Mis libros

Libros disponibles

 Como autora también tengo libros publicados. Me gustaría presentaros los que tengo disponibles. Los gastos de envio son responsabilidad del...

martes, 31 de enero de 2023

Un espejo a Valaris

 Jack había crecido en Spiegelau, un pequeño pueblo alemán que lindaba con el frondoso bosque de Baviera. Le encantaba jugar entre los árboles, pese a que su madre solía regañarle cada vez que se acercaba demasiado al bosque por miedo a que los osos, linces o lobos le hiciesen daño. A Jack nada de eso le importaba, siempre había sido curioso y soñador, solía dejar escapar su imaginación hacia mundos fantásticos y a menudo se veía a sí mismo viviendo aventuras épocas en lugares mágicos e inalcanzables. 

Una mañana de julio decidió escaparse de la estricta vigilancia de su madre, atravesó un pequeño riachuelo que llevaba hacia el Schwarzach para poder explorar el bosque a sus anchas. A su madre jamás se le ocurriría buscarle tan lejos de casa. Pasado el mediodía encontró una cueva, y eso era extraño porque, hasta donde él sabía, no había ni una sola cueva tan cerca de su casa, así que, o se había adentrado más de lo que creía o esa cueva había aparecido de la noche a la mañana. Jack jamás había sido cobarde, y entró en la cueva sin dudarlo, pese a que sabía que podía ser una cueva de osos. Pero no era así, en el fondo de la cueva solo había un viejo espejo cubierto de polvo y telarañas. Sorprendentemente, Jack pudo ver su propio reflejo claramente.

Fue entonces cuando todo empezó a cambiar. De repente, el reflejo de Jack comenzó tembló, parecía como si el espejo fuese líquido y alguien hubiese arrojado un guijarro en su pulida superficie. Algo dentro de él le incitaba a tocarlo, acercó la mano con algo de duda y, antes de que pudiera darse cuenta, caía a través de un túnel oscuro que parecía no tener fin. Cerró los ojos, sintiendo su cabeza volverse espesa, y cuando volvió a abrirlos ya no estaba en la cueva, sino tumbado cerca de un lago y, si la vista no le fallaba, había un pez enorme. Se acercó a la orilla, pero la criatura del lago no se parecía demasiado a un pez. Sí, tenía una cola larga y brillante llena de escamas plateadas, pero también tenía el cabello rubio y piel pálida. Estaba realmente asombrado, al borde de una risa de felicidad muy difícil de controlar pues, o se había dado un golpe en la cabeza, o aquella criatura era una sirena.

Un grupo de hadas le salió al paso mientras caminaba por el bosque mágico, explorando la belleza del lugar y la danza de colores que se extendía ante él. Las hadas lo miraron con algo de duda, pero no tardaron en parecer ¿aliviadas? Sí, parecía que el hecho de que Jack estuviese ahí, las tranquilizaba de un modo que él no podía comprender. Las hadas decidieron llevarle hasta un castillo que parecía hecho de plata y cristal, con centauros de piel marrón guardando sus puertas. La reina mágica, Miraella, tenía el cabello del rojo más intenso y brillante que Jack hubiese visto jamás, un vestido azul con detalles de pedrería y unas enormes alas blancas en su espalda. 

-¿Eres un ángel?

-No sé qué es un ángel. No tengo mucho tiempo, así que iré directa al grano: te necesitamos. Este reino que tú ves tan hermoso, que parece gustarte tanto, está envuelto en una guerra contra Hellgard el Nigromante. Cada día hemos de entregarle a uno de nosotros. Yo me he quedado sin familia, las hadas están mermando y la sirena es la última de su especie. Por eso envié varios espejos a tu mundo. Está escrito que, cuando el reino de Valaris esté al borde de la desaparicón, aparecerá un héroe de otro mundo, y creemos que ese eres tú.

Acababa de comprender por qué las hadas parecían tan aliviadas, de hecho lo estaban. Que él hubiese llegado significaba el fin de Hellgard el Nigromante, pero solo había un problema.

-¿Y cómo se supone que voy a hacerlo?

-Con el dragón. Si encuentras al dragón, te guiará en tu batalla. Buena suerte, héroe de dos mundos.

Parecía imposible hacerla cambiar de parecer, así que dio media vuelta y emprendió camino por aquel mágico mundo, pero por primera vez, estaba deseando volver a casa junto a su madre. Estuvo caminando varias semanas, esquivando a seres encapuchados sin rostro que servían a Hellgard el Nigromante, y finalmente llegó a una cueva llena de oro.

-¿Quién osa interrumpir mi descanso?

-Soy Jack -respondió con voz temblorosa-, me envía la reina Miraella. 

-Ahg -parecía hastiado de oír su nombre-. ¿Qué quiere esta vez?

-Dice que tú puedes ayudarme a vencer al Nigromante.

El dragón estiró sus alas negras y observó al chico. Era tan pequeño que, si se lo comía, seguramente se quedaría con hambre. Una columna de humo le salió por la nariz y, con un suspiro, Jack se vio rodeado por un fuego que no quemaba y que le estaba dando algo nuevo, algo que no poseía hasta ese momento.

-Mi magia te ayudará hasta que salgas de este mundo. Ten cuidado, héroe de dos mundos.

Era la segunda vez que le llamaban así y empezaba a molestarle. Agradeció su regalo al dragón, pero él no parecía dispuesto a dejarle marchar. Lo agarró por la cintura y lo subió a su espalda, y como pudo se acomodó justo entre las alas.

-Agárrate fuerte, chico, no querrás que el Nigromante te vea llegar. Será más difícil que te encuentre si voy contigo.

Nunca había volado en avión, pero supuso que no sería ni la mitad de emocionante que disfrutar del aire recorriendo su piel a lomos de un dragón. Acababa de romper todas sus expectativas, era el primer chico de la historia de su mundo que volaba sobre una criatura que muchos solo podían soñar.

No obstante no pudo disfrutar demasiado del viaje. El dragón lo soltó en una torre y se alejó como si tal cosa. Lo había dejado allí a propósito, y eso significaba que había llegado. Se armó con todo el valor que tenía y empezó a descender los escalones que llevaban al interior del torreón.

Cuanto más descendía, más tétrico se volvía todo. Las cortinas estaban desgarradas, el aire parecía pesado y había estatuas decapitadas por todas partes. Cuando todo se volvió caos y destrozo, encontró, en medio de aquel desastre, a un viejo con los dientes negros, un ojo más grande que otro y joroba.

-¿Tú quién eres?

-Me llamo Jack y he venido a derrotarte -el anciano lo olisqueó cual perro.

-¿Válinor te ha dado su magia? Has debido impresionarle. Mis poderes no sirven de nada contra ti así que jugaremos a un juego -dijo entre risas-. Si eres capaz de resolverlo, me iré de este mundo y no volveré, pero si pierdes, te quedarás a mi servicio y seguirás mis órdenes.

-¿Y si me niego?

-Chico, no seas tonto. Si puedo irme a otro mundo, ¿qué te hace pensar que dejaría a tu familia en paz si te atreves a desobedecerme?

Eso significaba que no podía perder. Aceptó el juego del Nigromante y, para su sorpresa, se encontró con algo extraño, un juego al que jamás había jugado. El Nigromante le enseñó una imagen, y tenía que averiguar qué faltaba, pero había un pequeño problema: parecía demasiado fácil. Había una niña leyendo sin zapatos, una mujer cocinando sin cuchillo... Jack no comprendía a los demás, no sabía qué era lo que faltaba en esa imagen, y el Nigromante parecía complacido por ello.

-¿Cuánto tiempo tengo?

-Todo el que quieras.

Jack solía jugar con su tío a juegos de lógica, y él se sentaba con las piernas cruzadas mientras intentaba resolver las pistas que su tío le dejaba. Observó la imagen con el ceño fruncido. Todo el mundo parecía estar haciendo algo, faltándole cosas esenciales para ello, pero si uno se quedaba mirando de cerca, si uno pensaba detenidamente... la mujer no estaba utilizando cuchillo porque estaba haciendo sopa, la niña estaba sentada en un sillón y sus pies no llegaban al suelo, así que no necesitaba zapatos, el padre que leía el periódico sin gafas, tal vez ni siquiera las necesitase... pero había una cosa que necesitaban los tres y, se mirase por donde se mirase, no aparecía.

-El fuego en la chimenea.

-¿Perdona?

-Se ve nieve desde la ventana, así que es invierno y hace frío, pero si no encienden el fuego, ¿por qué la niña lleva un vestido de manga corta y el padre no lleva jersey? La madre puede tener calor por la cocina, pero ellos dos ni siquiera están cerca.

El Nigromante frunció el ceño, pero no estaba dispuesto a marchar tan fácilmente. Por un momento Jack estuvo a punto de protestar, pero no se lo pondría tan fácil. Sonrió al ver su expresión malhumorada, y lanzó la magia de Válinor contra el Nigromante, que la esquivó sin problemas. Por desgracia para Herrgard, Jack lo había previsto, pues si algo había aprendido leyendo, era que la magia no funcionaba en mundos sin magia y, si en su mundo no existía, era por una razón. 

Empujó al Nigromante dentro del espejo, que cayó a través del túnel, y Jack agarró una vara que había entre el desorden y rompió el espejo. Cuando el Nigromante se fue, buscó la salida y regresó al palacio de la reina Miraella, quien lo recompensó con un regalo mágico, un poderoso hechizo que lo protegería en su viaje de regreso a su propio mundo.

