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 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del...

viernes, 30 de diciembre de 2022

Los viajeros

 "Nos hemos pasado la vida viajando, saltando de un lugar a otro. Pero no lo hacemos como lo harías tú, nosotros no viajamos a lugares, sino a personas. Podrías pensar que eso es invasivo y absurdo, pero muchas veces ni siquiera se dan cuenta.

Yo he viajado a Catalina di Medici, a Cleopatra y a Vatsiaiana, he estado en todo el mundo, recuerdo China durante la Gran Inundación de Yung-Yu durante el reinado del emperador Yao, recuerdo a la gente subir a las montañas para escapar de las tormentas, las hambrunas y los ladrones. 

Podríamos ser cualquiera, estar en cualquier parte, incluso lejos de este planeta. Existe un lugar paradisíaco llamado Velalma, está a unos 90 años luz de Caelari, que es el nombre que le dan a la Tierra las especies exteriores. Velalma es un planeta perfecto, con la temperatura idónea, plantas de un verde vibrante y hermoso, flores de los colores más vívidos que puedas imaginar, aguas tranquilas y limpias... Los Velal tienen una gran pasión por cuidar su planeta, pero por lo que he podido averiguar, no siempre fue así.

Hace unos 400 años estaban como está ahora mismo la tierra, con carreteras hechas de asfalto, el mar lleno de basura, la atmósfera con un enorme agujero a causa de la contaminación, el aire gris y con olor a ceniza... y entonces hubo un grupo ecologista que incendió las compañías que sacaban energía de consumir el planeta. En aquel entonces la gente los llamó "radicales", "asesinos" o incluso "anarquistas", pero después de aquel suceso y de no tener recursos para reconstruir las plantas energéticas impuras, el aire empezó a volverse respirable, y fue entonces cuando la gente despertó. Los Velal se dieron cuenta de que necesitaban cambiar las cosas.

Fue en ese momento cuando los viajeros intervenimos por primera vez en la historia de un planeta. Normalmente nos mantenemos al margen, observamos y aprendemos, como lo hemos echo desde hace generaciones, pero estaban perdidos y al borde de la desaparición, así que decidimos manifestar nuestra presencia y hacernos ver.

Al principio nos tomaron por invasores e intentaron destruirnos, pero los viajeros no somos hostiles, solo observamos, y cuando comprendieron esto, pudimos empezar a ayudarles. Hay muchas cosas que hemos aprendido a lo largo del tiempo, por eso nos llamamos viajeros, y les enseñamos a limpiar el mar, a purificar el aire, a plantar bosques sostenibles con especies que alcanzaban un enorme tamaño en meses, para poder dejar vivir los grandes pulmones del planeta.

Ojalá pudiese enseñárselo a la gente de Caelari, os vendría muy bien esto, podríais encontrar un mundo mucho más puro, limpio y amable, pero no estáis preparados. Vosotros, los humanos, tenéis grandes inventores capaces de engendrar ideas para limpiar vuestro planeta, pero no los escucháis, los tomáis por locos y caéis en las mismas mentiras una y otra vez. Es triste ver cómo una civilización con una imaginación tan desarrollada, se pudre lentamente por no saber escuchar."

-¿Bianca? ¿Qué estás escribiendo?

La voz del supervisor despertó a la joven periodista de ese sueño en el que estaba, donde su cuerpo era suyo pero no le pertenecía, y las palabras que escribía y que sabía que tenían sentido, no las reconocía. Repasó el texto por encima, y todo lo que entendió fue una chaladura.

-Nada, solo practicaba.

Y entonces desplazó el ratón por todo el texto para marcarlo por completo y pulsó la tecla Supr. No sabía cómo se tomaría su supervisor que se pasase el tiempo escribiendo locuras mientras el artículo sobre el romance entre una estrella del pop y un CEO de una multinacional tenía que salir al día siguiente cuando ni siquiera lo había empezado.

-¿Cómo llevas el artículo?

-Lo tendrás listo en una hora, solo tengo que revisarlo.

-Bien.

Rodrick volvió a su despacho sabiendo que ella mentía, y Bianca repasó la entrevista que había echo a la doncella del CEO, donde relataba como la estrella del pop Karma había ignorado a su esposo y el acuerdo prenupcial que habían firmado para meterse en la cama de Jules Trenton, el CEO de una multinacional dedicada a la fabricación de perfumes y cosméticos. Sabía que el artículo era una estupidez, que había que tener una vida sorprendentemente aburrida para dedicarle cinco minutos a la vida de una persona que ni siquiera conoces, pero órdenes eran órdenes, así que empezó a escribir, pensando en que no iba a tener tiempo suficiente para asegurarse de que estuviese perfecto.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Reseñas

Aquí no hay trampa ni cartón, como toda autora que empieza, tengo mucho por aprender y mucho por mejorar. No obstante, me gustaría compartir con vosotros las reseñas de todos los libros que vaya sacando. Este post estará cada cierto tiempo en edición, así que muy atentos para no perderos nada.


