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viernes, 3 de marzo de 2023

Espiral de destrucción

 Durante los últimos dos meses se despertaba siempre cansada, con una sensación de pesadez en la cabeza, dolor en los hombros y el cuello rígido. Dormir mal era algo típico en ella, había estado toda su vida con insomnio, pero últimamente solía dormir entre diez y doce horas sin despertarse, y eso era algo extraño. Si acudía a un médico y le contaba que había pasado de dormir seis horas a doce, seguramente le diría que era algo normal, pero sabía que eso no era cierto.

Aquella mañana de marzo se levantó con la misma sensación en su cuello. Normalmente se le pasaba con analgésicos y un baño caliente, así que eso fue lo primero que hizo. Bajó a desayunar para que su delicado estómago pudiese lidiar con las pastillas, subió a darse un baño caliente y, sintiéndose un poco mejor, salió de casa.

Hubiese querido decir que tenía mala suerte al no tener trabajo, pero, incluso aunque lo tuviese, no podría sostenerlo tal y como se levantaba cada mañana. ¿Quién iba a querer a una empleada que se sentía mal dos días y uno más o menos bien? Necesitaba averiguar qué le estaba ocurriendo.

En su pequeño pueblo a orillas del Atlántico nada ocurría nunca que se escapase de lo normal, incluso esa mujer era relativamente normal porque había vivido allí los últimos doce años. Era una persona extraña, que no trabajaba porque no quería pero siempre tenía suficiente dinero para hacer lo que le pareciese mejor, con el cabello pelirrojo, casi como el fuego, ojos verdes y piel pálida, que lo parecía aun más porque siempre llevaba ropa oscura. Era una persona a la que todo el mundo evitaba pero que, sin embargo, era amable con todo el mundo.

Nadie sabía dónde vivía "la bruja", tal era el nombre que le había dado todo el mundo, así que se dedicó a pasear hasta encontrarla. No era muy difícil, corría el rumor de que aparecía siempre que alguien la necesitaba. Si bien todo el mundo la evitaba, tarde o temprano todos acababan por recurrir a ella, pues era inteligente y muy diestra con sus artes, que iban desde hacer pulseras hasta salvarle la vida a alguien con extraños bebedizos.

Estaba atravesando la calle comercial, que iba a dar a un enorme parque, cuando se tropezó con ella, literalmente, y ambas cayeron de espaldas. La bruja se quedó mirando sus ojos grises, con el ceño fruncido y una evidente preocupación, y cuando fue a levantarse, esa mujer pelirroja no se lo permitió.

-No se te ocurra moverte -dijo con voz neutra-, algo te está siguiendo.

La mujer, que no tendría ni treinta años, metió la mano en su un bolso enano que llevaba a la cintura, sacó un puñado de polvo y sopló. El polvo se convirtió en chispas de luz que volaron por encima de su hombro y se detuvieron a dos metros de ella, formando una extraña figura con los brazos muy largos, alto como una viga y con una cabeza extrañamente pequeña.

-¡Corre!

Aun algo aturdida, corrió agarrada de la mano de la bruja pelirroja, que la llevó directamente por un camino que recorría cada día y que llevaba a su casa. ¿Cómo sabía ella dónde vivía?

-Elena, las llaves, tenemos que llegar antes que él y no me queda suficiente polvo, ¡rápido!

Sacó las llaves del bolso y abrió el cerrojo. La bruja empujó la puerta mientras ella recuperaba las llaves, la cerró en cuanto entraron y puso ese extraño polvo tras la puerta. No esperó a explicarle nada, la llevó casi arrastras al segundo piso, y volvieron a entrar siguiendo el mismo ritual. Solo entonces, cuando Elena cerró la puerta, miró a la pelirroja con el ceño fruncido.

-Dos cosas, bruja, ¿quién demonios eres y qué es esa cosa?

-Me llamo Cristina y sí, soy una bruja. Eso que te está siguiendo es lo que yo llamo un devorador, y, a juzgar por tus ojeras, lleva contigo ¿cuánto? ¿Dos meses más o menos?

