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jueves, 30 de marzo de 2023
La reina de la arena
miércoles, 29 de marzo de 2023
Ladrona
El sol iluminaba la plaza del pueblo, cercana al puerto. Era un día normal de principios de verano, en los que uno se sienta a tomar un café y disfrutar del silencio o de la compañía, según se tercie. Lucía solía ir de compras y parar a medio día a tomar un café para despejarse un rato, ¿y quién no tiene derecho a ello? Aquel día no tenía ganas de conversación, solo de disfrutar del silencio, un bizcocho esponjoso de color caramelo que la cafetería ofrecía por voluntad, y el sol de mediodía.
Por desgracia para Lucía, seguramente no podría iba a poder hacer eso. Los primeros turistas acababan de llegar desde algún punto del centro de la península, y eso significaba dos cosas: ruido innecesario y falta de modales. En cuanto escuchó el acento del centro acompañado de esa soberbia mal disimulada, supo que necesitaría toda su fuerza de voluntad para poder ignorarlos y seguir disfrutando de su café, que a fin de cuentas era lo único que quería.
-Un café dalgona con leche de almendras, y rápido.
No sabía ni lo que había pedido, pero eso le daba exactamente igual. La señora rubia que había pedido ese café ni siquiera se había molestado en saludar a la camarera, una chica que estaba sacrificando sus vacaciones solo para ganar un poco de dinero. Esa actitud era lo que le revolvía el estómago. ¿Tanto costaba ser amable?
-Amanda -la llamó con una sonrisa-. Cuando tengas un momento cóbrame.
No sabía por qué a las personas les costaba tanto tener paciencia, saludar o dar las gracias. Era algo muy sencillo. A su entender, si uno tiene tiempo para sentarse en una terraza a tomar un café, también lo tiene para ser amable y comprender que el camarero tiene más cosas que hacer que atender a una sola persona.
Amanda, la camarera rubia con una graciosa peca encima del labio, no tardó en llegar con un vaso de café prácticamente blanco cubierto de crema de color tostado. A través de sus gafas de sol, Lucía miró impresionada esa bebida. Tendría que buscar en internet cómo hacerlo, si lograba recordarlo después.
Levantó la mirada al oír un chillido familiar, una gaviota estaba recorriendo la plaza con un delicado planeo. Agarró su bizcocho y se lo comió antes de que ocurriese lo que sabía perfectamente que acostumbraba a ocurrir, y siguió tomándose su café.
Entonces una risa molesta la hizo volver a la realidad otra vez, y miró a la turista. Ni siquiera le estaba prestando atención al café, tenía la cabeza pegada a un smartphone. Sonrió con picardía, sabía lo que estaba a punto de ocurrir en cuanto decidió dejar de lado el café y prestarle atención al teléfono.
Unos segundos después, la gaviota que había aterrizado en mitad de la plaza, saltó a una de las mesas de la terraza, sin perder vista del bizcocho de la turista. Tardó solo un par de segundos en alcanzar la mesa de la mujer rubia, agarrar el bizcocho con el pico y tirar el cremoso café por encima de la camisa blanca de la turista al alzar el vuelo, con el dulce en el pico.
No pudo evitar una risa bastante estridente. Sabía que pasaría, pero siempre era divertido verlo. La mujer rubia la fulminó con la mirada.
-Vaya falta de respeto.
-La culpa es suya -respondió sin darle mucha importancia-. Además, antes de hablar de respeto, aprenda modales. Los camareros no son sus esclavos, son camareros y están trabajando, pero no para usted, y se merecen ser tratados con respeto.
Amanda salió a la terraza nada más ver el desastre, y se encontró con la aguda respuesta de su amiga. Aunque hubiese querido, no habría podido evitar esa sonrisa divertida y sincera.
-Cielo, supongo que tienes un rato -le entregó un billete-. Quédate el cambio.
-Pero...
-Eh, las vacaciones acaban de empezar y ya aguantas bastante a gente sin modales -sonrió-. Te lo mereces.
-Gracias.
-¿No vas a hacer nada? -interrumpió la turista-. Atrapa a esa ladrona.
-¿Le han robado el bolso? Puedo llamar a la policía.
-No mujer -intervino Lucía-, creo que pretende que vayas detrás de una gaviota que le ha robado el bizcocho y le ha tirado el café por encima por estar pendiente del móvil.
lunes, 27 de marzo de 2023
El libro del infinito
Capítulo 4.
Un hombre con una camiseta de rayas azul y blanca les sirvió pesado asado y sendas copas de vino. Tatiana nunca había tomado alcohol, pero tampoco quería que sus salvadores se sintiesen ofendidos. Acercó la copa de latón a sus labios y, nada más tomar un sorbo, decidió que no le gustaba. Pese a su ligero sabor dulce, tenía también un fondo amargo y algo ácido.
-Así que llegaste a través de un libro -asintió-, y te despertaste en un claro en lo alto del acantilado -repitió el gesto-. Mal lugar para un extraño, ese sitio... digamos que a Tigrilla no le gustan los extraños.
Estuvo a punto de atragantarse. Estaba segura de haber oído antes ese nombre, pero sus recuerdos no tenían demasiado sentido. Observó a James con una ceja levantada. Ese hombre parecía joven, tenía el pelo corto y las dos manos, no era posible... ¿o sí?
-¿Tigrilla? ¿Estoy en Nunca Jamás?
-Sí, pensaba que lo sabías.
-No -respondió sin salir de su asombro-. No todos los días una atraviesa un libro y despierta en una isla que no existe.
-La isla existe, pero no está en el mundo llano. ¿Es que no te acuerdas del cuento?
Sí, se acordaba, era el único cuento que su madre le contaba. De pequeña estaba convencida de que su padre era Peter Pan y su tía Melody era Campanilla, pero según fue creciendo esa idea se había quedado en un recuerdo infantil y nada lógico.
Estaba empezando a procesar que ese cuento era mucho más que una simple historia, que sus recuerdos de cuando era niña eran más realistas de lo que cualquiera podría pensar. Tenía en su mente la imagen de Melody, preparando una tarta el día en que cumplía tres años, y cada vez que algo le salía bien sus alas azul plateado se agitaban, dejando caer un polvo amarillo brillante.
Según fue creciendo dejó de poder verlas, un día simplemente desaparecieron, pero si James tenía razón, toda su vida había estado rodeada de magia, de personajes de cuento que no sabía ni que eran reales. No sabía cómo racionalizar todo eso sin volverse loca, claro que hacía unas horas había atravesado un libro hacia un mundo de fantasía.
-Veo que sí.
-¿Y cómo puedo volver a casa?
-Si entraste por un libro tienes que salir por un libro, el problema es que en este mundo solo hay un libro.
-Vale, ¿y dónde lo tienes?
-Yo no lo tengo -respondió anormalmente serio-, y será mejor que no lo busques.
-¿Pretendes que me quede aquí para siempre?
Claro que no estaba pensando en eso, era la última de las posibilidades. Incluso estaba dispuesto a atravesar el velo en su barco solamente para llevarla a casa, aunque no pudiese volver, pero la idea de ir en busca de ese libro no le gustaba.
-Si quieres puedo llevarte a casa, pero hay un problema. Como entraste a través de un libro, este mundo tiene cierto desajuste temporal, hay cien años de diferencia entre el mundo inferior y Nunca Jamás.
Si no estuviese sentada en esa silla de madera, seguramente se habría caído al suelo. De golpe se le cerró el estómago y su cabeza empezó a dar vueltas. Si no encontraba el libro, se quedaría atrapada en ese lugar, o peor, volvería a casa mucho antes de que sus padres naciesen. Eso era un problema. Sin embargo James no parecía nada contento con la idea de buscar el libro.
-¿Por qué es mejor que no busque el libro?
-Porque está maldito.
Si antes de ese extraño día le hubiesen dicho que existía un libro maldito, seguramente no se lo hubiese creído. El frío trepó por su cuerpo y se instaló dentro de su piel, sentía ganas de llorar, de salir corriendo y refugiarse en los brazos de su madre, pero según James, su madre ni siquiera había nacido todavía. ¿Qué iba a hacer? Necesitaba dar con el libro pero si estaba maldito eso significaba que no podía tocarlo, ¿o sí?
-¿Qué pasa si lo tocas?
James la observó preguntándose si realmente se atrevería a buscar ese maldito libro, y no necesitó una respuesta, sabía que no tenía elección. Por un momento pensó en ayudarla, pero la última vez que había intentado encontrar el libro...
-Será mejor que te lo enseñe.
James se levantó de la silla y comenzó a caminar hasta un armario. Sus pasos pesados resonaban en la madera, pero Tatiana ni siquiera estaba pendiente de ello, tenía otros problemas en mente. Cuando el pirata regresó a su lado con una caja de música, lo miró expectante, asustada por lo que fuese a enseñarle pero al mismo tiempo desando averiguar qué le pasaría si tocaba el libro.
Abrió la caja para ella y una melodía empezó a sonar al tiempo que la figurilla se movía girando sobre sí misma, pero no era una bailarina, ni un caballito, sino un hombre gordo, con una camisola roja y un gorro azul marino.
-Es uno de mis camaradas -resumió-. La primera vez que oímos hablar del libro envié una partida de búsqueda. Tardé dos semanas en saber algo de ellos y cuando finalmente volvieron, me trajeron esta... cosa musical.
-Así que la maldición me transformará en una caja de música -suspiró pesadamente-, pero tengo que intentarlo, es eso o quedarme aquí para siempre.
Lo comprendía, de estar en su lugar él también querría volver, claro que llevaba más de ochenta años allí atrapado y ya no tenía ningún lugar al que llamar hogar a parte de su barco. Tatiana todavía estaba a tiempo, pero ir a por el libro...
-Te ayudaré hasta donde pueda.
-¿Y eso qué significa?
-Que puedes quedarte con nosotros y navegaré donde se encuentre el libro, pero antes necesito que hagas una cosa por mí -asintió-. Las sirenas me han robado una cosa importante, algo imprescindible para poder navegar: una brújula.
Tatiana observó la mesa con el ceño fruncido. Cerca de ella, a solo uno o dos metros, había un mapa extendido que mostraba la isla, un sextante y una brújula. James observó la dirección de sus ojos, agarró la brújula y se la mostró. Tatiana se quedó mirando, boquiabierta, cómo la aguja se movía constantemente, sin encontrar jamás el norte.
-Es del mundo inferior, y como ves no sirve para nada. Encontré esta isla por casualidad y ya no pude volver porque no podía encontrar una dirección y estas aguas son traicioneras. Lo intenté guiándome por las estrellas, pero lo único que hacía era dar vueltas y acabar volviendo al punto de partida. Es desquiciante. Con la brújula que me robaron puedo encontrar un punto de referencia y moverme sin perderme.
-Y por eso necesitas mi ayuda. Sabes dónde está el libro pero no puedes llegar sin la brújula -asintió-. Vale, acepto.
Melody y Peter eran casi almas gemelas, nunca se habían separado, y por eso estaba molesto porque llevaba horas pegada a ese libro, observando la misma página. Se quedó mirando su perfil en el sofá mientras ella no apartaba la mirada de la página. Estaba empezando a molestarle, y se sentó a su lado con aspecto preocupado. Lo que vio le dejó sin habla.
-¿Tatiana?
Estaba en el barco, con James, observando una brújula, y el texto... lo que estaba leyendo le ponía los pelos de punta.
-¿Has hechizado el libro?
-Voy a intentar no ofenderme -suspiró-. Es uno de los libros portal.
Eso era un problema. Si uno seguía el camino largo, que consistía en ir volando, se llegaba más o menos al mismo tiempo, sin desajustes temporales, pero atravesar los libros... cada uno de ellos tenía cierto desfase con el tiempo en ese infierno que Ana llamaba "su mundo" y que solamente tenía sentido cuando estaban los cuatro juntos.
Por un segundo pensó en atravesar el libro y ayudarla, claro que una vez que la historia empezaba, le era imposible aparecer de la nada. Tenía otros tres libros portal, pero cada uno lo mandaría a una época diferente. Lo único que podía hacer era justamente lo que estaba haciendo Melody, observar.
-No habrá sido idea tuya.
-No, este es el regalo de Ana. Está convencida de que las búsquedas cambian a los héroes de la historia.
Eso era un problema, sabía que Ana tenía cierto punto de razón, que estaba harta de lidiar con el desinterés de Tatiana por cualquier cosa que no fuese el deporte, de encontrarse su habitación desordenada y que nunca saliese a la calle si no era para correr. Comprendía el punto de vista de su esposa, pero ¿mandarla a buscar el Libro del Infinito? Había que estar muy desesperado.
-Dime que hay algún modo de romper la maldición.