La puerta del destino

 Llevo siendo manipulado toda mi vida, incapaz de decidir por mí mismo. El ser humano ansía la libertad más que ninguna otra cosa en el mundo, como si fuese un aliento vital. Imagina por un momento lo que eso significa, saber que necesitas ser libre tanto como respirar, pero alguien decide dejarte sin aire. Así me sentía yo cada día de mi vida, atrapado y sometido por la voluntad de otros.

Quizá sea culpa mía por ser diferente, por haberlo sido desde que era niño. Nunca me han permitido elegir por mí mismo. Cuando cierro los ojos todavía oigo la voz de mi madre gritándome por cortarme el pelo, por dejármelo demasiado largo, por cambiar mis gafas por lentillas, por la ropa que elegía vestir... no importaba cómo sucediese, si elegía algo por mí mismo, lo que fuese, era un motivo de enorme discusión.

Todavía recuerdo la mayor discusión que tuve en mi casa. Fue el día del funeral de mi abuelo, al que quería incluso más que a mi padre porque fue él quien más me cuidó desde niño, quien se preocupó de que fuese feliz. Lo creas o no discutí con mi madre por unos gemelos. Ni siquiera eran caros, solo eran dos adornos de plata que mi abuelo me había regalado cuando le dije que quería hacer el servicio militar. Ella no sabía que los tenía, y decidí ponérmelos en el funeral de mi abuelo, y lo creas o no, en mitad del velorio, con toda la familia presente y a voz en grito, mi madre empezó a llamarme ladrón, alegando que había robado esos gemelos.

Intenté explicarle que él me los había regalado, pero no quiso entrar en razón. Finalmente y por milagro mi abuela, que siempre se había mantenido al margen de todo, salió en mi defensa. Mi madre me dejó en paz, no sin antes dedicarme una mirada de odio. Quizá sea por toda la tensión, pero ahora el más mínimo atisbo de una voz demasiado alta, hace que todos mis nervios se pongan en alerta.

Pero esta mañana ya fue demasiado. No por el motivo en sí mismo, eso es tan pequeño que parece ridículo, pero fue la gota que acabó por colmar mi paciencia. Es mi cumpleaños, y puede que sea algo infantil, pero a nadie le gusta sentirse despreciado en su cumpleaños. Mis padres nunca me han dado regalos, de eso se encargaba mi abuelo, pero es el único día en que puedo ser totalmente libre. Desde pequeño he adorado la música, es tan pura y perfecta... así que cada año me compro una entrada para un concierto de cualquier tipo de música, conozca o no al grupo, incluso si tengo que viajar al otro lado del país. Me gusta disfrutar de un concierto al aire libre en mi cumpleaños, es mi pequeño paraíso.

Salvo que este año es imposible. Estaba desayunando cereales con leche, igual que cada mañana, y no me esperaba que nadie me felicitase, pero tampoco lo que ocurrió. Mi hermana es fan de un grupo británico llamado Muse, y conseguí una entrada y un pase para el backstage. Cometí el error de dejarlos dentro de un libro que metí en un cajón, y mi hermana "accidentalmente" lo encontró.

-¿Qué es esto Gabriel?

-Una entrada.

-Me lo vas a dar.

-Ni de coña -agarré la entrada de sus manos-. Te dije hace meses que iban a dar un concierto, haberte comprado tu propia entrada.

Y todo habría terminado ahí de no ser porque mi madre entró a la cocina al oírnos y se puso de lado de la mimada que tengo por hermana mayor. 

-Dale la entrada.

-No, es mía, yo me la he comprado con mi dinero, el que gano trabajando de camarero, así que no.

-¡Dale la entrada a Isabel o te quedas sin concierto!

Y entonces, harto de todo, ante la mirada de pasmo de mi madre y mi hermana al borde de una rabieta infantil, rompí la entrada a la mitad.

-Si yo no voy, tampoco ella. 

Y mi madre decidió que era una buena idea tirar mi desayuno al fregadero, alegando que había echo una estupidez y que me merecía ese trato. No dije ni media palabra, me levanté de la silla, fui a mi cuarto y empecé a hacer las maletas. Estaba a punto de salir por la puerta cuando mi padre me dijo desde el salón y con una cerveza en la mano "volverás llorando". Y sin decir ni media palabra salí de casa dando un portazo. Escuché un último grito de mi madre, que ni siquiera alcancé a entender, y marqué el número de mi novia.

-¿Gabriel?

-Hola Ana, ¿puedo quedarme en tu casa esta noche?

-Claro, ya sabes que mis padres te adoran y llevan meses queriendo que te mudes y dejes a esos sociópatas, sin ofender.

Y caminé hasta el portal de mi novia, que me esperaba con una sonrisa junto a Clara y Marcos, sus padres, que me abrazaron nada más verme. No todas las familias son buenas, algunas son extremadamente tóxicas, pero con mis suegros me había tocado la lotería.

-Bienvenido a casa -dijo Marcos con una sonrisa.

martes, 27 de diciembre de 2022

Dalias violetas

 El yate cortaba las olas del mar, trazando un surco que las partía en dos. Navegaban con viento a favor, una brisa ligera que recorría la cubierta blanca como un suspiro, y el olor del mar los hacía sentir en completa libertad.