Ese era el mismo tiempo que hacía que no dormía bien, ¿cómo lo sabía ella? Las preguntas empezaron a arremolinarse en su cabeza y salieron todas de golpe.

-¿Cómo sabes quién soy? ¿Puedes hacer algo? ¿Por qué yo? ¿Qué demonios tengo que pueda interesarle a ese... esa... cosa?

-Tranquilízate Elena, todo va bien. Sé quién eres porque mi trabajo consiste en saber estas cosas. ¿Has oído eso de que "en todos los pueblos hay una bruja"? Bien, no es casualidad, las brujas tenemos un acuerdo con la naturaleza desde hace milenios, ella nos da poder y nosotros protegemos a sus hijos, a los mortales. Cuando algo raro pasa en el pueblo, yo averiguo a quién y voy a su encuentro para ver cómo puedo ayudarle. Es la primera vez que veo que un devorador se obsesiona con una mortal, no tiene demasiado sentido, así que tiene que haber algo de sangre mágica en tu familia.

-Mi familia es normal.

-Ya, eso creía yo de la mía, hasta que mi maestra me salvó de una de esas cosas. Luego se pasó cuatro años enseñándome todo lo que sabía y buscó un pueblo sin bruja para poder enviarme allí. El coven me paga para cuidaros y yo consigo dinero para el coven con mis medicinas, así de simple.

Cada vez era todo más confuso. Estaba al borde de un ataque de nervios. Por lo que esa chalada decía, no solamente era víctima de un monstruo invisible que la amenazaba, seguramente con matarla, sino que, además, era una bruja, o al menos tenía algo de bruja.

-¿Cómo sé que dices la verdad?

-Las chispas de azúr -asintió-. ¿Las has visto?

-Pues claro que las he visto, como para no verlas.

-Esa es la prueba, que yo sepa solamente las brujas podemos ver brillar las chispas de azúr, para los demás solo es ceniza. Y ahora vamos. He espantado a esa cosa pero volverá y tenemos que estar preparadas.

-¿Es que puedes hacer algo?

-Sí, pero tendrás que hacer de cebo.

Sintió cómo su sangre se convertía en hielo y recorría todo su cuerpo. Si la posibilidad de que esa cosa la matase mientras dormía era algo aterrador, ser una carnada para esa bestia era mucho peor.

-Tienes que estar bromeando.

-Ojalá. Esas cosas solo se ven atraídas por la magia que devoran, y si no viene esta noche, cambiará de víctima, seguramente en un pueblo sin bruja, y entonces tendremos una víctima inocente. Si vamos a pararlo tiene que ser aquí y ahora, así que tienes que ser el cebo.

-¿Y por qué no haces tú de cebo?

Si pensó que Cristina iba a enfadarse por ello, se equivocó. La bruja levantó una ceja pelirroja y sonrió, no sabía si con crueldad o con diversión, pero estaba a punto de descubrirlo.

-Gran idea, ¿sabes cómo atraerlo? ¿Sabes si le gustará mi magia? ¿Tienes idea de cómo matarlo? Y si no funciona, ¿sabes cómo retenerlo para atraparlo?

Definitivamente estaba siendo cruel, pero también era realista. De las dos era la única que conocía a esos seres y que sabía cómo detenerlos y matarlos, así que no tenía sentido que hiciese de cebo. Empezaron a llenar la casa de trampas dibujadas con tiza en el suelo, sal rodeando las ventanas y esa misteriosa ceniza en el pasillo, siguiendo un recorrido inequívoco hasta su dormitorio, que rodearon de ceniza.

A media noche estaba de nuevo tumbada en su cama, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la almohada. El cuello volvía a dolerle, así que no podía dormir, por cansada que estuviese, y entonces volvió a sentir ese enorme peso cerca de ella.

La puerta se cerró de golpe, encerrando a la criatura en el dormitorio de Elena con una línea de ceniza que completó el círculo. Cristina salió de entre las sombras con un cristal transparente, y se acercó a la criatura. El cristal empezó a brillar en azul, ella saltó de la cama y se puso tras la bruja pelirroja, que atrapó a la criatura en el cristal.