-Eso era justo lo que estaba a punto de preguntarte -respondió Melody.
viernes, 24 de marzo de 2023
Pesadilla
Era un martes corriente, con un sol tranquilo y brillante, aire fresco y sin una sola nube en el cielo azul claro. Uno de esos días en los que a uno le dan ganas de pasear durante horas solo por disfrutar un poco más de esa temperatura ideal. Eso era precisamente lo que estaban haciendo Angélica y Fernando aquella mañana de finales de invierno, recorrer una y otra vez los más de cuatrocientos metros del paseo marítimo, con el aire fresco y el olor salobre del Cantábrico.
Fernando llevaba años enamorado de Angélica, una poeta de corazón libre que no ansiaba atarse a nadie. Él lo sabía, y por eso guardaba silencio y se conformaba con ver su cálida sonrisa y saber que solo con instantes poéticos y eternos podía hacerla feliz. Eso era suficiente para su desesperado corazón.
Pero aquella no era una mañana corriente, porque aquella mañana no podían relajarse. Alguien los seguía. Era un hombre extraño, con una gabardina hasta las rodillas, un traje de los años 40 y el pelo cortado a cepillo. Si bien Angélica no se había percatado de su presencia, él no se lo sacaba de la cabeza.
Estaban llegando al final del paseo, cuando todo el cielo se volvió negro, pero Angélica pareció no darse cuenta, seguía caminando hasta apoyarse en la barandilla. ¿Por qué él era el único que veía que todo parecía... paralizado? Los pájaros se habían parado en seco, el mar se detuvo justo cuando ella se apoyó en la barandilla, y el extraño hombre del traje gris empezó a crecer de modo extraño, tanto que apenas podía ver su cabeza redonda como un globo y llena de afilados dientes o sus manos en forma de garras. Intentó correr, pero sin importar lo rápido que lo intentase o lo largas de sus zancadas, no avanzaba ni un solo metro.
Angélica estaba allí, apoyada en la barandilla, cuando sintió algo esférico caer a sus pies. Miró al suelo pensando en devolverle el balón al niño, pero nada más bajar la mirada al suelo, gritó horrorizada. A sus pies no había un balón de fútbol, sino la cabeza de Fernando, que estaba a cuatro metros de su cuerpo, que se aguantaba a duras penas sobre sus piernas sin fuerzas antes de caer pesadamente.
Gritó horrorizada y salió corriendo. No entendía lo que acababa de pasar ni tenía fuerzas para procesarlo, solamente necesitaba salir corriendo, y entonces vio a aquel hombre. No sabía cómo no lo había visto antes, era imposible no darse cuenta de su presencia.
...
Se despertó de golpe, jadeando y sudando a mares. Llevaba días teniendo la misma pesadilla y empezaba a estar harta. Se levantó de la cama y, en la oscuridad de la habitación, miró el reloj de su muñeca, que marcaba las 4.03.
Tenía que levantarse a las 8 para ir a trabajar y no podría hacerlo si no dormía al menos tres horas más, así que dirigió sus pasos hacia la puerta de su dormitorio. Por alguna extraña razón el suelo estaba pegajoso, pero también tenía un gato que era un maldito desastre, así que podría haber hecho cualquier cosa. Por eso no le dio mayor importancia, se dirigió hacia la cocina con la cabeza hecha un lío.
Sacó un vaso del armario, abrió la nevera y lo metió en el microondas. Ni siquiera había encendido la luz, solamente necesitaba beber un poco de leche caliente para poder volver a dormirse y no sentir que su cuerpo pesaba una tonelada cuando tuviese que levantarse al día siguiente.
La luz del microondas se apagó cuando sonó la campanita, se bebió la leche sin preocuparse del calor que se le pegaba a la garganta, dejó el vaso en el fregadero con un poco de agua y volvió a su dormitorio.
El sueño no tardó en invadirla, pero cuando cerró los ojos volvía a estar junto a Fernando, caminando por el paseo marítimo bajo un sol primaveral delicioso.
...
El despertador sonó como cada día a las 8, la luz de la mañana iluminaba la habitación. Angélica apagó el despertador del móvil y, como cada día, se quedó mirando al techo con los ojos pesados. Cada maldita noche tenía el mismo sueño.
Cuando finalmente encontró ánimos para levantarse de la cama, lamentó sinceramente haberlo hecho. La habitación estaba cubierta de sangre, la cabeza de Fernando se encontraba cerca del armario, mirándola con los ojos abiertos de par en par, y su cuerpo al lado de la ventana. La sangre bajó helada por su cuerpo, marcó el número de emergencias y le dio a llamar, pero nunca llegó a explicar qué había ocurrido porque el hombre del traje gris y gabardina marrón apareció en la puerta, con una sonrisa macabra.
Angélica no necesitaba ser adivina para saber qué iba a ocurrir. Por eso, cuando la policía llegó a su casa y rompió la puerta, encontraron los cuerpos decapitados de Fernando y Angélica en una habitación llena de sangre y una gabardina marrón en el suelo.
jueves, 23 de marzo de 2023
Puente de espejos
El viento azotaba las ventanas sin piedad y entraba por los agujeros de la vieja madera, haciendo bailar las llamas de las velas. Por suerte para Aleena y su madre, la chimenea estaba bastante protegida, así que podía seguir preparando la medicina. Hilda llevaba enferma más de diez años, obligando a su hija a crecer antes de tiempo, así que había aprendido a los siete años a preparar la comida, fregar los suelos de piedra, alimentar el fuego y prenderlo sin quemarse, lavar la ropa en el río y preparar la medicina que la bruja del pueblo les había recomendado.
Aleena no sentía nada por su madre, quizá por tener que aprender a ser madre antes de poder siquiera tener un hijo o casarse, o porque ella apenas hablaba en casi todo el día ni tenía fuerzas para ayudarla. Fuese cual fuese la respuesta, Hilda solo era una obligación más en la complicada vida de su hija.
Cuando terminó de preparar la medicina se acercó a Hilda y la ayudó a incorporarse, y la mujer de cuarenta años se tomó el brebaje amarillo sin protestar siquiera, tosió y luego volvió a tumbarse. Aleena se levantó y dejó el vaso de barro en un cubo con agua. Después de que su madre se hubiese dormido, salió de la casa y se dirigió al río, que se recorría un pequeño claro a unos metros de la destartalada casa de piedra y madera.
Cuando llegó se quitó los viejos zapatos llenos de agujeros, agradeciendo que sus pies pudiesen descansar de su ajetreado día en la hierba húmeda y fresca. Desde ese pequeño rincón podía ver el cielo lleno de estrellas y la luna creciente dedicándole una sonrisa. Eso era lo único que aliviaba un poco el constante pesar que sentía en su pecho y las ganas de salir corriendo, ese pequeño rincón que consideraba su paraíso.
Pero esa noche era distinta, muy distinta, porque un hombre de aspecto sereno, pálido como la luna, con un traje de lujosa tela y enigmática sonrisa, se sentó a su izquierda, sin preguntar siquiera. Aleena le dedicó una mirada molesta, pero él no dio muestras de comprenderlo o de que le importase.
-Buenas noches -dijo él con su voz grave.
-¿Podría dejarme a solas?
-¿Por qué quieres estar sola?
Esa pregunta le sentó como una patada en el vientre. Le daba igual que fuese rico, noble o las dos cosas, solo quería sentarse a solas bajo las estrellas un momento, ¿tanto pedir era?
-Eso no le importa.
-¿Y si escuchas la propuesta que tengo para ti?
-No me interesa.
-¿Estás segura de eso, Aleena?
Frunció el ceño con evidente molestia. Estaba a punto de responderle de mal modo, aunque eso pudiese salirle caro, pero cambió de opinión al oír su nombre. No recordaba habérselo dicho, lo que significaba que, o bien la había estado espiando, o bien algún bocazas le había dicho cosas que era mejor no contarle a un extraño.
-¿Qué propuesta?
-Sé lo que puedes hacer -ella levantó una ceja-, lo del fuego -y de golpe su mal humor se extinguió, dejando paso a la preocupación-. Tranquila, no voy a decir nada.
Iba a preguntar por qué, pero no llegó a hacerlo, el desconocido extendió su mano y, lentamente, la hierba que los rodeaba fue perdiendo el agua que había en su superficie. Pequeñas gotas flotaron hasta su mano, acumulándose hasta formar una esfera de agua que flotaba sobre la palma de su mano. Cuando el desconocido cerró la mano, el agua se transformó en una esfera de hielo, y Alina extendió la mano y agarró la esfera con sus dedos blancos, sin importarle el frío de la esfera.
-¿Qué...?
-Intenta derretirla.
-Yo no puedo hacer eso.
-Sabes que sí, solo tienes que concentrarte.
Aleena pensó en el fuego, pero nada ocurrió, la esfera seguía desprendiendo un humo blanco congelado debido al frío de su corazón. No sabía cómo hacerlo si tenía que concentrarse en ello, cuando estaba encendiendo el fuego simplemente ocurría, pero no sabía por qué o qué lo desencadenaba.
-Tranquila.
Su voz dándole instrucciones, jugando con su paciencia, empezó a enfadarla. Entonces la esfera comenzó a perder forma, a derretirse entre sus manos, hasta que volvió a ser agua ante los sorprendidos ojos negros de Aleena.
-¿Qué demonios acaba de pasar?
-Nada que no sea natural para ti.
-¿Quién eres tú para empezar?
El desconocido la miró con una sonrisa. Que hubiese dejado de tratarle como un noble le hacía mucha gracia, a fin de cuentas, ¿de dónde había sacado ella la idea de que era noble?
-Me llamo Valnar, y soy... más o menos como tú.
-Eso genera muchas más preguntas de las que responde.
-¿Y si vienes conmigo? Así todas tus dudas se resolverán.
-¿Y qué pasa con mi madre?
Valnar la miró con algo de duda. No hablaba de ella como si la quisiese, de hecho no percibía ninguna emoción hacia ella en sus ojos, simplemente era algo que estaba ahí.
-No puedo abandonarla.
-Ya lo sé, pero tranquila, la llevaremos con el maestro y él sanará su cuerpo. Volverá a ser la persona que era antes de que enfermase.
Asintió, pese a que no confiaba en él. Estaba deseando salir corriendo, era algo que había querido desde que tenía memoria, pero que no podía hacer por estar encadenada a su madre. Aleena llevó a Valnar hasta su casa, preguntándose por qué demonios estaba haciendo eso. Cuando atravesaron la puerta, Valnar no pudo evitar fijarse en aquel bulto entre las mantas.
-Aleena, lo siento, pero no sirve de nada.
-Dijiste que tu maestro podía salvarla.
-Eso pensaba pero... lleva enferma demasiado tiempo, morirá antes de que lleguemos -asintió, comprendiendo lo que eso significaba-. Sin embargo, y siento decirte esto, el puente que me ha traído hasta aquí se cerrará esta noche, así que debes tomar una decisión.
-Valnar, si te pido una cosa, ¿podrías hacerlo? -la miró con curiosidad-. ¿Puedes acortar el tiempo que le queda para que deje de sufrir?
Había elegido las palabras con cuidado, pero Valnar no necesitaba ser adivino para saber que no se lo pedía por Hilda sino por ella. La había estado observando desde hacía meses y sabía que estaba encadenada a ella, que nunca había podido alejarse demasiado de su casa ni tener algún tipo de amistad o relación con nadie porque Hilda la necesitaba casi todo el tiempo, y eso dejaba a Aleena como una marioneta dentro de su propia vida. Tal vez fuese egoísta, pero no lo aguantaba y él podía entenderlo. Sin embargo, Valnar no podía hacer lo que le pedía, iba en contra de todo en lo que creía, de lo que le habían enseñado.
-Lo siento.
-No importa -suspiró pesadamente-. ¿Puedes quedarte con ella un momento? Tengo que ir a ver a alguien.
Sin esperar siquiera a que Valnar respondiese, Aleena salió de su casa y corrió hasta la casa de la bruja. Esa mujer comprendía cómo se sentía ella y las ganas que tenía de escapar, y cuando abrió la puerta y vio esa decisión en sus ojos, lo supo.
-Tengo que irme -asintió-. La persona que ha venido a buscarme dice que a Hilda no le queda suficiente tiempo para llegar a donde vamos, así que tengo que pedirte un último favor, Amelie.
-Lo haré, solo vete y no mires atrás.
Asintió con una sonrisa esperanzada por primera vez en su vida. Nunca había sentido esa cálida sensación en su pecho, y mientras Amelie la seguía hasta su casa para poder trasladar a Hilda a su propia morada, no podía evitar pensar en el momento en que ella había tomado casi la misma decisión que Aleena, cuando tuvo que elegir entre arar el campo que su padre cultivaba para el barón, o seguir el camino del puente de espejos y elegir su propia vida.
martes, 21 de marzo de 2023
Las llaves
María estaba harta de su trabajo, realmente harta. Trabajaba para Sandro Pérez, un hombre de cincuenta años español por parte de padre e italiano por parte de madre. Sandro tenía ideas muchísimas ideas, quizá demasiadas, así que por querer abarcarlo todo no prestaba atención a casi nada, y eso incluía pagarle a María, que seguía trabajando porque no tenía alternativa porque, a falta de experiencia, nadie la contrataba. Por eso había empezado a trabajar para Sandro, pese a que lo conocía perfectamente y sabía de qué pie cojeaba.