Que Demian recordase, no se había sentido así desde que era niño, antes de que su madre muriese. Ni siquiera la recordaba, solo tenía de ella una vaga imagen en su mente, y esto era así porque su padre había encerrado bajo llave todas sus fotografías y recuerdos. 

Naomi rodeó su cintura con los brazos y él le dedicó una sonrisa. Se habían conocido esa misma mañana paseando por la orilla de la playa de un pequeño pueblo del norte de Lugo, y su cautivadora sonrisa le llevó a invitarla a pasear en su yate.

De todas las cosas que su padre le había dado, esa embarcación era su favorita. La había llamado Ángela, igual que su madre, y en cuanto Naomi vio el nombre sobre la popa del barco, frunció el ceño con evidente molestia. Demian hubo de explicarle el origen del nombre de su yate, y eso pareció tranquilizar a esa chica de cabello pelirrojo.

-¿A dónde vamos?

-A donde quieras.

Pasaron de largo el faro negro y amarillo que se alzaba sobre un islote hecho de piedras y cemento, y estuvieron navegando sobre las olas del Cantábrico durante horas. El sol empezó a ponerse lentamente y Demian decidió que era el momento de volver. 

Era ya de noche cuando atracaron en el puerto de aquel pueblo costero y se internaron en la ciudad. Él la rodeaba por la cintura, y de algún modo empezaba a quererla. Entonces una estrella fugaz atravesó el cielo, y sonrió como cuando era un niño. Podría pedirle cientos de cosas a aquella viajante plateada, pero en ese momento solo pensaba en que Naomi permaneciese junto a él durante cada segundo de vida.

Sabía que su padre nunca aprobaría una relación como esa, surgida de un momento en el que ella se tropezó con su cuerpo y él se disculpó llevándola a navegar sobre aquellas olas perfectas.

-¿Qué quieres hacer ahora?

-Me da igual.

...

Habían pasado doce años desde aquel día, y todavía la recordaba con amor. Nunca pudo entender el dolor que sentía su ahora anciano padre, hasta que ella enfermó de leucemia y la muerte se la llevó. No estaba enfadado con ella por haberse ido, ni con la muerte por arrebatársela, sino con él mismo por no haber pasado más tiempo a su lado.

Arrodillado sobre su tumba, con las dalias violetas en la mano y el corazón roto, lloraba como un niño pequeño, mientras su padre intentaba a duras penas calmar el dolor de su corazón. Miró el nombre grabado en la lápida con el rostro lleno de lágrimas, y luego a su hijo, en brazos de la niñera. Antes había tenido una fugaz relación pasajera como el aire con esa mujer, pero no podía hacer eso nunca más. Con un esfuerzo titánico se levantó del suelo, tomó a su hijo en brazos y se fue de allí sin despedirse. No quería ser como su padre, no quería ocultarle a su hijo la existencia de Naomi y, por mucho que le doliese, le contaría todos los recuerdos que tenía sobre ella, incluido aquella mañana de agosto en la que se habían conocido en un pueblo del norte de Lugo.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Allegro da capo

A esa hora la sala de conciertos del conservatorio estaba vacía, y le gustaba ensayar ahí porque tenía mejor acústica. Por ello subió al escenario, se sentó en la primera silla a la izquierda del podio del director, sacó sus partituras y preparó su violín. Llevaba estudiando para ser violinista desde que tenía memoria, no porque le gustase, sino porque su padre creía que tocar el violín podía abrirle las puertas del mundo. Tampoco era que odiase la música, pero no como su padre la veía, ella amaba tocar la guitarra, adoraba el sonido de una guitarra eléctrica y de hecho la estaba estudiando en secreto desde hacía años. Pero todo eso iba a terminarse, tenía que elegir entre seguir siendo una marioneta controlada por su padre o romperle el corazón, porque el día 26 de ese mismo mes ocurrirían dos acontecimientos que aceleraban su pulso cual compas en allegro. 

El día señalado, aquel día estresante y lleno de expectativas, Diana tenía que elegir entre colaborar en el concierto y hacer feliz a su padre, o ir a una prueba de guitarra con uno de los mayores productores musicales del país y ser feliz ella. Por eso falló una nota muy sencilla, por eso tuvo que repetir la misma frase unas diez veces antes de rendirse.

Quería hacer feliz a su padre pero aquella podría ser la única oportunidad de su vida para encontrar su lugar en el mundo. No le importaba la fama, solo la música, mientras que su padre esperaba que ese concierto abriese para ella las puertas a la filarmónica de Viena.

-Diana, ¿no ibas a estar ensayando?

Marcos era la única persona del mundo a quien podía contarle cómo se sentía. Empezó a llorar, y el eco se repartió por toda la sala de conciertos. Marcos subió al escenario, se sentó a su lado y la abrazó. Sabía que su único amor verdadero era la guitarra, el sonido estridente y melódico que tanto parecía molestar a su padre, los armónicos artificiales que ella había dominado sin un profesor para guiarla. Tenía talento para la guitarra, pero en el violín había invertido toda su vida y todavía había acordes que le resultaban muy difíciles.