Estaba deseando volver a casa, con su madre, y, cuando atravesó el espejo y este desapareció tras de sí, una linterna le dio de lleno en los ojos y, a través de la intensa luz, vio la sombra de un hombre con gorra.

-Le hemos encontrado, señora.

Cuando finalmente apartaron la linterna, sonrió de oreja a oreja y se echó en brazos de su madre. Lo que a él le habían parecido semanas, tan solo había ocurrido en unas pocas horas, y siempre recordaría a las hadas, a la sirena, a Miraella y a Válinor. No sabía si volvería a verles, pero seguía sintiendo dentro de él ese calor que había descubierto en Valaris.

lunes, 30 de enero de 2023

El relojero

 Terminó de ajustar el tornillo, agarró el engranaje dorado con las pinzas y lo colocó con cuidado. Llevaba años fabricando y arreglando relojes en un pequeño taller en Dubrovnik, desde el que se podía escuchar el oleaje del mar rompiendo contra el puerto y se veían los barcos desde la ventana. Le gustaba, sobre todo, el olor. Siempre olía a mar, a sal y a eternidad. Podría pasarse meses contemplando el mar desde la ventana y no se aburriría nunca. 

La campana de la puerta lo sacó de sus pensamientos, levantó los ojos azul apagado por encima de las gafas para observar al visitante. Era una mujer con un vestido rojo, rubia y de cabello rizado. No le gustaban las personas, solo los relojes, tener que lidiar con el resto de la humanidad era algo inevitable.

-Buenos días señora Turina, ¿viene a recoger su reloj?

-Sí, mi marido está deseando tenerlo.

Se levantó de la silla, fue hasta el mostrador y buscó en un cajón enorme el reloj plateado con esfera azul del marido de Bierska Turina. Se levantó con esfuerzo y sus rodillas crujieron de tal modo que Bierska se puso pálida como un muerto. Sabía que ese hombre era viejo, ya lo era cuando ella tenía ocho años, y cada día que pasaba tenía más y más achaques.

-Aquí lo tiene. He tenido que cambiar un engranaje, se le había roto un diente.

-Ya veo... gracias señor Depolo.

Le entregó la factura y Bierska le pagó el monto que él había considerado oportuno, guardó el reloj en un enorme bolso marrón y salió de la tienda tras una despedida. Entonces el relojero murmuró una protesta y volvió a la mesa de reparaciones.

No estaba en Dubrovnik por elección, no había tenido otro remedio. Sin embargo, si lograba reparar ese aparato, podría volver a casa. Por ello siguió inspeccionándolo durante un buen rato, hasta que, al pulsar el botón, el cacharro emitió un pitido y él sonrió por primera vez en más de cincuenta años.

...

Instalar el conversor de energía fue mucho más complicado de lo que había pensado en un principio, pero ni la mitad que repararlo. Cuando finalmente estuvo anclado en su lugar, pulsó un botón y el motor arrancó sin emitir un solo sonido.

Había añorado sinceramente el frío y la soledad del espacio, era algo muy valioso en ese momento pese a que, cuando había emprendido el viaje de ida, había aborrecido con saña estar en ese frío e inhóspito lugar.

Estuvo recorriendo la soledad de la inmensidad durante varias semanas, o lo que habrían sido semanas de haber estado en el planeta de aquellos borregos. Finalmente aterrizó en su casa y, al salir de la nave, su piel de color cobalto agradeció la luz de su enana blanca. Había podido desprenderse de aquel aspecto desaliñado, con gafas y medio ciego, pero veía mucho más que esos seres no evolucionados.

-Majestad, hacía mucho que no nos veíamos.

-Quiero hablar con el inventor, ahora mismo.

Nadie cuestionó por qué el príncipe Nik TalDar de Nur-Galeh se había ausentado durante lo que para ellos habían sido quince años. Buscaron al inventor y lo llevaron a su presencia y, para sorpresa de todo el consejo Galehano, Nik le pegó una sonora bofetada. Ese gesto era lo más raro que habían visto jamás en Nur-Galeh, pero tampoco lo cuestionaron porque él parecía enfadado.

-Debes corregir los problemas de estabilidad del conversor de energía, me he estrellado en un planeta de seres incivilizados.

-No comprendo, se suponía que debía funcionar sin problemas.

-Procura arreglarlo, de inmediato, o te mandaré a ti en el próximo viaje.

El inventor asintió, dio media vuelta y se fue del palacio. Los galehanos no eran violentos, jamás, así que no podía imaginarse qué había hecho que el príncipe desatase su rabia de tal modo. Todo el mundo sabía lo que pasaba con la rabia y la ambición, lo peligrosas que eran y las guerras que desencadenaban. No fue hasta la llegada de los TalDar al poder que pudieron terminar con los conflictos armados, y para entonces la población de Nur-Galeh era tan escasa que hubieron de pasar ocho generaciones hasta que, finalmente, pudieron empezar a crecer como planeta, como unidad. Si el príncipe Nik se había envenenado de rabia, eso era una cuestión que no iba a resolver pronto. 

...

Nadie más volvió a abrir jamás la tienda, mucha gente hubo de protestar al ayuntamiento para que abriesen las puertas y recuperar sus pertenencias porque el relojero había desaparecido sin dejar ni rastro. Lo buscaron durante casi dos años, hasta que finalmente dieron por inútiles sus esfuerzos. El señor Depolo se había ido, probablemente para siempre.

viernes, 27 de enero de 2023

La criatura

 Llevaba varios días viendo a la misma paciente, una mujer de cuarenta años con ojeras muy marcadas, de piel pálida y mirada de aterrorizados ojos azules. Ella creía tener alguna enfermedad mental, como esquizofrenia o algo similar, así que acudió al psiquiátrico a hacerse unos estudios y, seguramente, encerrarse ahí dentro.

Jackson no creía que eso fuese necesario, respondía con normalidad a todas sus preguntas, no le temblaba la voz, no miraba a todas partes como si alguien le estuviese hablando y sus síntomas no se correspondían con el cuadro normal que ella creía tener, ni uno solo de ellos, ni siquiera el que más le preocupaba a Andrea.

Jackson dio media vuelta, pensando en cómo iba a decirle lo que estaba ocurriendo, no podía hablar en voz alta, la criatura tenía unas orejas enormes y deformes y, a juzgar por los movimientos de su cabeza, lo seguía por el sonido. Esa cosa de piernas larguísimas, dedos deformes y sin un solo rastro de piel, esa cosa sin ojos y con dientes enormes... esa cosa aterrorizaba a Andrea, que lo veía por todas partes, persiguiéndola, pegándose a ella, observándola. No le sorprendía que tuviese problemas para dormir, nadie en su sano juicio podría dormir con esa cosa cerca.

-Lo bueno es, señorita Hill, que no está usted enferma. No obstante, para tratar sus problemas de sueño, voy a recomendarle un somnífero suave, estoy seguro de que dormirá mucho mejor.

Andrea suspiró pesadamente. Si ese monstruo no era una alucinación, ¿por qué nadie más parecía verlo? La seguía a todas partes, la observaba, estaba siempre con ella, incluso sentía su presencia mientras estaba sentada en la camilla, sin perder detalle de su presencia. Cuando escuchó al doctor soltando el bolígrafo y le entregó la nota, lo comprendió todo.

"No te asustes, no reacciones, yo también lo veo"

Dobló el papel y, en ese momento, sintió el aire pútrido de su aliento en su cuello. Si esa cosa era real, si no era una alucinación... significaba que quería matarla y que, seguramente, ese médico fuese el siguiente. Saltó de la camilla con una calma antinatural, intentando controlar cada segundo, cada movimiento de su cuerpo, y el ser se levantó tras ella. Medía casi dos metros y no parecía querer abandonarla.

Jackson se llevó la mano al bolsillo, la criatura giró su enorme cabeza hacia él, y entonces, como si fuese un sueño, el doctor saltó de la camilla y le clavó una jeringa entera de morfina en el cuello. Hubo un gañido, el pobre doctor estaba herido mortalmente, pero la criatura estaba dormida.

-Corre.

-¿Y tú?

-¡Corre!

Andrea nunca volvió a ver al monstruo y poco a poco su vida retornó a la normalidad. Los primeros días dormía de 12 a 14 horas, pero, cuando todo el sueño acumulado se disolvió, finalmente pudo volver a salir a correr, comer sin preocuparse e incluso buscarse un trabajo. Lo único que empañaba su felicidad era un artículo colgado en el comedor, donde decía que un psiquiatra se había suicidado con un escalpelo. 

martes, 24 de enero de 2023

El cuadro

 Lord François Sagan era el niño mimado del conde de Auvernia, pero no en el sentido de hacer lo que quisiese cuando lo desease. El lord del hermoso condado había procurado para su hijo una muy esmerada educación, buscando para él profesores de italiano, inglés, latín y alemán, grandes filósofos para enseñarle a pensar, y el gran René-Antoine Houasse, cuyo hijo trabajaba para el mismísimo Felipe V del Imperio Español, que empezaba a escapársele entre los dedos.

Si algo se le daba bien al joven François eso era la pintura. Le pedía a su padre pinturas de Egipto, China e Italia, hacía sus propias mezclas únicas, dejando sin palabras a su maestro al sorprenderle con tonos de azul tan puros como el mar o con un amarillo que dejaría al sol en evidencia.

