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 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del...

martes, 28 de febrero de 2023

Traidora

 El día en que supo que ese hombre había asesinado a toda la familia del hombre que amaba, fue el día en que decidió que no dejaría las cosas como estaban. La consideraban débil, una chiquilla estúpida y sin ningún tipo de talento, y no era que se equivocasen demasiado. Hasta ese momento fue débil, incapaz de entender por qué él tenía esa mirada distante y vacía que tanto le atraía. No se había dado cuenta de que estaba roto, que su corazón estaba destruido de tal modo que no había forma de repararlo, por mucho que ella lo intentase.

Fue por ello que aquella fría noche de invierno salió de la escuela de magia para no volver. Sabía que estaba prohibido, que su capacidad, fuese o no útil, servía únicamente al rey, y utilizarla para sus propios fines era algo que se castigaba con la muerte pero, ¿cómo iba a dejar que él pasase por ello sabiendo lo que sabía? ¿Cómo podía dejar que él se enfrentase al desafío que suponía ser un desertor, un rebelde, cuando había visto con sus propios ojos el poder que tenía la destrucción? No podía dejar que eso ocurriese, no podía permitir que perdiese más y más cosas.

Por eso cabalgó durante tres días casi sin descansar para encontrar a Loreley, la bruja que no dejaba de atacar la academia de magia. Se rumoreaba que vivía en las montañas del norte, y no le importaba el frío, la nieve o los lobos grises, solo quería salvarle a él.

-Sandrine... esperaba que vinieses.

No sabía por qué conocía su nombre ni le importaba. Se bajó del caballo con el ceño fruncido y una mirada de determinación infranqueable. Le daba igual si tenía que matarla, no pararía hasta acabar con el ser que había destruido la vida del hombre que amaba.

-¿Y bien? ¿Vas a adiestrarme?

-Sí, pero te lo advierto, chica, no volverás a ser la misma nunca más. Si quieres conseguir el poder para hacer lo que quieras, cuando quieras y como lo desees, vas a tener que destruir algo más valioso que ese chico que ronda en tu mente, vas a tener que congelar tus emociones para siempre.

Sabía que eso significaba que no le importaría que él nunca la quisiese, que solo pensaría en una cosa, en vengarse, en conseguir sus objetivos, sin importar las consecuencias, pero... ¿estaba dispuesta a entregar hasta la última gota de cada cosa buena que había en ella para destruir al hombre que le había hecho daño a él?

...

Habían pasado catorce años desde la última vez que le había visto a él, y seis desde que ella se había ido. No se esperaba volver a verlos a ninguno, y mucho menos ver cómo ella agarraba el cuello de su hermano con una mano de aura violeta y lo estrangulaba.

-¡Sandrine!

Si se esperaba que esa súplica fuese suficiente para hacerla retroceder, no sabía a cuántas cosas había tenido que renunciar esa molesta, estúpida y rebelde chica de la que se había enamorado. Mientras su hermano intentaba tomar aire con todas sus fuerzas, Sandrine miró a Sabellian con unos ojos aun más vacuos que los suyos.

-Cuánto tiempo sin vernos. ¿Qué es lo que quieres?

-Él es cosa mía, no tuya.

-Él utiliza la nigromancia, y ni todo el poder que tú tienes serviría para destruirle... pero yo utilizo la magia del vacío y contra eso no hay nada que ningún mago pueda hacer. Ahora, si me disculpas, estoy ocupada.

Con su mirada horrorizada Sabellian presenció a la chica más dulce e inocente que nunca había conocido, asesinar a su hermano con un hechizo que arrancó su conciencia de su cuerpo y lo dejó como un guiñapo sin vida, antes de que ella terminase de partirle el cuello.

-¿Por qué lo has hecho?

Pero a Sandrine no le importaban sus lágrimas, y por eso dijo la verdad más cruel que nunca esperó decirle a nadie, con su mirada vacía y su expresión sin rostro, arrancó esas crueles palabras que perseguirían a Sabellian para siempre.

-Tú lo querías muerto y ahora lo está, ¿cuál es el problema? Que haya decidido morir simplemente para evitar que el rey descubriese que tú eres el heredero del trueno, que se pusiese una diana en la espalda para evitar que tú la llevases, no lo convierte en un ser bueno. Asesinó a toda tu familia para evitar que el rey se enterase de que tú eres el heredero del trueno. Pero no te preocupes, te prometo que su secreto se quedará únicamente entre tú y yo -le dedicó una sonrisa fría como el hielo-. Ya nos veremos, Sabellian.

Y frente a los ojos llorosos de Sabellian, ella desapareció, dejando tras de sí el cuerpo todavía cálido de su hermano Kaelian. ¿Cómo iba a perdonarla a ella ahora? ¿Cómo iba a lidiar con todo el dolor que sentía, y que era mayor que el que había sentido al volver a la planta de los magos del rayo y ver toda esa destrucción? ¿Cómo iba a poder lidiar con ese amor que todavía sentía por la mujer que había traicionado todo en lo que creía?

lunes, 27 de febrero de 2023

Huracán desastre

-Charlie, ¿puedes venir un momento?

Suspiró pesadamente antes de poner en pausa el videojuego, se levantó del sofá y fue a la cocina. Era el día antes de su cumpleaños y sabía que eso significaba que su hermana Isabella haría alarde de sus habilidades en la cocina y le prepararía una tarta, y eso era positivo. El problema era el proceso. Isabella era muy desordenada en todo, excepto en su ordenador, y cuando entró a la cocina, supo exactamente qué clase de desorden se iba a encontrar.

Miró a su alrededor, sin poder creerse lo que estaba viendo, a pesar de que ya se lo esperaba. La tarta estaba todavía a medio hacer y ya tenía tres boles distintos llenos de masa, dos espátulas de goma y el molde del bizcocho esperándole en el fregadero.

-No, ni de broma.

-Pero necesito que me ayudes.

-A ver, ¿en qué?

-Lava eso.

Ni había levantado la cabeza para mirarle, estaba partiendo el bizcocho de chocolate en tres para poder rellenarlo, y Charlie suspiró pesadamente, bajando los hombros. Por deliciosos que fuesen sus postres, tener que fregar todo lo que ensuciaba en el proceso no era agradable.

Sin embargo no tenía alternativa, su hermana tendía a alterarse cuando las cosas se escapaban a su control y entonces era mejor salir corriendo, así que agarró la esponja y empezó a fregar los dichosos cacharros. Antes siquiera de que pudiese terminar con el segundo, Isabella agarró el bol recién fregado y le dejó un cuchillo.

-¿En serio?

No se molestó en contestarle, secó el bol con un trapo y empezó a montar nata sin prestarle atención. Isabella se concentraba mucho con todo lo que le apasionase, y hacer postres era una de esas cosas. Para ella eso era algo tan relacionado con el arte que casi parecía escultura. 

Cerró el agua en cuanto terminó, y en ese mismo segundo dejó de escuchar la batidora. Eso solo podía significar una cosa. Isabella dejó en el fregadero las varillas y se llevó una espátula de goma, sacó el baso de la batidora del armario y la manga pastelera del cajón.

-Tiene que ser broma.

Pero antes de que pudiese responder, la olla con los restos del almíbar de cereza con el que había bañado el bizcocho, apareció en su campo de visión. 

-¡Isabella! -protestó.

-No me distraigas, estoy ocupada.

No tenía sentido reclamar nada, suspiró pesadamente y empezó a fregar, pero antes de poder terminar de enjuagar la olla, el bol de montar nata regresó al fregadero. Charlie se dio la vuelta, iba a decir algo, pero lo olvidó al ver la tarta medio hecha. Había elegido su favorita: selva negra. No pudo evitar sonreír, hasta que pensó en una cosa: las virutas de chocolate.

Isabella solía utilizar virutas de chocolate en lugar de láminas o ralladura porque le facilitaba las cosas. No era el mismo resultado, pero el sabor no cambiaba y tampoco iba a un concurso. Sin embargo eso no era lo negativo, sino que la mesa acababa llena de virutas de chocolate que luego Charlie tenía que limpiar.

Después de una hora fregando todo lo que Isabella había manchado para hacer la tarta, algunas cosas más de una vez, por fin se sentaron en la mesa de la cocina y él la miró con una sonrisa que intentaba ocultar con su expresión molesta.

-¿Cómo es posible?

-¿El qué?

-Que cada vez que cocinas esto parezca Vietnam.

Isabella empezó a reírse y, por mucho que Charlie intentase ocultarlo, a él también le hacía gracia. Le molestaba tener que fregar todos los trastos mientras ella seguía dándole más y más trabajo, pero valía la pena por esos deliciosos dulces de los que solamente ella tenía el secreto.

-No exageres. Eres mi pinche, es tu trabajo. Pero te prometo que, el día que cocines tú, fregaré yo.

Sabía que mantendría su palabra, pero eso no importaba demasiado porque, si Isabella había nacido con magia, talento y paciencia para cocinar, él solía quemar hasta la sopa.

viernes, 24 de febrero de 2023

La puerta invisible

El sonido de las teclas llenaba el ambiente, había estado escribiendo sin parar durante las últimas dieciséis horas, sin probar bocado y con la única compañía de una copa de whisky y una gata dormilona de color blanco. No era de extrañar, las palabras se acumulaban en su cabeza y salían por sus dedos como si se tratase de magia, y eso era algo normal teniendo en cuenta lo que había vivido tan solo un año antes.

Aquel último día de abril de 1936 se había reunido con sus amigos de la Hope Street High School en su villa de tres plantas y color verde claro. Eran seis personas en total, y todas compartían el mismo vicio: las artes ocultas. Estaban convencidos de que el universo, este plano, no era el único plano, y por eso aquella noche decidieron probar su teoría.

Eligieron ese día a conciencia, sabiendo que era una noche especial. Era opuesta a la noche de Todos los Santos, una noche de magia y misterio, en la que la magia se vuelve más poderosa y las brujas celebran la llegada del verano: era la noche de Walpurgis.

Ninguno creía realmente que el ritual, que habían encontrado en un viejo libro encerrado en un baúl en una casa de subastas, fuese a funcionar realmente, pero tampoco tenían nada que perder. El ritual describía cómo abrir una puerta a otra dimensión, y eso era tan extraño y tan surrealista que no había la más mínima esperanza de que fuese a surtir efecto. 

Se equivocaron. 

Aquella noche, rodeados por un centenar de velas blancas, pronunciaron a la vez unas palabras escritas en latín arcáico. Todo lo que ocurrió fue que todas las velas se apagaron al circular una fría corriente de aire. Estaba decepcionado, y cerró el libro con un gesto molesto.

-Caballeros, lamento muchísimo este inconveniente. Si me acompañan les invitaré a una copa de whisky.

Los cinco hombres observaron a su anfitrión, y de buena gana aceptaron acompañarle. Salieron del sótano y subieron las escaleras tras cerrar la puerta.

Poco a poco todos los asistentes a aquella reunión fueron muriendo, y él no sabía por qué. Si uno de sus amigos se tiraba desde el Washington Bride, el otro se disparaba en la sien. El tercero sufrió un infarto, pese a que comía sano y hacía ejercicio regularmente, y el cuarto simplemente desapareció, como si la tierra se lo hubiese tragado.

El escritor no tardó en comprender que vendrían a por él, que aquella noche hacía casi un año, habían ocurrido cosas que no tenían una explicación sencilla. Por eso, durante los últimos meses, dormía poco y bebía demasiado, siempre acompañado de Tulpa, su gata dormilona de color blanco perla.

Levantó la mirada hacia su adorable compañía, y la gata, que siempre lo miraba cuando sentía sus ojos negros sobre ella, no hizo un solo movimiento. Supuso que estaba dormida, solía dormir mucho, así que no le dio mayor importancia.

Sus dedos siguieron fluyendo sobre las teclas durante tres horas más, atrapado por la historia que estaba escribiendo. Cuando tecleó la última palabra de aquella misteriosa novela, volvió a mirar a Tulpa, con una sonrisa de satisfacción que se borró al instante, pues la gata no se había movido ni un milímetro en las últimas tres horas.

-¿Tulpa?

Se levantó de la silla, arrastrándola sobre el suelo de madera, y se acercó a la gata blanca. Esperaba encontrarla tan dormida que ni siquiera se hubiese percatado de su presencia, pero el animalillo tenía los ojos abiertos como platos y la cabeza en una extraña posición. Acarició su pelaje, rezando por estar equivocado, pero la gata estaba fría como el hielo, inmóvil... muerta. No tenía sentido, esa gata no tenía ni dos años y se había roto el cuello estando tumbada.