-Sigues sin saber qué hacer, ¿verdad? -ella no respondió-. El concierto es hoy, y la prueba también, no tienes más tiempo. Debes tomar una decisión.

-No es tan sencillo.

-Lo sé, pero ¿sabes qué sería yo si le hubiese hecho caso a mi padre? Un albañil.

El padre de Marcos tenía una pequeña empresa de construcción que causaba más pérdidas que otra cosa, pero era de la familia desde hacía dos generaciones. En un principio Sebastián había insistido a Marcos para que se hiciese albañil, pero él se eligió a sí mismo, se entregó en cuerpo y alma a la música, y con solo veintidós años se había convertido en el segundo saxofón de la orquesta, tenía su propio grupo de jazz y había tocado ya en cuatro países.

-Sé que esto te puede doler Diana, pero no puedes vivir toda la vida a la sombra de tu padre. En algún momento tienes que tomar las riendas de tu vida y elegir tu propio camino, por mucho que le duela a Arthur.

...

La batuta del director se movía frenéticamente, y los instrumentos acompañaban con armonía a la marcha Radetzky. Desde el patio de butacas todos observaban el concierto, excepto una silla reservada que estaba vacía porque, en cuanto el concierto empezó y todos empezaron a tocar, Marcos vio con una sonrisa cómo Arthur se marchaba con cara de decepción.

Sabía que eso le dolería, pero por una vez Diana había seguido su consejo, y dejó su violín en casa de una amiga, donde también guardaba su guitarra, y corrió con esta en una bolsa colgada al hombro hasta llegar al estudio de sonido del productor Rick Rubin, 

Diana arrancó una pieza musical de su propia composición ante la cara de interés del legendario productor musical que había trabajado con Slayer, Johnny Cash y Mick Jagger, personas que Diana tenía en un altar mientras el productor escuchaba con los ojos cerrados los acordes místicos que ella había creado, donde fusionaba los acordes que había aprendido sin ayuda, hasta que la detuvo con un gesto.

...

Cuando volvió a casa, su padre estaba en la cocina, ante un plato de estofado, y ella llevaba en su hombro su guitarra, y en la mano el violín que Arthur le había regalado. La miraba con desagrado, mientras ella trataba de reunir fuerzas para contarle la verdad.

-¿Dónde estabas?

-En una prueba de sonido.

-El concierto era más importante. Te habría llevado a la filarmónica de Viena, donde tocaba tu madre.

Diana comprendía el punto de vista de su padre, que buscaba desesperado revivir el recuerdo de Ava, la mujer que había amado y muerto cuando ella tenía cuatro años.

-Mamá no va a volver, y yo tampoco. 

-¿Qué dices?

-Que me marcho a Los Ángeles. Rick Rubin me va a buscar un grupo.

Arthur y Diana discutieron durante toda la noche, y al final ella cogió las pocas cosas que tenía y se marchó al hotel donde Rick la esperaba.

...

Desde la distancia vio a esa muchacha tocar con todo el alma, subida al escenario con un grupo que ni siquiera conocía. No le importaba en absoluto ser tratado como un viejo, ni saber el nombre del grupo, ni siquiera oía la voz del solista. La única cosa que era importante para él era esa guitarrista que brillaba sobre el escenario. No se sentía con fuerzas para disculparse, pero iba a verla siempre que podía, era su mayor fan y estaba orgulloso de ella y de sus 500.000 seguidores en Twitter. Diana había alcanzado la fama mundial bajo el apodo de Artemis, y no iba a dejar nunca el escenario, por mucho que a aquel desconocido entre la multitud le doliese no verle tocar en la filarmónica de Viena.

domingo, 25 de diciembre de 2022

Una vela para Eva

 "Hoy es Navidad, y mucha gente ha iluminado sus casas con luces y adornos de hombres gordos y barbudos vestidos de rojo, renos y otras cosas que jamás he comprendido. Nunca me ha gustado la Navidad, pero este año es diferente, este año la odio profundamente. 

Quizá tenga algo que ver con el hecho de que Baldo, mi perro labrador, haya muerto este año, o con el hecho de que mi novia, Helena, me haya dejado ayer, o que mi madre no me hable por no llorar en el funeral de mi padre, que me ha maltratado desde que tengo memoria. 

La idea de que la Navidad es feliz y divertida es una cuestión de marketing. ¿Quieres saber qué es realmente la Navidad? Una fiesta robada, como muchas de las que ha robado la iglesia. Jesús, si es que existió, seguramente nació en marzo. La única razón por la que la Navidad se celebra en diciembre, es porque entre el 17 y el 23 de diciembre, se celebraban las fiestas Saturnales, en honor al dios Saturno.

Las luces del árbol vienen de esas fiestas, cuando se encendían velas y antorchas por el nacimiento del Sol Invictus el 25 de diciembre, y esto coincidía siempre con el solsticio de invierno. Y durante esa fiesta se celebraban banquetes, orgías e intercambio de regalos. A mi me parece algo hermoso, pero al papa Julio I le parecía una aberración, y decidió que esa fiesta debía ser borrada de la historia, así que instaló el nacimiento de Jesús de Nazaret el 25 de diciembre. 