Aquella mañana ni siquiera tenía ánimos para ir a trabajar, se sentía cansada, había estado dando vueltas toda la noche y saber que tendría que aguantarle no mejoraba su humor. Aun así se vistió para ir a trabajar y caminó hasta la oficina que, como casi todos los días, estaba vacía. Sin muchas ganas sacó su ordenador de la mochila y conectó el cargador.
Llevaba un par de horas aburrida, mirando a ninguna parte porque en la oficina nunca había demasiado que hacer, a parte de mantenerla limpia. Sandro apareció por la puerta, con un pintor delgaducho, tanto que parecía un milagro que pudiese mantenerse en pie por sí mismo.
-María -levantó la mirada del ordenador-. ¿Has visto las llaves?
-¿Qué llaves?
Sandro señaló la puerta que llevaba al local del entresuelo y María suspiró pesadamente. El viernes había estado subiendo cajas a ese maldito local de escaleras angostas y muy poco iluminado, y había dejado las llaves sobre el mostrador. Al llegar por la puerta aquel lunes las llaves ya no estaban, así que supuso que Sandro las había guardado.
-Ni idea, yo las dejé en el mostrador.
-Voy a mirar atrás.
María no necesitaba ser adivina para saber qué iba a ocurrir. Sandro se volvió loco buscando en la trastienda, donde había instalado su despacho, las llaves con un prendedor verde. María suspiró mirando al cielo y empezó a buscar las llaves en su mostrador, por si se habían colado entre algún papel. Llevaba ya un rato buscando cuando Sandro apareció por el pasillo y la miró con cara de circunstancias.
-Tienes que tenerlas tú, te las he dado a ti para guardar las cajas. Búscalas porque tienes que tenerlas tú.
-¿Y no te las habrás dejado en casa?
-Lo dudo, pero voy a mirar -respondió apresuradamente.
María sabía perfectamente que ella no las tenía, no porque no hubiese buscado bien o porque existiese la mínima posibilidad de que se las hubiese llevado por accidente, sino porque estaba segura de que las había dejado sobre el mostrador, encima de una placa de cristal donde había cinco tarjetas más viejas que el Arca de Noé.
En cuanto Sandro se fue, María se sentó en su silla blanca giratoria, con la cabeza dándole mil vueltas y unas ganas tremendas de tomarse un café con Mercedes, su madre. Estuvo a punto de escribirle, pero no podía dejar al pintor solo, cruzado de brazos, mientras esperaba a unas llaves que no iban a aparecer y teniendo que soportar a Sandro. El timbre del teléfono le hizo levantar la cabeza, y en la pantalla de su Smartphone apareció el nombre de su jefe.
-Joder... -dijo en un suspiro antes de pulsar en el teléfono verde-. Dime Sandro.
-¿Las has encontrado?
-No.
-Pues habrá que llamar a alguien para cambiar la cerradura, y me jode porque acabo de cambiarla.
Después de unos dos minutos de conversación, colgó el teléfono con el ánimo por los suelos. Sabía que no debería haberse levantado de la cama ese día. Mientras lamentaba el momento en el que se había vestido y convencido a sí misma para ir a trabajar, el pintor salió de la trastienda. No quería ni saber qué estaba haciendo allí o cómo había entrado, tenía demasiadas cosas en la cabeza.
-María, ¿son estas?
Se quedó mirando las llaves, con un prendedor verde y un montón de copias de la misma llave. Tenía que ser una maldita broma.
-¿Dónde estaban?
-En la oficina de Sandro, debajo de una carpeta -respondió mientras dejaba las llaves sobre el mostrador.
-Voy a comprobarlo.
De algún modo se temía el resultado. Sostuvo entre sus manos una de las llaves de seguridad, la introdujo en la cerradura y la giró despacio, con una suavidad digna de un engranaje perfecto. Pudo oír un "clic", pero antes de abrir la puerta, volvió a girar la llave, la sacó de la cerradura y miró al cielo con aspecto derrotado.
-¿Y se supone que la despistada soy yo? -miró al pintor-. Dame un minuto solamente, primero voy a matarlo y luego te abro.
Hablaba metafóricamente, pero incluso el pintor comprendía su punto de vista. Conocía a María desde hacía años, a ambos en realidad, y sabía que Sandro era al menos tres veces más despistado que esa pobre chica, que solo quería tener un poco de experiencia para poder buscar un trabajo donde le pagasen un sueldo adecuado y no tuviese que perseguir a su jefe para que le pagase.
María desbloqueó el Smartphone, buscó el número de Sandro y deslizó su nombre para llamarle. Después de dos tonos, finalmente la voz de Sandro respondió, algo molesto por la "desaparición" de las llaves.
-¿Sí?
-Han aparecido. Estaban debajo de una carpeta en tu despacho -y casi pudo sentir cómo Sandro se maldecía a sí mismo interiormente-. Sí, tranquilo, yo me encargo.
Típicamente Sandro le había pedido que vigilase la oficina porque él no iba a estar en todo el día, lo cual era bastante común. Con una sonrisa de oreja a oreja, María abrió la puerta del local contiguo y volvió a su trabajo.
lunes, 20 de marzo de 2023
El libro del infinito
CAPÍTULO 3.
Podía sentir un olor extraño, como a polvo y humedad, igual que huele justo antes de caer una tormenta. Abrió los ojos lentamente, era de noche, y el cielo despejado lleno de estrellas le mostraba constelaciones que no conocía, brillantes y claras como se ven en el campo, y...
-No puede ser.
Sus ojos debían engañarla porque en el cielo había dos lunas: una llena y otra menguante, adornando el cielo estrellado, junto a una nebulosa violeta. Estaba segura de que no se podía ver ninguna belleza como esa desde Segovia, pero era algo tan hermoso que se quedó mirando durante un tiempo que hubiese jurado infinito, prendada de esa nube violeta con destellos blancos.
Era tal la belleza del cielo nocturno que ni siquiera se dio cuenta de que algo se movía entre las densas hojas del bosque hasta que fue demasiado tarde. Se puso de pie, con los nervios en tensión. Las hojas espesas de los matorrales ocultaban algo, y podrían incluso ser animales salvajes. Si eso era así había pocas probabilidades de que pudiese escapar, pero tenía que intentarlo.
Buscó con la mirada un camino, algo entre la espesura que le diese un modo de escapar, y encontró un estrecho pasaje que, si la vista no le fallaba, llevaba hasta una bahía. No era la mejor corriendo, pero tampoco era lenta. Sin pensarlo empezó a correr, mientras lo que fuese que la hubiese estado acechando la perseguía. Avanzaba sin mirar a dónde iba, siguiendo la dirección que le marcaba su instinto, pero este nunca había sido demasiado bueno, así que llegó a un acantilado muy alto.
Si mal no recordaba, la luna influía sobre las mareas y eso significaba que, siendo dos lunas, la marea sería mucho más fuerte. Retrocedió un paso, pero entonces volvió a escucharlo. Lo que la hubiese estado persiguiendo se acercaba muy deprisa. Podía quedarse ahí y arriesgarse a que los animales del bosque le hiciesen daño, o saltar del acantilado al sorprendentemente calmado océano y afrontar la posibilidad de que el acantilado terminase en rocas puntiagudas.
Un aullido cerca de ella le hizo tomar una decisión, corrió los tres pasos que la separaban del vacío y saltó hacia el mar. Esperaba que las rocas la destrozasen, pero no había absolutamente nada, solo aguas tranquilas, una cueva a sus espaldas y... un pez enorme con un cuerpo extraño y una melena pelirroja... ¿una sirena? Debía de estar soñando, pero podía sentir el peso del agua sobre ella y la humedad rodeando su piel. No estaba dormida, acababa de ver una sirena.
Sin embargo, no tuvo tiempo de acostumbrarse a la certeza de estar despierta, sintió algo extraño rodeando sus pies, miró hacia abajo y vio una red de pescar. Alguien le había lanzado una red y tiraba de ella con fuerza, sacándola del agua.
Al principio, pese a agradecer poder respirar de nuevo, la posibilidad de que sus perseguidores la hubiesen alcanzado la aterrorizó. No tenía demasiado sentido pensar que un animal pudiese pescar, claro que tampoco tenía sentido estar segura de haber visto una sirena. No podía evitar sentirse aterrorizada, claro que tampoco tenía demasiado tiempo para acostumbrarse a esa sensación, porque cuando quiso darse cuenta la red cayó sobre un suelo duro.
Emitió un quejido a modo de protesta y se incorporó lentamente. Estaba en un suelo de madera, el olor del mar todavía la rodeaba y podía escuchar un aleteo muy fuerte por encima de su cabeza, que no dejaba de dar vueltas.
-Tenemos cena, capitán.
¿Capitán? Claro, seguramente estaba en el barco. Podía intentar pedirles ayuda, claro que todavía no se atrevía a levantar la mirada del suelo de madera. Alguien cortó la red, y por un momento temió realmente por su vida. Si había caído en el lugar incorrecto, seguramente alguien intentaría comérsela. Pero no fue eso lo que sintió, sino algo pesado sobre sus hombros. Abrió los ojos y miró sus brazos, que se cubrían con las mangas vacías de una casaca negra.
-Asad los peces, yo me ocupo de la chica.
Quizá fuese por esa voz grave y tranquilizadora, pero se dejó guiar hacia donde ese hombre la llevaba. No le conocía de nada, pero tampoco parecía mala persona. En cuanto escuchó la puerta cerrase tras ella, por fin se atrevió a mirar a su alrededor. Estaba en un camarote, había mapas, sobre una mesa, un compás, dos brújulas e incluso un sextante dorado. Sin embargo, lo que más captó su atención, fue el hombre que la había salvado.
Tenía el pelo negro, corto y una barba incipiente, debía tener más o menos su edad, quizá uno o dos años más, pero no parecía saber siquiera lo que era un ordenador, o por lo menos no había ninguno en el barco. ¿Por qué ese hombre llevaba un barco de madera y se manejaba con mapas?
-Me llamo James, ¿y tú eres?
-Tatiana.
Tartamudeaba por el frío que se había colado en su piel, y James la guio hacia la ¿chimenea? ¿Por qué un barco de madera tenía una chimenea? ¿Cómo era que no se incendiaba el balandro?
-Peter me dijo una vez que le gustaba mucho ese nombre. Supongo que él te ha traído hasta aquí -su negativa sorprendió a Jack-. Entonces, ¿cómo has llegado?
Melody observó la página con semblante preocupado. Si Tatiana se hubiese quedado en el bosque, seguramente habría llegado al campamento y, con un poco de suerte, habría encontrado el modo de volver, pero eso ya no era posible. No era que desconfiase de James, de hecho le debía la vida, pero si había acabado en el barco eso solo podía significar que estaba a punto de empezar a buscar ese dichoso libro.
-Ana -la mujer levantó la vista del periódico-, ¿de verdad pretendes que Tatiana encuentre El libro del Infinito? ¿Por qué?
-Toda búsqueda cambia al héroe de la historia.
Eso no podía discutírselo, pero si nunca se habían aventurado a ir tras ese libro, era por una razón muy importante.
viernes, 17 de marzo de 2023
El imitador
-Estoy seguro de que te preguntas cómo he acabado aquí, entre estas cuatro paredes.
La doctora Emily Higgs observó a su paciente, Alexander, con una ceja levantada. Claro que sabía cómo había acabado en el psiquiátrico. Según su expediente había intentado quemar su casa con él dentro, y había llegado con quemaduras de segundo grado, por lo que tenía vendas en los brazos y en el torso. Después de tres meses en la unidad de quemados del hospital, habían decidido trasladarle al ala psiquiátrica.
-Bueno, todos tenemos nuestra historia Alexander, ¿por qué no me cuentas qué ocurrió? -repasó sus notas en la tabla con pinza-. Cuando te ingresaron en la unidad de quemados, dijiste que habías cometido un error, ¿de qué estabas hablando?
Alex tenía quince años, y según su historial psicológico, sufría depresión desde que su hermana, Clare, se había suicidado. Pero Emily no veía ninguno de los síntomas de una depresión, de hecho casi parecía... asustado.
-Debí evitar que se suicidase -murmuró con lágrimas en los ojos.
Eso podía pasar por una depresión, ese sentimiento de culpa... pero no lloraba por sentirse culpable, a juzgar por el involuntario temblor y las rodillas rodeadas con sus brazos, no era culpa lo que sentía, sino miedo.
-¿Por qué estás tan asustado, Alex?
-¡Le he dicho que no me llame así! -la psiquiatra ni se inmutó-. Clare era la única que me llamaba Alex.
-Está bien, lo siento. ¿Podrías responder a mi pregunta?