La puerta se abrió de golpe y la señora Thompsom, una mujer de cincuenta años, rubia, con los ojos verdes como esmeraldas y piel pálida, delgada como un junco y con un vestido negro, entró al despacho con una sonrisa.

-Me ha asustado. ¿Podría llamar mañana al señor Rockwell? Tulsa ha muerto.

-Y no va a ser la única.

El escritor retrocedió un paso cuando vio los ojos verdes de Viola cambiar a un color plata metalizado. Era imposible, eso no tenía sentido, pero aun así parecía que sus ojos se habían llenado de un denso metal fundido.

-¿Qué...?

-Te has equivocado... no debiste abrir esa puerta. Tuviste mucha suerte de que hubiese sido yo la que salió y no otra... cosa.

-No comprendo...

-Obviamente, no te lo he explicado -Viola se sirvió una copa de whisky y se la bebió de un trago-. Mi nombre... bueno, puedes seguir llamándome Viola, de hecho creo que me gusta. Verás, hace cosa de un año vosotros cinco, idiotas, jugasteis a ser brujos y decidisteis hacer un ritual. Esas palabras fueron escritas por el ser que creo la cárcel que nos ha mantenido encerrados los últimos milenios, y se suponía que habían sido destruidas más o menos en el año 430 -sonrió-. Pero no fue así -y se sirvió más alcohol-, y vosotros, imbéciles, en lugar de quemar esas páginas o ignorarlas, que es lo que habría hecho cualquier humano racional, decidisteis jugar a ser brujos.

-Entonces...

-La puerta se abrió, pero no todas las puertas a otros mundos se ven. ¿O crees que una corriente de aire puede atravesar una ventana y, en lugar de salir por otra, bajar las escaleras del sótano y apagar todas las velas? Esa corriente de aire vino de mi mundo. Y ahora, gracias a vosotros, voy a tener que pasarme toda la eternidad vigilando esa puerta para que nada más salga, o puedo cerrarla simplemente acabando con todos los que hicieron ese absurdo ritual -y volvió a vaciar el vaso-. Eres el último que queda.

El escritor observó a su ama de llaves con una mueca de terror. Esa mujer que solía ser dulce, amable, cariñosa y servicial, esa mujer que tenía un hijo que adoraba y que cuidaba de él y de aquel niño como solo podía hacerlo una madre, se había ido para siempre.

-Por favor, lo siento, no lo sabíamos...

-¿Y qué? ¿Crees que eso cambia algo? Esa puerta no se va a cerrar, más cosas como yo querrán salir, y créeme, no querrás que ese día llegue. Si yo te parezco cruel y sanguinaria, imagina lo que podrían hacer con seres blanditos e indefensos como los humanos, una raza de seres viciosos que simplemente comen.

El escritor jamás llegó a plantearse qué ocurriría si eso llegaba a pasar, pero Viola lo sabía perfectamente, sabía que destruirían el mundo poco a poco, o que lo convertirían en una granja. Acababa de conocer ese mundo verde, hermoso y brillante, ese sol cálido y las noches estrelladas, y le había gustado. Su intención jamás fue ser sangrienta o injusta, pero necesitaba la sangre de aquellas cinco personas para ponerle una reja a la puerta y necesitaba asegurarse de que nadie más volviese a abrirla.

Viola rompió el vaso contra la mesa de madera, las astillas se clavaron en sus manos y de ellas brotó algo negro y espeso. El escritor retrocedió, pero ella no lo dejó marchar, se había asegurado de cerrar la puerta con llave. Fue algo rápido y sin misericordia, con el cristal del vaso le rebanó el pescuezo al escritor, que cayó envuelto en un charco de sangre.

Volvió a la mesa con gesto curioso y sacó la última página escrita. Observó las letras con curiosidad y una mirada concentrada.

-Vale chico, esto es muy bueno -y miró el cadáver-. Que lástima que fueses... lo bastante imbécil como para jugar con cosas que no comprendías.

jueves, 23 de febrero de 2023

Cadena de desastres

Mis pies descalzos se entierran en la arena de color caramelo, el calor empieza a percibirse, el sol asoma tímidamente sobre la superficie del mar, de un rojo intenso, y las olas golpeando y rompiéndose contra los acantilados forman una escena pacífica, pero yo no me siento en paz.

Hace tres horas tenía un perro llamado Dolfo y un gato al que mi hermana pequeña puso el nombre absurdo de Mitones, ella me sonreía con su dulzura infantil, mi novia y yo vivíamos en nuestra casa a las afueras del pueblo y mi trabajo reconstruyendo y vendiendo casas iba sobre ruedas. Hace tres horas mi vida era perfecta, pero ahora lo he perdido todo. Deja que te cuente cómo perdí a Dolfo, a Mitones, mi novia, a mi hermana, mi casa y mi trabajo en tres horas.

Todo empezó esa misma mañana, cuando conocí a Peter Sandoval. Era un hombre apuesto y bien vestido, según mi hermana, con un traje echo a medida, gemelos de rubí y una corbata de color rojo oscuro, de sonrisa brillante y gafas de sol de marca. 

Yo acababa de comprar una casa a las afueras de Madrid que había sido destruida por un incendio, pero con unos muros sólidos. Podría tomarme todo el tiempo que quisiera, tenía que reparar el cableado, las tuberías, pintar, cambiar los suelos y amueblar, pero la parte más emocionante de comprar una casa en ruinas es ver cómo poco a poco va cobrando vida.

Necesitaba a un electricista y a un fontanero para empezar, y cuando me encontraba haciendo llamadas en una cafetería, apareció Peter. Estaba justo detrás de mí en la cola, y yo no me di cuenta de su presencia en ese momento, o habría salido corriendo tan solo por el hecho de saber que me estaba espiando.

-Sí, lo necesito cuanto antes -la camarera me miró-. Un segundo Fran -y levanté la mirada hacia la hermosa joven-. Un capuccino con doble de cacao, caramelo y vainilla.

La pelirroja asintió y empezó a preparar mi bebida mientras yo hablaba con Fran, que estaba metido en el negocio de la reconstrucción de viviendas. Estábamos desesperados buscando un maldito fontanero. Ya habíamos encontrado al electricista, pero el fontanero con el que contábamos consideró que el trabajo era muy difícil, y decidió dejarlo pasar para no pillarse los dedos con un mal trabajo.

Recogí mi café y me dirigí a la salida, mientras Peter abandonaba la cola y me seguía. Me abrió la puerta con su sonrisa encantadora y le dediqué un agradecimiento, como habría hecho con cualquiera. Craso error. No seas amable jamás con un estafador.

-Disculpa que me entrometa donde no me llaman, pero tengo entendido que estás buscando un fontanero para un proyecto bastante grande.

Era mi rayo de esperanza. Si no lograba encontrar un fontanero en las próximas 36 horas, la obra se retrasaría al menos 4 meses. No podía permitírmelo, no podía estar tanto tiempo pendiente de una casa, sería una razón para la quiebra y eso era algo que destrozaría mis sueños para siempre.

-Conozco a uno, pero no es barato.

-¿Cuánto?

-80 por metro. 

Eso era mucho más de lo que solía pagar por un trabajo así, pero estaba desesperado. Si hubiese sabido lo que pasaría después, jamás habría aceptado.

El "fontanero" resultó ser un chapuzas que no sabía ni cambiar un grifo. Destrozó por completo lo poco que podía salvarse, haciéndome perder mucho dinero. Ese mismo día mi novia, Alma, tuvo un accidente mientras paseaba a Dolfo. Mi perro murió atropellado y mi novia fue trasladada al hospital, algo que yo ignoraba entonces. El caso es que estaba discutiendo con el "fontanero" por la tremenda chapuza que había hecho, y el muy imbécil tiró algo por la ventana, que se estrelló encima del parabrisas de la ambulancia que llevaba a mi novia.

A pesar de que llamaron a un helicóptero para que terminase el trayecto, mi novia nunca llegó viva al hospital. Se me rompió el corazón y la mente en cuanto me llamaron para informarme de su muerte y de lo ocurrido con la ambulancia. Por desgracia mi casa, la casa en la que vivía con mi hermana, mi novia y nuestras dos mascotas, está a nombre de la madre de mi novia, que me echó a la calle en cuanto supo lo que había ocurrido con su hija.

Intenté volver a la oficina y explicarle a mi jefe lo que había ocurrido, pero él no quiso escucharme. Bajo su punto de vista me había cargado una de las mayores operaciones de reconstrucción de los últimos diez años, y eso no tenía perdón. Me despidió sin siquiera escucharme.

Y, por si eso no bastase, cuando llegué a casa los servicios sociales se estaban llevando a mi hermana. Intenté explicarles que estaba trabajando, pero ellos la habían encontrado buscando al maldito gato, y como no supo decirles dónde estaba yo porque ella solo tiene ocho años, dieron por sentado que la había abandonado. 

Y así es cómo el hecho de conocer a alguien en una cafetería destruyó todo lo que tenía. Si hubiese ignorado a ese estafador y hubiese buscado otro fontanero, mi novia estaría en el hospital, yo no habría perdido mi trabajo y podría defender que mi hermana solo estaba buscando a Mitones. 

miércoles, 22 de febrero de 2023

El estafador

 Observó a aquella mujer con una sonrisa encantadora. Sabía por qué estaba allí, por qué había ido a verle: quería saber algo importante para ella. La había investigado, sus finanzas, propiedades, trabajo y familiares. Era una secretaria de Houston con una reputación impecable y que hacía muy bien su trabajo, su abuelo le había dejado un fondo de inversiones muy lucrativo, así que trabajaba solamente para evadirse del aburrimiento, sus familiares la consideraban un bicho raro por ello, y tenía un novio llamado Jackson que le ponía los cuernos con su mejor amiga, Lily, y eso era precisamente lo que ella ignoraba y la razón por la que había ido a verle.

-Buenas tardes Samantha, ¿puedo ofrecerte un té? ¿negro con miel y unas gotitas de limón?

-¿Cómo lo ha...? Ya, claro, es usted vidente, lo olvidaba.

Erik se levantó de la butaca de felpa y fue a la cocina para servirle el té que ya tenía preparado. En su fotografía de perfil de Reddit tenía una taza de té con limón, y solo necesitó investigar algunos reels en Facebook e Instagram para averiguar que el té que le gustaba era el negro, con una cucharada de miel. Tenía un video en el que explicaba cómo preparar el té con miel y limón perfecto, bajo su punto de vista, aunque como no tenía demasiadas visitas, le costó horas encontrarlo.

Volvió a la sala con la taza de té y la dejó sobre la mesa. El aroma pareció relajar de inmediato a Samantha, quien agarró la taza gris con las dos manos y bebió un sorbo. Parecía feliz y tranquila, y esas eran emociones que la gente no podía conseguir normalmente.

-Bien, ¿puedo llamarte Sam? -asintió-. Pareces una chica muy valiente, eres independiente y no dejas que nadie controle tu vida, lo que me lleva a pensar que sabes lo que quieres, así que seguramente tienes éxito en tu trabajo.

-La directiva me ha comunicado que me ascenderán a la planta ejecutiva al terminar el mes.

-Lo que significa que ganarás más dinero, y en estos tiempos es algo que nunca viene mal, así que tampoco creo que tengas problemas al respecto, o ya te habrías marchado de Houston, eres inteligente, sabes cuándo debes rendirte, ¿estoy en lo cierto?

-Mi abuelo me dejó un fondo de inversiones, trabajo porque quiero.

-Interesante, es la primera vez que conozco a una persona en esa situación. La gente se preocupa por cuatro cosas esenciales: trabajo, dinero, salud y amor. Pareces estar muy sana y, si fuese un familiar enfermo, estarías a su lado y no conmigo, porque eres dulce y generosa, así que la única cosa que ha podido traerte hasta mí es el amor.

Y Samantha Hallow empezó a llorar como si alguien hubiese abierto las compuertas que mantenían al margen sus emociones. Había acertado en todo, como haría cualquier vidente, y ese tono de voz tan calmado... era como hablar con un amigo.

-Mi novio me oculta algo -dijo entre lágrimas-. Me ha pedido que me case con él, y todo parecía ir bien, pero estos dos últimos años es... como si me evitase. Llevo un anillo pero no creo que Jackson quiera casarse conmigo porque me ame, creo que tiene que ver con la herencia de mi abuelo.

-¿Quieres que pregunte a los espíritus?

Asintió, y Erik sonrió antes de asentir con una pose encantadora. Jackson era lo que él catalogaba como un cretino, y eso era mucho teniendo en cuenta que se dedicaba a espiar a la gente y estafarla. Pero Sam le recordaba a su prima Lucy, que había muerto cuando tenía quince años, atropellada por un hombre al que nunca pudieron encontrar.

