podía estar despierto toda la noche.
...
Durante semanas fue incapaz de sacarse de la cabeza esa sensación. Gabriel no lograba sonsacarle qué le ocurría e Irene estaba en una de esas épocas en las que no hablaba con nadie ni salía de casa. Él nunca se creería lo que le había pasado, ella sí, pero cuando decidía aislarse ni siquiera contestaba al móvil.
-A ti te pasa algo y no me lo quieres contar.
-Gabi, en serio, no me pasa nada.
-Genial, así podemos irnos de fiesta esta noche.
Si se esperaba alegarle, pinchó en hueso porque en el momento en que dijo esas palabras, esa sensación de presión en el pecho volvió. Sin embargo, si se negaba sería evidente que le ocultaba algo y no pararía hasta averiguarlo, así que asintió sin muchas ganas.
Esa misma noche se preparó para salir y Alex fue a buscarle en coche. Sabía que pasaría, pero había aceptado, no podía echarse atrás. Se montó en el asiento trasero, junto a su amigo, y Alex puso rumbo a la capital de la provincia, que era enorme, llena de gente y con edificios muy altos.
Todo el camino fue con normalidad, hasta que llegaron a un puente tan alto que no se podía ver el final, en mitad de la autopista. Entonces el coche empezó a ganar velocidad y a desviarse hacia un lado, y escuchó de nuevo esas palabras en su cabeza. Miró hacia su primo, que cabeceaba entre el sueño y la vigilia.
-¡Alex! -y levantó la cabeza de golpe-. Si quieres conduzco yo, pareces agotado.
-Que va, es por la monotonía de la autopista. Si no os importa voy a poner música, y cuando paremos, que uno se siente a mi lado.
Aryan se echó para atrás en el asiento después de comprobar lo cerca que había estado de la barrera que separaba el puente y el vacío. No sabía cómo era posible, pero lo de aquella noche había sido muy, muy real. Miró a Gabriel, intentando encontrar un modo de contárselo. No, si iba a hacerlo, tenía que ser en una noche tranquila, después de que ese trauma se hubiese diluido un poco, y seguramente con alcohol en sus venas.
Cuando su cabeza dejó de dar vueltas, se dio cuenta de lo cerca que había estado de caer por el puente, junto a Gabriel y Alex. Cerró los ojos un momento, intentando relajarse de la experiencia que acababa de vivir, y entonces volvió a escuchar esa respiración cerca de él, algo más frío que el hielo, y esa voz metálica de nuevo.
-Yo siempre cuidaré de ti.
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