Alexander la miró con los ojos llenos de lágrimas. ¿Cómo iba a decírselo? ¿Cómo iba a explicarle esa sensación de frío cada vez que...? No, nunca le creería, seguramente se pasaría más tiempo encerrado, en peligro, y eso no podía ocurrir.
-No lo entendería.
-Inténtalo. ¿Por qué intentaste quemar tu casa?
-Yo no intenté quemar mi casa, yo no provoqué el incendio. Estaba hablando con... -desvió los ojos hacia la derecha- un amigo por teléfono y... cuando me di la vuelta todo estaba en llamas.
Emily se fijó en sus ojos, en su mano temblorosa colocándose el pelo detrás de las orejas, en sus pies, frotándose uno contra otro... eso solo podía ser una cosa.
-¿Sabes lo que es un tic? -negó rápidamente-. Te colocas el pelo detrás de la oreja cuando mientes.
-¿Cómo sabe que estoy mintiendo?
-No solo sé que lo haces, sino también cuándo. No estabas hablando con un amigo ni por teléfono. ¿Con quién estabas hablando?
Su labio tembló un momento, solo con pensar en decirle lo que lo había llevado al ala psiquiátrica del hospital, sentía ganas de salir corriendo. Pero no podía, así que se quedó sentado, con los brazos envolviendo sus piernas y la cabeza en las rodillas. Estaba harto de sentir frío constantemente, de sentir esos ojos grises sobre él.
-Tiene razón, no hablaba con un amigo, estaba hablando con Clare.
Emily estuvo a punto de decirle que dejase de mentirle, pero estaba siendo sincero. No era solamente que pensase que estaba hablando con su hermana, creía que era así sinceramente.
-¿Y qué te cuenta tu hermana?
-Dice que se siente sola, que quiere que vaya con ella -suspiró pesadamente-. Cuando le dije que no podía hacerlo, la casa empezó a arder. Intenté salir por la ventana, pero no resulta nada fácil si vives en un sexto piso. Las llamas me empujaban hacia la ventana... pero yo no quiero morir, así que me quedé allí, y cuando desperté estaba en la unidad de quemados y el doctor Silverstone me hacía preguntas.
Jack Silverstone era el jefe de psiquiatría, quien había recomendado su ingreso en el ala psiquiátrica, claro que él no necesitaba estar allí, no estaba enloqueciendo ni estaba deprimido. Tal vez estuviese triste por la muerte de Clare, pero no tanto como para intentar suicidarse.
-Estoy segura de que no estás deprimido -concluyó Emily-. Sé que crees que es la única explicación, que por eso tienes alucinaciones, pero tampoco estás alucinando.
-¿Usted también la ve? -preguntó con los ojos muy abiertos.
-Por desgracia no, Alexander, pero estoy segura de que ella se ha aferrado a ti. Soy descendiente de un clan de médiums, y sé que está aquí porque puedo sentir frío -Alexander la miró como si hubiese recibido una descarga-. No te preocupes, encontraré el modo de ayudarte. Por el momento aquí estás a salvo.
...
Guardó la carpeta, con el labio fruncido por sus dientes y una sensación de malestar. Cada vez que se encontraba con un caso como ese, no podía evitar preguntarse cuánta gente estaría en una situación semejante, perseguido por los fantasmas de la gente que más quería, incapaces de escapar.
Estaba tan concentrada en darle vueltas a tal trivialidad, que no sintió el frío hasta que algo se aferró a su piel. Se sacó la bata y levantó la blusa para poder ver qué estaba ocurriendo, y solo alcanzó a ver una mano de color gris despellejada adentrándose en su vientre.
...
-Aaaalex -dijo con voz cantarina-. Sal a jugar hermanito.
Estaba aterrorizado, no quería salir de la habitación, y cuando vio entrar a la doctora Higgs, sintió cómo esa presión en su pecho se iba. Pero esa sensación solo duró un par de segundos, hasta que vio una sonrisa exagerada en su rostro lleno de pecas.
-Clare, déjala en paz.
-Solo si vienes conmigo.
No tuvo tiempo a decir que no, lo último que vio antes de que todo perdiese luz, fue el brillo de unas tijeras plateadas y una densa neblina roja que emitía mucho calor.
...
-Estoy segura de que te preguntas cómo he acabado aquí, entre estas cuatro paredes.
Howard Philips miró a su paciente, una antigua psiquiatra que había asesinado a uno de sus pacientes con unas tijeras y que le había prendido fuego al ala psiquiátrica del hospital en el que solía trabajar. Ella no recordaba nada y no tenía ni una sola herida, a parte de una cicatriz en forma de mano en el vientre. Nadie podía explicarse qué había ocurrido, pero tal vez él pudiese hacerlo, de todos modos ella había sido su alumna más aventajada, y sabía que nunca haría nada parecido sin una buena razón.
-¿Y bien?
-No he sido yo. Esa chica sigue por ahí, pero no es Clare, es otra cosa. Tienes que ayudarme, por favor Howard, sabes lo que soy, lo que es mi familia, tienes que buscar a mi tía y decirle que alguien ha soltado a un imitador, ella lo entenderá.
Hubiese querido decirle que no podía hacerlo, pero conocía perfectamente las habilidades de Emily porque eran las mismas que habían salvado la vida de su hijo cuando empezó a ver el fantasma de su madre por todas partes.
Se levantó de la silla, pero antes siquiera de poder decirle que lo haría, sintió un lacerante dolor en el estómago. Cuando levantó la mirada vio a la doctora Queen agarrando unas tijeras, las mismas que le había clavado en el estómago. Con incredulidad, vio cómo ella se quedaba mirando fijamente a Emily y su voz se distorsionaba hasta el punto de parecer metálica.
-Nunca podrás huir de mí.
jueves, 16 de marzo de 2023
La gema de los primeros
Durante los últimos ocho años de su vida, Delin había estado buscando desesperadamente un modo de recuperar lo que había perdido en la Gran Guerra. Era solo una niña cuando había sucedido, pero lo recordaba con claridad, cómo los mortales se aliaron por primera vez en la historia para masacrar a su clan, simplemente por ser lo que eran. Quedaban muy pocos y todos se escondían, procurando no llamar la atención y eso no era justo.
La Gran Guerra había empezado por una simple leyenda que contaba que, en el epicentro de una gran catástrofe, nacería una vrasdrali con capacidad para hacer estremecer el mundo, para cambiarlo todo e incendiar el cielo. Su pueblo ni siquiera consideraba que la leyenda fuese cierta. Sin embargo, cuando el volcán Kal Karstre entró en erupción y el cielo se llenó de ceniza, los mortales culparon al clan de los vrasdrali y se aliaron para destruirlos antes de que ese ser del que no había pruebas de su existencia, los destruyese a todos.
Delin nunca pudo comprender cómo era posible que los culpasen de algo en lo que nadie tenía el más mínimo control, pero cuatro años después de que la guerra empezase, su tía Theo'tra decidió esconder a los últimos nacidos vrasdrali antes de que destruyesen para siempre toda su historia, todo lo que eran, y ella estaba entre los pocos que sobrevivieron.
Por eso, casi desde siempre, estaba al cuidado de Auze, uno de los seres más ancianos de su clan, y durante diez años todo fue bien, hasta que descubrieron que Auze era un vrasdrali y decidieron "salvarla" de él. Fue por ello que una milicia de elfos entraron a su casa y golpearon a Auze hasta la muerte. Después uno de ellos la miró con el rostro confiado, lleno de la sangre de la única persona que conocía, y simplemente dijo "deberías darnos las gracias, ahora estás a salvo".
Estuvo a punto de hacer lo que Auze siempre le había prohibido, utilizar el tipo de magia que desvelaría su origen, pero entonces recordó lo que él siempre le decía: "sin importar la suerte de aquellos que más quieras, que tus secretos sigan siendo secretos". Así que no respondió, miró al elfo procurando tragarse el odio que sentía y que le quemaba en la garganta, asintió y salió de la casa de Auze sin mirar atrás, pese a las protestas de los elfos.
Estuvo caminando sin rumbo durante días, hasta que, casi por casualidad, se tropezó con el templo de Hal Dar Mehtal, uno de los lugares más sagrados para su clan. Si quedaba algún vrasdrali con vida, debía ser allí. Estaba casi segura de que sería así porque solamente la sangre de su clan era capaz de abrir las puertas, que tenían tres metros de grosor. Cuando puso la mano desnuda en la puerta y el aguijón atravesó su piel, la puerta empezó a abrirse.
Estuvo horas recorriendo el templo, que estaba tan vacío como Vrasdral, su hogar ancestral, hasta que finalmente llegó a la roca que contaba la historia de su pueblo. Aprendió mucho ese día, de sí misma, de su familia, de la historia de los vrasdrali, pero también encontró lo que podría ser su única oportunidad, no sabía si de redención o de venganza.
Existía un lago en el corazón de una cueva cerrada del mismo modo que el templo, un lago de agua transparente pero muy profundo, y en el fondo, una única y brillante piedrecita pulida de color azul que contenía el poder de los primeros de su raza. Según la roca, esa gema se aferraría a quien la encontrase primero y le daría poder, si su alma era digna.
Por eso se pasó diez años buscando sin pausa, recorriendo cada cueva, cada pequeño y recóndito lugar, en busca de aquella cueva cerrada, de aquel lago místico, para encontrar la joya de los primeros y acceder al poder que contenía, o morir en el intento.
Después de diez años de incansable búsqueda, finalmente llegó a un desfiladero que parecía estar formado por dientes escarpados. No tenía esperanza de encontrarla allí, pero dio con la entrada cerrada. Apoyó la mano en la roca que custodiaba la cueva, pero nada ocurrió. Estaba tan desesperada por hallar la verdad que se cortó en la palma con un guijarro y volvió a intentarlo. Lentamente la roca empezó a girar, desplazándose hacia el interior, hasta que tuvo suficiente espacio para pasar y, una vez dentro, la roca bloqueó la entrada.
Estuvo a punto de encender fuego para poder encontrar el camino, pero la cueva se iluminó con rocas brillantes y las siguió igual que una polilla. Si se dirigía a la muerte, dejaría de sentir culpa por sobrevivir, si encontraba el lago, por fin podría unir a los vrasdrali que se encontraban dispersos por el mundo.
Las horas fueron pasando, y finalmente halló un lago redondo, de frías aguas brillantes y transparentes, profundo, que brillaba misteriosamente en azul. No sabía si era ese lago pero le daba igual, se metió en el agua y buceó hasta el fondo, hasta encontrar el origen de esa misteriosa luz azul. Era una piedra del tamaño de una canica, pero que desprendía una luz brillante que atravesaba el agua e iluminaba la cueva.
En cuanto la tocó, la piedra se metió dentro de su piel y recorrió su cuerpo hasta su estómago. Creyó que iba a matarla, pero no, se quedó ahí, alimentándola con su enorme poder. Cuando finalmente se acostumbró a esa sensación, tuvo que lidiar con otra. Su cuerpo empezó a cambiar, le salieron escamas, una cola larga, alas membranosas, creció varios metros y su cara se transformó en la de un lagarto. El agua se apartó de ella, dejándola respirar, y volvió a la orilla. En cuanto tocó tierra, volvió a cambiar, recobrando su aspecto de chica pelirroja con pecas y tamaño normal, pero con esa gema sobresaliendo de su pecho, redonda y azul, pero sin brillo.
-Así que lo hicisteis por esto -comprendió de pronto-. Los vrasdrali somos descendientes de los dragones y creíais que uno de nosotros podía transformarse -negó despacio-. Si os hubieseis mantenido al margen, ni uno solo de nosotros habría buscando la gema de los primeros.
Nada más tocarla volvió a cambiar de forma, agitó sus alas con fuerza y atravesó el techo de la cueva, saliendo al exterior, donde el sol del atardecer bañó su cuerpo ambarino. Si tenía que unificar a los vrasdrali bajo el estandarte de su pueblo y retomar el lugar que los mortales le habían arrebatado, debía empezar cuanto antes, y puede que no supiese cómo hacer esto último, pero podía sentir a los cien vrasdrali restantes en cada rincón del mundo, y sabía que la gema de los primeros podía despertar el fuego dormido en el corazón de cada uno de sus congéneres.
martes, 14 de marzo de 2023
Motivos ocultos
Observó sus ojos verdes sin poder creerse todavía lo que sostenía entre sus manos. Ese cheque le ayudaría a subsanar su metedura de pata, y venía de Emma Roberts, la extraña y distraída mujer con la que había tenido una aventura cuando ella era una adolescente descerebrada. Emma había conseguido su fortuna restaurando casas. Compraba una casa destartalada y a punto de caerse, la convertía en una pequeña mansión y la vendía por cuatro o cinco veces más de lo que había pagado por ella.