Supongo que esto te ha resultado un poco aburrido, pero resulta esencial para entender por qué he llegado a este punto, por qué estás leyendo esta carta. Helena creía que soy demasiado racional, fría y distante. Creía que no la amaba, pero eso no es verdad.

Helena y yo hemos estado juntas desde el instituto. Ella amaba cantar y yo la impulsaba a conseguir sus metas. Lo mío era la literatura, pero ella a mí jamás me alentó a buscar un camino. ¿Y se supone que era yo la fría? Siempre la he apoyado, pero cada vez que yo intentaba abrirme paso, ella destruía mis sueños una y otra vez. Imagina lo que es escribir una novela negra con 800 páginas y muchísimo misterio, y encontrarte con que la persona que más valoras, cree que no sirve para nada y que las editoriales que me dieron un sí, pretendían estafarme.

Mientras yo buscaba conciertos y músicos dispuestos a acompañar su voz desafinada, al mismo tiempo que ella culpaba a los músicos de no saber seguirla, ella me destruía poco a poco. He tenido que disculparme con diversos tipos de artistas y cazatalentos cientos de veces, y soportar sus cambios de humor, su frialdad y su egoísmo. Al final me dejó, alegando que yo era fría y que no la dejaba crecer como artista.

Estuve a punto de decirle que un gato con afonía tenía más instinto musical y talento que ella, pero ¿para qué? Sus próximos representantes se encargarán de esto. Sin embargo, pese a que ya no tengo un ancla atada al cuello, no puedo nadar hacia la superficie. Procurar buscar el bien para un talento inexistente me ha dejado con más deudas de las que puedo asumir.

Después llegó la muerte de mi padre, un hombre alcohólico, sociópata y maltratador que aprovechaba la más mínima oportunidad para descargar su cinturón sobre mis costillas. Incluso el hecho de empezar a salir con Helena fue un insulto para él, y me dejó cicatrices en la espalda por ello. Le hacía lo mismo a mi madre, pero ella se quedó atrapada por esas situaciones, y le defendía diciéndome que lo hacía por amor. ¿Vas en serio, mamá? No se daña a quien se ama, y menos a propósito.

El día de su funeral me presenté vestida de negro, como todo el mundo. No podía sentirme mal, pero este es un mundo de apariencias, y eso es todo lo que importa. Mientras mi madre lloraba como alma en pena en una esquina, gimoteando que no podría vivir sin él, yo no podía derramar ni una sola lágrima, porque me sentía liberada. Nunca se me ha dado bien someterme, y el echo de soportar su trato durante catorce años, era demasiado. Al final el alcohol acabó con él, y murió al estrellar su coche contra una torre de alta tensión. Ni siquiera se pudo saber si la muerte fue por el choque o por los 380.000 voltios que pasaban por la torre.

Podría haber fingido, pero nunca se me ha dado bien mentir, y me quedé de pie, mirando el ataúd cerrado sin parpadear. Eso fue así hasta que oí a mi madre llamarme asesina. Tiene mérito, la verdad. Ni que hubiese puesto un radiocontrol en el coche para hacer que se estrellase. Bien por ti, mamá, te has lucido.

Pero lo peor fue perder a Baldo. Esto fue lo primero en ocurrir, pero también fue lo que más destrozada me dejó. Imagina tener un amigo fiel, un ser que jamás te ha abandonado, y verlo morir poco a poco por un tumor, hasta que ya no lo aguantas más y decides acortar su sufrimiento. Imagina abrazarlo mientras le clavan una inyección, y que lo último que haga sea lamer tus lágrimas. Solo recordarlo hace que se me rompa el corazón.

Intenté aguantar, intenté soportar el dolor y sobrevivir a mi peor año, pero llegó la Navidad y me asaltaron con esas dichosas luces, la hipocresía que ocultan todas las familias, mi madre mirándome con desprecio y la imagen de Baldo sobre la chimenea.

Salí corriendo de la vieja casa de piedra de mi madre, mientras a mis espaldas todos me llamaban "mala hija" o "Grinch". Aclaremos algo, el Grinch no odiaba la Navidad, odiaba a la gente y eso es bastante razonable. A la gente le da igual si eres feliz, si tienes dinero o si consigues lo que te propones, es más, algunos incluso celebran tus fracasos. 

Corrí durante lo que me parecieron horas, hasta llegar a un gran puente sobre la bahía de Sidney. Quería gritar hasta quedarme sin voz. Había tenido suficiente, he soportado más en un año de lo que muchos aguantan en toda una vida. Así que si estás leyendo esto, es que me he roto, que he llegado al punto de no retorno y ya no aguanto más. He dejado esta carta bajo una piedra en el puente, y nunca me encontraréis, así que dejad de buscar"

-Mamá -la voz de Charles le hizo levantar la cabeza-. Han pasado cuatro años, Eva ya no está.

-Nunca se suicidaría -respondió Victoria-. Conozco a mi hija, ella no se quitaría la vida.

Victoria se levantó, guardó la carta en el cajón de su mesilla y salió de la casa, rumbo a la plaza, para ver las luces encenderse sobre la bahía. Cada vez que salía de casa, veía el rostro suave y dulce de Eva en todas partes. No se había encontrado su cuerpo pero la habían dado por muerta, y algunos conocidos en Sidney la miraban siempre con tristeza y lástima.