Hubiese abandonado esa actuación, pero era la única manera que tenía de ayudar a esa chica. Había investigado a Jackson, sabía perfectamente la clase de imbécil con el que Samantha estaba tratando, y no podía dejarlo estar. Cerró los ojos, fingiendo contactar con los espíritus, y empezó a hablar.

-Los espíritus me han abierto una ventana para poder observarle.

-No me mientas ni andes con rodeos, dime lo que ves.

-Está en la cama con una mujer -casi pudo oír cómo se rompía su corazón y cómo ella lloraba más fuerte-, es pelirroja y tiene un tatuaje en la cadera... un dragón.

-¿Qué...? ¿Lily...? -estuvo a punto de pedirle que parase, pero no lo hizo.

-Le ha confesado que piensan matarte después de que él se case contigo.

Eso tampoco era mentira, no le había costado demasiado averiguar qué era lo que ocurría con Jackson y por qué un hombre tan avaricioso y narcisista como él, salía con un ángel como Samantha, engañándola también con su mejor amiga. Después de unas pocas llamadas, pudo saber que él pretendía matarla, no porque nadie se lo hubiese dicho, sino porque había comprado un arma sin registrar a un traficante, y él no cazaba ni le gustaban las armas.

-Tienes que huir Sam -dijo abriendo los ojos, con una expresión aterrorizada-. Ese hombre quiere hacerte daño, tienes que marcharte.

Pero Sam no pensaba abandonar. Se levantó de su butaca y, tras darle las gracias, se despidió de Erik, quien la observó salir mientras buscaba un número en su smartphone. Erik no podía dejarla marchar sabiendo que estaba en peligro, así que buscó el número de un viejo amigo y él respondió con cierta reticencia.

-¿Qué quieres, rata?

-Yo también te quiero, imbécil -era su amigable forma de saludarse-. Oye, una chica acaba de marcharse, se llama Samantha Hallow.

-¿Otra vez espiando a tus clientes?

-La información no cae del cielo. Escucha, su novio intenta matarla para quedarse con la herencia que le dejó su abuelo -al otro lado su amigo pareció entender su preocupación-. Sé que no puedes hacer nada si ella no lo pide, pero te lo pido yo: vigila a esa chica, a Jackson Harvell y a Liliana Michaels, o tendrás que arrestar a uno de los dos, o a ambos, por asesinato.

-Está bien, gracias rata, te mantendré informado.

-Hasta otra, imbécil.

Erik colgó el teléfono, un poco más tranquilo. No tenía la seguridad de que el inspector de homicidios Miles Thorsen tuviese suficiente influencia para salvarle la vida a Samantha, pero él no podía hacer nada más.

lunes, 20 de febrero de 2023

Oculto

Acababa de oír un chiste, pero ni siquiera había estado prestando atención porque tenía el corazón roto. Sam, su mejor amigo, acababa de anunciarle que estaba saliendo con Lorie, su hermana. Todo habría estado bien si ella no hubiese estado enamorada de él en secreto desde hacía años. Quería salir corriendo, encerrarse en un lugar donde nadie pudiese encontrarla nunca, y llorar, pero sabía que Sam o Lorie, o quizá ambos, la seguiría hasta donde fuese que se escondiese para intentar consolarla. Por eso se quedó ahí, de pie, escuchando los estúpidos chistes de Michael y viendo a Lorie abrazar a Sam.

No era que quisiese salir con él, nunca aceptaría aun si él se lo pedía solamente porque no se le daba bien conectar con las personas y quería conservar los pocos amigos que tenía. Tampoco pretendía que acabase solo el resto de su vida, como suponía que terminaría ella, se trataba simplemente de que saber que él salía precisamente con su hermana le rompía el corazón.

-Entonces, ¿lo has pillado?

-Lo siento, no estaba escuchando, ¿me lo repites?

Michel la miró sabiendo perfectamente lo que estaba pensando, pero aun así repitió el chiste que le había contado su hermano aquella tarde, y a pesar de que sabía que no tenía demasiada gracia, ella empezó a reírse. Eso levantó sus sospechas porque Elisabeth nunca se reía de ese modo, con esa risa nerviosa y los ojos empapados... y al ver esas tímidas lágrimas que no llegaban a asomar, supo algo tan triste que estuvo a punto de marcharse de aquella ridícula fiesta y llevársela a donde fuese capaz de respirar. Lisa no se estaba riendo, de hecho estaba llorando.

Miró por un segundo a Lorie y Sam. Ninguno de los dos se había dado cuenta del peso que tenía ella en su corazón. Cuando volvió a mirar a Lisa, ella se limpiaba esas lágrimas tristes y le devolvió una sonrisa tan falsa como su alegría.

-Es muy bueno, ¿te lo ha contado Dean?

-Sí, y supe que teníais que oírlo.

Sabía que ni siquiera recordaría de qué iba ese chiste, que seguramente lo olvidaría para siempre, hasta enterrarlo en lo más profundo de su mente, junto a todas esas emociones que sentía en ese momento. 

-¿Sabes qué? Voy a llamarlo.

Michael sabía dos cosas sobre su hermano: la primera que era divertido, con una chispa inimitable, que incluso la más estúpida y absurda de las bromas sonaba divertida cuando era él quien la contaba. La segunda era que sentía algo por Lisa. No le hacía gracia la idea de utilizarle de ese modo, pero tampoco tenía muchas más alternativas, era eso o ver llorar a Lisa mientras fingía reírse.

Dean se presentó en la fiesta a la media hora, rodeó a Lisa por la cintura y ella cerró los ojos, y entonces Michael sonrió. No importaba la situación o quién, todo el mundo se sentía seguro junto a Dean, era fuerte, divertido y protector, pero quizá esa última no fuese una ventaja en ese momento, porque él miró a Sam y Lorie, sin soltar a Lisa, y Michel empezó a ver lo mucho que estaba tratando de frenarse para no partirle la cara a Sam.

-Oye, pequeña bruja -Lisa levantó una ceja mientras esbozaba una media sonrisa-, ¿qué te parece si nos vamos a otro sitio?

-Claro.

Mientras Lisa salía por la puerta de la casa de Sam, Dean miró a su hermano con preocupación, pero eso duró tanto como lo que le costó salir por la puerta. Entonces Michael se levantó, se acercó a la feliz pareja y Sam lo miró.

-Mike, ¿te pasa algo?

Estuvo a punto de contestarle que debía tener más cuidado, pero Sam parecía feliz del brazo de Lorie, así que optó por no decir nada. Sabía que a Lisa le costaría perdonarle por decir cosas sobre ella y ya lo había pasado bastante mal esa noche, mientras se reía fingiendo que no lloraba. 

-Nada, solo quería decirte que me voy.

-¿Y Lisa? -preguntó mirando a su alrededor-. Estaba aquí hace un minuto.

-Mi hermano y yo nos la llevamos al paintball.

-¿Y no nos invitas?

-¿Es que quieres irte? -preguntó mirando a Lorie, pero él no respondió-. Entonces no hay más que hablar. Hasta mañana.

Cuando salió a la calle, Dean rodeaba a Lisa por la cintura, y ella parecía más tranquila, cómoda y relajada.

-Lisa -miró a Michael-. Me importa un cuerno lo mucho que sigas defendiéndole, algún día voy a partirle la cara a Sam -abrió la boca para contestar, pero él siguió hablando-. Mientras tanto, los tres nos vamos a ir al paintball y vas a dispararle a todos los del otro equipo mientras yo me escondo detrás de un árbol y a Dean lo eliminan nada más salir de la cabaña.

-Oye -espetó él-, que eso solo pasó...

-Las últimas diez veces -terminó  Michael.

Y hubiese parecido imposible que algo tan sencillo lograse hacerla reír, pero así fue, porque Lisa emitió una carcajada dulce y alegre. Por roto que tuviese el corazón, las payasadas de Michael y Dean Morgan siempre la hacían reír. 

viernes, 17 de febrero de 2023

Disfraz

 Siempre me ha gustado Carnaval, adoraba disfrazarme porque por un momento, por un solo día, podía sacar de dentro de mí todo lo que era y disfrutar como una niña pequeña. Solía elegir disfraces oscuros, casi terroríficos, pero al mismo tiempo muy interesantes. El último año que me disfracé elegí un vestido negro con corset y un sombrero puntiagudo. Sí, elegí ser una bruja. Las brujas tienen algo místico e interesante, un atractivo que pocas cosas en el mundo tienen.

La gente nunca ha comprendido la verdadera magia del disfraz, lo divertido que puede ser aventurarse dentro de uno mismo y expresar quién eres realmente a través de cosas que nunca vas a ser. Hay gente que se disfraza de muñeca, otros prefieren un dinosaurio... en cualquier caso, ocultar tu aspecto a ojos de todo el mundo te muestra tal y como eres.

Aquel año mi hermana Carolina y yo salimos de casa para ir a una fiesta. Carol siempre ha sido divertida y popular, una chica que todo el mundo envidiaba. Yo no lo hacía, vivir con ella le quitaba toda la magia a su popularidad. Sabía que, por superficial y típico que fuese su modo de actuar, Carol era como todo el mundo, buscando su pequeño hueco en el que sentirse cómoda. Esa era una ventaja que yo tenía porque, por increíble que pueda parecer, yo ya había encontrado mi lugar.

-No entiendo por qué no te pusiste tu uniforme, te habría salido más barato.

-Porque hace frío y porque eso no es un disfraz.

Carol no comprendía por qué me gustaba tanto Carnaval, ella elegía siempre un disfraz de animal, y en esta ocasión iba de tigresa. Podía comprenderlo, pero su hermana no tenía la personalidad de un tigre, más bien era una chica normal y corriente intentando sobrevivir en un mundo extraño.

En cualquier caso, fuimos a una fiesta en una discoteca. Odio esos lugares con toda mi alma, si la música que ponen fuese la mitad de buena de lo que realmente creen que es, me pasaría la vida ahí simplemente escuchando. En cuanto el gorila -que iba disfrazado como tal- nos abrió la puerta, entramos a aquel lugar.

La música -o lo que estuviese puesto- estaba muy alta, tanto que me hacía doler los oídos, y la gente no ayudaba en nada. Pero eso no fue lo que me inquietó, lo que me hizo desear salir corriendo, sino una sensación rara, como si hiciese muchísimo frío y estuviese a punto de ocurrir algo realmente malo. Sentí un escalofrío y miré a todas partes, intentando averiguar qué era lo que me había molestado, lo que me tenía inquieta, pero no encontré nada.

La noche empezó a pasar entre risas y alcohol, todo el mundo estaba bebiendo. Después de una hora mi hermana llevaba su segunda copa, mientras yo seguía con mi cerveza ya templada y prácticamente entera.

-¿Te pasa algo Ava?

-No es nada.

Me arrepiento de haberle dicho eso, me arrepiento de haberle mentido, algo iba muy mal. Pero yo no podía hacer nada, por mucho que intentaba averiguar qué ocurría, no había nada que pudiese imaginarme y tampoco sabía cómo interpretar todo lo que estaba sintiendo y explicárselo a alguien. Intenté sacar a mi hermana varias veces de la discoteca, pero no me escuchaba, se estaba divirtiendo y metiéndole la lengua en la boca a un chico que acababa de conocer. Sabía que no llegaría a nada, que ni siquiera le prestaría atención después de salir de aquel local abarrotado, pero tampoco intentaba meterme, pese a que Carol sabía que eso no me gustaba.

Cuando ya habían pasado casi cuatro horas desde que nos habíamos metido allí dentro, alguien gritó de tal modo que su voz se escuchó por encima de la música y el DJ paró de inmediato. Las luces se encendieron, y lo que vimos quienes estábamos cerca fue suficiente para aterrorizar a todo el que miraba hasta tal punto que nadie, ni una sola persona, se atrevía a moverse. Gran error porque entonces todo se convirtió en un baño de sangre, como en Carrie.

No sabría decir cuánto tiempo duró aquella carnicería, pero para cuando todo se paró estaba en mitad de la pista de baile y bañada en sangre, como si hubiese participado en algún tipo de ritual de alguna secta. Pero no estaba sola, había alguien más ahí. Levanté la mirada y volví a sentir el mismo frío, la misma sensación de terror y unas tremendas ganas de salir corriendo, pero tenía tanto miedo que estaba paralizada.

El monstruo emitió un gruñido y yo intenté retroceder, pero había tanta sangre que resbalé y me caí. Me incorporé como pude y cometí el terrible error de levantar la cabeza. Nunca podré olvidar ese momento, esa mirada de ojos blancos, una boca sin dientes y esas manos huesudas y llenas de... ¿ojos? Siendo Carnaval no me extrañaba que al gorila le hubiese parecido un disfraz... pero no lo era en absoluto, esos ojos se movían.