Emma y él habían terminado su tortuosa relación en muy malos términos, con una amenaza de denuncia y un juramento suyo en el que clamaba venganza. No quería volver a verla, pero al verse involucrado en una estafa piramidal por accidente, decidió devolver cada céntimo para evitar una demanda que, seguramente, le llevaría a la cárcel. Por eso había acudido a la persona más adinerada que conocía, y ella le había entregado un cheque por tres millones con el que, sin lugar a dudas, podría subsanar ese error.
-Yo...
-Ni te molestes -bebió un trago de ron-. Sé que me lo devolverás y yo estaré esperando.
Tenía razón, no podría dormir tranquilo hasta que le devolviese su dinero, y ella lo sabía, por eso se lo había prestado. Esa mujer pelirroja sabía exactamente cómo torturarle. Sin embargo, dado que necesitaba ese dinero urgentemente, decidió pasar por alto la amarga sensación de saber que ella le estaba ayudando, pese a lo que había ocurrido entre ellos.
...
Dylan miró con curiosidad a su hermana, que esbozaba una sonrisa de triunfo mientras él salía por la puerta del bar. Muchas veces no comprendía a su hermana, pero tenía razón la inmensa mayoría de las veces, como cuando compró aquella casa que se caía a pedazos en mitad de ninguna parte y la convirtió en una casa de lujo. Por un momento pensó que la quería para ella, pero la subastó al mejor postor y ganó 3 millones con una casa por la que había pagado menos de 45 mil.
Si creyó que se conformaría con una sola jugada, no conocía de nada la mente de su hermana. Esa misma hazaña se repitió más de quince veces, y había convertido su maestría en reformar y decorar casas en una ventaja porque, como decía el Joker de Heath Ledger, "si eres bueno en algo, no lo haces gratis", y su hermana era muy buena reformando casas.
Sus planes de inversión no eran lo único en lo que no podía seguirla, sino también ese día, mientras estaban tomando algo en la terraza de un bar, justo cuando se acercó a ella su exnovio, que había destrozado su vida tres veces, convirtiéndola en una fría máquina que miraba a todo el mundo con desprecio disfrazado de una dulce amabilidad.
Le sorprendió que le entregase el cheque sin hacer preguntas, porque su hermana tenía mucho cuidado con sus movimientos para no perder o para ganar más de lo que perdía. No pudo evitar preguntarse qué era lo que estaba ganando con esa estrategia tan extraña, y cuando él se fue, se acercó a su hermana.
-¿Qué intentas conseguir esta vez?
-Lo sabrás cuando vuelva, y volverá.
-¿Por qué estás tan segura? Podría largarse con tu dinero y no volver jamás.
-Lo sé, y ganaría de todos modos.
-¿Y qué ganarías exactamente?
-Lo sabrás... a su debido tiempo.
...
Habían pasado tres años y medio, estaban celebrando una barbacoa en el jardín por el cumpleaños de Emma, y solo había cuatro personas allí: ella, su hermano, su mejor amigo y la novia de este. Costaba mucho creerlo, pero Emma solía alejar a todo el mundo por su actitud fría. A nadie le gustaba oír a una persona soltarle todas las verdades a la cara, algo que ella solía hacer sin despeinarse. Por eso Charles se había quedado a su lado, porque era sincera y le importaba muy poco lo que pensasen los demás de sus agudas palabras.
Pero aquel no era un día normal, y mientras se asaba la carne y Emma metía en la nevera sus famosos helados caseros para que se ablandasen un poco, el timbre de la puerta pareció cortar la música de Avicci.
-¿Esperamos a alguien más?
Emma miró a Julia, que le sonreía con una mirada dulce. Esa mujer era de las pocas personas que consideraba soportables por tres razones: no sabía mentir, le importaba muy poco lo que los demás pensasen de ella y nunca se metía en las vidas ajenas. A su entender, era el tipo perfecto de persona, y por eso la tenía en alta estima.
-Que yo sepa no.
-Iré a ver.
Julia recorrió el amplio pasillo de mármol blanco lleno de espejos y abrió la puerta. Al otro lado había un hombre de cabello negro, con una cicatriz pequeña en la mejilla y un ojo verde y otro marrón. No le conocía de nada y no podía dejarle entrar sin más.
-Hola, ¿quién eres tú?
-Leonardo Ricci, soy... amigo de Emma.
-Nunca te ha mencionado.
Pero Emma escuchó su voz desde la cocina y le dejó pasar, sabiendo que Julia le acompañaría hasta donde estaba ella, que estaba montando nata para poder comer un delicioso banana split.
-Te sigue gustando cocinar.
-Sí, la gente amorosa suele amar la cocina o el arte -espetó fríamente, sabiendo que él odiaba ambas cosas-. Has tardado, te esperaba desde hace un año.
Leonardo sacó de su cartera un cheque doblado, pero para su sorpresa, Emma lo miró con un marcado desprecio y luego levantó sus ojos verdes hacia él, sin una pizca de remordimiento.
-Quédatelo.
-¿Qué? No lo entiendo.
No hacía falta mirar a su alrededor para saber que no era el único. Charles y Dylan tampoco comprendían que se le estaba pasando por la cabeza a Emma, y Julia solamente intuía algunos trazos. Sabía que no aceptaría ese cheque, pero no comprendía las razones que llevaban a Emma a tomar esa radical decisión, aunque algo le decía que estaba a punto de hacerlo.
-Yo no presto dinero, jamás, y ellos pueden confirmarlo. Yo suelo dárselo a la gente que me cae bien, por eso tuve que aguantar a un montón de interesados durante algún tiempo -sacó la espátula de goma del cajón-. ¿No te has preguntado por qué, entonces, decidí prestarle dinero a la persona que más desprecio en este mundo?
En ese momento Leonardo sintió como la sangre de su rostro se calentaba un segundo y luego descendía helada por su columna.
-Fue por esto, por este momento. No quiero el dinero, nunca lo he querido. Lo que yo quiero es que sepas que, si te has librado de acabar tres años en la cárcel, fue gracias a mí -Julia la miró con cierta sorpresa muy difícil de disimular-. ¿O creías que te daba el dinero por la mera bondad de mi corazón? Porque tú te encargaste de destruir eso, todo lo que queda es lo que ves.
-No pararé hasta devolvértelo.
-¿Y puedo saber cómo piensas hacerlo? Porque después de que cobrases el cheque que te di hace tres años, cerré la cuenta y trasladé todos mis activos a otra cuenta, así que no tienes dónde devolverlos, y puedes dejarme el cheque en la puerta, bajo una maceta o ahora mismo en mis narices, le prenderé fuego -sonrió-. No voy a aceptar ese dinero nunca, así que puedes hacer lo que quieras con él, porque ahora lo único que no vas a poder sacarte jamás de la cabeza es que sigues libre gracias a mí, y eso es todo lo que me importa.
Leonardo retrocedió con la vista clavada en la figura de la pelirroja, que seguía montando nata con una sonrisa de oreja a oreja mientras él sentía cómo todo su mundo se tambaleaba. Sabía desde el principio que no le había dado el dinero por bondad, pero no se imaginaba que aceptarlo fuese como el mordisco de una víbora.
lunes, 13 de marzo de 2023
El libro del infinito
CAPÍTULO 2.
Observó la portada en blanco sin poder creerse lo que estaba viendo, parpadeando con los ojos abiertos cual dos platos, sin atreverse siquiera a respirar. De haber sido uno de los libros de aventuras que tanto le gustaban a su madre, hubiese dicho que algún hada le estaba gastando una broma, claro que no estaba en un libro de aventuras, así que eso debía tener una explicación real... aunque no se le ocurriese nada.
Se levantó de la cama, con la cabeza hecha un lío. Claramente no podía olvidarlo, ahora ya no se trataba solamente de que su madre le preguntase por el contenido del libro, sino que nunca podría sacarse de la cabeza que la portada del dragón hubiese desaparecido ante sus ojos. Necesitaba encontrar una explicación, así que abrió su portátil para buscar en internet, pero nada de lo que encontró fue suficiente para satisfacer su curiosidad.
Tras tres horas indagando en la red en busca de una respuesta, se rindió. Miró el reloj de su ordenador y le sorprendió ver que eran las 23.25. Su madre tendría que haberla llamado para ayudarla a cocinar o, al menos, cenar. Salió de su dormitorio, las luces del pasillo estaban apagadas.
-¿Papá? -no hubo respuesta-. Mamá, ¿dónde estáis? -de nuevo silencio-. Tía Mel...
Buscase por donde buscase, la única respuesta que encontraba era vacío y silencio, igual que al intentar encontrar respuesta al misterio del libro. Sus padres y su tía se habían ido, pero más aterrador todavía fue descubrir, al mirar por la ventana de la cocina, que no había una sola persona en la calle, las luces de sus vecinos estaban todas apagadas y las farolas de la calle no se habían encendido.
Volvió a su dormitorio, el único lugar con luz en, lo que parecía ser, todo el vecindario. Entonces empezó a pensar en cosas todavía más absurdas. Quizá no se tratase solamente de su calle o el pequeño pueblo en el que vivía, tal vez afectase a muchas más personas. Temblando, tapada con su manta de ositos hasta las orejas y con el libro en blanco sobre sus piernas, encendió el televisor. Niebla. Sin importar qué canal intentase sintonizar, la única cosa que podía encontrar eran esos puntos blancos y negros desordenados en la pantalla y un molesto zumbido.
Apagó la tele en completo silencio, tratando de encontrar una emoción que pudiese expresar pero, al igual que en el resto del país, quizá en el resto del planeta, no había nada. Miró el libro con una expresión entre el miedo y la resignación. Todo eso había empezado al recibir ese libro e intentar leerlo, así que la respuesta tenía que estar en el libro. El problema era que, en el libro, no había nada... al menos nada que pudiese ver.
-Harry Potter, eres un genio.
Saltó de la cama y fue a buscar un lápiz en su maletín de dibujo. No tenía la esperanza de que funcionase igual que el diario de Tom Riddle, pero tenía que intentarlo. Escribió "hola, ¿hay alguien ahí?" pero nada ocurrió, el trazo se quedó dibujado en el papel, no desapareció y tampoco apareció nada nuevo.
-Harry, tú serás un genio, pero está claro que yo no. Esto no es Hogwarts, es el mundo real, y en el mundo real los libros no hablan -suspiró pesadamente-. Ojalá hubiese algún modo de resolver esto.
Y, por primera vez en todo el día, hubo un cambio. Como si fuese magia el libro empezó a girar, al principio lentamente, y después de una vuelta y media empezó a acelerarse cada vez más y más, girando a más velocidad, hasta que su habitación se transformó en el ojo de un huracán. Intentó agarrarse a los muebles, pero sin importar con qué fuerza o desesperación lo intentase, sin importar que sus dedos se pusiesen blancos y gritase con los ojos llenos de lágrimas, poco a poco el huracán empezó a arrastrarla. Cuando quiso darse cuenta atravesaba las páginas del libro, que se cerró sobre su cama como si nada hubiese ocurrido.
Cuando Melody entró en su dormitorio, algo preocupada por los gritos, descubrió que allí no había nadie, y que la portada del libro mostraba a una asustada chiquilla de enmarañado cabello castaño huyendo de una sombra negra.
-¿Ana? -ella apareció en la habitación y miró a su cuñada-. ¿Tenías que regalarle uno de los libros portal?
-¿Qué? Por lo que Peter me contó, os llevasteis de aventuras a una chica mucho más joven que ella y a sus hermanos, y salisteis vivos.
-De milagro. ¿Qué clase de madre hace esas cosas?
-Una que confía en las capacidades de su hija. Ella es lista, sabrá resolverlo, y volver con una historia que contar, como Peter y tú.
La pequeña Melody puso los ojos en blanco, con un suspiro de hartazgo. Ana tenía un modo de ver el mundo que no terminaba de encajar con el resto de la humanidad, aunque Peter y ella no fuesen los más indicados para hablar.
-Espero que tengas razón, o tendremos que ir a buscarla y ella lo descubrirá todo.
-¿Y qué tendría eso de malo?
viernes, 10 de marzo de 2023
Cuida de Alex
El cielo oscurecido de media noche estaba plagado de estrellas y con una enorme luna llena que alumbraba en el cielo como un faro. Era una noche cálida de primavera, con el mar tranquilo, y paseaba con dos amigos y un perro por el puerto. Gabriel era su mejor amigo en todo el mundo, se conocían tanto que casi parecía que se leían la mente, Irene había llegado a sus vidas hacía unos años, era callada y algo retraída, pero también muy interesante, solía almacenar datos inútiles en su cabeza que eran ciertos siempre.
Era una noche normal, paseando con sus amigos y un pastor ovejero, una noche como podría haber sido cualquier otra. Cuando regresó a casa, después de pasear con ellos durante casi dos horas y gastarse bromas entre ellos, se sentía tranquilo y decidió irse a dormir, igual que hacía cada noche. Pero esa no era una noche normal. No habría sabido decir por qué o de qué se trataba, pero había algo que le ponía los pelos de punta.