Estaba acostumbrada, había tenido que soportar esas miradas desde los últimos cuatro años. Cada año desde su desaparición, Victoria se acercaba al puente, donde había aparecido aquella carta, y dejaba una vela sobre la barandilla. Después se iba sin mirar atrás y caminaba hasta la plaza para ver las luces encenderse.

Pero había algo que Victoria ignoraba, y era que cada año una misteriosa figura iba al puente, apagaba la vela y se marchaba en dirección contraria. Ni siquiera vivía en Australia, pero tampoco podía evitar ir al otro lado de la bahía y ver las luces encenderse, pese a que odiaba la Navidad

viernes, 23 de diciembre de 2022

El laberinto

 Cuando tomé consciencia de dónde me encontraba, algo no estaba del todo bien. No sabía el tiempo que llevaba allí ni me importaba, solo que delante de mí estaba mi madre, mirándome con preocupación. Era como si me hubiese estado buscando durante días, puede que meses.

-¿Estás bien? -asentí algo confusa-. ¿Qué ha pasado?

-Es un juego -dije con calma-, pero acabo de perder en el nivel 15 y tengo que volver al primer nivel.

-Bien, pero no lo harás sola. Esta vez yo te ayudaré.

Eso era imposible, teóricamente. Sin embargo allí estábamos las dos, en una casa de campo con un porche enorme, construida en piedra y con un jardín que se perdía en la distancia pero, no obstante, parecía muy pequeño. 

Avanzamos hasta el jardín trasero, que tenía dos árboles tan gordos que cualquier sierra cejaría en el empeño de cortarlos. Sus ramas se unían formando un puente cuadrado, y al fondo había una playa. Sí, lo has leído bien, mi jardín terminaba en una playa sin arena, todo era césped artificial que me pinchaba en los pies, envolviendo un manto de agua que se perdía en la distancia hacia una pared blanca y acariciaba la orilla con un suave oleaje. Pero no olía a mar, allí no había olores.

Trepé al árbol y mi madre me siguió, algo curioso porque, que yo recuerde, ninguna de las dos sabe cómo trepar a un árbol. Llevábamos un rato mirando a la casa de una planta, rodeados de más chicos y chicas de mi edad, y entonces apareció una niña. Llevaba una camiseta muy grande a modo de vestido, con los bordes llenos de cortes y ennegrecidos, un oso de peluche y el cabello negro y sucio ocultando su rostro. Estaba llena de sangre y tenía un cuchillo de cocina en la mano.

-¿Te pasa algo? -preguntó al ver mi rostro confuso.

-Algo ha cambiado, esto no es como yo lo recordaba.

Sí, había algo raro. En el primer nivel que yo jugué al principio, la niña no estaba llena de sangre ni tenía un peluche, y su cabello estaba perfectamente lavado y atado en dos trenzas. Tenía un vestido amarillo con la cara de un osito de peluche y se reía. En ese nivel había que proteger a la chica de un monstruo deforme que quería matarla. Pero con semejante cambio yo no sabía qué hacer.

Entonces apareció el monstruo jorobado, un ser que, de acuerdo con mis recuerdos, era torpe e inútil. No podía hablar, era incapaz de subirse a una silla y tenía un cuchillo. Pero como he dicho algo había cambiado, y el jorobado trepó al puente de árboles con una facilidad insultante. Antes era tan sencillo como agarrar a la niña y subir al puente, entonces la niña estaba a salvo y podías pasar de nivel, pero ahora el monstruo podía trepar.

A una orden a gritos, saltamos todos del puente. Tenía más de seis metros y no me hice siquiera un esguince. Empecé a oír gritos por todas partes, y por desgracia es algo que no llevo demasiado bien, mi cabeza dejó de poder percibirlos, y cuando quise darme cuenta solo pude entender "corre", antes de que el monstruo saltase del puente y se obsesionase conmigo.

Tenía muy pocas opciones, esa bestia era sanguinaria, así que me tiré hacia la playa y nadé todo lo lejos que pude. El monstruo le tenía miedo al agua, pero eso era algo que yo creía y que también había cambiado. Ese ser me siguió, entró al agua tras de mí, y cuanto más me alejaba, más se acercaba él. Por un segundo creí que podría huir, pero entonces me tropecé con una pared blanca cubierta de azulejos.

Empecé a tener miedo, estaba desesperada, tenía que haber una salida, como fuese. Pero me equivoqué, el monstruo me capturó, clavó sus dientes en mi rodilla y grité. Me llevó hacia la orilla como un fardo, me estaba desangrando y le daba igual. Entonces mi madre agarró el cuchillo de la niña, y en cuanto la bestia jorobada salió del agua, mi madre le atravesó el pecho con el filo plateado.

-¡Avisad a un médico!