-¡Aléjate de mí! -retrocedí apoyándome en el suelo con las manos desnudas-. ¡No te acerques!

Y entonces esa cosa sonrió, lo supe porque su cara se deformó y sus labios se curvaron hacia las protuberancias que tenía por orejas. Creí que iba a matarme, pero en lugar de eso me dejó sola en mitad de aquella carnicería. ¿Cómo iba a explicar todo eso? Seguramente me culparían a mí.

Me levanté como pude y salí corriendo. Por suerte para mí, vivo al lado del mar, así que me fui a la playa y me metí en el agua para sacarme de encima toda esa sangre. Si la policía encontraba huellas, pensarían que era alguna de las víctimas intentando huir. No podía volver a casa y, aunque pudiese, no sabría como explicarles a mis padres qué había ocurrido con Carolina, así que cogí su coche, y me alejé hacia la frontera. No tengo carnet y no me importa no tenerlo, pero sé conducir, ella me enseñó. 

Si ese monstruo había decidido dejarme con vida, significaba que quería torturarme asesinando a todo aquel que me conociese, así que tenía que irme a un lugar donde pudiese estar totalmente sola, y para eso necesitaría ser otra persona. Ese pensamiento hizo que algo cambiase, miré mis manos con verdadero terror. Mis manos se estaban llenando de ojos y empezaban a ponerse pálidas, pero no frené por eso, sino porque esa cosa estaba en mitad de la carretera y mi instinto me gritó: "frena".

Salí del coche, no sé por qué pero lo hice, y me acerqué a esa bestia a grandes pasos. Estaba dispuesta a matarle de ser necesario, pero no me di cuenta de una cosa muy sencilla: estaba cambiando. Cuando llegué junto a él, me di cuenta de que esos gruñidos en realidad eran palabras, y podía entenderle perfectamente.

-Te he echado de menos, hermanita. Vamos de caza.

Sí, tenía muchísima hambre, pero quería volver a casa también. Por esa razón me agaché en la carretera, paré un coche con mi mano desnuda y saqué de dentro a un aterrorizado hombre de cuarenta años que solamente se dio cuenta de nuestra presencia cuando chocó con mi mano.

-Nos lo llevaremos para el camino.

Mi hermano pulsó un botón que sacó de yo que sé dónde y, como de la nada, apareció una nave en forma de seta. Entramos, arrastrando a nuestra comida al interior, y la nave se alejó del planeta. Se suponía que íbamos a evaluar la cosecha, esa era nuestra misión, y me había quedado atrapada ahí tres años, por eso me había adaptado y había construido unos recuerdos falsos, para pasar inadvertida... pero fueron tan convincentes que me olvidé de que simplemente era una granjera vigilando nuestra comida.

jueves, 16 de febrero de 2023

Colgando en sus sueños

 Mañana por la tarde tengo que viajar casi 80km para ver a mi hermana, que está en coma en un hospital de la capital. Podrías pensar que eso demuestra lo mucho que la quiero pero te equivocas, odio a mi hermana profundamente, por abandonarme en este mundo sórdido y ponzoñoso. Somos gemelos, se supone que debería quererla, que existe una relación muy profunda entre gemelos, y era así hasta aquel día de julio.

Por aquel entonces teníamos doce años y mis padres decidieron que éramos lo suficientemente mayores como para irnos a una acampada. Recuerdo que había al menos cien niños cuyos padres habían decidido deshacerse de ellos dos semanas, mientras ellos intentaban hacer amigos que durarían tanto como el campamento, todos excepto Alice y yo. No necesitábamos tener una relación personal con gente que solo estaría en nuestras vidas dos semanas, y tampoco estábamos allí por lo mismo que los demás.

Mientras nosotros estábamos "al margen" rodeados de desconocidos, toda mi familia estaba sumergida en tal discordia que cualquiera hubiese podido compararlo con Alcatraz. Ahora mismo esto es un tabú en mi familia, pero James, quien se divorció de mi madre después de aquello, descubrió que Nora, nuestra madre, le había puesto los cuernos con su padre, con el de ella. ¿La mejor prueba de eso? Nosotros. Sí, somos hijos de mi "abuelo" materno y mi madre. Es tan morboso que resulta hilarante, hasta tal punto que se ha convertido en un secreto a voces. Por eso estábamos allí aquel verano, por eso a mi abuela le dio un infarto y mi madre internó a su padre y amante en un psiquiátrico alegando alucinaciones, y por eso mi hermana parecía a punto de romperse.

No estoy seguro de si lo comprendía entonces, creo que sí, o no habría salido a la carretera cuando un niño la insultó, justo en el momento en que pasaba un coche cuyo conductor despistado atropelló a mi hermana. Creo que ese niño jamás volvió a meterse con nadie, pero yo vi morir ese día a mi hermana, y eso es mucho peor.

No es que esté realmente muerta, pero tiene una lesión en el parietal que la ha mantenido en coma durante los últimos diez años. Mucha gente me ha dicho que la desconecte, incluso varios médicos, pero qué clase de hermano haría algo parecido. Eso me convertiría en un monstruo y mis tíos ya actúan como si lo fuese. Además, por mucho que la odie también la necesito, creo que si vuelve dejaré de odiarla, que la querré incluso más por volver.

...

He conducido toda la noche para poder llegar por la mañana y pasar el día con mi hermana. El plan es el de siempre, dormir un par de horas en su habitación antes de subirme al coche y volver. Me dirigí como cada viernes a la habitación en la que ella había permanecido colgando en sus sueños durante los últimos diez años, pero no pude entrar, había al menos diez médicos en la puerta.

Reconocí a uno de ellos porque en diez años apenas había cambiado, seguía teniendo el mismo pelo revuelto de color castaño casi rubio, la misma nariz torcida por el puñetazo que le di, y los mismos ojos castaños. Era el niño que había insultado a mi hermana en el campamento. Al parecer se había sentido tan culpable por saber que mi hermana había sido atropellada por su estúpido insulto, que dedicó sus años a estudiar medicina. Qué curiosa es la vida, poniendo en los lugares más insospechados a gente que ni te imaginas.

-¿Lucian Park? -miré a aquel hombre-. Ha ocurrido algo increíble.

Entré a empujones a la habitación de Alice, que tenía los ojos abiertos y me miraba con algo de duda, como si no me reconociese o le costase recordarme. No era de extrañar, por lo que he leído en un montón de libros y revistas de medicina, un coma puede causar amnesia, y en gente que ha estado sumergida en sueños durante años, secuelas permanentes.

No era una idea mía ni una invención, mi hermana nunca volvería a caminar, no sé qué tiene que ver una cosa con la otra, pero si todas las carreteras llevan a Roma, y hay un accidente en Roma, es difícil que todo fluya con normalidad. 

...

Durante tres años no dijo ni una palabra, me miraba como un extraño y permanecía en su silla de ruedas, mirando al fuego encerrado en la chimenea. Llegué a pensar que nunca había vuelto, y una parte de mí seguía odiándola profundamente, de un modo visceral y absurdo. Odiaba que estuviese mirando a la nada, tener que darle de comer y que lo babease todo, que nunca me dirigiese una mirada real.

Durante tres años mi tía nunca se molestó en visitarla o preguntar por ella. De vez en cuando recibía un mensaje de James, que sigue formando parte de mi vida, pese a lo que ocurrió cuando teníamos doce años, y mi madre nos visitaba una vez al mes. Eso era todo. Tres años conviviendo con una persona que ni siquiera podía hablar o moverse por sí misma.

Pensé que se quedaría así toda la vida, o que moriría en algún momento, pero me equivoqué. Alice siempre ha tenido una fuerza de voluntad inmensa, y un día levantó los ojos y me dedicó una de esas tiernas sonrisas de cuando era niña.

-¿Alice?

-Ho...la...

miércoles, 15 de febrero de 2023

El mensajero

 Estaba en un lugar blanco, totalmente blanco, tanto que apenas podía distinguir mis manos o al hombre que tenía delante. Tenía el pelo negro y desordenado, como si acabase de levantarse. Era pálido como un muerto, pero muy guapo, con la mandíbula cuadrada pero una simetría casi exacta, de ojos negros y profundos y nariz pequeña, sin barba y con la piel casi perfecta, como si fuese un muñeco de porcelana. Vestía de vaqueros y camisa negros, unas botas camperas del mismo color y un lobo de plata colgando de su cuello.

-Hola, ¿también estás atrapado?

-No.

Su voz era grave, pero encantadora, como si tuviese el timbre de barítono perfecto, como la de Dmitri Hvorotovsky cantando Fígaro. De hecho era la misma voz, pero cada voz es única e inimitable, así que eso era imposible.

-No lo es y tampoco estás soñando.

-¿Y dónde estoy?

-En un lugar tranquilo para ti. Algunos ven un campo, otros una cascada, ¿qué ves tú?

-Nada.

-Eso es imposible, todo el mundo ve algo.

-Te digo que no hay nada, está todo blanco, es como estar en medio de un silencio atronador.

Pero era relajante, tanto que me hubiese encantado quedarme a vivir ahí. Siempre me ha molestado el ruido o los sonidos repetitivos, hasta el punto de sufrir ataques de ansiedad cuando eso ocurría. Una vez incluso entré en una cámara anecóica. Durante cinco minutos estuve en completa paz, mi voz era absorbida y reducida a la nada por la formación de la cámara, no escuchaba nada, había sido algo perfecto, hasta que empecé a oír otra cosa: los latidos de mi corazón y mi sangre fluyendo por mis venas. Por eso tuve que salir, no soportaba oír el mismo zumbido y las pulsaciones una y otra vez. 

-Es relajante, ¿verdad? No hay nadie aquí que pueda perturbar tu calma. La gente es algo curioso, ¿no es así? Son molestos e irritantes, pero también necesarios.

-Me dices exactamente lo que quiero oír y eso no lo ha hecho nadie jamás.

-Puedo ayudarte a entender lo que está ocurriendo, pero vas a tener que confiar en mí.

¿Confiar en él? Acababa de conocerle y lo único que hacía era tratar de imitar todo cuanto me gustaba, darme todo cuanto quería y decirme lo que quería oír, y uno no debería confiar en la gente que se presenta de un modo tan sencillo porque nunca traman nada bueno.

-Normalmente tendrías razón, pero no esta vez. Dime, ¿qué estabas haciendo antes de venir aquí?

Apenas podía recordarlo, sentía mi cabeza muy ligera, me costaba hilar mis propios pensamientos, pero si me esforzaba... recordaba haberme ido a dormir, eso era todo. Pero era imposible, ¿cómo iba a llegar a ese lugar blanco sino? Alguien tenía que haberme llevado hasta allí...

-Y en cierta medida tienes razón, yo te traje aquí, más o menos.

-¿Me has secuestrado?

-¿Por qué iba a hacer eso?

En cierto sentido tenía razón. Me había pasado la vida entre trabajos mal pagados, sin familia, con depresión y graves problemas de autocontrol. No había un solo motivo para que alguien pensase siquiera que podía sacar algo de alguien si me raptaban. Eso en parte era bueno, pero ¿cómo había acabado allí?

-¿Y dónde estamos exactamente?

-Es difícil responder a eso pero, por así decirlo, estamos en otra realidad -debí de poner una cara de consternación digna de enmarcar, porque sonrió y siguió explicándose-. Esto no es el mundo que conoces, es otro lugar, y solo estás de paso.

-¿De paso a dónde?

-Ojalá pudiese responderte a eso, pero no lo sé, yo solo soy un mensajero.

-No comprendo.

-Laura, sufriste un infarto mientras dormías.

Fue como caer de un acantilado y estrellarse contra el mar revuelto. Eso tenía muchísimo sentido, estaba muerta, así que ese lugar pálido y tranquilo, ese lugar silencioso que siempre había añorado y necesitado, era como mi mente veía la muerte.

-No del todo, este lugar se adapta a lo que uno necesita. Mi aspecto ni siquiera es el que ves. Al entrar aquí todo se adapta, incluso yo. Por eso te dije que cada uno ve algo distinto. 

-Así que estoy muerta... ¿y a dónde iré ahora?

-Eso no depende de mí. Según lo que hayas buscado en tu vida, lo que hayas hecho con tu tiempo, te espera un lugar u otro.

-Apuesto por el infierno.

-Ese lugar no existe.

Lo miré realmente sorprendida. Cuando supe que estaba muerta empecé a pensar que estar tan sola solo podía ser porque había sido tan malvada y tan ruin que mi único destino era el sufrimiento eterno, es decir, el infierno, pero si ese lugar no existía, ¿a dónde iba a ir?

