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martes, 7 de marzo de 2023

Por tus ojos verdes

 "Querida Emily

Llevo menos de un mes lejos de ti y ya te echo de menos. Sé que esto no ha sido elección mía, que no he podido hacer nada al respecto, pero eres la primera persona en mi mente al despertarme y lo último en lo que pienso antes de dormir. Ojalá pudiese volver a verte, a tocarte y volver a reírme contigo mientras vemos una película de comedia de los 90, como las que sé que te gustan a ti.

Nunca te lo he dicho, pero odio las películas de comedia, solo me gustan porque puedo ver una sonrisa sincera en tu piel de porcelana, de esas en las que se te arrugan los ojos. Es el único momento en que sonríes de verdad, no sé por qué y nunca has querido decírmelo, pero tampoco te voy a obligar a hacerlo.

Hoy me he levantado y Vancouver me ha regalado un amanecer despejado y de color naranja, como los que te hacían cerrar los ojos y sonreír en paz, arrancando destellos dorados a tu pelo rubio. Parecías un ángel. Cuando hacías eso de dejar que la luz del sol te despertase yo entendía por qué estoy tan loco por ti, por esa sonrisa inocente, por tus ojos verdes llenos de figuras indescriptibles, por esa piel tan bonita y llena de pecas que sé que no te gustan pero que a mí me encantan.

Cuando fui a desayunar me serví un bol de cereales de los que sé que te encantan, como los de los niños pequeños, de colores y llenos de azúcar. Tampoco me han gustado nunca, pero ahora me recuerdan a ti. Hoy es fin de semana, así que no tengo que ir a trabajar. Puede que parezca estúpido pero voy a pasarme todo el día viendo La pantera rosa del 2006 y comiendo palomitas de colores.

Creo que por fin entiendo por qué te gusta tanto esa película, lo divertida que es y lo emocionante que puede resultar si dejas que el mundo a tu alrededor desaparezca. Me pregunto si es eso lo que sentías cada vez que la veíamos juntos.

Te hecho de menos, Emily, tanto que siento que me duele el alma. Sé que no tengo elección, que debo pasar por esto si quiero convencer a tu padre de que no soy un holgazán, pero tener que estar lejos de ti es una tortura. Cuento los días para volver a verte y se me hacen largos.

Tuyo siempre

Richard"

Emily cerró la carta con lágrimas en los ojos. También le echaba de menos, y en el fondo no podía evitar odiar a su padre por gritarle "no dejaré que mi hija salga con un holgazán" el día en que le había llevado a conocer a su familia. Se odiaba por ello, porque al día siguiente Richard comenzó a buscar una universidad y un trabajo que pudiese combinar para poder contentar a su suegro. Era una estupidez, ella lo quería por lo romántico y dulce que era, no le importaba si era un humilde peón o un directivo, si era abogado o minero, simplemente le quería a él, a lo que era.

-Tranquila cielo, todo se arreglará.

-¿Cómo que tranquila, mamá? Se ha ido por su culpa.

Alexandrine, o Lexy, como la llamaban desde su juventud, entendía el punto de vista de su hija porque también lo había vivido. El día en que ella llevó a Paul a conocer a sus padres, el CEO de una gran empresa de construcción de Francia le soltó exactamente lo mismo que él le había dicho a su suegro. Parecía que no había aprendido nada del pasado, porque ella no había vuelto a hablar con su padre ni había ido a su funeral precisamente por eso, por insultar al hombre que ella había elegido.

Lexy empezaba a creer que perdería a Emily de la misma cruel manera, igual que su madre la había perdido a ella, y no deseaba que su hija pasase por el dolor de no volver a ver a su madre por culpa del tarugo que tenía por padre.

-Sé que lo hace por mí, pero eso no hace que me sienta mejor -suspiró pesadamente-. Mamá, dile a papá que me iré a Vancouver con él y que volveré cuando termine sus estudios.

-Cariño...

-No puedo estar lejos de Richard mamá, no puedo. No sabes lo dulce que es -le entregó la carta-, pero puedes leerla si quieres, puede que así lo entiendas.

Y mientras Emily hacía las maletas, Lexy empezó a leer la carta, y sus ojos se llenaron de lágrimas al ver la dulzura con la que describía a su hija, todos sus gestos y su luz, como si fuese un hada.

-Tranquila cielo -le devolvió la carta-. Vete a buscarle, yo hablaré con tu padre.

... Siete años después ...

Samuel se quedó mirando a su hija envuelta en seda blanca y encaje, con un gran ramo de lirios y una sonrisa llena de felicidad. No le gustaba su yerno, le parecía poca cosa para su hija, pero poco después de que Emily se hubiese marchado a Vancouver, Lexy se había enrocado en defender esa relación con una simple carta, y tuvo que ceder, pese a lo que pensaba realmente.

Mientras caminaba sobre la alfombra roja hacia su yerno, que la esperaba de impecable smoking negro, observó a su esposa. Se habían casado sin la aprobación de Renaud, y no le había importado demasiado, hasta que se vio en la misma situación con su hija.

Cuando llegó al altar y ella extendió su mano hacia él, los observó un momento. Por mucho que lo rechazase no podía negar que había avanzado muchísimo. Richard le había dedicado cada segundo de tiempo a trabajar y estudiar, y Emily le había ayudado, le había apoyado, había cocinado para él y se había desvelado tratando de ayudarle a aprobar, y en cuanto tuvo el título en su mano, volvió a Phoenix para casarse con ella.

Caminó hasta su asiento al lado de Lexy, y ella le tomó de la mano con una sonrisa que lo decía todo. No podía negarle nada a esa mujer, por mucho que fuese en contra de todo en lo que creía, no podía decirle que no.

-¿Crees que Emily hace lo correcto?

-Samuel, incluso aunque se equivoque, tu no puedes hacer nada por cambiar su opinión. Ella seguirá el camino que le marque su corazón y yo la apoyaré. Puedes aceptarlo y formar parte de sus vidas, o negarte y ser como mi padre.

Esa posibilidad le asustó, no porque le comparase con Renaud, sino porque él sabía perfectamente que Lexy no había vuelto a hablar con él desde que se fugaron juntos después de aquella espinosa cena. No quería perder a su hija, así que, en contra de todo en lo que creía, iba a tener que darle una oportunidad a Richard.

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