Lord Sagan no tardó en hacerse famoso, no solo por su talento para crear colores únicos, sino por su arte con el pincel. Mayormente dibujaba paisajes salidos de sus sueños, cisnes con plumas tan vívidas que parecían reales, flores de brillantes colores que incluso reflejaban la luz del sol. Extrañamente eso no satisfacía a su padre, pero eso a François le daba igual.

-Píntame...

Su hermana Josephine le había pedido eso cientos de veces, pero él siempre se negaba, no porque no quisiese hacerlo, sino porque temía que su padre lo castigase por ello. El conde esperaba de su hijo que fuese inteligente, no un alma artística. Saber que sus esfuerzos por enseñarle a pensar habían sido infructuosos le molestaba. Al chico le importaba mucho más pintar, leer o admirar el mundo que dirigir Auvernia, pese a que sabía que, tarde o temprano, sería necesario. Era Josephine quien estaba más preparada para este menester, pero ¿cómo una mujer iba a administrar el condado? Eso era inconcebible.

François se dio cuenta entonces de que solo había una salida posible, una que no implicase verse sometido a los absurdos deseos de su padre. Hacía un par de años había conocido a una mujer que decía ser bruja, y le había entregado pinturas y un pincel. Por miedo o por superstición, jamás los había utilizado, pero si ella tenía razón, era su única salida.

Lord Sagan pintó un bosque lleno de flores nunca antes de vistas, con formas extrañas y colores imposibles. Cuando el cuadro estuvo terminado, lo observó con una sonrisa. Si ese mundo existía, si ese lugar era real, esa era su salida. Acercó la mano muy despacio, intentando atravesar la pintura más allá de sus fronteras, y cerró los ojos.

...

El fuego se extendió por el palacio, Josephine estaba a merced de los campesinos hubiesen sido hostigados por su esposo, quien se hallaba encadenado a su lado. Hacía varios años que su hermano había desaparecido sin dejar siquiera un rastro que seguir, pero si por un momento pensó que fuese capaz de vivir en paz, no contó con la furia ciega del pueblo hacia la nobleza ni con el incendio a la Bastilla.

La puerta estaba cerrada, los furiosos y airados campesinos se acercaban cada vez más, y salió corriendo. Por desgracia para ella, o más bien por suerte, estaba tan asustada que no miró por dónde caminaba, y en lugar de doblar a la derecha por el recodo hacia su dormitorio, se tropezó justo con la pared... o lo habría hecho de no ser por el último cuadro de su hermano. 

Sintió que caía, más profundamente de lo que jamás lo había hecho, era como si estuviese atravesando el firmamento y se aventurase hacia el suelo, una caída que supuso mortal... pero que el bosque que su hermano pintó había detenido su caída suavemente.

-¿Jo?

Reconocía esa voz, pero era imposible, habían pasado 40 años, lo creía muerto. Levantó la cabeza con algo de duda y allí, como si no hubiese pasado ni un solo segundo, estaba François. Se incorporó para poder examinarle de cerca, y le sorprendió ver que no había rastro alguno de edad en su rostro. En su cabeza empezaron a acumularse preguntas, demasiadas como para poder resolverlas, así que en lugar de hablar, se quedó mirándole pasmada, con la boca abierta como un pez y ojos de asombro absoluto.

-Te lo explicaré todo, lo prometo, pero vamos. Mnemosine nos estará esperando.

-¿Quién?

-Mi esposa.

Lo siguió en silencio, con cara de asombro y sin decir palabra. No podía admirar la belleza de aquel paisaje puro como el aire que respiraba, su hermano desaparecido acaparaba toda su atención, así que ni tan siquiera se dio cuenta del paso del tiempo o de cuándo habían llegado, pero supo que estaba en su hogar en el momento en que vio a una mujer de cabello blanco como la nieve, piel con un ligero brillo verdoso, ojos negros y una capa transparente que parecía moverse por sí sola.

-Mi amor, ya has vuelto, ¿quién es ella?

-Mi hermana, se llama Josephine -sonrió-. Ella es Mnemosine.

La extraña mujer se acercó a ella, su capa se desplegó y Josephine casi se desmaya al darse cuenta de que no era en absoluto una capa, sino unas delicadas alas que brillaban ligeramente con el sol. ¿Estaba soñando o esa mujer era un hada?

...

La vieron desaparecer, su presa, su captura, y estaban tan furiosos que no pensaron ni un solo segundo en lo que había ocurrido. Sacaron el cuadro poseído al patio del castillo de Lord Blanchard y le prendieron fuego sin miramientos, con la esperanza de destruir a esa mujer para siempre. El conde de Auvernia vio, desde la misma celda que él había mandado construir, cómo el cuadro ardía, y por un segundo, en mitad de las llamas, le pareció ver la figura de su esposa junto a un hombre que no conocía. "Que arda" pensó furioso, ignorante de que el fuego solo destruía el portal que François había creado de la nada cuando apenas tenía quince años, en aquel cuadro que su padre odiaba pero que su hermana había pedido colgar junto a su dormitorio para poder observar cada mañana el último rastro que quedaba de ese chiquillo.

lunes, 23 de enero de 2023

La bruma

 Minutos antes de aquel suceso, Allison Cooper y su novio se encontraban observando las estrellas, tumbados sobre el capó de un viejo Chervrolet Impala del 64 que su padre tenía como una joya. Que ella supiese, ese coche que Matt mantenía como oro en paño y que brillaba como si fuese nuevo, había sido de su tío, al que nunca había conocido.

Estaban disfrutando de una noche cálida de finales de julio, con las estrellas brillando en el cielo oscuro y una hermosa luna llena iluminando la noche como un faro, y entonces ocurrió algo que Allison recordaría para siempre.

Una niebla densa empezó a acercarse, cosa extraña porque ni era época de niebla ni vivían en una isla, sino en el centro del país. Matt se bajó del capó y la invitó a entrar, arrancó el motor y dio media vuelta, decidido a marcharse de allí antes de que la niebla le impidiese ver la carretera y acabasen teniendo un accidente fatal.

Si tenían la esperanza de huir de esa neblina, se equivocaron. Parecía que esa bruma tenía vida propia, se arrastraba y reptaba hacia ellos, persiguiéndolos. Allison hubiese jurado que se trataba de una pesadilla, pero cuanto más aceleraba Matt, más cerca estaba esa bruma.

Pronto cubrió el coche y Matt pisó el freno, pues le era imposible ver la carretera. La bruma rodeó el coche entero, cubrió los asientos, la tapicería, el salpicadero y hasta el motor, y después, como si nunca hubiese estado allí, se marchó. Cuando Allison abrió los ojos lo que vio la dejó sin habla. El asiento del conductor estaba vacío, las llaves seguían puestas y la puerta cerrada, pero Matt no estaba. Como si fuese su única esperanza, se giró hacia el asiento trasero, pero allí no había nadie.

-¿Matt?

Silencio, esa fue toda respuesta. Miró el asiento del conductor con el corazón encogido. Aunque pudiese explicarle a su suegro, Edward Norton, que su hijo había desaparecido sin dejar rastro, ella no sabía conducir coches tan viejos... pero las llaves estaban puestas, el motor seguía en marcha, solo tenía que lidiar con la palanca de cambio. Sacó su móvil para tener, al menos, una pista. Pisar el embrague, cambiar la palanca de lugar y soltarlo. Parecía muy sencillo.

Con un pesado suspiro se cambió de asiento, soltó el freno de mano y aceleró suavemente. El trayecto entre ese punto de la carretera y la casa de su novio era de unos veinte minutos, pero tardó casi una hora en llegar porque no lograba entenderse con el maldito coche. Cada vez que cambiaba de marcha, el motor se calaba y tenía que arrancarlo de nuevo, pero por suerte para ella eso solo ocurrió un par de veces.

Llegó a casa de Edward Norton agotada, con dolor de cabeza y los nervios clavados en sus riñones. Corrió hacia la puerta y llamó al timbre con los nervios a flor de piel, sin dejar de decir el nombre de Edward hasta que, finalmente, el hombre de cuarenta años y cabello corto apareció en la puerta.

-Allison, son las dos de la mañana -abrió los ojos con preocupación-, ¿dónde está Matt?

-No lo sé, apareció una niebla muy densa, Matt intentó volver, pero parecía que nos seguía. Luego nos alcanzó y cuando se fue Matt ya no estaba. Estoy muy asustada señor Norton.

Tal vez fuese por la preocupación, por todo lo que había visto a lo largo de su vida o por las lágrimas de terror que afloraban en los ojos de Allison, pero Edward la creyó. El hombre pasó sus brazos por los hombros de su nuera para intentar tranquilizarla. Se suponía que Matt iba a pedirle matrimonio, lo había estado planeando durante meses, pensaba llevarla hasta aquel campo cubierto de estrellas y entregarle el anillo a media noche, justo en el momento en que Jack Mendel, su mejor amigo, saldría del maletero con una guitarra.

-Jack...

Allison lo miró con preocupación justo antes de que Ed echase a correr hacia el maletero del Impala y abriese la puerta. Allison siguió a su suegro con el corazón encogido. Por un segundo casi esperó que el maletero estuviese vacío, pero dentro Jack estaba pálido, con los ojos abiertos, mirando al infinito sin ver nada. Gritó aterrorizada. Lo que hubiese secuestrado a Matt, no solo se lo llevó, sino que asesinó a su primo Jack.

-¿Qué está pasando?