¿Un médico? Claro, como si pudiesen llegar aquí, al laberinto de sueños. Mi mente empezó a nublarse, oí un pitido, sentí algo presionando mi pecho, y entonces se produjo una descarga. Mi cabeza se bloqueó por completo, por un segundo creí que iba a morir, y entonces me desperté en el hospital. ¿Cómo me habían sacado del laberinto? Tenía una pierna escayolada, también un brazo, notaba varias costillas rotas y no podía hablar porque mi mandíbula no me lo permitía. Allí estaba una mujer rubia, con rizos de los 50 y un pijama verde. La mujer pulsó un botón y apareció un hombre con gafas, medio calvo y con una bata blanca.

-Nos has dado un buen susto, Elena.

Yo no me llamo Elena, mi nombre es Cristina. ¿Por qué ese imbécil me está llamando Elena?

-Sufriste una agresión, tienes una pierna rota, un brazo roto, la mandíbula fracturada por dos sitios, tres costillas hundidas y dos rotas... tardarás un tiempo en recuperarte, después del coma creíamos que te perderíamos. Avisaré a tus padres.

El hombre de la bata blanca se fue y entró una mujer rubia con gafas y un hombre que pesaría unos 100 kg, con barbilla redondeada y gafas finas. Esos no eran mis padres, ¿o sí? Mi mente estaba confusa, como si acabase de pasar por una batidora, y la niña de la camiseta grande llena de sangre, con el oso y el cuchillo, que me mira desde la esquina, no mejora las cosas.

Me he despertado gritando. Algo no va bien. Miro mi reloj con preocupación. Las 4.37 a.m. ¿Qué demonios acaba de pasar? Esa ha sido la pesadilla más vívida e intensa de toda mi vida. Podía sentir la hierba, el dolor de aquel mordisco... era todo tan real... No voy a poder dormir más esta noche, tengo demasiado miedo. Creo que este es un sueño que nunca podré olvidar.

jueves, 22 de diciembre de 2022

Libros disponibles

 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del comprador.

Memorias de Imari Graves
ISBN: 978-84-9160-358-0
Sinopsis: Muy pocas personas conocen el verdadero peso de las decisiones, pero yo soy una de ellas. Me llamo Imari y quiero contarte mi historia. ¿Cómo empezó todo? Ni yo misma lo tengo claro. Mis elecciones no siempre fueron acertadas, pero soy incapaz de arrepentirme de mis pasos, porque cuando todo parece perdido, hasta la más mínima gota de luz, por frágil o insignificante que parezca, puede ser esperanza, incluso si se trata de la luz roja e hiriente de un clavo ardiendo.
Editorial: Círculo Rojo
Disponible en: Amazon, Casadellibro, Agapea, Editorial Círculo Rojo y bajo petición firmado a través de m.sant.cam.1995@gmail.com
Precio: 13 € 






Leyendas de Erisia - La Guerra Oscura
ISBN: No disponible de momento, SKU: 9788419611260
Sinopsis: El tiempo le oculta muchos secretos a Lizaia Dairane, quien está a punto de emprender un camino que la llevará a los confines del mundo, a vivir una aventura extraordinaria y, quizá, a encontrar el amor. Pero, ¿cuál es el precio a pagar por la inmortalidad? ¿Qué se oculta tras Álindorf, la capital del reino de Elfiad? Cuando la Guerra Oscura amenace con asolar el mundo, tendrá que olvidar el pasado para pelear por el futuro. 
Editorial: Autografía
Disponible en: autografía.es, Casadellibro, libros.cc, Amazon y bajo petición firmado a través de m.sant.cam.1995@gmail.com
Precio: 29,50 €

Esta es la primera parte de una trilogía. Realmente es una historia impresionante a la que he dedicado seis años. Espero que te guste.

La puerta del sótano

 Cuando era pequeño vivía en casa de mis abuelos, ya que mi padre trabajaba 17 horas al día y mi madre me había abandonado. Pero eso no es lo importante, sino que se supone que en el sótano, debajo de unas maderas que procuran ocultarlo, hay una puerta que se abre hacia otro piso, con un tirador de bronce grande como un gato. De pequeño solía imaginarlo como una especie de habitación del pánico, pero mi abuelo me prohibió abrir esa puerta.

Admito que una vez lo intenté. No tendría más de ocho años, y estaba deseando ver qué se ocultaba debajo de mis pies, pero solo podía averiguarlo si conseguía abrir esa dichosa puerta. Con mis pequeñas manos agarré el tirador de bronce en forma de anilla, pero apenas conseguí levantarlo un par de centímetros. ¿Cómo iba a poder abrir la puerta si esa anilla pesaba más que yo? Pero la curiosidad me estaba matando, así que fui a buscar el viejo rastrillo que mi abuela solía utilizar para limpiar la entrada de hojas secas y pasé el mango de madera por la anilla. Lo siguiente que recuerdo fue un "crack" y ver el mango roto a la mitad.

Salí de allí a la velocidad del rayo, tratando de ocultar que había estado en el sótano, y subí a mi dormitorio para esconderme debajo de la cama. No era que tuviese miedo de mis abuelos pero lo tenía de mi padre. Era un ser cruel, disoluto y de muy mal carácter. Si llegaba a enterarse de que yo había roto el mango del rastrillo intentando abrir una puerta a la que tenía prohibido acercarme desde que tenía memoria... solo pensarlo me aterrorizaba.