-Esa es la gran pregunta, ¿verdad? Pero no has sido tan malvada, si la vida fuese así de simple, si cada uno tuviese lo que se merece, no habría ladrones ricos ni pobres con buen corazón. 

-La vida no es justa.

-No te preocupes, pronto todo empezará a cambiar, no tardarás en ver tu salida.

Creí que estaba mintiendo, pero finalmente apareció un portal azul brillante que desprendía un olor delicioso. Era algo tan fantástico que solamente quería ir hacia allí.

-Buen viaje.

Le agradecí su ayuda con una sonrisa, avancé lentamente un paso tras otro, y cuando toqué el portal, abrí los ojos. No sabía siquiera que tenía los ojos cerrados, pero si estaba muerta, tenía sentido. Sin embargo el tacto bajo mi piel era algo real, podía sentir hierba, el olor a tierra y a flores... estaba en un jardín. Me levanté y miré a mi alrededor. No era un jardín, era un bosque, el más fantástico y mágico que puedas imaginarte.

-Bienvenida a Tír na nÓg.

martes, 14 de febrero de 2023

Amelia

El viento movía su cabello rizado y sonreía como una niña. No podía evitar amar el viento, se sentía en completa libertad y nada en el mundo podía hacerla más feliz, ni siquiera George. Sabía que él la apoyaba, que ansiaba verla convertida en un águila, y eso la hacía sonreír, pero nada podía compararse a lo plena que se sentía cuando atravesaba el viento como un ave.

-Amelia... 

Abrió los ojos y se encontró con la mirada de Fred. Eran amigos desde hacía años, era su navegante, le confiaría hasta su vida, tenía que hacerlo si esperaba contar con él en los más difíciles momentos. Fred había estado a su lado en situaciones espinosas, enfrentándose a todo lo que se daba por sentado, siendo su mayor apoyo cuando sentía que todo el mundo estaba en su contra solo por ser mujer. Quizá le quería un poco, quizá lo amaba, y era consciente de que él se había enamorado de ella por sus ansias de libertad y su rebeldía. 

-¿Has comprobado los motores Fred? No quiero que haya problemas durante el vuelo.

-Precisamente de eso quería hablarte.

-¿Les pasa algo a los motores? -preguntó con preocupación.

-No se trata de los motores, es el vuelo. Sabes que siempre podrás contar conmigo, pero esto es una locura.

Eso era lo mismo que le habían dicho desde niña, cuando quería imitar a los hermanos Wright, tal vez superarlos. Estaba acostumbrada a que todo el mundo pusiese en entredicho lo que podía o no podía hacer, y también estaba harta. Esperaba que Fred comprendiese su punto de vista.

-¿Lo dices por ser mujer?

-No, lo digo porque pretendes volar alrededor del mundo, por el punto más amplio del globo, en un L-10E. Nadie ha hecho eso nunca.

-Precisamente. ¿Sabes lo difícil que es ser una mujer con visión? Todo el mundo cree que las mujeres existimos para tener hijos y punto, que nuestro cerebro no sabe pensar y que nuestras ideas no merecen ser escuchadas.

-Los dos sabemos que yo no pienso eso, o no sería tu navegante.

-Lo sé, y por eso sé que entiendes lo que pretendo. Fred, circunvalar el Ecuador es algo que nadie ha hecho nunca. Si puedo conseguirlo, demostraré a todo el mundo que las mujeres pueden hacer las mismas cosas que los hombres.

-¿Sabes que te digo? Que hay que ser estúpido para creerse eso -ella levantó una ceja con evidente molestia-. Todo lo que un hombre le da a una mujer, ella lo convierte en algo mejor.

Esbozó una sonrisa sincera. Fred siempre sabía cómo hacerla sonreír, quizá mejor que George. Por un momento deseó volver a aquel trepidante año en el que había aceptado casarse con él. Claro que le quería y él deseaba verla recorrer el globo, pero no la comprendía como Fred.

-Mañana saldremos a recorrer el mundo, así que respira.

...

Había mucha gente, mas de lo que esperaba. Parecía que todo Miami se había congregado en el mismo lugar, esperando verla despegar. Terminó de ajustar los motores, comprobó el depósito y se puso el casco. George se acercó a ella y rodeó sus hombros con su brazo, y en ese segundo Fred sintió su estómago retorcerse, pero se contuvo y le dedicó una sonrisa a una fotógrafa que trabajaba con el hombre que le había robado el corazón a Amelia.

Después de una hora de presentaciones, finalmente subieron al avión y Amelia despegó con él justo detrás. Solo entonces Amelia volvió a sonreír como una niña. Le encantaba ver esa expresión de completa paz en su rostro, era algo hermoso.

-Parece que te sientes mejor.

-Un poco.

-Sé que las multitudes no te gustan.

-Bueno, todos los oficios tienen algo malo.

...

Laos era paradisíaco, y tras un mes de viaje empezaba a cansarse de estar metido tanto tiempo en un avión. Sabía que ella no se iba a rendir, pero una parte de él deseaba no volver. Le encantaba cuando se detenían, esa escasa hora en la que reajustaban el motor y llenaban el depósito. Podían hablar de algo más que aviación, podía verla sonreír mientras degustaban los platos locales.

-Estamos a punto de terminar.

-Ya lo sé Fred... -respondió ella con tristeza-. No quiero volver.

-Sé que te encanta volar, y podrás seguir haciéndolo.

-No hablo de eso, no quiero volver a Miami, me gusta estar contigo y si vuelvo tendré que volver con George.

-¿Es que no te trata bien? Porque sabes que lo mataría si llega a hacerte daño.

Fred estaba tratando de alejarse de ella a toda velocidad para protegerse a sí mismo, pero no soportaba la idea de que él le pusiese las manos encima, eso era superior a su autocontrol. Creía que solamente eso podía destruir las barreras que había construido para evitar sufrir, hasta que ella destruyó ese muro para siempre al darle un casto beso. ¿Estaba soñando?

-¿Y qué quieres hacer?

-No lo sé.

-Pensaré en algo, y tú decides si es o no una locura, si quieres intentarlo o no.

...

Encontrar Howland les fue imposible, así que aterrizaron en una isla cercana, esperando poder despegar de nuevo en cuanto el motor estuviese cargado. Finalmente a Fred no se le había ocurrido ni una sola idea, no sabía qué hacer para cumplir su ansiada fantasía... hasta que aterrizaron en aquella isla. Sacó el telescopio de su padre y miró a Amelia con una mirada preocupada.

-Esto no es Howland. Sé que teníamos que aterrizar... pero estamos en un lío.

-¿Por qué lo dices?

-Por lo que he visto desde el aire, este peñasco está deshabitado, y a juzgar por aquella extensión de tierra -dijo señalando al horizonte-, estamos bastante lejos de Howland.

-En otras palabras, estamos atrapados.

-Hasta que nos rescaten.

-O...

Si Fred hubiese estado soñando, no habría sido capaz de imaginar lo que ocurrió a continuación. Amelia agarró su mano y juntos se internaron en la isla.

lunes, 13 de febrero de 2023

Brillo plateado

 Los funerales realmente no son lo mío. Lo único que puedes encontrarte en un funeral es a un muerto en un cajón, un montón de familiares trepadores y otro tanto de hipócritas. Quien piense lo contrario, se equivoca, pero no ir al funeral de mi novia... bueno, no creo que nadie quiera pasar por el escarnio que supone y por las dudas de las cotillas que siempre pensarán "¿la habrá matado él?" Por si te lo preguntas, no, no soy un asesino, nunca le habría hecho daño a Sandrine. 

Durante toda nuestra relación tuvimos que soportar críticas, burlas y comentarios de todo tipo, pero nada de eso me importaba porque, cada vez que la veía, que miraba sus ojos de topacio... el tiempo llegaba a detenerse y me sentía el hombre más dichoso del mundo. Pero todo eso terminó el día en que volvíamos a su casa tras una velada en la ópera. Era ya de noche, no debería haber nadie a esas horas, pero cuando alguien va a la ópera, entra por la tarde y sale muy tarde. 

En cualquier caso, estúpido de mí, olvidé mi paraguas en el teatro y tuve que volver a buscarlo, pues empezaba a lloviznar. Sandrine decidió aguardar a mi regreso bajo un alero y, confiado en que nada ocurriría, di media vuelta y caminé hacia el teatro. ¡Qué imbécil fui entonces! Cuando volví tres hombres la rodeaban y pude ver el brillo plateado de una navaja. Pensar que iban a hacerle daño fue superior a mi autocontrol, al que he sometido durante más tiempo del que puedo recordar. Corrí más rápido que nunca y los maté. Por desgracia para mí, y para ella, la habían apuñalado en el estómago, y yo sentí cómo mi mundo se rompía.

-Sandrine... 

Lloré, por primera vez en quién sabe cuánto tiempo lloré, y entonces supe que no podía dejar las cosas así. Le hice algo a ella que no creo que pueda perdonarme nunca y esa noche, cuando volví al cementerio después de su entierro, me senté al lado de su tumba. Has de comprender que yo la quería más que a nada en el mundo, así que no estaba preparado para perderla.

Estuve horas esperando en su cripta, vi el sol salir y ponerse de nuevo, y con la salida de la luna, por fin ocurrió lo que tanto estaba esperando. Sandrine, mi hermosa y dulce Sandrine, salió de su tumba con aspecto confuso y los ojos entrecerrados. Sabía cómo se sentía por que no lo había olvidado, lo confuso que era todo al principio, lo molesto que era el vuelo de una mosca o la luz de una farola, agarré sus manos con una sonrisa, y ella me miró con algo de duda.

-Ezio, ¿qué está ocurriendo?

-Nada que deba preocuparte ahora -la ayudé a levantarse-, vamos, te llevaré a casa.

-Recuerdo... -se quedó mirando al suelo por un momento-. Estoy muerta, ¿verdad, Ezio?

Quise decirle que no, pero no se lo iba a creer. Estábamos en un cementerio, ella llevaba un vestido blanco ligero como el aire, y recordaba a ese hombre con la navaja plateada. 

-Sé desde hace meses que me ocultas algo, no saldré de aquí hasta que no me cuentes la verdad.

Eso me ponía en un compromiso. Pocos seres como yo pueden soportar la luz del sol sin estallar en llamas y los recién nacidos no controlan su fuerza, así que seguramente me daría una paliza. 

-Soy griego, eso ya lo sabías, lo que ignoras, mi amor, es cuándo he nacido. Suspiró. Nefertiti todavía no había nacido cuando me dieron esta vida -ella retrocedió, asustada. Ya no podía escuchar su corazón, pero sabía cuándo tenía miedo por la expresión de su rostro-. Has de comprender, mi vida, que yo no quería esto para ti.

-Supongamos que me lo creo -asentí-. ¿Es por eso que estoy viva?

-He estado siglos solo, tanto tiempo que creí enloquecer, y entonces te conocí, y fue como ver un amanecer. Cuando vi a esos hombres y me di cuenta de que podía perderte para siempre en un segundo... no, no podía. Por eso decidí compartir esta maldición contigo, y puede que nunca me perdones, pero tampoco te lo pediré porque yo no me arrepiento.

Se quedó en silencio un momento, y después asintió con una encantadora sonrisa. Hemos estado recorriendo el mundo desde entonces, Sandrine sigue siendo mi hermosa criatura a la que entregarle la eternidad, y yo sonrío cada vez que me mira. Sé que lamenta haber sabido de la desaparición de toda su familia, que tal vez me odie por ello, pero también sé que tenemos la eternidad para construir un mundo perfecto.

viernes, 10 de febrero de 2023

En lo profundo del mar

-Escúchame... oye mi voz sonar... 

Desde la distancia Alex oía esa canción, pero al mismo tiempo era como si sonase dentro de su cabeza. Era algo tan hermoso, una voz delicada como el aire pero tan intensa como el sol. Echó a andar hacia la playa, con zapatos y el traje de su boda.

Carla había decidido que quería hacer una boda a orillas del mar, con el murmullo de las olas, el aire cargado con el olor a sal y el sol sobre su piel. Alex no había estado de acuerdo en ningún momento, pero amaba a Carla y, por casarse con ella, podía soportar una ceremonia en el mar. Ni siquiera quería tener al cura pomposo que se encontraba en el altar. Y entonces, justo antes de decir las dos palabras que le unirían a su prometida durante el resto de su vida, comenzó a oír esa canción.

-Las olas que... recorren el lugar...