La niebla empezó a cubrir la calle y Ed corrió a la casa, arrastrando a Allison tras él. Cerró la puerta de golpe, cubrió cada recoveco entre puertas y ventanas, y agradeció no tener chimenea. Entonces fue cuando lo vieron. No era que la niebla los siguiese, sino que alguien los seguía y la niebla lo rodeaba como un manto. En medio de aquel denso humo blanco había una persona, si se le podía llamar así. Era el ser más alto que Allison había visto nunca, tenía una cabeza como un globo, dientes afilados, ojos redondos con las pupilas rojas y un traje negro. Se miraron un segundo, lo supo porque vio cómo sonreía hasta los límites de lo posible.

-Apártate de la ventana.

Eso fue todo lo que escuchó antes de que Ed tirase de ella y el habitante de la niebla siguiese su camino.

...

Durmió toda la noche entre pesadillas y escalofríos, y al amanecer abrió los ojos con la cabeza espesa y un poco mareada. Se acercó a la ventana, el sol brillaba y era un perfecto día de verano, pero no había nadie en la calle, ni niños jugando, ni el repartidor de correo... nadie.

Bajó de la habitación de su desaparecido novio, con la esperanza de encontrar a Ed o a su esposa Anne, pero tampoco los vio. No quería salir de la casa, pero tampoco podía quedarse esperando sin saber si había ocurrido algo mientras ella dormía.

Se puso lo primero que encontró en el armario de su novio y salió a la calle. Estuvo recorriendo la ciudad no solamente ese día, sino las siguientes semanas, pero no encontró a nadie. Lo que hubiese en medio de la niebla, aquel ser de cara blanca y siniestra sonrisa se había llevado a todo el mundo y la había dejado completamente sola.

viernes, 20 de enero de 2023

Diferente

 Sarah Gibbson era, casi con seguridad, la persona más normal del mundo. Animadora, como lo había sido su madre, fan de la saga Crepúsculo, pero solo las películas, que solo escuchaba música actual y con un marcado desprecio por Ericca Smith, igual que todos en el instituto.

Sarah estaba saliendo con Dylan Smith, su hermano, pero jamás se veían en su casa, partían siempre desde la acera que lindaba con la residencia Gibbson y desde allí iban a cualquier parte del pueblo. Nunca hablaban de la hermana de Dylan, ¿y por qué iban a hacerlo? Tenían cosas más importantes de las que hablar.

-Mis padres quieren conocerte.

Esas cuatro palabras lo cambiaron absolutamente todo. No era que no quisiese conocer oficialmente a sus vecinos, con los que había convivido desde que tenía memoria, sino que, pasar tres horas en casa de los Smith significaba tener que ver a Ericca fuera de los pasillos del instituto, y esa posibilidad iba en contra de todos sus instintos.

-¿No es un poco pronto?

-Yo diría que, después de cuatro años saliendo, no.

Se le acabaron las ideas en ese momento, y sabía que no podía negarse porque preguntaría por qué y todo el mundo sabía que Ericca era el ojito derecho de Dylan, lo habían expulsado cuatro veces en lo que iba de año por defenderla, y solo estaban en febrero. Asintió, en contra de todo lo que le decía su naturaleza.

...

La comida fue la cosa más normal del mundo, salvo por un detalle: Ericca no estaba allí. Parecía que los Smith querían congraciarse con Sarah, porque no hablaron de ella ni hicieron ademán de llamarla o ir a buscarla a dónde quiera que se hubiese escondido.

Sus padres eran todo lo que Sarah esperaba de sus suegros. Emily era amable y cariñosa, con una sonrisa dulce y ojos bondadosos. Carl era sencillo, con aspiraciones realistas como terminar de arreglar un viejo Volvo junto a Dylan, el cual se convertiría en su primer coche, como era tradición en su familia. Todo habría salido bien de no ser porque ella misma, preocupada por la extraña pasividad que parecían demostrar hacia la ausencia de Ericca, preguntó por ella.

-¿Es que no se lo has contado? -inquirió Emily.

Dylan se quedó sin palabras un momento, preguntándose cómo podría responder de modo que su madre no se sintiese ofendida, lo cual era muy complicado.

-No le di importancia, había olvidado que ya han pasado dos años -esa respuesta extrañó aún más a Sarah-. Mi hermana es fan del World of Warcraft, y más o menos cada dos años salen las expansiones, así que una vez cada dos años se encierra en su habitación un par de días. No saldría ni aunque viniese el presidente.

¿Eso era todo? ¿Fan de un juego que abarcaba la mayor población de frikis de todo el mundo? Eso explicaba por qué siempre estaba murmurando para sí misma y por qué parecía medio ida la mayor parte del tiempo.

Por primera vez en toda la cena, Carl miró a su hijo intentando decirle algo, pero sin decir ni una sola palabra. Entonces Dylan se levantó, tomó de la mano a Sarah y empezó a subir las escaleras.

-Supongo que no le molestará que la interrumpamos un par de minutos.

...

La habitación de Ericca estaba en perfecto caos. Había ropa tirada por cada esquina, libros abiertos encima de la cama, botellas de refresco vacías al lado del ordenador, junto a cientos de bolsitas de ositos de gominola y galletas... y en el centro del caos, Ericca estaba con la cabeza mirando fijamente al ordenador y unos enormes cascos con micrófono.

-No, por ahí no, mira el puñetero mapa... Sí Kaiser, ya sé que aparece sombreado, pero sería tan sencillo como evitar separarte del guía -suspiró pesadamente-. Sí, lo que tu digas, te esperamos -se estiró en la silla y, de pronto, fue como si algo la cabrease-. AFK -y se sacó los cascos.

-Hola hermanita.

-Lelo y... la tía más normal del planeta.

Y por un momento fue como si la estuviese insultando. Esa palabra, que parecía algo simple para todo el mundo, algo que no ofendería a nadie, que ni siquiera era un insulto... la forma en la que lo decía era como si el hecho de que fuese normal fuese también algo deplorable.

-Bicho raro...

Dylan miró a Sarah con una ceja levantada, estuvo a punto de gritarle por primera vez en toda su vida, a fin de cuentas su hermanita era lo más importante que tenía, pero Ericca empezó a reírse, no como si estuviese fingiendo, se reía de verdad.

-Muchas gracias -respondió ella-. La verdad es que prefiero ser rara a ser tan normal, banal y aburrida como tú. La gente normal es como todo el mundo, se olvida con el tiempo, la gente rara puede caerte bien o mal, pero nunca podrías olvidarla. Ahora si no te importa -se puso los cascos-. Vale chicos, a por el boss.

Sí, acababa de insultarla, y de un modo tan elegante que ni siquiera parecía un insulto. Salieron de la caótica habitación de Ericca, ella fue a bajar las escaleras, pero Dylan la retuvo un momento.

-No se lo tengas en cuenta -suspiró-. Cuando tenía 6 años empezó a no encajar en ninguna parte. No tenía amigos ni le importaba, olvidaba cosas como cuando comer o cuando dormir, le interesaba más leer o jugar al Loom, al Super Mario o al Dragon Quest que interactuar con los demás o preocuparse de sí misma. Hace un par de años empezó a escribir cuentos para niños y a jugar al WoW. Puede que te parezca rara, pero eso ni siquiera le importa, de hecho para ella sería mucho peor ser como todos los demás.

Por una vez empezaba a preocuparse por Ericca, y eso era algo muy raro. La escuchaba al otro lado hablar de cosas que no tenían sentido para ella, como dragones o algo llamado "la cicatriz muerta", pero por primera vez eso no parecía algo bueno.

-¿Y qué le pasa? 

-Te lo explicaré de camino al cine.

...

Sarah miró por la ventana desde su habitación de color rosa en perfecto orden. La luz de la habitación de Ericca seguía encendida, pero por primera vez no la miraba con odio. Dylan le había contado que su hermana se centraba en una o dos cosas y olvidaba el resto, y lo hacía hasta tal punto que se había convertido en una experta en videojuegos y en una gran escritora de cuentos -había buscado algunos por internet y eran muy buenos-, pero también olvidaba todo lo demás, desde cosas tan importantes como cuando comer o cuando dormir, hasta citas y horarios. 

Se suponía que sus padres mantenían ese lado suyo tan descontrolado, sometido a un estricto horario, pero cada vez que salía la nueva expansión, se metía de lleno en ella, solo podía pensar en jugar, y sus padres acabaron por ceder ya que solo ocurría una vez cada dos años. Sabían que se quedaba jugando hasta tarde, pero también hacía todo cuanto le pedían sin protestar y al momento, por mucho que lo odiase.

...

Los pasillos del instituto estaban llenos de gente que se acumulaba entorno a una sola sección del pasillo, justo donde se encontraba...

-La taquilla de Ericca... -comprendió de pronto.

Empezó a avanzar entre la multitud mientras sus amigas la llamaban a gritos, hasta llegar a donde estaba ella, que miraba impasible a Blake, el quarterback del equipo, quien se mantenía cerca de ella, demasiado cerca para el gusto de Ericca, que parecía estar recurriendo a todo su autocontrol para no echarse a llorar o pegarle una patada donde más le iba a doler, y no sabía qué podría ser más probable.

-¡Blake!

-Hola prima -saludó a Sarah-. ¿Vienes a la fiesta?

-No -agarró de la mano a Ericca-, tengo que hablar con mi cuñada.

Nunca había dejado tan clara la relación que mantenía con ella, y, ante la cara de pasmo de Ericca y de todo el instituto, se la llevó casi arrastras al baño de chicas de la segunda planta y cerró la puerta de golpe.

-Puedo defenderme sola.