No sé decir cuánto tiempo pasé debajo de esa cama, encogido sobre mí mismo y con el corazón martilleándome en el pecho. Lo que sí recuerdo con la claridad del aire o el agua, es haber oído una conversación a gritos entre mi padre y mi abuelo.

-¿Dónde coño está ese crío? 

-No vas a acercarte a mi nieto, Robert.

-Ha roto el puñetero rastrillo.

-Solo es un rastrillo, no es el fin del mundo. No dejaré que le pongas una mano encima por una travesura.

-¡Soy su padre! ¡Yo decido si quiero romperle los dientes!

-Un hijo no te hace padre, y no te mereces serlo. ¡Lárgate de aquí!

No recuerdo mucho más porque me quedé dormido, pero sí recuerdo que no volví a ver a mi padre nunca más. Te parecerá una locura, pero me alegro. Mi hermana y yo estamos mucho mejor desde que ese monstruo se fue para no volver.

Pero hace un año mi abuelo enfermó, después de dieciséis años cuidando de mí y de mi hermana pequeña, después de la muerte de mi abuela y de que él me ayudase a convertirme en el hombre que soy hoy para poder cuidar de él y de mi hermana, el cáncer está devorando su cuerpo desde los pulmones. Ojalá hubiese fumado en algún momento de su vida, habría podido entenderlo, pero ¿esto? No, esto no es justo.

Me pasaba horas muertas sentado al lado de su cama, hablando con él y haciéndole reír como él solía hacerlo cuando yo era pequeño. Lo hice hasta el día en que me entregó una llave de bronce pesada como el plomo.

-Abre la puerta, lo entenderás todo.

Y entonces cerró los ojos y la máquina del hospital inició un pitido largo que me perseguirá durante años. Mientras los médicos y las enfermeras trataban de darle un par de minutos más, yo ya me había rendido porque sabía que mi abuelo solo me entregaría esa llave por una buena razón. En el fondo siempre he temido descubrir qué se esconde tras la puerta del sótano, pero la curiosidad por esta jamás abandonó mi mente.

Esa noche, mientras Christina dormía, bajé al sótano y aparté la madera, que entonces me pareció enormemente pesada. No había olvidado ni el tamaño ni el peso de la aldaba, pero aun así traté de agarrarla con todas mis fuerzas. Me fue imposible, parecía incluso más pesada que la última vez. Saqué la llave y, como por arte de magia, en mitad de la aldaba apareció el hueco de una cerradura. Metí el astil de bronce y lo giré por la anilla, y ni en mis mejores sueños habría podido imaginarme lo que ocurriría después.

El picaporte se volvió ligero, casi parecía moverse solo, y lo agarré como quien abre un armario. Tiré de la anilla y entré al subsótano, y lo creas o no, allí había un inmenso jardín que crecía casi descontrolado pero sin una sola gota de luz del sol. No comprendía cómo era posible que hubiese setas tan grandes que uno podía sentarse en ellas, o por qué ese jardín tenía incluso un río, pero lo más extraño eran las criaturas brillantes como luciérnagas, con alas de mariposa y del tamaño de una libélula. ¿Qué clase de insectos serían esos?

Para mi sorpresa la respuesta fue: ninguno. En un momento dado, mientras estaba perdido mirando la extraña naturaleza que había debajo de la casa de mi infancia, que ahora era mía, una de las lucecitas se detuvo y se envolvió en luz, tanto que tuve que cerrar los ojos, pero por lo que alcancé a ver, estaba creciendo.

Sentí una mano apoyada en mi hombro y entonces abrí los ojos, temiéndome que fuese Christina, pero no. Ante mí había una mujer de cabello largo hasta la cintura, con los ojos de color violeta, un vestido blanco, tan fino como el aire y unas grandes alas rosas llenas de cristales brillantes.

-Tú no eres Anthony.

-No, me llamo Oscar. ¿Quién eres tú? -observé sus alas con el rostro confundido-. O más bien qué.

-Soy Allarea -asentí-. Tu abuelo cuidaba de nosotras y a cambio lo hicimos vivir durante doscientos años. Pero no somos todopoderosas, así que no pudimos hacer nada con ese mal creciendo en su pecho. Sin embargo, te concedemos un deseo por cuidar de nosotras, y lo haremos en la medida de lo posible.

-Ya, como si eso fuese a pasar.

-¿Y qué deseo pedirías? Si pudieses hacerlo, si pudieses conseguir cualquier cosa de este mundo, ¿qué pedirías?

-Talento. Quiero construir sueños, que la gente pueda soñar con lo que escribo, poder vivir de ello y que el mundo entero suspire con mis historias.

-Te lo daré, pero habrás de cuidar de nosotras.

Y así fue cómo empecé a construir una historia, mi historia, y cómo me convertí en uno de los escritores más famosos de todos los tiempos. Pero me arrepiento. Si hubiese sabido el peso que tenía esa responsabilidad, si hubiese adivinado que tendría que vivir trescientos años para cumplir la palabra que mi abuelo les había dado, habría salido corriendo de mi casa esa misma noche, con mi hermana en brazos y una vida entera por delante