Era algo tan perfecto, tan dulce y sereno... Él era músico, le habían enseñado a tocar el violín, el arpa y la guitarra, había alcanzado fama mundial al mezclar el poderoso y estridente heavy metal con la dulce y armónica melodía del violín. Eso le había llevado a conocer a Clara, una muchacha a quien su mejor amigo y guitarrista de su grupo, Golden Rose, daba clases como favor a su primo.

Clara era amable, soñaba a lo grande, tenía un talento único para componer los acordes más extraordinarios. Se enamoró de ella por su forma inocente y cándida de ver el mundo, por su sonrisa de cristal, por esos ojos de color verde que tan enigmáticos le resultaban. Se enamoró como nunca pensó que alguien pudiese llegar a hacerlo, pero tardó años en confesarle que la quería, y mientras tanto componía hermosas melodías que hacían estremecer a cualquier poeta. Pero ninguna era como la que oía.

-Lleva el mar... mi dulce cantar...

Carla le observó callarse, sus ojos castaños volverse de color blanco como la nieve, y alejarse hacia las olas, vestido y con zapatos. Ni siquiera había llegado a decir nada, pese a que sabía que la amaba, así que algo debía ocurrirle. Corrió tras él, abandonando a sus invitados en el altar, y trató de agarrarle, pero él ni siquiera parecía percibirlo.

-Alex -le agarró de la mano-. ¿Qué te ocurre?

-Esa voz... ¿no la oyes?

Alex empezó a susurrar la canción que escuchaba y que, a su entender, provenía del mar más profundo, y Carla miró hacia las olas. Hubiese sido una ceremonia normal... de no ser por el gigantesco monstruo que vio entre la ¿niebla? Ni siquiera sabía por qué había niebla en el mar, por la tarde, en pleno verano. Gritó aterrorizada y todos los invitados corrieron junto a ella para intentar averiguar qué ocurría, aunque fuese solo curiosidad, y al acercarse vieron lo mismo que ella vislumbró entre la niebla.

Era gigantesco, de más de treinta metros de alto, y solo parecía verse su cabeza, informe pero llena de dientes, con unos ojos como gigantescos balones de fútbol, pero con una pupila muy pequeña. El único que parecía no ver a ese repugnante y dantesco ser era Alex.

-Te invito a ti... a caminar junto a mí...

Como un grito desesperado Carla lo agarró y le dio un beso delicado como la brisa pero muy profundo, y eso fue suficiente como para que sus hermosos ojos volviesen a ser castaños y mirase a su novia con una sonrisa.

-Todavía no he dicho "sí quiero".

Pero, para sorpresa de Alex, su prometida señaló hacia el mar. Le sorprendió darse cuenta de que estaba en la playa, y no a veinte metros de esta, tal y como habían planeado, pero lo que más le sorprendió, fue esa monstruosa criatura asomando por las olas.

Por desgracia para todos los invitados de la boda, fue demasiado tarde. Un tentáculo grande como un castillo los arrastró hacia el fondo del mar, a todos los invitados, al grupo entero, a todos los hombres que se habían reunido allí... todos se fueron... excepto Carla.

Asustada y llorando de terror corrió hacia el puesto de guardia y aporreó la puerta. Un surfero musculoso con bañador naranja y cabello largo lleno de rastas adornadas con cuentas plateadas le abrió la puerta, con los ojos adormecidos y una pose despreocupada. 

-¿Qué quieres guapa? ¿Vienes a casarte conmigo?

-Mi novio... mis invitados... en el mar...

Estaba tan alterada que apenas era capaz de formular frases completas. El socorrista pareció darse cuenta de que ocurría algo grave, la hizo entrar y ocupar un asiento, puso una manta sobre sus hombros y llamó a la policía.

...

Pese a las declaraciones, las horas de búsqueda y los más de veinte interrogatorios a lo largo de los últimos dos años, jamás lograron encontrar ni rastro de los desaparecidos. En el fondo la policía culpaba a la pobre Carla, pero tampoco tenían prueba alguna de que ella los hubiese matado, simplemente se los había tragado el mar.

Carla siguió yendo a esa playa durante años, mirando el mar y llorando al recordar a Alex, el hombre que le había robado el corazón con esa sonrisa, su cabello largo y ese fascinante arpegio. Se enamoró hasta tal punto que suplicó a su mejor amigo, primo del guitarrista, que le ayudase a contactar con él, y a él se le ocurrió que su primo podía darle clases. 

Después de eso había ido casi cada día al estudio en el que practicaban y en el que había nacido Golden Rose, y allí se dedicaba a aprender a tocar un instrumento que descubrió que le gustaba de verdad. Sin embargo, cada vez que veía su arrebatadora sonrisa y su melena llena de bucles aparecer por la puerta, dejaba de tocar y le dedicaba una sonrisa tonta, la misma sonrisa por la que él se enamoró de ella.

-Me los has arrebatado... ¿por qué me has dejado con vida? ¿A caso quieres torturarme?

Se levantó de las rocas y, descalza, caminó hasta sus sandalias, que habían quedado a unos metros de ella. Con una calma triste y atormentada las recogió... y entonces fue cuando lo escuchó.

-Escúchame... oye mi voz sonar.

jueves, 9 de febrero de 2023

El zapatero

 Corría el año 1714 en Inglaterra, y Charles empezaba a ser conocido en todo el país por sus diestras manos y el mimo para fabricar zapatos. Cuanto más tiempo les dedicaba, más hermosos eran. Su fama llegó a tal punto que el propio rey Jorge le pedía fabricarle zapatos, y Charles les dedicaba semanas e incluso meses antes de entregárselos.

En un principio, Charles había aprendido ese oficio de su padre, quien nunca había sido demasiado cuidadoso al trabajar. Los zapatos de Herny servían para un labriego, pero no para un noble. Su padre se conformaba con que fuesen funcionales. Charles, no obstante, prefería que tuviesen hermosos diseños. 

El primer par de zapatos que había vendido por el dinero suficiente como para empezar a trabajar como él siempre había querido, tardó años en hacerlos. No se trataba de falta de tiempo, sino de que, a sus catorce años, Charles tenía muy claro qué era lo que quería, y empezó a comer menos y a gastar poco en materiales para poder comprar los mejores para esos zapatos. Eran de seda púrpura de oriente con un delicado bordado en oro y tacón de madera finamente tallado.

Llegó a pensar que jamás vendería esos caros zapatos en los que tanto había trabajado, hasta que una duquesa decidió celebrar un baile y, buscando unos zapatos que hiciesen juego con su nuevo vestido, dio con la humilde tienda del zapatero. En un principio pensó en no comprarlos por tratarse de un hombre escuálido y mal vestido, pero él la convenció diciéndole que eran mágicos y que la llevarían a su amor verdadero, y la inocente duquesa los compró sin dudar. Esa misma noche se comprometió, pero no fue por los zapatos, sino porque su padre había pactado ya su matrimonio. En cualquier caso, Charles adquirió gran fama en Londres.

Con ese dinero pudo comprar más materiales caros y seguir haciendo zapatos cada vez más elaborados y, con el tiempo y todo su esfuerzo, llegó a comprar también una pequeña tienda a orillas del Támesis, y gente adinerada de todo el país empezó a adquirir sus zapatos en aquel comercio.

Una vez entró en su tienda un marqués del norte, que estaba buscando unos zapatos. Charles le enseñó unos lustrosos zapatos plateados con una hebilla dorada y bordados hermosos, y el marqués los compró sin dudar, pagando el doble de su precio. Por un momento pensó que jamás sabría nada de él otra vez, pero se equivocó. A las dos semanas recibió una carta en la que le convocaba en su mansión, y Charles se puso su mejor traje, unos elegantes zapatos negros con una hebilla de oro y se presentó en aquella casa.

El marqués no esperaba que acudiese a su invitación, pero le alegró tenerle allí, pues solo tenía en mente una cosa: un artesano de tal talento era, sin lugar a dudas, digno de su hermosa hija, quien tocaba el clavicordio igual que un ángel, y aquella misma noche, Charles se comprometió con Isabella. Por eso estaba allí tres meses después, delante del espejo, con un hermoso traje, unos zapatos que él mismo había hecho para la ocasión, y la mente vagando por sus recuerdos.

Cuando llegó a la iglesia, se encontró con cientos de nobles aguardando a la hermosa Isabella, quien nunca hubiese esperado desposarse con un rico zapatero. La marquesa recorrió el pasillo despertando admiración con su enorme vestido de campana adornado con exquisitas perlas, y con sus manos en guantes brocados sosteniendo un ramo de flores de anís.

-Estás hermosa, mi querida Isabella.

No sabía cómo iba a responder a eso, así que le dedicó un mudo asentimiento y la ceremonia, llena de ovaciones y lujo, se sucedió sin mayor contratiempo. La hermosa Isabella se desposó con un zapatero de manos mágicas, unas manos que le había concedido la reina de las hadas a cambio de su primer hijo, pero ese era un secreto del que nadie era realmente consciente. Por eso, la noche en la que nació su primogénito, Charles le contó a su esposa que había nacido sin vida, y Titania se lo llevó al país de las hadas.

martes, 7 de febrero de 2023

Noelia

 Nunca se había dejado intimidar por los hombres, había crecido en una familia con cuatro hermanos y un padre manipulador, sabía lo crueles que podían llegar a ser. En el instituto era una mujer extraña que no solía conversar con nadie ni tenía amigas simplemente porque no quería. Noelia se centró en aprender, en crecer como persona y en controlar su vida. Así había llegado a dirigir una de las empresas de importaciones más grandes del mundo, sin contar con ayuda de nadie. 

Su hermano mayor, Esteban, la había abandonado en el momento en que ella le había dejado muy claro a su tercera novia en un año que dejase de intentar llevarse bien con ella, que no le gustaba y que iba a durar tan poco como las otras. Carla se lo había tomado como una amenaza, discutió con Esteban de tal modo que incluso Noelia llegó a pensar que los vecinos llamarían a la policía. Al día siguiente él entró a su dormitorio, le gritó durante diez minutos y dejó de hablarle para siempre, y como él, igualmente actuaron todos sus hermanos e incluso su padre. Noelia no necesitaba que nadie pelease por ella, sabía defenderse sola.

Por eso no le intimidaba Patrick, un CEO de una empresa de Estados Unidos que pretendía absorber la suya y privarla de su negocio. El hombre gordo, calvo y con papada enorme entró a su despacho, sin preguntar se sirvió una copa de su mejor brandy y se sentó en una silla. Noelia estaba segura de que hubiese ocupado su asiento si ella no estuviese sentada en él en ese momento.

-Largo.

-Vengo a hacerle una última oferta, señorita Rodríguez.

-Le he dicho seis veces que no me interesa, mi secretaria se lo ha enviado por e-mail unas diez y yo misma he firmado tres cartas con la misma respuesta. ¿Qué tengo que hacer para que lo entienda? ¿Poner una pancarta en un avión? -preguntó levantando una ceja.

Patrick Smith se puso rojo como un pimiento. Esa mujer empezaba a sacarle de sus casillas. Él siempre había conseguido lo que quería, empezando por una pequeña empresa de mensajería hasta llegar a una de las mayores empresas de importaciones de Estados Unidos. No se dejaría intimidar por una mujer.

-Le repito que le ofrezco unas condiciones inmejorables.

-No ha entendido nada. Yo no quiero vender mi empresa, eso me dejaría a mí sin mi puesto de directora y eso no lo voy a consentir. ¿Qué haría yo con mi tiempo?

-Salir con sus amigas a cotillear o lo que sea que hagan las mujeres.

En esta ocasión fue Noelia quien se enfadó. ¿Cómo se atrevía ese hombre a tratarla como una más? No se lo iba a permitir. Había abandonado todo lo que una vez había querido por tener la vida con la que soñaba y no dejaría que ese estadounidense misógino se la quitase.

-Yo no tengo amigos.

-No me sorprende -murmuró, pero ella siguió hablando.

-¿Por qué iba a tenerlos? ¿Para ver cómo se transforman en seres insignificantes como usted? -Patrick se atragantó con sus palabras-. Esto es lo que va a ocurrir, señor Smith. O deja de molestarme y se larga de mi despacho para siempre, o seré yo quien compre su empresa, ¿he sido clara?

Patrick se levantó y se marchó enfadado y dando un portazo, pero no iba a dejar las cosas como estaban, no señor. De un modo u otro, conseguiría la empresa de esa muchacha.

...

Observó el libro de cuentas con aspecto derrotado. Números rojos, había llegado a estar en números rojos. La mayor parte de sus contratos de exportación se habían echado a perder por factores externos. Uno de sus barcos naufragó en una tormenta, un cargamento en avión se perdió y jamás apareció... cientos y cientos de pérdidas, demandas que se acumulaban, problemas en las aduanas... estaba en bancarrota.