-Oye, sé que no te caigo bien, pero eres la hermana de mi novio, así que voy a defenderte cada vez que te vea en problemas.

-Hace una semana me empujabas dentro de mi propia taquilla, ¿qué ha podido cambiar? -entrecerró los ojos-. Dylan te lo ha contado, ¿no es verdad? -no respondió-. ¡Ese maldito bocazas!

-No es para tanto.

-No me gusta que me traten como si fuese de cristal, no lo soy. ¿No te parece que tengo bastante con que mi hermano se haya convertido en mi guardaespaldas? ¿Sabes los problemas que ha tenido por mi culpa?

Sí, lo sabía. Dylan había sido expulsado del instituto varias veces por meterse en peleas, y por eso sus padres veían muy mal que fuese su novia, pero no intentaron detenerla porque creían que se daría cuenta sola del error que había cometido.

-Ericca, yo no hago esto porque intente agobiarte, solo me parece que podrían dejarte en paz, creo que eso es todo lo que tu quieres, ¿me equivoco? -no respondió-. No te voy a decir "ven a comer conmigo y mis amigas" porque no creo que vayas a hacerlo, pero siempre voy a procurar que mi primo y los capullos del equipo de fútbol te dejen en paz, ¿puedes aceptar eso?

Asintió poco convencida, Ericca le tendió la mano y salieron al pasillo sin soltarse. Las animadoras la miraba con cara de pasmo, pero Sarah les dedicó una mirada de avispa y optaron por guardar silencio. Cuando Ericca se marchó, finalmente se acercaron a ella, que seguía mirando la esquina por la que había desaparecido.

-¿Qué demo...?

-Christy, chicas... procurad que vuestros novios o sus estúpidos amigos se mantengan a diez metros de Ericca.

miércoles, 18 de enero de 2023

La inventora

 El taller olía a aceite, a cerrado y a humedad, pero no podía permitirse nada mejor. Se había pasado la vida diseñando ese invento, había estudiado ingeniería y biomecánica solamente para ello, y estaba a horas de conseguirlo. Solo faltaba pulir los últimos detalles y al fin podría probarlo.

No parecía gran cosa, no era más que un armazón de latón dorado que se ajustaba igual que un corset, que parecía tener una estola a modo de decoración, pero eso era solo lo que se veía desde lejos. Había dedicado toda su vida a ese invento, así que llamarlo "accesorio" era un insulto a ella, a su imaginación y a su intelecto, pero sobre todo era un insulto a ese hermoso invento.

Agarró el paño de lino de color marrón, que al principio del día había sido blanco, rodeó una de las láminas de latón y golpeó ligeramente con un mazo para terminar de ajustarlo. Entonces soltó todo cuanto tenía en las manos y sonrió. Estaba terminado, solo tenía que probarlo.

Se sacó la chaqueta y la camiseta de algodón manchada de aceite, porque no podía ponérselo por encima de la ropa, presionó un botón para abrir el armazón y, en cuanto estuvo segura de que quedaría bien ajustado, volvió a pulsarlo para cerrar las láminas. El corset se ajustó perfectamente a su cuerpo, sin cortarle la respiración ni hacerle daño en la piel. Salió del taller y respiró el aire de mediados de primavera. 

-Hola Eva, ¿qué llevas puesto? -preguntó extrañado un chico de unos veinte años.

-Ahora lo vas a ver Marcos, ya lo tengo.

-¿Lo has conseguido? ¡Vamos! ¡Enséñamelo!

Marcos tenía el tipo de inocencia que hace que uno se emocione por cada nuevo descubrimiento, eso era en parte por el don que lo hacía ser un genio en física pero un desastre en las relaciones sociales, y en el resto de su vida en general.

-Ayúdame un segundo.

Marcos nunca se acercaba a nadie, no le gustaba el contacto físico, trataba a todo el mundo exactamente igual porque no requería pensar y le funcionaba, pero Eva era la única persona en todo el mundo con la que sentía una conexión especial, y era tan agradable poder confiar en alguien... El chico se acercó a su amiga, que le dio la espalda para mostrarle una cajita circular en el centro del armazón.

-Ahí dentro hay dos electrodos -abrió la caja, donde había dos láminas de plástico que se pegaban a sus dedos-. Tienes que ponerlos en la base de mi cabeza -explicó-, leerán los pulsos de mi cerebro para que puedan interpretarlos.

-¿Y si no funciona?

-Bueno, yo nunca saltaría de un rascacielos para probar que mi invento funciona. No me elevaré demasiado.

Y a pesar de que estaba en contra, puso las dos pegatinas el cuello de su mejor amiga, justo donde se juntaba con su cabeza. La caja se cerró y comenzó a dar vueltas, y cuando terminó de girar se escuchó un pitido y Eva sonrió.

-Vale, la conexión funciona bien, era lo que más me preocupaba -se alejó casi dos metros-. ¿Preparado?

Y entonces, como si fuese un sueño o una película, la estola que decoraba el armazón se abrió con elegancia, mostrando unas hermosas alas de latón dorado. Eva se concentró en elevarse un par de metros, las alas se agitaron y la levantaron del suelo igual que si hubiese nacido con ellas. Estaba volando como una paloma, como siempre había soñado, al fin había conseguido terminar el trabajo en el que había invertido los primeros veinticinco años de su vida.

Después de volar a escasos metros del suelo durante un buen rato, finalmente aterrizó, pero no porque quisiese dejar de experimentar esa sensación de completa libertad, sino porque uno de los sensores se estaba desprendiendo y podría caerse si eso ocurría.

-Bueno, tiene un par de defectos, como estos malditos sensores.

-¿Y qué? Llevas toda la vida presumiendo de que podías hacerlo, y ya lo tienes.

-No del todo -miró al cielo-. Si queremos escapar de aquí, tengo que perfeccionarlo, conseguir que sea más ligero, que los sensores no se despeguen... en fin, solo es un prototipo.

-Pero es lo más cerca que hemos estado nunca de conseguirlo.

Eva miró a la distancia, donde se alzaba el muro. Rodeaba toda la ciudad y no había modo de escalarlo porque estaba construido sin una sola fisura. Había estado allí encerrada desde que tenía memoria, solo había podido contarle a unas pocas personas en qué consistía su invento, y ni siquiera sabía si les ayudaría a escapar porque había rumores de que había varias torretas a lo largo de la ciudad que dispararían a matar si alguien intentaba salir, pero tenían que hacerlo, la vida allí era un infierno. No podían elegir siquiera a quien amar, todo eso lo llevaba un programa que los relacionaba con las personas con las que tenían mejor conexión biológica, y por eso ella estaba casada con un maltratador psicópata en lugar de estarlo con Marcos, la única persona a la que había podido amar.

Si el invento funcionaba, si lograba producirlo en masa, podrían escapar de la ciudad y del gobierno que utilizaba sus mentes para construir quién sabe qué, para investigar cosas que ni siquiera comprendían. Los usaban, analizaban cada uno de sus pasos... por eso ella tenía su taller en un sótano, por eso nunca podía tocar siquiera a la persona a la que amaba. Su única esperanza, la única opción que tenía toda la ciudad, era que ese invento se convirtiese en las alas de la libertad y poder escapar fuera de la ciudad amurallada.

martes, 17 de enero de 2023

El sombrero del mago

 El circo era algo que aborrecía, no por el espectáculo en sí mismo sino por los animales. Ver a un león enjaulado cuando debería estar corriendo en libertad por la selva... eso la enfadaba. ¿Cómo podía la gente disfrutar de un espectáculo así? Él no era capaz.

No obstante trabajaba ahí, no había tenido elección. Sus padres habían desaparecido siendo niño, y se quedó al cuidado de su tía Mildred, que aborrecía a los niños, así que, a los doce años, se escapó de casa de aquella mujer para no volver. Dio la casualidad que en ese momento había un circo en la ciudad, y se metió en una de las casetas. Los faranduleros no se dieron cuenta de su presencia hasta el pueblo siguiente, que estaba a más de 150 km, así que no podían dar marcha atrás y la policía nunca se creería que ese niño se había subido solo a uno de los carros, así que se quedaron con él.

Michael aprendió, sobre todo, a hacer magia. Cuando era niño a sus padres les divertía muchísimo verle practicar juegos de cartas, pero Mildred solía gritarle cada vez que perdía el tiempo en ello. Nunca más volvió a hacer juegos de cartas, pero hacía otras cosas, como trucos con espejos y con personas, pero nunca con animales.

También tenía un objeto muy especial, algo que no le prestaba jamás a nadie, que siempre llevaba consigo y que solo se quitaba cuando lo utilizaba en sus espectáculos: un sombrero. Aquel accesorio era un recuerdo de su padre, pero estaba encantado, nadie sabía cómo o por qué, ni siquiera su nueva familia, pero el sombrero podía hacer cosas increíbles. Ese dichoso sombrero tanto tocaba música como hacía salir cosas, grandes o pequeñas, de su interior, y por eso cientos de personas estaban deseando echarle mano.

Michael no era tonto, sabía que había gente detrás de su secreto mejor guardado y que alguien de otro lugar, alguien que buscaba ese sombrero desde otro mundo, haría cualquier cosa por este. Sin embargo él era la única pista, no sabían siquiera como lo hacía, así que, la noche antes de que Michael Landon desapareciese para siempre, me hizo llegar una carta donde me explicaba qué era ese sombrero y me pedía que lo guardase.

