CAPÍTULO 5
Aquella noche fue la más extraña de su vida. Dormir en una sábana atada entre dos vigas del camarote de marineros, rodeada de personas que creía que pertenecían a un cuento, no fue plato de gusto. De pequeña le hubiese encantado poder ser parte de una aventura extraordinaria, pero ahora que estaba a punto de empezar una... bueno, las cosas no eran tan bonitas como las pintaban en los libros y en las películas.
El camarote olía a pies, a mar y a otro tipo de cosas que le revolvían el estómago, el oleaje no ayudaba a calmar su estómago ni su ansiedad, y la hamaca improvisada hacía que su espalda se curvase de tal modo que estaba segura de que cuando despertase, si llegaba a dormir en algún momento, apenas sería capaz de moverse.
No quería cerrar los ojos, siempre había leído que el Capitán James Garfio era malvado, pero ¿qué adulto no es malvado en un mundo de niños que no quieren crecer? Definitivamente ni podía ni se veía capaz de quedarse dormida, pero no había tenido en cuenta lo cansada que se sentía, así que a pesar del nauseabundo olor, del oleaje y de lo que su sentido común le decía, cayó profundamente dormida.
No se despertó hasta que empezó a oír gritos por doquier. Abrió los ojos casi de golpe pero sin atreverse a moverse todavía. Sentía sus nervios clavados violentamente en su espalda, como si se hubiese apoderado de ella un instinto primario que le pedía a gritos permanecer lo más quieta posible para que nadie la viese, y empezó a distinguir lo que decían las voces en la cubierta.
-¡Vamos, gandules! ¡Hoy os toca fregar la cubierta!
Era la voz de un hombre, y al parecer tenía bastante autoridad. Los marineros solían responder con un "sí, contramaestre". Debía de ser alguien con suficiente poder en el barco para dar órdenes, que los demás obedecían sin preguntar. Parecía que la ignoraban, o habían olvidado su presencia, y se levantó de la hamaca, con la cadera adolorida y una contractura en el cuello.
Cuando finalmente levantó la mirada de sus rodillas, se paralizó de nuevo. Había un hombre gordo con una nariz enorme y roja, gafas doradas, un gorro rojo y una camiseta azul y blanca. Perpleja, parpadeó por si su cerebro había decidido jugar al escondite con ella como cuando uno pierde sus llaves. ¿Estaba loca o ese era...?
-Buenos días, señorita Tatiana, soy el señor...
-Smee, ¿verdad?
-¿El capitán le ha hablado de mi?
Esa era la voz que había estado dando órdenes en la cubierta. Definitivamente no recordaba que hubiesen hablado de nadie de la tripulación. Ese estaba siendo un sueño realmente largo. Pero si era un sueño solo había un modo de despertarse. Siempre que soñaba, por mucho miedo que tuviese, nunca era capaz de soñar con su propia muerte. Si era capaz de forzar a su cerebro a despertarse, seguramente volvería a casa, a su cama, y se sentiría como una tonta al pensar que eso había sido real.
Saltó de la hamaca con los pies descalzos, emocionada por su idea, y nada más poner los pies en el suelo, cambió de opinión. Se había clavado en el dedo gordo una astilla, y el dolor era muy real. Por mucho que su idea funcionase, ¿era capaz de arriesgarse a morir por una remota posibilidad? Comprendió que no, y se sentó en el suelo para arrancarse ese molesto trocito de madera del dedo.
-¿Se encuentra bien?
-No... -respondió reprimiendo un profundo suspiro-. Señor Smee, ¿querría buscarme algo de ropa?
-Por supuesto, espere aquí un momento.
Tampoco tenía a dónde ir. No se atrevía a subir a cubierta, había confiado demasiado pronto en ese hombre extraño con la única condición de buscar una brújula mágica para ayudarla a volver a casa, pero no sabía si podía fiarse de él realmente.
Smee regresó al cabo de un rato con unos pantalones cortos de tela rugosa, una camisa blanca y un cinturón con una espada. No había visto una espada en toda su vida y, rezando porque fuese de madera, la sacó de la vaina. Hubo un sonido metálico, y se sorprendió al ver que era muy real y afilada. Miró a Smee con una ceja levantada, y él le dedicó una sonrisa.
-El capitán insiste. Teme que pueda sufrir daños por la tribu de Tigrilla.
En eso tenía razón. Había tenido que saltar desde un acantilado para poder huir de ellos, pero ¿y si no lo hubiese hecho? Agitó la cabeza para apartar de sí esos pensamientos y luego miró a Smee, que seguía observándola.
-¿Podría irse para que pueda vestirme?
-El capitán me invitó a no perderla de vista.
-O se va, o utilizaré la espada -espetó de mal humor.
Esa frase debió ser suficiente como para que Smee subiese las escaleras sin hacer preguntas. Lógicamente no pensaba apuñalarlo, no se veía capaz de ello, pero tampoco tenía ganas de que un desconocido la viese cambiándose de ropa. No se esperaba que esa extraña vestimenta fuese cómoda, pero resultó que le permitía moverse con tal libertad que sentía ganas de prenderle fuego a sus vaqueros y a su camiseta púrpura preferida.
Cuando finalmente salió a la cubierta, armada tal y como James prefería, se dirigió a su camarote. No habían terminado de hablar y realmente necesitaba su ayuda, o algún punto de partida. Incluso si no debía confiar en él, por el momento era su única ayuda en ese caótico mundo.
-Buenos días Tatiana, ¿te encuentras bien? -preguntó James al ver su pálido rostro-. ¿Mis marinos te han dejado dormir?
-Sí... es solo... hecho de menos mi casa.
-Lo comprendo, al principio me pasaba lo mismo.
-¿Eres del mundo de abajo? -asintió-. Me estás tomando el pelo.
-No, me crie en Windsor y estudié en Eaton, donde encontré una leyenda sobre esta isla. Me pareció que, si la visitaba, tal vez podría escribir sobre ella... y me quedé aquí atrapado. Hace más de cien años de eso... toda mi familia debe haber muerto -respondió con evidente tristeza.
-Lo siento -él no dijo nada-. Se me ha ocurrido... si el libro que estamos buscando puede devolverme a casa en mi tiempo, podrá devolverte a ti a Windsor en la fecha que quieras, ¿no crees?
-Es posible, pero te repito que yo no me acercaré a esa cosa.
Lo comprendía perfectamente. Sin embargo no podía desaprovechar esa oportunidad. Si pudiese devolver a cada persona de Nunca Jamás a su casa, si solo pudiese hacer algo tan difícil...
-No, ni se te ocurra -susurró Peter con terror inundando sus palabras.
-¿Pasa algo?
-Quiere devolverlos a todos a casa.
Por primera vez desde que había empezado esa rocambolesca historia, Melody se asustó realmente. Si forzaba al Libro del Infinito a hacer algo tan estúpido, seguramente se quedaría ahí atrapada para siempre, con su alma fragmentada en tantos pedazos como gente intentase sacar, y había muchos niños viviendo en ese sitio.
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