Levantó la mirada en su asiento de piel, sintiéndose muy pequeño por primera vez en su vida. Noelia le observó con una ceja levantada y una copa de un brandy exquisito en la mano. Patrick había perdido más de sesenta kilos en los últimos cuatro años a causa de los problemas de su empresa, y por eso ella había ido a verle a San Francisco con una carpeta.

Patrick miró la carpeta casi con odio, como si todo por lo que había trabajado muriese con esa empresa. Sin saberlo él, Noelia había ido comprando todas sus acciones y depreciando la empresa, provocando las demandas, los problemas en aduanas y que todos sus clientes acabasen por abandonarle en favor de la empresa de esa mujer española, y lo acababa de descubrir con esa carpeta. Noelia le había llevado una última oferta, que no llegaba ni a la mitad de lo que él había invertido en montar su empresa.

-¿Este era tu plan desde el principio?

-Te dije que me dejases en paz. Los hombres y su manía de pensar que las mujeres somos estúpidas.

-No me extraña que no tengas amigos.

-Ya te lo dije una vez, Patrick, no me interesa ver cómo las personas que me importan se transforman en seres insignificantes.

-Eres malvada.

-¿Yo? Solo te he pagado con la misma moneda que tú, con la diferencia de que, en mi caso, ha funcionado. ¿O creías que nunca iba a averiguar que pagaste a esos hombres para sabotear los motores de mis barcos?

-¿Y por qué no me demandaste?

-Porque no habría tenido sentido. En el momento en que me atacaste, ganarte ya no importaba, solo hacerte daño, y ver cómo todo tu imperio se hundía igual que se hundieron doce de mis barcos... bueno, eso no tenía precio.

Con una rabia que no pudo disimular, Patrick dibujó su firma en el papel. Había estado a punto de perforar las hojas, pero eso no importaba. Acababa de perder todo cuanto tenía por una cantidad que no le alcanzaría ni para cubrir las deudas que se había formulado.

-Y ahora, solo para que veas que no soy tan "malvada" como te has empeñado en creer, voy a ofrecerte una cosa: un contrato.

-¿Sobre qué?

-Bueno, tú conoces mejor que yo el mercado de Estados Unidos, así que esta es mi oferta. Pagaré todas tus deudas, incluido las que te has creado jugando al póker con esos matones de Las Vegas, más doscientos mil al año, por dirigir la división de mi empresa en Estados Unidos.

-¿Cómo te atreves? -espetó con rabia.

-Piénsalo Patrick, que yo sepa la gente no suele tomarse bien que le debas dinero, y menos esos lunáticos con los que jugabas.

Estuvo a punto de rechazarlo, de darle con su oferta en las narices y largarse, pero entonces pensó en su esposa y en su hija de dieciséis años. Ninguna de las dos sabía que estaba metido en semejante lío, ni sobre sus deudas de juego ni que había sacado dinero de su empresa para poder seguir apostando. Tal vez lo que le hiciesen a él no le importaba, pero lo que ocurriese con ellas sí. Eso era algo que Noelia ya sabía, y por eso vio como bajaba la cabeza y se arrugaba como una pasa, igual que un perro que sabía que se había portado mal, y aceptó con un mudo asentimiento.


Gracias a mylamylaaa de tiktok por inspirarme esta historia

lunes, 6 de febrero de 2023

El error que solo puedes cometer una vez

 El fin de semana es una época extraña. La mayor parte de los días suelo jugar al World of Warcraft. Mis padres creen que abuso, yo estoy convencida de que abusar sería meterme en un sótano y no volver a salir jamás, aunque ganas no me faltan. No es que me guste vivir encerrada, pero tampoco tengo ninguna razón para salir.

La mayor parte de la gente disfruta de salir a la calle y verse iluminada por los rayos del sol. Algunos incluso abren los brazos, cierran los ojos y sonríen como niños. Yo lo hacía cuando era pequeña, pero eso solo duraba un par de segundos antes de que mi piel se pusiese roja y empezase a picarme. Resulta que soy alérgica al sol. Por eso yo no tengo ninguna razón real para salir de casa, ¿cómo voy a tenerla? Soy como un vampiro. Los hijos del vecino me llaman "la chica Drácula", pero eso no me molesta.

Hace como dos meses me enteré de ese apodo y, en lugar de cabrearme e ir a la casa del vecino a dejar claras cosas que es mejor que permanezcan a oscuras, compré una capa y un medallón de un sol con un rubí falso, y polvos de talco. La noche en la que lo recibí todo me puse un vestido rojo de mi madre, la capa, dos uñas de plástico a modo de dientes, el colgante y me maquillé de blanco con los polvos de talco y con pintalabios rojo. Mi madre alucinó en cuanto me vio salir así para dar mi paseo nocturno, pero yo simplemente sonreí, fui hasta la casa de mi vecino y me quedé quieta delante de su porche, mientras cenaba con sus hijos y, por lo que parecía, algún otro familiar.

Cuando volví a casa mi madre me miró con una ceja levantada. Estaba al teléfono mientras el vecino le decía que debería encerrarme en un loquero por pararme delante de casa de la gente como si estuviese chalada, yo empecé a reírme y, cuando ella colgó el teléfono, le expliqué por qué me había disfrazado. Te juro que jamás he visto a mi madre reír tanto, creí que se ahogaría.

Así que, a pesar de que no salgo de casa porque no puedo, tengo una vida muy divertida. Me gusta mucho el cine, pero sobre todo hago cualquier cosa por ayudar a mi madre, como ese día por la mañana en el que mi madre se fue a comprar.

-Alice -me dijo al despertar-, pon el lavavajillas.

Me levanté de la cama, me apliqué un protector solar que debo llevar cada día y fui a la cocina. Las ventanas de mi casa tienen filtros de protección UV y una pantalla tintada, y aun así no puedo permanecer demasiado tiempo cerca de la ventana. Suelo darme bastante prisa cuando tengo que hacer algo cerca de una ventana, así que fui al armario de limpieza, debajo del fregadero, a buscar el jabón para lavavajillas, y me quedé flipando. No había. Para asegurarme busqué en todos los armarios que encontré, pero las pastillas que mi madre compra no aparecían por ninguna parte.

Tenía que pensar rápido, no podía ir a comprar porque sabía que me pondría roja como una gamba y luego tendría que ducharme en agua helada, lo cual no es muy agradable. Recorrí la cocina con mis ojos y, sobre el fregadero, vi el bote de jabón verde que usa mi madre cuando tiene poco que fregar. Eché un poco en el cajetín del lavavajillas, cerré la puerta y apreté el botón.

Pensé que todo iba bien, pero a la media hora, cuando fui a buscar galletas para desayunar, me encontré con una fiesta de espuma saliendo del lavavajillas. Me quedé mirando esa blanca densidad durante un rato, sin saber qué clase de monstruo podría haber provocado semejante desastre, y entonces miré directamente al jabón verde. El programa de lavado ni había terminado y había tal cantidad de espuma que casi parecía que iba a llenar la cocina.

En ese preciso momento las llaves de casa sonaron en la puerta, y a juzgar por el cascabel, esa era mi madre. ¿Cómo iba a explicarle semejante desastre? Sin poder evitarlo, como si fuese un choque de trenes, mi madre entró por la puerta y se quedó mirando la cocina, con la mano todavía en las llaves y la entrada abierta, igual que su boca.

-Alice... ¿qué demonios?

-Me has dicho que ponga en lavavajillas y como no había jabón, use ese -señaló el bote de jabón verde.

-Ya... lo siento cielo, me acordé en el supermercado. Iba a llamarte pero en esa zona no había cobertura.

Y entonces se echó a reír, y yo no pude evitar hacer lo mismo. Tardamos horas en sacar toda la espuma, el suelo, que ya está seco, todavía resbala por culpa del jabón. Tuvimos que vaciar el lavavajillas dos veces, y nos reímos muchísimo. Cuando se lo contamos a mi padre esa noche, estuvo a punto de atragantarse con la cerveza. 

-Por lo visto habéis tenido un día divertido. Por cierto Alice -dijo mirándome-, el vecino me ha llamado a la hora de comer.

-Pero si no he vuelto a salir disfrazada de vampiro.

-Ya, pero sus hijos te han puesto otro apodo, ahora te llaman reina de las nieves.

-Imagino que por paliducha -sonreí-. Mamá, voy a necesitar un vestido blanco y pintalabios azul.

La primera vez que me pusieron un apodo, imagino que fue por ser rara, pero ahora creo que es más diversión que otra cosa. Después de que me llamasen "chica Drácula" y disfrazarme por ello, creo que se lo han tomado como un juego. Bueno, tal vez solo pueda salir a caminar de noche, pero eso no significa que no pueda divertirme.

viernes, 3 de febrero de 2023

El portal oscuro

 James era el tipo de persona que todos queremos como amigo. Siempre estaba dispuesto a ayudar en lo que fuese, nunca te dejaba solo si tenías algún problema y, aunque no le gustaba ir de fiesta, siempre encontraba tiempo para compartirlo con sus amigos. Era amable, dulce, cariñoso y servicial, el tipo de persona que encuentra amigos hasta en los rincones más inhóspitos de la tierra. También era una persona curiosa, obsesionada con el ocultismo y los misterios, el tipo de persona que podría leerse cualquier libro de H.P. Lovecraft en una tarde y dormir como un tronco.

James y yo estudiábamos juntos en la universidad, yo había querido ser abogada desde pequeña, jugaba a serlo cuando tenía cuatro años, y él... bueno, digamos que su padre le eligió el futuro entero, sin posibilidad de discusión. James solía ir todos los días a la biblioteca, pero no porque necesitase o quisiese estudiar la carrera de empresariales que su padre había elegido, sino porque siempre encontraba libros raros y misteriosos. Todavía recuerdo el último que se llevó. No estaba registrado en la biblioteca, pese a que mantenían su base de datos siempre actualizada, era un libro muy viejo, de tapas de piel marrón y sin título, y las páginas tenían cosas muy extrañas dibujadas.

-¿Qué demonios es esto? -pregunté con curiosidad-. Ya estás buscando cosas raras otra vez.

-Esa es la mejor parte -respondió con franqueza-. No sé qué es, pero aparece algo raro, dice que se puede abrir un portal a otra dimensión.

-¿Y tú te lo crees?

-No lo sé, averigüémoslo. 

Tenía que ser una broma. James estaba pensando realmente en abrir el supuesto portal. Bueno, no tenía demasiado que perder. En el mejor de los casos nos divertiríamos, y en el peor, habríamos perdido toda una tarde y James estaría mosqueado una semana. Qué idiota fui al pensar eso. Si solo hubiésemos sabido lo que pasaría entonces, si me hubiese imaginado que esto ocurriría, jamás le habría dicho que sí.

Esa misma tarde James agarró sal, filipéndula, ciruelillo y un montón de hierbas y elementos que no supe identificar, los esparció imitando el dibujo de un rombo que describía el libro, y se alejó para pronunciar las palabras:

-Bebo Tabo en Tabe Gesa Baba loen.

Eso lo había oído antes, adoraba la serie Sobrenatural y estaba completamente segura de que eso había salido en un capítulo. No podía ser que algo tan simple funcionase, era imposible... pero lo hizo. En mitad del salón de la casa de James apareció un portal de color violeta que giraba sobre sí mismo a una velocidad de vértigo... pero que no expulsaba ni una sola brisa, solamente un olor extraño, como a azufre...

-James... esto no me gusta. Ciérralo.

-Vamos, no me digas que tienes miedo -y lo tenía, estaba aterrorizada-, está bien, exploraré yo solo.

Y antes siquiera de que pudiese decir una sola palabra, James se adentró en el portal. Me quedé mirando la espiral unos eternos segundos, pensando en una sola cosa: si James desaparecía y yo me quedaba atrás, si no volvía... puede que pudiese volver si le acompañaba. 

Reuní el poco valor que tenía y atravesé el portal. James estaba a unos metros de la espiral, con la boca abierta y mirando a aquel lugar. Estábamos en una especie de desierto, pero no uno de arena o hielo, sino lleno de vegetación muerta, con árboles secos que apenas sí se mantenían en pie, ni una sola casa en ninguna parte, y un cielo azul plomizo que se encontraba tan solo a un tono del gris más profundo. No había nubes, pero tampoco estrellas, sol o luna... y sin embargo se sentía como si estuviese a punto de ponerse a llover, con ese olor a polvo que flota en el aire justo antes de caer una tormenta.

-¿Dónde estamos?

-Yo iba a preguntarte lo mismo -respondí-. Oye, vámonos, este sitio... se supone que esto no debería existir.