Esa misma noche me escapé de casa, harta de las palizas de mi padre y la pasividad de mi madre, en busca del circo Calvari para sustituir a Michael y jugar con su sombrero hasta encontrar a un sucesor. Llevo años buscando, pero no encuentro nada, nadie es digno de su magia ni del misterio que rodea todo cuanto ocurre a su alrededor. Algún día también vendrán a buscarme, lo sé, pero mientras tanto seguiré guardando el sombrero del mago como si fuese lo más valioso de la tierra porque, de hecho, lo es.

lunes, 16 de enero de 2023

Per aspera ad astra

 Se observó en el espejo con el ceño fruncido. Ese voluminoso vestido blanco hasta los pies y el tocado de flores blancas de tela la hacían parecer una princesa, pero odiaba estar tan hermosa ese día. No se trataba de un día normal, era su boda, pero no era lo que ella quería. Su padre, un magnate del petróleo, había decidido casarla con el hijo de uno de sus socios para poder fundir las empresas en una, pero ella no deseaba eso, estaba profundamente enamorada de un compañero de universidad que estudiaba para ser periodista. Sí, no era ni rico, ni influyente y sus padres trabajaban entre los dos más de 100 horas a la semana solo para que él pudiese estudiar, pese a que cientos de veces les había dicho que podía ayudarles. Su padre, un hombre atlético y con rostro amable siempre le contestaba: "Estudiar es tu trabajo, el nuestro es procurar que lo consigas"

No podía aguantar siempre las decisiones de su padre. Por él había renunciado a la música y había estudiado empresariales, por él había abandonado Grecia, un país que adoraba por su magnífica historia, a cambio de vivir en Texas, un lugar que aborrecía. Por sus decisiones había perdido el rumbo de su vida, convirtiéndose en una marioneta, hasta perder su individualidad. Pero no podía hacer eso, simplemente no podía entregar su felicidad, su corazón, por un deseo de su padre.

Tras un hondo suspiro se sacó el vestido, buscó en su mesilla unas tijeras, y lo destrozó sin miramientos. Si realmente pretendía casarla con un completo desconocido al que solo había visto una vez teniendo ocho años, no la conocía de nada.

Después de vestirse con lo primero que encontró y sacarse las flores del pelo, salió de la mansión de su padre con los pies descalzos y unos botines en las manos. Estaba a metros de poder salir de su casa, solo necesitaba salir por la puerta de la cocina y atravesar el jardín. Se puso los botines, agarró la manilla de acero y atravesó el umbral. Sabía que su padre ya habría notado su ausencia y el desastre que le había echo al vestido, y por eso corrió a través del jardín, sin importar que todo el servicio la persiguiese, y se subió al destartalado Honda Civic de su novio.

-Señorita Valeria -ella sacó la cabeza por la ventana al oír a la cocinera-. Vuelva.

-Dile a mi padre que, por una vez, me estoy eligiendo a mí. Si lo acepta, me llamará él, sino, no habré perdido nada.

...

Peter la rodeó con sus brazos mientras observaban las luces de Lamia reflejarse sobre el golfo Maliaco. Era una de las ciudades más hermosas de todo Grecia. El mundo se había vuelto enorme, viajaba cada vez que a Peter le tocaba cubrir alguna noticia en alguna parte del mundo. Nunca había vuelto a ver a su familia ni le importaba, su padre decidió no llamarla nunca más y, si si no fuese su única descendiente, la habría eliminado de su testamento.

-¿A dónde quieres ir ahora?

-Me da igual -respondió Valeria.

Podría pasarse la vida entera en sus brazos, en mitad del desierto o paseando por una enorme ciudad, mientras estuviese junto a él, todo era perfecto. Habían atravesado un sendero áspero, y finalmente estaban llegando a las estrellas.

domingo, 15 de enero de 2023

El guardián de la imaginación

 Siempre le habían gustado las bibliotecas por parecerle inmensas y estar llenas de viajes y de sueños, con aventuras extraordinarias e historias lejanas, pero no había vuelto a pisar ninguna desde aquella noche hacía diez años.

Christian tenía por costumbre colarse en la biblioteca del pueblo por la noche, lo hacía porque era de familia muy pobre y no tenía dinero suficiente para comprar un libro y donarlo al fondo literario, que era todo lo que pedían por poder acceder a todos los libros de la biblioteca municipal. A veces añoraba aquella época, en la que una amiga suya colocaba una piedra en la ventana para que no pudiese cerrarse, y con un palito, él la abría por la noche y se colaba dentro solo para poder viajar entre palabras.

Había sido una época bonita, y le hubiese gustado seguir así, pero una noche, hace diez años, halló en una estantería un libro con la cubierta de cartón y letras doradas cuyo título era "El viaje imposible". ¿Quién no iba a querer leer una novela de aventuras con tal título? Abrió la cubierta para poder acceder a las páginas de olor a tinta, pero allí no había página alguna, el libro se convirtió en un portal violeta que lo arrastró a él, y solamente a él, con la poderosa fuerza de un huracán.

Gritó aterrorizado, la caída era inmensa, como si hubiese descendido desde las nubes. Podía sentir su estómago protestando por el cambio de presión, el viento azotando su piel, su cabello castaño claro volando, queriendo escapar de su cabeza. Estaba cayendo a plomo hacia el suelo, con tal velocidad que estaba seguro de no sobrevivir en cuanto tocase tierra.

Cayó durante lo que le parecieron horas, temiendo estrellarse en cualquier momento, pero, por mucho que caía y caía, no llegaba jamás al suelo, y entonces dejó de gritar. Solo en ese momento, solo cuando sus gritos cesaron, el viento se calmó y lo dejó en el suelo con la suavidad de una pluma. Podría haber seguido cayendo durante días y ni siquiera se habría dado cuenta de que el suelo estaba a menos de un metro.

En cuanto se recuperó de la falsa caída, avanzó al interior de aquel inmenso pasillo de color blanco. Allí había un hombre muy anciano, con la barba blanca que se enredaba por doquier, igual que una manta, y una capa de color gris.

-Christian Granger -asintió-. Bienvenido, te estaba esperando.

Se miraron un segundo, y entonces Christian comprendió algo extraño. Ese anciano que parecía a punto de desaparecer en polvo, estaba recobrando su juventud mientras hablaba. Ya no tenía la barba tan larga como cuando había llegado, y juraría que las arrugas estaban desapareciendo de su rostro de papel.

-¿Cómo sabe mi nombre?

-Soy el maestro de los sueños, el guardián de la imaginación. Llevo milenios esperando a un sucesor, y al fin lo he encontrado.

Christian intentó salir corriendo, a donde fuese, porque ese hombre que ahora parecía tener sesenta años y cuya cabeza empezaba a llenarse de pelo, quería cambiarse por él, era evidente. Sin embargo, sin importar cuanto corriese, nunca lograba alejarse del anciano. Cuando finalmente se cansó, cuando empezó a sentir sus músculos desgarrándose y los pulmones ardiendo, se tumbó en el suelo con el corazón desbocado.

Entonces miró al anciano, y lo que vio lo dejó sin respiración un segundo. Aquel ya no era un anciano, era él, con la misma nariz, los mismos ojos de color verde, el mismo cabello rubio... se había transformado en él.

-No...

-Eso mismo dije yo.

El chico extendió la mano y un portal violeta apareció de la nada y se lo tragó, dejando a Christian solo en aquel pasillo blanco lleno de libros sin tener ni idea de cómo o cuándo podría escapar.

...

Despertó con la luz de la mañana y una mano meciendo su hombro. Era una mujer rubia, con gafas de anciana pero el rostro joven y cabello atado en un moño. La bibliotecaria.

-Chico, ¿cómo has entrado aquí?

-Por la ventana -la mujer miró a dónde señalaba-. Le prometo que no volveré a hacerlo, no llame a la policía.

-Tranquilo jovencito, no lo haré, puedes entrar siempre que quieras. Si te gusta tanto leer, solo tienes que venir durante el día. Mientras no saques nada, puedes leer cuanto quieras.

Sonrió aliviado, se despidió de la bibliotecaria y salió de allí. Nunca más volvería a entrar en una maldita biblioteca. Se había pasado miles de años encerrado en un pasillo blanco, rodeado de libros que todavía nadie había escrito y con la cabeza sumergida en una tormenta de ideas constante. Ser el guardián de la imaginación había sido una pesadilla desde que su maestro, un anciano de Sumeria del año 3.000 a.C., se había empeñado en enseñarle a leer y se encontró con un mundo que no podía controlar. Por fin podría vivir una vida normal, alejado de las dichosas palabras y de los pensamientos de cientos de autores a lo largo del mundo. Estaba deseando descansar, y nunca más volvería a entrar en una biblioteca, por mucho que las adorase.

viernes, 13 de enero de 2023

Hallerville

 Me crie en un pueblo tranquilo, a las orillas del mar y rodeado por un bosque, donde se respira el aroma de las flores y cada día te despiertas con el murmullo de las olas. Es un paraje paradisíaco, donde cada uno ha llegado de un modo u otro. Mi madre vino aquí buscando trabajo en una conservera, el único negocio que daba de comer a todo el pueblo, nuestro vecino huía de su antigua vida, de su novia maltratadora y agujero negro que se gastaba todo su dinero y no le dejaba apenas para comer, los padres de mi mejor amiga simplemente querían empezar de cero cuando a ella empezaron a acosarla sus estúpidos compañeros de colegio... Todos los que viven en Hallerville, un pueblo de Canadá entre Saltair y Chemainus, en Vancouver Island, llegaron a ese pueblo buscando una nueva vida, y ahora ninguno puede irse.