-¿Y ahora?

No respondió, echó el cristal ahora azul en un cuenco y lo llenó con ceniza, dijo una palabra que le pareció latín y todo se prendió en llamas.

Por desgracia para ambas ese fue su mayor error. De golpe la habitación se volvió de color negro con tintes violetas y verdes, Cristina retrocedió por primera vez desde que la conocía y eso le dio escalofríos a Elena. No creía que una persona tan valiente pudiese retroceder.

-¿Qué está pasando?

-Que me he equivocado, no eres una bruja.

Y entonces, para sorpresa de Cristina, Elena empezó a reírse como si le hubiesen contado el mejor chiste de la historia. Las piezas desordenadas en la mente de la bruja pelirroja empezaron a acumularse, intentando encontrar una respuesta, pero no había nada que conociese y que pudiese hacer algo así.

-¿Y tu maestra ha dado por terminado tu adiestramiento? ¿Tan inútiles sois las brujas?

Elena sacó el cristal azul ennegrecido del cuenco en llamas, sin importarle si se quemaba o no. Su mano pálida atravesó la ceniza y volvió a salir sin un solo rasguño, y Cristina la observó con auténtico terror.

-Elena lleva muerta unos seis años. Te has metido con el ser equivocado, bruja. Todas sois iguales, perdedoras engreídas. ¿De verdad has pensado que dejaría que un devorador se me acercase sin más? Yo no soy la víctima aquí, soy la trampa.

Había metido la pata hasta el fondo. Queriendo ayudar a todo el mundo no se había dado cuenta del aura oscura que emanaba Elena, pues el devorador la había cegado y creyó que se trataba de eso. Con auténtico terror vio cómo esa mujer, o lo que fuese esa cosa, agarraba el cristal y lo rompía en mil pedazos, liberando al devorador.

-Y ahora, querida, vas a venir conmigo.

No le quedaba polvo de azúr y su magia no era bastante poderosa. Por un momento deseó volver con su maestra, pero dudaba que pudiese ayudarla. El devorador agarró su tobillo y se metió por el espejo de pared que había en la habitación, seguido de Elena, mientras Cristina peleaba por liberarse y veía cómo la habitación se iba haciendo más y más pequeña a través de un recuadro rodeado por la más absoluta oscuridad.

...

Llevaban dos semanas soportando el olor a podrido que emanaba del segundo piso, así que los agentes de policía no tuvieron otro remedio que tirar la puerta abajo. Lo que vieron se quedó grabado en su memoria para siempre. Toda la casa estaba cubierta de sangre, de huellas de manos y otras cosas, los muebles desordenados, la cocina llena de bichos... y todo el desastre se acumulaba rodeando la habitación principal, donde solamente había una chica pelirroja de unos seis años, con los brazos llenos de cicatrices y una mirada aterrorizada.

Miguel se acercó a la pequeña, que lo miró con lágrimas en los ojos. ¿Quién era esa chica y qué había podido ocurrirle para estar tan asustada? Por alguna extraña razón le resultaba familiar, pero no sabía quién era.

-Hola, ¿me escuchas? -asintió-. ¿Puedes hablar? -repitió el gesto-. ¿Me dices tu nombre?

-No me acuerdo... 

-¿Cómo has llegado aquí?

-No lo sé -respondió llorando-. Estaba en un lugar oscuro, había fuego por todas partes, y de golpe estaba aquí -miró al espejo colgado en la pared-. Rómpelo.

Por desgracia el agente no podía hacerlo, por mucho que la pequeña estuviese tan asustada ese espejo era una prueba, pues toda la destrucción de la casa parecía haber salido de golpe del espejo. Levantó en brazos a la pequeña y la cubrió con su chaqueta, y ella se dejó llevar hasta el hospital.

Sí que se acordaba, lo recordaba absolutamente todo, la trampa que Elena le había tendido, el fuego, el dolor, la tortura... y que la habían reducido al tamaño de una niña pequeña por una sencilla razón: ¿quién creería a una niña?

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