Y, por primera vez en su vida, James aceptó escucharme y abandonamos aquel mundo. Que idiota fui al pensar que lo había convencido. No nos fuimos porque renunciase a aquel misterio, sino porque vio que estaba asustada.

Cuando volví a casa me fui a dormir con una sensación muy rara flotando en el aire, como si estuviese a punto de caer una tormenta, pese a que era verano y no se anunciaba ni una sola nube para las próximas dos semanas.

A la mañana siguiente bajé a desayunar y, como siempre, mis padres estaban viendo las noticias locales. Me esperaba lo típico... pero lo que la mujer pelirroja describió no se parecía a nada que hubiese visto. Por lo que relató, cinco personas aparentemente tranquilas, con vidas normales y sin antecedentes, mataron a sus familias y después se suicidaron. ¿Qué demonios estaba pasando? Esa respuesta no tardó en llegar, aunque hubiese preferido no saber nada. Mientras observaba las noticias, atónita, me llegó un mensaje de James.

"Tenemos un problema, creo que hemos dejado salir algo de ese mundo."

Estuve a punto de atragantarme con el zumo de naranja, pero mis padres lo achacaron a la extraña noticia que estaban viendo. Mis ojos bajaron hasta la pantalla de mi móvil, abrí la app de mensajería y respondí.

"¿Por qué lo dices?"

"He seguido leyendo el libro. Describe un tipo de monstruo que se cuela en la mente de la gente y anula su voluntad"

Tenía todo el maldito sentido del mundo. Esas personas que habían matado a sus familias eran gente normal, sin problemas graves, sin maldad real, y de la noche a la mañana, zas, veintidós personas muertas.

"Tiene sentido, ¿qué hacemos?"

No debí preguntar, porque lo que dijo sigue siendo un peso en mi conciencia después de más de diez años.

"Volver"

No iba a dejarle ir solo, así que fui a su casa, y descubrí que el portal seguía abierto. Pensé que lo había cerrado, ¿por qué estaba abierto si, técnicamente, solo tenía filipéndula para una oportunidad?

-¿Has comprado más hierbas?

-No, intenté cerrarlo anoche... pero no he sido capaz. ¿Vamos?

Volvimos a aquel mundo desértico, dispuestos a averiguar qué había ocurrido y cómo detenerlo, pero lo que nos encontramos... bueno, eso fue raro. Era un niño, no tendría ni cuatro años, con el cabello rubio y los ojos de un verde exageradamente claro, con un traje de marinero de color azul marino, pero sin zapatos. Observamos al niño durante unos segundos eternos, y él nos devolvió una mirada sin parpadear, sin mover ni un solo músculo. 

-Sois vosotros -dijo sin mover la boca y con un tono de voz metálico-. Vosotros habéis entrado aquí y habéis dejado escapar al destructor de mentes.

-¿Qué es el destructor de mentes? -pregunté.

-Es uno de mis hijos, uno de mis esbirros. Supongo que habéis venido para que lo traiga de vuelta y cierre el portal.

-¿Puedes hacerlo? -intervino James.

-Sí, pero tiene un precio. Uno de vosotros debe quedarse, elegid quién se queda.

El portal apareció ante nosotros, y lo observé con algo de duda, y después miré a James. Él me dedicó una sonrisa cálida como el sol, y entonces supe lo que iba a hacer. Intenté impedirlo, pero ese friki de los misterios era más fuerte de lo que yo pensaba, y me empujó fuera del portal. Lo último que vi antes de que se cerrase fue al niño sacándole el corazón a mi amigo y a él transformándose en un ser de humo negro.

...

-¿Y pretendes que me crea eso?

Miré a la señora con la bata blanca y el cabello recogido por un lápiz. Esa estúpida no tiene ni de lo que está hablando.

-Rose, estás aquí por intento de suicidio, delirios paranoides y esquizofrenia, eso no fue real.

-Se equivoca, mi mejor amigo se quedó en aquel mundo para salvarnos a todos, para salvarme.

-James Averich desapareció, pero no se fue a otro universo.

-Váyase al infierno. Si lograse recordar lo que utilizó para abrir el portal o dónde está el puñetero libro, habría ido a buscarlo.

-Suficiente por hoy, Rose.

Uno de los celadores me acompaña a mi habitación. Llevo cerca de seis años en este maldito psiquiátrico, he intentado hacerme pasar por "cuerda", decirles lo que querían oír, escaparme... pero no me dejan salir, o me descubren o me atrapan. Si sigo aquí dentro me volveré loca. Tengo que encontrarle, tengo que encontrar a James y reparar el error que cometí hace diez años, quedarme en su lugar u obligar al niño a que me transforme, tengo que decirle lo mucho que le quería.

jueves, 2 de febrero de 2023

Bruja

 Las luces de color amarillo iluminaban la estructura de acero, el aire era cálido y agradable y la luna llena se alzaba en el cielo sobre su cabeza. Siempre le había gustado pasear por Minato cuando toda la ciudad se iluminaba, le parecía un espectáculo muy hermoso. Se había trasladado a Tokyo a los ocho años desde Francia, ya ni siquiera podía recordar Niza. En una ocasión sus padres habían estado a punto de volver a su tierra natal, pero se había opuesto con tal firmeza que, finalmente, logró permanecer en la ciudad que tanto le gustaba.

Sin embargo, pese a que esa noche era tranquila y la luna llena la acompañaba como un faro, no se sentía bien. Había algo que no encajaba, era como si tuviese un presentimiento extraño. Respiró profundamente, intentando calmar las aceleradas pulsaciones de su corazón, y entonces sintió algo que revolvió todo su mundo: sentía un profundo malestar en el estómago, como si tuviese una bola de plomo dentro. En el momento en que percibió ese pesar dentro de su cuerpo, alguien la agarró por los hombros y levantó la cabeza.

Era una chica pelirroja de unos veinte años, con el cabello cortado por el cuello, ojos rasgados de color negro y una nariz pequeña, con un vestido negro del que colgaban cientos de lazos y unas botas exageradamente grandes. No la conocía de nada, al menos no recordaba que la conociese, y aunque se equivocase, no le gustaba el contacto físico. ¿Quién era esa chica?

-Suéltame.

-Tranquila, puedo ayudarte.

No sabía a qué se refería y algo le decía que no hiciese preguntas. La chica pelirroja puso su mano en el estómago de Lorraine y el peso que sentía dentro se aligeró hasta desaparecer. De pronto su respiración se volvió más ligera, dejó de sentirse mareada y ese malestar que la había hecho casi desmayarse, se extinguió.

-¿Quién eres tú?

-Me llamo Mika, somos vecinas.

-Claro, la chica gótica de la puerta de la izquierda -ella asintió-. Gracias, ¿qué me has hecho?

-Solo te he vaciado -Lorraine levantó una ceja con evidente confusión-. Si quieres saber más, ven a verme cualquier día a cualquier hora.

-¿Es que no trabajas?

-Claro que sí, pero no es un trabajo como el tuyo.

Lorraine subió a su apartamento, sin poder evitar preguntarse a qué se refería esa mujer. Que ella supiese, solo había unos pocos trabajos que una mujer en Tokyo podía realizar sin salir de casa. Por lo que ella sabía Mika no estaba casada ni pensaba hacerlo en algún momento, así que no lograba comprender cómo subsistía en una ciudad tan grande como esa.

Después de una horrible noche de sueño, llamó a su jefe por la mañana, con la voz pastosa y los ojos hinchados. Tras explicarle que no se encontraba bien y que necesitaba dos días libres por asuntos femeninos, colgó el teléfono. No le gustaba mentir a su jefe y menos con algo tan embarazoso, pero no tenía elección. Sentía como si todo su cuerpo estuviese muy pesado. Se tumbó en la cama con los ojos cerrados, tratando de relajarse, y de nuevo volvió a sentir esa bola de plomo en el estómago.

-Mika...

Se levantó como pudo, se vistió con lo primero que encontró en su armario y llamó a su puerta. Los vecinos solían evitar a esa mujer, les parecía demasiado extraña, nunca parpadeaba ni tampoco se molestaba en ocultar que la gente no le importaba. Todo el mundo creía que pasaba algo muy raro con ella, y en cuanto su extraña vecina abrió la puerta, su boca se abrió también.

Dentro de su casa estaba todo totalmente a oscuras, no se sabía si era de día o de noche, había velas encendidas sobre una mesa que tenía un tapete violeta con letras doradas, un atrapasueños en la entrada, cientos de botellas de colores y un fuerte olor a incienso o a canela, no estaba segura. Mika cerró la puerta en cuanto ella hubo entrado.

-A ver si adivino, ha vuelto.

-¿Qué demonios está pasando?

-¿Quieres la explicación larga o la corta? -pero a Lorraine le daba igual perder tiempo-. Muy bien, eres una bruja.

-¿Que soy qué?

-Una bruja, como yo. Te he estado investigando, y todos nosotros, todas las personas que sienten como si tuviesen plomo en el estómago, todas tienen raíces en el mismo lugar del mundo: Nueva Orleans. Es el epicentro de la magia, todas las brujas del mundo tienen alguna relación con esa ciudad, y tu bisabuela era...

-Australiana -cortó Lorraine.

-Sí, lo sé, pero también era descendiente de una bruja celta que emigró a Nueva Orleans.

-¿Esperas que me crea eso?

-Bien, entonces dime, ¿nunca has pensado en algo hasta no poder sacártelo de la cabeza y que, sin ninguna explicación, terminase por suceder?

Estuvo a punto de darle una mala respuesta, pero ella había acertado. Le ocurría constantemente, con cosas como buscar papeles o elegir comida, con números... era como si toda esa información ocupase su cabeza desesperadamente. 

-¿Soy Harry Potter?

-Más o menos, pero tú no vas a volar en escoba ni tendrás una varita, y tampoco tienes que enfrentarte a Voldemort, pero lo de los conjuros y las pociones es verdad, y también puedes comunicarte con los muertos, predecir el futuro, alterarlo, maldecir gente o romper maldiciones.

-Ya...

-Anoche, cuando te encontré, sentías lo mismo que yo hace doce años. Cuanto más poder tiene una bruja más se acumula y más molesto se vuelve. Una bruja normal y corriente puede pasarse toda su vida sin sospecharlo siquiera, pero las brujas poderosas... bueno, es como si te hubieses tragado una bola de bolos.

-Entonces mi madre no tenía dispepsia -comprendió de golpe-. Vale, supongamos que te creo, ¿qué hago?

-Dejar tu trabajo, o podrías volverte peligrosa para todo el mundo. Tú eres un poco más poderosa que yo, y la última vez que intenté tener una vida normal, antes de aceptar quien era, pasó algo atroz. Era junio del 95, yo tenía doce años, y mi madre estaba de viaje de negocios en Sampoong, fui a comprar algo a unos grandes almacenes. Mi madre solía vaciarme por aquel entonces, pero como estaba ocupada no se lo recordé y mis poderes salieron de golpe después de acumularse durante tres días, y el edificio entero se derrumbó.

-Pero ese edificio estaba mal construido, tenía un montón de grietas y mucha gente aceptó sobornos para ahorrar costes. Todo el mundo lo sabe.

-Si tiras una canica a un vaso lleno de agua, el vaso se desborda. Puede que te parezca poco, pero yo tengo en mi conciencia la muerte de quinientas personas.

No sabía qué pensar. Podía optar por creerla, por asumir que, si no lograba controlar quién era, seguramente acabase matando a alguien, pero ¿una bruja? Eso era muy difícil de creer. Sin embargo no tenía mucho más que perder, tan solo tiempo.

-¿Y después?

-Yo te adiestraré tal y como lo hizo mi abuela conmigo, te enseñaré todo lo que debes saber, aprenderás todas las artes de la magia... pero solo si cumples con lo que yo te diga, lo que implica no rodearte de desconocidos hasta que te autorice a hacerlo.

Lorraine tragó saliva. Ella trabajaba como publicista en una empresa que le daba unas condiciones inmejorables, adoraba su trabajo y volvía a casa sonriendo... ¿y tenía que dejarlo?

...

Sopló la vela con un rictus armónico, pero su maestra le miró con el ceño fruncido. No comprendía qué había hecho mal.

-Jamás se sopla el fuego, es un insulto al elemento.

Jackson miró a Lorraine, estaba deseando irse pero no tenía elección. No sabía demasiado de esa mujer, solamente que había vivido durante años en Tokyo, hasta que su maestra la autorizó a irse y ella voló directamente a Nueva Orleans. Nunca había vuelto a ver a esa mujer, pero tampoco parecía ser importante para ella.

-Lo siento.

-Repítelo.

Con un pesado suspiro puso las manos entorno a la vela, cerró los ojos, y la mecha se encendió sola. Empezaba a odiar la magia.