No suena tan mal, ¿verdad? Un pueblo paradisíaco con un trabajo que nadie pierde si no quiere y toda la libertad que puedas imaginar. No es un lugar del que uno se iría, pero yo no he dicho que no quieran irse, simplemente no pueden. A Hallerville se puede entrar, pero la última vez que alguien intentó salir, sucedió algo muy raro. Recuerdo que se llamaba Frank Rotter, y que se subió en el Twingo amarillo mostaza en el que había llegado con todas sus maletas y condujo hacia la salida del pueblo. Dos días más tarde, el señor Rotter apareció en la plaza, como su madre lo trajo al mundo y sin recordar ni su nombre. Durante unos días creíamos que nos estaba tomando el pelo, pero acabamos por asumir que no tenía recuerdos. Ni siquiera sabía agarrar una cuchara.

Con el paso de los meses, casi un año en realidad, el señor Rotter fue recuperando sus recuerdos, y un día le preguntamos por qué había vuelto y cómo había llegado al pueblo sin nada más que su traje de nacimiento. Si creímos que nos respondería, nos llevamos una decepción. Frank se puso a gritar como si lo estuviésemos torturando, corrió hacia el puerto, se llenó los bolsillos de piedras y se hundió en el mar, para no volver.

Eso nos pareció raro por varias razones. En primer lugar estábamos conectados a la carretera nacional y constantemente llegaban camiones al pueblo que se llevaban conservas o nos traían otro tipo de bienes. También había líneas de fibra óptica llegando al pueblo y adentrándose en cada casa, todos teníamos móvil y ordenador... estábamos aislados, pero no desconectados. ¿Por qué el señor Rotter había vuelto entonces?

Esa respuesta no tardó demasiado en llegar, de hecho lo hizo al mismo tiempo que Ruth. Vivía en Seattle y era mi mejor amiga. Le conté cómo era Hallerville, y ella me habló de su ciudad y de lo gigantesca que parecía. Como llegué a este pueblo a los dos años, no recuerdo nada de otros lugares. Cuando le dije dónde estaba, decidió pasar sus vacaciones de verano conmigo. Así que Ruth condujo hasta Vancouver, se subió al ferry en Tawwassen, bajó en Long Harbour y volvió a conducir otros 50 minutos para llegar a Hallerville. Pero, cuando llegó a dónde le había dicho que estaba mi pequeño y aislado pueblo, me llamó por teléfono muy cabreada.

-¿Ruth? ¿Te has perdido?

-¿Perderme? He seguido las indicaciones que me has dado, aquí no hay nada Alice. Si es una broma no tiene ninguna gracia.

-No, es imposible. Mándame una foto del sitio donde estás, puede que aún no hayas llegado.

A los pocos segundos recibí una imagen que me hizo saltar del sofá y gritar como si estuviese poseída. Ahí estaba el bosque que rodeaba el pueblo, el mar, incluso el islote que se veía desde mi ventana y al que nadaba cuando era pequeña, pese a las advertencias de mi madre... pero ni rastro de la conservera, de la torre del reloj o de las casas. Ruth estaba exactamente donde se suponía que debía estar Hallerville, pero el pueblo no estaba allí.

-¿Alice? ¿Qué ha sido ese grito?

Si le explicaba a Ruth que mi paradisíaco pueblo estaba exactamente donde ella había llegado, pero no podía verlo, iba a tomarme por loca, pero tampoco podía decirle que no ocurría nada. Con la mano temblorosa agarré el teléfono y me lo llevé a la oreja, y al otro lado, antes de poder escuchar la voz de Alice o que ella escuchase la mía, oí una voz extraña en el teléfono, pero que, al mismo tiempo, parecía estar pegada a mi oreja: "no se lo digas".

Me congelé de miedo, el teléfono se colgó solo, lo supe porque parecía que yo misma había terminado la llamada pero no había tocado una sola tecla. Estaba aterrorizada, pero Ruth y yo nos habíamos inventado un código secreto, así que le envié una alerta en la que le decía que lo sentía, que el pueblo estaba allí pero al mismo tiempo no, y que saliese corriendo y no mirase atrás hasta llegar a Seattle.

Esa misma noche decidí que ya había tenido suficiente, y subí las montañas para alejarme de Hallerville para siempre. No me esperaba salir, creí que iba a acabar como el señor Rotter, pero era casi como si el pueblo quisiese echarme, como si el hecho de descubrir la verdad hubiese sido suficiente para no quererme allí. Caminé sin descanso hasta llegar a Chemainus, y entonces busqué en mi agenda telefónica, pero ¿a quién iba a llamar? Estaba a punto de guardarlo cuando vi un número desconocido en la pantalla y respondí con el ceño fruncido, preguntándome quién podría tener mi número.

-¿Sí?

-Alice White, supongo. Soy el oficial Victor Lognpen, su amiga Ruth Evans me ha dado este número para poder contactar con usted, dijo que la última vez que hablaron, escuchó una voz que decía "lárgate, es nuestra", así que salió corriendo y vino a buscarnos. ¿Dónde está usted?

-En la gasolinera de Chemainus, la que está cerca del lago.

-No te muevas de ahí. Dile a Peter que te he dicho que me esperes dentro.

Entré a la gasolinera y hablé con un hombre alto, con los ojos grises y mandíbula cuadrada, de unos cuarenta años. Le expliqué lo que Longpen me había dicho por teléfono. Él asintió con seriedad, me señaló una silla en el despacho y entré allí. Saqué mi smartphone y traté de llamar a mi madre, pero solo oí la misma voz escalofriante que me decía "lárgate, ya no perteneces a Hallerville".

Ruth y Longpen llegaron a los pocos minutos, y yo corrí a sus brazos. Ella me rodeó con cariño y finalmente dejé de tener miedo. Había escapado de Hallerville, no sabía cómo o por qué, pero ya no podían tocarme. 

Esa misma noche Longpen me llevó a donde se suponía que debía estar Hallerville, pero allí no había absolutamente nada. Al parecer, el hecho de que Ruth viniese a buscarme, fue suficiente para que, quien quiera que mande en el pueblo, me echase sin contemplaciones. He intentado llamar a mi madre varias veces, pero siempre me contesta la misma voz. Alguna vez he intentado convencerle de que me deje hablar con ella, pero cuelga antes de que pueda pedirle siquiera que le haga saber que pienso en ella.

Ruth y su familia me acogieron sin hacer preguntas, ella les contó que me había encontrado en la carretera y que no sabía dónde estaba mi familia. Supongo que eso es mejor que contarles que salí de un pueblo que nadie puede encontrar, excepto que lo busque para quedarse allí, a merced de lo que quiera que tiene bajo su poder a la gente de Hallerville.

jueves, 12 de enero de 2023

Cien años

Con la mano cerrada observó a su hermana pequeña, quien tenía una imaginación realmente desproporcionada. La pequeña insistía en que había una criatura en su dormitorio que no la dejaba cerrar los ojos por la noche. Era pequeña, brillante y con alas, así que cuando Lizzie fue a arroparla aquella noche, la joven todavía estaba con los ojos como platos.

-Ava, ¿por qué no duermes?

-Porque me molesta -respondió la pequeña.

Lizzie observó el punto que su hermanita de cuatro años marcaba con el dedo. Allí no había nada, pero como Ava insistió, su hermana mayor fue a por la red que utilizaba para sacar a los peces del acuario y empezó a moverla por donde su adorable hermanita señalaba para cazar a una criatura invisible. 

Estuvo peleándose con la nada durante casi una hora, hasta que finalmente Ava le anunció que ya la tenía y Lizzie agarró la red vacía y fingió pasarse algo a su mano, que ahora estaba cerrada.

-Bueno, ya la tengo, ¿crees que podrás dormir ahora? -asintió con una cálida sonrisa-. Entonces cierra los ojos y cuenta mariposas.

-Son ovejas.

-¿De verdad quieres contar algo tan ruidoso? Creía que te costaba dormir.

Ava se rio con sus ojos inocentes mirándola, dejó que su hermana mayor la arropase y le diese un beso en la frente, y, cuando Lizzie apagó la luz, todo quedó a oscuras y finalmente pudo dormir.

Lizzie no podía creerse que hubiese jugado a capturar un hada a sus 16 años. Volvió a su dormitorio, dejó la red encima de la pecera y se tumbó sobre su cama con los zapatos puestos. Adoraba a su hermana y su imaginación infantil, pero jugar a perseguir hadas era algo que normalmente nadie de 16 años haría. Abrió las cortinas y algo de polvo cayó sobre su nariz, provocándole un estornudo. Por suerte para ella no era alérgica al polvo.

-¿Por qué me has sacado de la habitación de Ava? Esto apesta.

-Mi habitación no... -miró a su alrededor-. Debo de estar volviéndome loca -y algo le tiró del pelo-. ¡Ay!

Cuando miró sobre su hombro había algo pequeño y brillante, con largo cabello de color blanco y alas transparentes. Por un momento no supo qué decir. 

-Devuélveme a la habitación de Ava.

-No, tú nunca dejas dormir a mi hermana -se le cayeron las alas despacio como a un perrito su cola-. Y ni siquiera eres real.

-¿Te ha dolido?