Llevaba varias horas dormido cuando empezó, de pronto se sintió encadenado, atrapado en su propio cuerpo, con una presión en el pecho que no sabía identificar. Intentó abrir los ojos, moverse o gritar, pero fue incapaz de hacerlo, como si algo se lo impidiese. Hasta ese momento no sabía lo que era sentir pánico. Entonces sintió algo más, algo muy frío, más que el mismo hielo, y escuchó claramente una respiración cerca de su oído.
-Cuida de Alex.
Era una voz metálica y escalofriante como nunca antes había oído, algo realmente aterrador. En cuanto escuchó esas tres palabras, todo desapareció y se despertó de golpe. Hasta hacía unos segundos habría jurado que su habitación estaba ardiendo, como si todo a su alrededor se incinerase, pero al levantarse con los ojos como platos, comprobó que todo estaba en orden.
Se tumbó sobre la cama con la respiración alterada y sin poder sacarse de la cabeza esas tres palabras. Alex era su primo, que vivía a tres pueblos de distancia y al que solo veía cuando iban de fiesta o pasaba las vacaciones en su casa. Aun si lo que acababa de vivir era cierto, ¿cómo iba a cuidar de él? Ni siquiera estudiaban en el mismo colegio y, aunque le viese todos los días, nunca se creería lo que acababa de ¿soñar? No, eso no podía ser un sueño, porque si lo era su cerebro jugaba con él del modo más cruel.
Con un pesado suspiro se levantó de la cama y fue a la cocina a calentarse un poco de leche. No sabía cómo podría volver a dormirse después de lo que acababa de sentir, pero el reloj digital de su habitación marcaba las 3.06 y no podía estar despierto toda la noche.
...
Durante semanas fue incapaz de sacarse de la cabeza esa sensación. Gabriel no lograba sonsacarle qué le ocurría e Irene estaba en una de esas épocas en las que no hablaba con nadie ni salía de casa. Él nunca se creería lo que le había pasado, ella sí, pero cuando decidía aislarse ni siquiera contestaba al móvil.
-A ti te pasa algo y no me lo quieres contar.
-Gabi, en serio, no me pasa nada.
-Genial, así podemos irnos de fiesta esta noche.
Si se esperaba alegarle, pinchó en hueso porque en el momento en que dijo esas palabras, esa sensación de presión en el pecho volvió. Sin embargo, si se negaba sería evidente que le ocultaba algo y no pararía hasta averiguarlo, así que asintió sin muchas ganas.
Esa misma noche se preparó para salir y Alex fue a buscarle en coche. Sabía que pasaría, pero había aceptado, no podía echarse atrás. Se montó en el asiento trasero, junto a su amigo, y Alex puso rumbo a la capital de la provincia, que era enorme, llena de gente y con edificios muy altos.
Todo el camino fue con normalidad, hasta que llegaron a un puente tan alto que no se podía ver el final, en mitad de la autopista. Entonces el coche empezó a ganar velocidad y a desviarse hacia un lado, y escuchó de nuevo esas palabras en su cabeza. Miró hacia su primo, que cabeceaba entre el sueño y la vigilia.
-¡Alex! -y levantó la cabeza de golpe-. Si quieres conduzco yo, pareces agotado.
-Que va, es por la monotonía de la autopista. Si no os importa voy a poner música, y cuando paremos, que uno se siente a mi lado.
Aryan se echó para atrás en el asiento después de comprobar lo cerca que había estado de la barrera que separaba el puente y el vacío. No sabía cómo era posible, pero lo de aquella noche había sido muy, muy real. Miró a Gabriel, intentando encontrar un modo de contárselo. No, si iba a hacerlo, tenía que ser en una noche tranquila, después de que ese trauma se hubiese diluido un poco, y seguramente con alcohol en sus venas.
Cuando su cabeza dejó de dar vueltas, se dio cuenta de lo cerca que había estado de caer por el puente, junto a Gabriel y Alex. Cerró los ojos un momento, intentando relajarse de la experiencia que acababa de vivir, y entonces volvió a escuchar esa respiración cerca de él, algo más frío que el hielo, y esa voz metálica de nuevo.
-Yo siempre cuidaré de ti.
miércoles, 8 de marzo de 2023
El libro del infinito
CAPÍTULO 1.
Ana siempre había creído que no había mejor modo de educar a un niño que a través de la literatura, la música y el amor. Por eso, el día en que Tatiana cumplió los catorce años, le regaló uno de sus libros favoritos. Ella se quedó mirando el libro durante un momento, con sus ojos verdes pegados a la portada de color azul y blanco que tenía un dragón dibujado. Otro libro de aventuras. Desde que era pequeña su madre le había regalado libros y más libros de aventuras, y empezaba a odiarlos.
-Feliz cumpleaños, cielo.
Levantó los ojos hacia su madre, intentando parecer agradecida. No quería que se sintiese triste, sabía que, para ella, regalarle un libro a alguien era lo más especial que uno podía hacer. Así era como se habían conocido sus padres. Él era profesor de folclore anglosajón en la universidad de Oxford, en la que estudiaba su madre gracias a una beca, pero no era su profesor. Sin embargo se encontraban en la biblioteca, desconociendo el uno el rol del otro, y se enamoraron a través de la literatura. Cuando finalmente ella se graduó, decidieron casarse. Hubo rumores de que había aprobado por las influencias de Peter, un joven de ascendencia inglesa que tocaba la flauta y le gustaban los libros de aventuras.
-¿Te gusta?
-Mucho, gracias mamá.
Tatiana miró a su tía, una mujer rubia que parecía demasiado pequeña, delgada y perdida. Era dulce, encantadora y siempre sonreía, y su risa era tan clara como el canto de una campanilla. Ella observó el libro con una sonrisa y luego a ella. Melody tenía la increíble habilidad de leer su mente, pero no dijo absolutamente nada.
-¿Cortamos ya la tarta?
La voz de su padre le hizo levantar la cabeza. Toda su familia tenía cosas raras y especiales, pero su padre seguramente se llevaba la palma. Solía preocuparse más por los niños que por los adultos, el dinero no le importaba en absoluto, le gustaban los cuentos de hadas, los parques de atracciones y los castillos hinchables, pero sobre todo adoraba los dulces. Tatiana no pudo evitar sonreír porque daba igual de qué fuese la tarta, le gustaban todas.
Ana cortó el trozo de pastel y la crema de trufa asomó por el trozo que le entregó a Tatiana. Nunca soplaba velas, lo consideraba absurdo, así que en su casa nunca se compraban velas de cumpleaños, lo que alejaba considerablemente a sus amigos, que la consideraban rara, quizá por gustarle un cantante de Kazajstan que se llamaba Dimash, o puede que por adorar la literatura clásica, tal vez por todo al mismo tiempo. En cualquier caso su familia era considerada la más extraña de todo Segovia.
Tatiana pinchó un trozo de tarta y se lo llevó a la boca. Estaba deliciosa, como todas las tartas que hacía Melody. Tenía verdadera magia para hacer dulces, y eso a Peter le encantaba. Esa era la razón por la que tenían una pastelería y por la que en su casa siempre había galletas y su tía tenía el pelo lleno de harina.
...
Cuando finalmente volvió a su cuarto dejó el libro sobre la cama con un pésimo humor. Por mucho que le gustase leer, habría valorado más que le regalase un libro de verdad, de los que tenían más de 500 páginas y uno podía bucear por los rincones de su imaginación. Ese libro era tan delgado que podía agarrarlo entre sus dedos y casi se tocaban. Sin embargo tampoco podía ignorarlo, si su madre le preguntaba algo tan sencillo como "¿qué tal el libro?" no tendría respuesta que darle.
Con un pesado suspiro abrió el libro y se encontró con algo que no se esperaba: daba igual qué página mirase, todas estaban en blanco.
-¿Qué demonios? Esto tiene que ser un error de edición.
Intentó buscar el título en la portada, pero se encontró con que no tenía. Observó el libro por todas partes, intentando buscar algo que lo identificase para poder encontrar otra edición, pero a parte de la portada... Fue a mirarla otra vez, y se quedó sin habla: la portada había desaparecido.
martes, 7 de marzo de 2023
Por tus ojos verdes
"Querida Emily
Llevo menos de un mes lejos de ti y ya te echo de menos. Sé que esto no ha sido elección mía, que no he podido hacer nada al respecto, pero eres la primera persona en mi mente al despertarme y lo último en lo que pienso antes de dormir. Ojalá pudiese volver a verte, a tocarte y volver a reírme contigo mientras vemos una película de comedia de los 90, como las que sé que te gustan a ti.
Nunca te lo he dicho, pero odio las películas de comedia, solo me gustan porque puedo ver una sonrisa sincera en tu piel de porcelana, de esas en las que se te arrugan los ojos. Es el único momento en que sonríes de verdad, no sé por qué y nunca has querido decírmelo, pero tampoco te voy a obligar a hacerlo.
Hoy me he levantado y Vancouver me ha regalado un amanecer despejado y de color naranja, como los que te hacían cerrar los ojos y sonreír en paz, arrancando destellos dorados a tu pelo rubio. Parecías un ángel. Cuando hacías eso de dejar que la luz del sol te despertase yo entendía por qué estoy tan loco por ti, por esa sonrisa inocente, por tus ojos verdes llenos de figuras indescriptibles, por esa piel tan bonita y llena de pecas que sé que no te gustan pero que a mí me encantan.
Cuando fui a desayunar me serví un bol de cereales de los que sé que te encantan, como los de los niños pequeños, de colores y llenos de azúcar. Tampoco me han gustado nunca, pero ahora me recuerdan a ti. Hoy es fin de semana, así que no tengo que ir a trabajar. Puede que parezca estúpido pero voy a pasarme todo el día viendo La pantera rosa del 2006 y comiendo palomitas de colores.
Creo que por fin entiendo por qué te gusta tanto esa película, lo divertida que es y lo emocionante que puede resultar si dejas que el mundo a tu alrededor desaparezca. Me pregunto si es eso lo que sentías cada vez que la veíamos juntos.
Te hecho de menos, Emily, tanto que siento que me duele el alma. Sé que no tengo elección, que debo pasar por esto si quiero convencer a tu padre de que no soy un holgazán, pero tener que estar lejos de ti es una tortura. Cuento los días para volver a verte y se me hacen largos.
Tuyo siempre
Richard"
Emily cerró la carta con lágrimas en los ojos. También le echaba de menos, y en el fondo no podía evitar odiar a su padre por gritarle "no dejaré que mi hija salga con un holgazán" el día en que le había llevado a conocer a su familia. Se odiaba por ello, porque al día siguiente Richard comenzó a buscar una universidad y un trabajo que pudiese combinar para poder contentar a su suegro. Era una estupidez, ella lo quería por lo romántico y dulce que era, no le importaba si era un humilde peón o un directivo, si era abogado o minero, simplemente le quería a él, a lo que era.
-Tranquila cielo, todo se arreglará.
-¿Cómo que tranquila, mamá? Se ha ido por su culpa.
Alexandrine, o Lexy, como la llamaban desde su juventud, entendía el punto de vista de su hija porque también lo había vivido. El día en que ella llevó a Paul a conocer a sus padres, el CEO de una gran empresa de construcción de Francia le soltó exactamente lo mismo que él le había dicho a su suegro. Parecía que no había aprendido nada del pasado, porque ella no había vuelto a hablar con su padre ni había ido a su funeral precisamente por eso, por insultar al hombre que ella había elegido.
Lexy empezaba a creer que perdería a Emily de la misma cruel manera, igual que su madre la había perdido a ella, y no deseaba que su hija pasase por el dolor de no volver a ver a su madre por culpa del tarugo que tenía por padre.
-Sé que lo hace por mí, pero eso no hace que me sienta mejor -suspiró pesadamente-. Mamá, dile a papá que me iré a Vancouver con él y que volveré cuando termine sus estudios.
-Cariño...
-No puedo estar lejos de Richard mamá, no puedo. No sabes lo dulce que es -le entregó la carta-, pero puedes leerla si quieres, puede que así lo entiendas.
Y mientras Emily hacía las maletas, Lexy empezó a leer la carta, y sus ojos se llenaron de lágrimas al ver la dulzura con la que describía a su hija, todos sus gestos y su luz, como si fuese un hada.
-Tranquila cielo -le devolvió la carta-. Vete a buscarle, yo hablaré con tu padre.
... Siete años después ...
Samuel se quedó mirando a su hija envuelta en seda blanca y encaje, con un gran ramo de lirios y una sonrisa llena de felicidad. No le gustaba su yerno, le parecía poca cosa para su hija, pero poco después de que Emily se hubiese marchado a Vancouver, Lexy se había enrocado en defender esa relación con una simple carta, y tuvo que ceder, pese a lo que pensaba realmente.
Mientras caminaba sobre la alfombra roja hacia su yerno, que la esperaba de impecable smoking negro, observó a su esposa. Se habían casado sin la aprobación de Renaud, y no le había importado demasiado, hasta que se vio en la misma situación con su hija.
Cuando llegó al altar y ella extendió su mano hacia él, los observó un momento. Por mucho que lo rechazase no podía negar que había avanzado muchísimo. Richard le había dedicado cada segundo de tiempo a trabajar y estudiar, y Emily le había ayudado, le había apoyado, había cocinado para él y se había desvelado tratando de ayudarle a aprobar, y en cuanto tuvo el título en su mano, volvió a Phoenix para casarse con ella.
Caminó hasta su asiento al lado de Lexy, y ella le tomó de la mano con una sonrisa que lo decía todo. No podía negarle nada a esa mujer, por mucho que fuese en contra de todo en lo que creía, no podía decirle que no.
-¿Crees que Emily hace lo correcto?
-Samuel, incluso aunque se equivoque, tu no puedes hacer nada por cambiar su opinión. Ella seguirá el camino que le marque su corazón y yo la apoyaré. Puedes aceptarlo y formar parte de sus vidas, o negarte y ser como mi padre.
Esa posibilidad le asustó, no porque le comparase con Renaud, sino porque él sabía perfectamente que Lexy no había vuelto a hablar con él desde que se fugaron juntos después de aquella espinosa cena. No quería perder a su hija, así que, en contra de todo en lo que creía, iba a tener que darle una oportunidad a Richard.
viernes, 3 de marzo de 2023
Espiral de destrucción
Durante los últimos dos meses se despertaba siempre cansada, con una sensación de pesadez en la cabeza, dolor en los hombros y el cuello rígido. Dormir mal era algo típico en ella, había estado toda su vida con insomnio, pero últimamente solía dormir entre diez y doce horas sin despertarse, y eso era algo extraño. Si acudía a un médico y le contaba que había pasado de dormir seis horas a doce, seguramente le diría que era algo normal, pero sabía que eso no era cierto.
Aquella mañana de marzo se levantó con la misma sensación en su cuello. Normalmente se le pasaba con analgésicos y un baño caliente, así que eso fue lo primero que hizo. Bajó a desayunar para que su delicado estómago pudiese lidiar con las pastillas, subió a darse un baño caliente y, sintiéndose un poco mejor, salió de casa.
Hubiese querido decir que tenía mala suerte al no tener trabajo, pero, incluso aunque lo tuviese, no podría sostenerlo tal y como se levantaba cada mañana. ¿Quién iba a querer a una empleada que se sentía mal dos días y uno más o menos bien? Necesitaba averiguar qué le estaba ocurriendo.
En su pequeño pueblo a orillas del Atlántico nada ocurría nunca que se escapase de lo normal, incluso esa mujer era relativamente normal porque había vivido allí los últimos doce años. Era una persona extraña, que no trabajaba porque no quería pero siempre tenía suficiente dinero para hacer lo que le pareciese mejor, con el cabello pelirrojo, casi como el fuego, ojos verdes y piel pálida, que lo parecía aun más porque siempre llevaba ropa oscura. Era una persona a la que todo el mundo evitaba pero que, sin embargo, era amable con todo el mundo.
Nadie sabía dónde vivía "la bruja", tal era el nombre que le había dado todo el mundo, así que se dedicó a pasear hasta encontrarla. No era muy difícil, corría el rumor de que aparecía siempre que alguien la necesitaba. Si bien todo el mundo la evitaba, tarde o temprano todos acababan por recurrir a ella, pues era inteligente y muy diestra con sus artes, que iban desde hacer pulseras hasta salvarle la vida a alguien con extraños bebedizos.
Estaba atravesando la calle comercial, que iba a dar a un enorme parque, cuando se tropezó con ella, literalmente, y ambas cayeron de espaldas. La bruja se quedó mirando sus ojos grises, con el ceño fruncido y una evidente preocupación, y cuando fue a levantarse, esa mujer pelirroja no se lo permitió.
-No se te ocurra moverte -dijo con voz neutra-, algo te está siguiendo.
La mujer, que no tendría ni treinta años, metió la mano en su un bolso enano que llevaba a la cintura, sacó un puñado de polvo y sopló. El polvo se convirtió en chispas de luz que volaron por encima de su hombro y se detuvieron a dos metros de ella, formando una extraña figura con los brazos muy largos, alto como una viga y con una cabeza extrañamente pequeña.
-¡Corre!
Aun algo aturdida, corrió agarrada de la mano de la bruja pelirroja, que la llevó directamente por un camino que recorría cada día y que llevaba a su casa. ¿Cómo sabía ella dónde vivía?
-Elena, las llaves, tenemos que llegar antes que él y no me queda suficiente polvo, ¡rápido!
Sacó las llaves del bolso y abrió el cerrojo. La bruja empujó la puerta mientras ella recuperaba las llaves, la cerró en cuanto entraron y puso ese extraño polvo tras la puerta. No esperó a explicarle nada, la llevó casi arrastras al segundo piso, y volvieron a entrar siguiendo el mismo ritual. Solo entonces, cuando Elena cerró la puerta, miró a la pelirroja con el ceño fruncido.
-Dos cosas, bruja, ¿quién demonios eres y qué es esa cosa?
-Me llamo Cristina y sí, soy una bruja. Eso que te está siguiendo es lo que yo llamo un devorador, y, a juzgar por tus ojeras, lleva contigo ¿cuánto? ¿Dos meses más o menos?
Ese era el mismo tiempo que hacía que no dormía bien, ¿cómo lo sabía ella? Las preguntas empezaron a arremolinarse en su cabeza y salieron todas de golpe.
-¿Cómo sabes quién soy? ¿Puedes hacer algo? ¿Por qué yo? ¿Qué demonios tengo que pueda interesarle a ese... esa... cosa?
-Tranquilízate Elena, todo va bien. Sé quién eres porque mi trabajo consiste en saber estas cosas. ¿Has oído eso de que "en todos los pueblos hay una bruja"? Bien, no es casualidad, las brujas tenemos un acuerdo con la naturaleza desde hace milenios, ella nos da poder y nosotros protegemos a sus hijos, a los mortales. Cuando algo raro pasa en el pueblo, yo averiguo a quién y voy a su encuentro para ver cómo puedo ayudarle. Es la primera vez que veo que un devorador se obsesiona con una mortal, no tiene demasiado sentido, así que tiene que haber algo de sangre mágica en tu familia.
-Mi familia es normal.
-Ya, eso creía yo de la mía, hasta que mi maestra me salvó de una de esas cosas. Luego se pasó cuatro años enseñándome todo lo que sabía y buscó un pueblo sin bruja para poder enviarme allí. El coven me paga para cuidaros y yo consigo dinero para el coven con mis medicinas, así de simple.
Cada vez era todo más confuso. Estaba al borde de un ataque de nervios. Por lo que esa chalada decía, no solamente era víctima de un monstruo invisible que la amenazaba, seguramente con matarla, sino que, además, era una bruja, o al menos tenía algo de bruja.
-¿Cómo sé que dices la verdad?
-Las chispas de azúr -asintió-. ¿Las has visto?
-Pues claro que las he visto, como para no verlas.
-Esa es la prueba, que yo sepa solamente las brujas podemos ver brillar las chispas de azúr, para los demás solo es ceniza. Y ahora vamos. He espantado a esa cosa pero volverá y tenemos que estar preparadas.
-¿Es que puedes hacer algo?
-Sí, pero tendrás que hacer de cebo.
Sintió cómo su sangre se convertía en hielo y recorría todo su cuerpo. Si la posibilidad de que esa cosa la matase mientras dormía era algo aterrador, ser una carnada para esa bestia era mucho peor.
-Tienes que estar bromeando.
-Ojalá. Esas cosas solo se ven atraídas por la magia que devoran, y si no viene esta noche, cambiará de víctima, seguramente en un pueblo sin bruja, y entonces tendremos una víctima inocente. Si vamos a pararlo tiene que ser aquí y ahora, así que tienes que ser el cebo.
-¿Y por qué no haces tú de cebo?
Si pensó que Cristina iba a enfadarse por ello, se equivocó. La bruja levantó una ceja pelirroja y sonrió, no sabía si con crueldad o con diversión, pero estaba a punto de descubrirlo.
-Gran idea, ¿sabes cómo atraerlo? ¿Sabes si le gustará mi magia? ¿Tienes idea de cómo matarlo? Y si no funciona, ¿sabes cómo retenerlo para atraparlo?
Definitivamente estaba siendo cruel, pero también era realista. De las dos era la única que conocía a esos seres y que sabía cómo detenerlos y matarlos, así que no tenía sentido que hiciese de cebo. Empezaron a llenar la casa de trampas dibujadas con tiza en el suelo, sal rodeando las ventanas y esa misteriosa ceniza en el pasillo, siguiendo un recorrido inequívoco hasta su dormitorio, que rodearon de ceniza.
A media noche estaba de nuevo tumbada en su cama, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la almohada. El cuello volvía a dolerle, así que no podía dormir, por cansada que estuviese, y entonces volvió a sentir ese enorme peso cerca de ella.
La puerta se cerró de golpe, encerrando a la criatura en el dormitorio de Elena con una línea de ceniza que completó el círculo. Cristina salió de entre las sombras con un cristal transparente, y se acercó a la criatura. El cristal empezó a brillar en azul, ella saltó de la cama y se puso tras la bruja pelirroja, que atrapó a la criatura en el cristal.
-¿Y ahora?
No respondió, echó el cristal ahora azul en un cuenco y lo llenó con ceniza, dijo una palabra que le pareció latín y todo se prendió en llamas.
Por desgracia para ambas ese fue su mayor error. De golpe la habitación se volvió de color negro con tintes violetas y verdes, Cristina retrocedió por primera vez desde que la conocía y eso le dio escalofríos a Elena. No creía que una persona tan valiente pudiese retroceder.
-¿Qué está pasando?
-Que me he equivocado, no eres una bruja.
Y entonces, para sorpresa de Cristina, Elena empezó a reírse como si le hubiesen contado el mejor chiste de la historia. Las piezas desordenadas en la mente de la bruja pelirroja empezaron a acumularse, intentando encontrar una respuesta, pero no había nada que conociese y que pudiese hacer algo así.
-¿Y tu maestra ha dado por terminado tu adiestramiento? ¿Tan inútiles sois las brujas?
Elena sacó el cristal azul ennegrecido del cuenco en llamas, sin importarle si se quemaba o no. Su mano pálida atravesó la ceniza y volvió a salir sin un solo rasguño, y Cristina la observó con auténtico terror.
-Elena lleva muerta unos seis años. Te has metido con el ser equivocado, bruja. Todas sois iguales, perdedoras engreídas. ¿De verdad has pensado que dejaría que un devorador se me acercase sin más? Yo no soy la víctima aquí, soy la trampa.
Había metido la pata hasta el fondo. Queriendo ayudar a todo el mundo no se había dado cuenta del aura oscura que emanaba Elena, pues el devorador la había cegado y creyó que se trataba de eso. Con auténtico terror vio cómo esa mujer, o lo que fuese esa cosa, agarraba el cristal y lo rompía en mil pedazos, liberando al devorador.
-Y ahora, querida, vas a venir conmigo.
No le quedaba polvo de azúr y su magia no era bastante poderosa. Por un momento deseó volver con su maestra, pero dudaba que pudiese ayudarla. El devorador agarró su tobillo y se metió por el espejo de pared que había en la habitación, seguido de Elena, mientras Cristina peleaba por liberarse y veía cómo la habitación se iba haciendo más y más pequeña a través de un recuadro rodeado por la más absoluta oscuridad.
...
Llevaban dos semanas soportando el olor a podrido que emanaba del segundo piso, así que los agentes de policía no tuvieron otro remedio que tirar la puerta abajo. Lo que vieron se quedó grabado en su memoria para siempre. Toda la casa estaba cubierta de sangre, de huellas de manos y otras cosas, los muebles desordenados, la cocina llena de bichos... y todo el desastre se acumulaba rodeando la habitación principal, donde solamente había una chica pelirroja de unos seis años, con los brazos llenos de cicatrices y una mirada aterrorizada.
Miguel se acercó a la pequeña, que lo miró con lágrimas en los ojos. ¿Quién era esa chica y qué había podido ocurrirle para estar tan asustada? Por alguna extraña razón le resultaba familiar, pero no sabía quién era.
-Hola, ¿me escuchas? -asintió-. ¿Puedes hablar? -repitió el gesto-. ¿Me dices tu nombre?
-No me acuerdo...
-¿Cómo has llegado aquí?
-No lo sé -respondió llorando-. Estaba en un lugar oscuro, había fuego por todas partes, y de golpe estaba aquí -miró al espejo colgado en la pared-. Rómpelo.
Por desgracia el agente no podía hacerlo, por mucho que la pequeña estuviese tan asustada ese espejo era una prueba, pues toda la destrucción de la casa parecía haber salido de golpe del espejo. Levantó en brazos a la pequeña y la cubrió con su chaqueta, y ella se dejó llevar hasta el hospital.
Sí que se acordaba, lo recordaba absolutamente todo, la trampa que Elena le había tendido, el fuego, el dolor, la tortura... y que la habían reducido al tamaño de una niña pequeña por una sencilla razón: ¿quién creería a una niña?
jueves, 2 de marzo de 2023
Fiesta nocturna
No sabía por qué estaba allí, en aquel lugar, con la música a todo volumen de un DJ patoso que parecía odiar la música que a ella le encantaba. De algún modo incomprensible se había dejado convencer por su mejor amigo para ir a aquella discoteca que acababan de inaugurar. Empezó a arrepentirse en el momento en que aceptó, pero le había dado argumentos tan sólidos como "no dejaré que te aburras el día de tu cumpleaños". Claro que ella y Gabriel tenían diferentes puntos de vista de lo que era divertirse.
A Nerea le gustaba ver películas, leer y jugar a dragones y mazmorras, incluso tenía un tatuaje de un dragón aferrado a un dado de rol en el hombro, mientras que Gabriel adoraba salir de fiesta, beber alcohol, ir a la playa o la música irritante que estaban pinchando.
-Quiero largarme Gab.
-Nerea, dentro de ti hay una chica alucinante que se muere por divertirse, tienes que dejarla salir de vez en cuando.
Suspiró pesadamente, poniendo los ojos en blanco. Esa clase de argumentos eran los que hacían que sintiese ganas de salir corriendo en dirección opuesta, pero no podía decirle que no a Gabriel, por alguna misteriosa razón siempre acababa convenciéndole de hacer las cosas más absurdas que se le podrían ocurrir a ella. ¿Por qué no podía encontrar divertido ir a un museo o a una obra de teatro?
-Recuerda nuestro trato, mañana iremos a ver Tartufo.
En esta ocasión le tocó a Gabriel exasperarse. ¿Cómo podía ser divertido ir al teatro? No era que no quisiese cumplir su deseo de cumpleaños, simplemente no le gustaba el teatro. Sin embargo, había accedido a meterse en aquella discoteca abarrotada de gente con vidas disolutas y alocadas, así que no podía negarse.
La noche pasó lentamente, aburrida y soporífera para ella, pero a toda velocidad para Gabriel, que se divertía como nunca. Se dijo a sí misma que, algún día, le haría pagar esas cuatro horas de aburrimiento, ruido inoportuno y dolor de cabeza. Cuando al fin salió de aquel tugurio, el aire fresco disipó el calor que se le había quedado pegado, el silencio reemplazó el atronador ruido, y sonrió con una expresión de calma total.
-Sabía que te divertirías.
-No has entendido nada Gab, no me divierto, me duelen los oídos, simplemente ahora disfruto del silencio.
Sonrió con una expresión divertida. Nerea nunca admitiría que no había pasado una mala noche, Gabriel nunca le diría que, en el fondo, ese ambiente le resultaba pesado. Le pasó una mano por los hombros y caminaron juntos hasta la casa de Gabriel, que la había invitado a dormir.
Atravesaron la verja, treparon al roble del jardín y entraron por la habitación de él. Se suponía que nunca habían salido de ese dormitorio. Habían puesto una película en Netflix antes de salir de aquella habitación. Lo divertido no había sido la noche, la música o el alcohol, sino haber escapado de la vigilancia de dos estrictos adultos gracias a Netflix.
...
A la mañana siguiente, Paula esperaba a los dos somnolientos adolescentes. No era tonta, ella tenía el mismo truco con un VHS, pero nunca le diría a su marido que esos dos pequeños golfillos se habían escapado de casa, seguramente gracias a la insistencia de su hijo, para irse a una discoteca.
-Buenos días.
Nerea fue la primera en entrar, con un pijama de la princesa Leia y una expresión de estar todavía cayendo por la madriguera del conejo. Sin duda necesitaba al menos tres horas más de sueño, pero no se quejó.
-¿Gofres?
-Sí, gracias señora García.
-Te he dicho cien veces que me llames Paula o Pauli, eso de señora me añade veinte años.
Su hijo no tardó en bajar, con una cara todavía más dormida que la de Nerea.
-Hola mamá.
-Buenos días cielo, ¿gofres?
-Claro.
Ninguno de los dos quería desayunar nada, Gabriel tenía el estómago revuelto y Nerea nunca comía demasiado, pero era imposible decir que no a los gofres de Paula, estaban deliciosos, así que se tragaron las ganas de irse a dormir al menos cinco horas y se quedaron a desayunar unos gofres con chocolate y nata que los llenaron de energía.
miércoles, 1 de marzo de 2023
Gafas de sol
Vivía apartada del mundo por elección, sin bajar a la ciudad salvo que no tuviese alternativa. Toda su vida había estado apartada de todo el mundo, sola y perdida en un entorno que no la comprendía, que no se molestaba en intentarlo siquiera. Milena no podía simplemente pasar desapercibida, ¿cómo iba a hacerlo con esos ojos? Había nacido con un ojo violeta y otro rojo, así que sus compañeros de clase solían comentar que quería llamar la atención utilizando lentillas de colores. Ojalá fuese así de simple, pero no. Lo que la había hecho vivir aislada del mundo por voluntad, lo que había hecho que se apartase de todo y de todos, fueron esos malditos ojos, y lo que provocaron.
Todo empezó el día de su graduación, y por entonces tenía dieciséis años, algo típico. Lo que no era tan normal era que alguien terminase el instituto con una media de 9,9, y solamente era así porque la profesora de ciencias estaba convencida de que la perfección era algo contrario al conocimiento y al aprendizaje, así que nunca ponía un 10 a nadie. Durante un par de años creyeron que era una insufrible sabelotodo que se pasaba el día encerrada entre libros, hasta que llegaron a los 15 años y empezó a correr el rumor de que tenía una aventura con el director. Estupideces. Milena no necesitaba estudiar para memorizar las cosas, de eso se encargaba su ojo violeta. Ella jamás olvidaba nada, todo lo que ocurría a su alrededor, por pequeño e insignificante que fuese, lo recordaba, así que no tenía la necesidad de estudiar.
En cualquier caso, en el momento de salir del instituto y seguir con su vida, olvidando lo que había sido ser diferente estando en el instituto, Evangelina, quien hasta ese segundo había sido su mejor amiga, o quizá la única, se acercó a ella hecha un basilisco, con el pelo rubio impecable, sus uñas rojas perfectas y un vestido muy hermoso.
-Hola Eva.
-¿Es cierto?
-Vas a tener que ser más concreta.
-No te hagas la estúpida Milena, el rumor de que estás liada con el señor Vegas.
No pudo ocultar lo mucho que le dolió que su mejor amiga dudase de ella de esa forma. Se llevaba bien con el director Juan Carlos Vegas, pero solamente porque era su tío. Muy poca gente era consciente de ese parentesco porque no llevaba el apellido de su familia, era el marido de su tía. Carlos, como prefería que lo llamasen, procuraba cuidar de Milena porque sabía lo apartada que estaba de todo el mundo, la invitaba a comer de vez en cuando y la hacía reír, pero ahí se acababa todo.
Sin embargo, a juzgar por la rabia que Eva sentía en ese momento, no iba a conformarse con esa explicación, y tampoco tenía por qué justificarse. Siempre había sabido que tenía algo raro, no era normal recordar cosas con la precisión de una cámara de video, pero ella podía hacerlo.
-Eva, te doy cinco segundos para que retires eso.
Debió ver lo molesta que estaba, lo mucho que le dolían sus palabras, pero estaba demasiado enfadada para percibirlo. Ella estudiaba durante horas, apenas salía cuando se acercaban los exámenes, nunca dejaba nada al azar, y aun así su media era de 7,8. Sin embargo Milena se pasaba el día dibujando y de noche se tumbaba sobre el tejado de su casa simplemente para poder ver las estrellas. Nunca le había preocupado, hasta que se enteró de su media y del premio que iban a darle por ello.
-Te pasas el día en la luna, es imposible que tengas esa media. Así que al menos ten la decencia de no tomarme por estúpida. No me extraña que los demás profesores te tengan en palmitas, eres una puta.
Solamente fue capaz de escuchar esas últimas tres palabras, que la golpearon como un hierro al rojo en las costillas. Estaba a punto de vomitar. ¿Cómo podía su mejor amiga tratarla de esa manera? Empezó a dolerle la cabeza, como si ese hierro que la había golpeado estuviese ahora pinchando su cabeza con crueldad, y Eva empezó a sangrar por la nariz casi al mismo tiempo. Lo siguiente que recordaba era a su tío Carlos abrazándola mientras ella miraba entre lágrimas el cuerpo sin vida de Evangelina Casas. Según la autopsia había sufrido un aneurisma. Sabía que eso era una verdadera gilipollez, que había sido ella, que por su culpa su mejor amiga estaba muerta. Ignoraba por qué era consciente de ese hecho, pero sabía que había sido así.
A partir de ese día empezó a practicar ciertas cosas. Si pretendía no volver a hacerle daño a nadie, tenía que aprender a controlar ese extraño poder que había matado a su amiga. Al principio eran cosas pequeñas, como elegir qué iba a comer o cuándo ir a dormir. Su madre había sido muy controladora desde siempre, así que nunca había podido comer una hamburguesa o seguir despierta después de medianoche. Por eso, un sábado cualquiera, miró a su madre a los ojos y dijo que le gustaría poder comer una hamburguesa y quedarse despierta viendo una película. Esa misma noche, Azucena pidió comida a domicilio y puso una película de acción que mantuvo a Milena despierta hasta las 2.
Pero no podía quedarse ahí. A los dieciocho años podía convencer a cualquier persona de cualquier cosa. Normalmente utilizaba sus poderes para ayudar a la gente. Podía convencer a una chica tímida enamorada de su mejor amigo de que le confesase a él sus sentimientos, y a él de que le diese una oportunidad; o a un hombre desesperado de que no se suicidase. Pero también trabajaba por sus propios intereses, así que logró situarse como directora de una filial en Nueva York.
Sin embargo, el peso de ese poder empezó a hacerle daño personalmente, a destruirla de modos que no podía imaginarse. Cada vez que conseguía alguna cosa, por pequeña o insignificante que fuese, cada vez que ayudaba a alguien, toda la gente que había conocido desconfiaba de ella cada día un poco más, y ella se aislaba cada vez más, hasta que se quedó totalmente sola, con todo el éxito y el reconocimiento al que una hispana en Estados Unidos podía aspirar, pero sin nadie con quien compartirlo, y un día, harta de todo lo que ese extraño poder le había dado, se fugó a los bosques de Canadá.
Incluso si alguien hubiese deseado encontrarla, nadie habría podido. Había convencido a los guardias de frontera de que se llamaba Isabella Olsen, así que no existía ninguna Milena Velasco en Canadá. Había estado aislada del mundo durante los últimos años, sin preocuparse de nadie más que de sí misma. Aprendió a cazar, a sobrevivir y a pelear, aprendió a apartarse de la gente, utilizaba gafas de sol para bajar al pueblo, sin importar si hacía sol o llovía. Durante un tiempo todo fue bien, pero esas cosas nunca duran.
Aquella mañana de primavera salió a comprar provisiones, se puso sus gafas de sol y bajó al pueblo. Estuvo caminando durante casi una hora entre hojas y ramas, algo normal dado que vivía en un bosque, pero lo extraño fue a dónde llegó. Estaba en una zona aislada, no podía ser normal lo que veían sus ojos, así que o estaba flipando o había acabado en un campus lleno de estudiantes.
-Llegas tarde.
Se dio la vuelta y vio a una chica con los ojos... ¿blancos? Sí, eran blancos como la nieve, pero, a juzgar por el movimiento de sus pupilas, veía perfectamente.
-No te preocupes, casi todos llegan tarde. Supongo que es la cruz de ser lo que somos.
-¿Y tú eres?
-Oh, me llamo Dayana, soy una sirena, y tú eres una... -le quitó las gafas oscuras y observó sus ojos fijamente-, que interesante, nunca había visto un híbrido entre mentalista y memorizador.
-Devuélvemelas.
-¿Para qué? Aquí no vas a necesitarlas. Estás en la Academia Corey, fundada por Martha Corey en 1694. Tú, querida, no estás poseída ni eres un bicho raro, eres una bruja, y muy poderosa.
Saber eso lo cambiaba todo. Por primera vez tenía una base para aprender a controlar sus poderes, y eso era un alivio.
-¿Y cuándo empiezo?
-
Estoy asustado, lo admito, nunca había tenido tanto miedo en toda mi vida. Cuando marco el número de teléfono mi mano tiembla, cuando la vo...
-
Era una tarde aburrida de verano en el norte de España, y Ana estaba aburrida como una ostra. En verano el pueblo se vaciaba, todos sus ami...
-
"Hoy es Navidad, y mucha gente ha iluminado sus casas con luces y adornos de hombres gordos y barbudos vestidos de rojo, renos y otras...