Lizzie la miró enfurruñada. Esa dichosa criatura brillante le había tirado del pelo. Abrió la ventana, fue a sacarla de su casa para siempre, a tirarla lejos, y entonces sintió un pinchazo en la mano y observó su dedo. Estaba sangrando, no era mucho pero lo justo como para girarse hacia el hada con el ceño fruncido y evidente mal humor.

-Eres una pesadilla.

Estaba tan enfadada que, sin darse cuenta, tiró el frasco de sales de baño que tenía adornando su dormitorio. Entonces el hada estiró sus alas de mal humor y bajó volando hasta el suelo, donde empezó a contar cada granito de sal. Por un momento Lizzie se alegró, al fin podía perderla de vista un rato, y entonces tuvo una idea.

-¿Te aburres?

-Te odio.

-Vas a contestarme a un par de preguntas -agarró el frasco, que todavía estaba por la mitad-, o lo vacío entero y te pasas ahí una semana.

-¿Qué quieres? -preguntó el hada sin dejar de contar.

-¿Puedes mentir? -respondió una negativa tajante-. Perfecto, ¿cómo consigo que te largues?

-A Titania nadie la echa.

-Entonces ponte cómoda, porque no dejaré de tirar granitos para que puedas contarlos -vertió algo más de las olorosas sales en el suelo y el hada infló las mejillas-. ¿Qué tengo que hacer para que te vayas, Titania?

-Yo concedo deseos, solo tienes que pedírmelo y...

-Muy bien -interrumpió la adolescente-, deseo que te vayas de mi casa y no regreses jamás.

Pero Lizzie debería haber escuchado, porque cuando el hada sonrió y todo empezó a cambiar a su alrededor, se dio cuenta de que acababa de cometer el error más grande de su vida. Intentó retroceder, pero le había pedido a Titania no volver nunca, así que hubo de ver cómo sus libros se convertían en flores, sus paredes en árboles y cómo el hada crecía hasta medir más que ella misma.

-¿Qué demonios has echo?

-¿Qué has hecho tú? Si me hubieses dejado terminar, te habría dicho que deberías tener cuidado con lo que dices y cómo lo dices, ¿o a caso me has pedido que me fuese sola?

-Devuélveme a casa.

-No. Ponte cómoda querida, porque en Tír na nÓg el tiempo se comporta de un modo peculiar, y mientras estábamos hablando, han pasado diez años en tu mundo.

Se le congeló la sangre en las venas y el color escapó de su rostro. No era posible, Titania tenía que estar mintiendo. ¿Tír na nÓg? Posiblemente, pero ¿diez años en menos de diez segundos? No, eso tenía que ser broma. La idea de pensar que su vida acababa de desaparecer con una sola frase...

-¿Por qué lo has hecho?

-No deberías enfadarte tanto, originalmente iba a buscar a tu hermanita, ella me sería mucho más útil que tú, pero tampoco voy a quejarme. 

-¿Y qué es lo que quieres de mi?

-Cien años de servicio en mi reino, y luego, si quieres, puedo echar el tiempo atrás y devolverte a tu casa, a tu vida aburrida y sin magia.

Miró a Titania con el corazón roto. Aunque pudiese volver a casa desde ese extraño lugar que no sabía ni dónde estaba, nada le garantizaba que Titania no estuviese diciendo la verdad. Aceptó con triste asentimiento y el hada sonrió, pero no porque hubiese aceptado, sino porque nadie quería volver, nadie, por muchas ganas que tuviese al principio o por mucho que intentase escapar, sin importar lo que hubiesen dejado atrás, todo el mundo acababa por quedarse en Tír na nÓg.

miércoles, 11 de enero de 2023

El faro

 Las olas rompían contra las escalinatas de cemento, produciendo un agradable sonido que calmaba sus nervios. Ni siquiera tenía claro cómo había llegado allí, a ese punto de su vida en el que la desesperación se juntaba con sus recuerdos y lo hacían trastornarse hasta desear la muerte. Pero no era un cobarde, su padre había tomado la absurda decisión de acortar su vida y le odiaba, no solo por haber sido un medroso hombre que no fue capaz de enfrentarse a la vida, sino por haberlos maltratado a él y a su madre entre vapores etílicos y miradas de desconfianza, así que la idea de tomar la misma decisión por la que él había optado a sus ocho años era algo que le daba náuseas.

Si se aventuraba a recordar su pasado, solo podía encontrar recuerdos llenos de lágrimas. Tal vez fuese por su padre violento y beodo, o por su madre apocada y silenciosa, que pensaba que no valía la pena como persona, que era un desperdicio humano sin ningún tipo de valor. 

Años atrás había conocido a una joven que, por entonces, tenía diecisiete años. Nunca había pensado en una relación romántica con ella porque estaba destrozada, porque se odiaba a sí misma tanto como él lo hacía, pero había algo que los diferenciaba. Si bien ella se había enfrentado a unas vivencias similares a las suyas, había encontrado fuerzas en la música, y tocaba el violín de un modo deslumbrante, pese a tener los dedos torcidos por culpa de su padre y de las numerosas veces que se los había roto.

Miró el mar con el corazón encogido. A veces ansiaba ser un pez o un ave rapaz, algo que le ayudase a escapar. A las águilas nadie podía detenerlas y los peces no tenían memoria suficiente como para recordar el pasado. La memoria puede ser la peor de las condenas, atar a un hombre fuerte con cadenas y hacer que se hunda en la desesperación.

Solo había un momento en su vida, un segundo que se volvía eterno cuando miraba a la luna, en que había sido verdaderamente feliz, y eso fue cuando vio el mar por primera vez. No tendría ni diez años, y se quedó prendado de la belleza y el brillo de las olas, del olor que inundaba su nariz y lo llenaba de tranquilidad. Por eso estaba allí, en el faro, custodiándolo. No era realmente necesario, la informática hacía que solo fue imprescindible cambiar el foco. La luz se encendía sola y se apagaba sola, así que nadie comprendía por qué se empeñaba en subirse a una lancha e ir cada maldita noche al faro, hiciese el tiempo que hiciese. 

Miró a la luna con una amarga sonrisa, a su única amiga, y luego al puerto. No quedaba lejos, si uno tenía el oído tan fino como él, podía escuchar hasta las voces de la gente, y desde su posición, con las olas tranquilas que de tanto en cuando rompían contra las escalinatas de cemento, pudo oír una triste melodía que arrancaba lentamente de las cuerdas de un violín.

martes, 10 de enero de 2023

Nefelibata

 ¿Has oído hablar de una serie de dibujos llamada "Foster, la casa de los amigos imaginarios"? Si eso es así, me ahorro explicarte lo que puede llegar a hacer la imaginación, y si no, solo te diré que todo lo que imagino con fuerza se hace realidad.

Todo empezó cuando tenía unos ocho años, recuerdo que llovía a mares pero no tenía paraguas, y mi madre se había roto un tobillo así que no podía ir a buscarme a la parada del bus. Hacía frío aquel día, pero tampoco podía quedarme a esperar si pasaba algún vecino, sabía que no ocurriría. Tenía que volver a casa, pese a la lluvia que caía como aguijones. Pensé con mucha fuerza que me gustaría que la lluvia no cayese sobre mi cabeza llena de microtrenzas que mi madre me ponía para que se me rizase el pelo, y salí de la estación agarrada con fuerza a mi mochila rosa y deseando llegar. No pude evitar el frío pero, cuando llegué a casa, mi ropa, mi mochila y mi pelo estaban totalmente secos.

Después empezaron a pasar cosas raras a mi alrededor. Que todo lo que imagines se vuelva realidad es un problema cuando tienes quince años y estás en contra del mundo. A esa edad todos estamos equivocados y todos creemos tener razón. Imagina a una niña rebelde de quince años, con el pelo teñido de morado y un piercing en el labio que miraba a la profesora con desdén. Pero esa mirada no era culpa mía, esa mujer era una arpía. Siempre sacaba al pizarrón a la persona que peor llevaba la lección solo para humillarle, y yo la odiaba por ello. 

No puedo ocultar que los abusones son algo que realmente me saca de mis casillas. ¿Es que se creen que el mundo es suyo para atormentarlo? Sin duda esa mujer era como un pequeño hurón que me molestaba solo por su mirada y sus cejas afeitadas y pintadas una mas alta que la otra. Y un día, cuando me sacó a mí a la pizarra solo por no ser capaz de memorizar ese caos que la gente llama álgebra, me la imaginé transformándose en un hamster. Y entonces, delante de otros veinte niños gritones, a la señorita Herber le salieron unos enormes bigotes, una cola gigantesca y empezó a perder tamaño, todo ello mientras me gritaba desde detrás de sus gafas redondas que siempre dejaba caer sobre el puente de la nariz.

Fue divertido cuando toda la clase intentó explicarle al director Norway que ese hamster que Jack Rusell tenía en una jaula era, en realidad, la señorita Herber. Obviamente nadie les creyó, y como era incapaz de imaginarme a esa arpía como una persona, también era incapaz de devolverla a su aspecto humano, así que la dieron por desaparecida. 

Pero la parte más rara vino en mi primer trabajo. Recuerdo que era de camarera en un bar que, noche sí y noche también, se llenaba con tres tipos de personas que yo tenía catalogadas como pulpos, mirones o quejicas. Lo primero era evidente, tenía que apartarme de todo aquel que intentaba meterme mano porque no quería transformarlo en algo ni imaginarme que se le caía algo en esas cabezas que perdían todo punto de cordura cuando tomaban algo más fuerte que el té.

Los segundos eran, hasta cierto punto, divertidos. Nunca me hablaban, simplemente me seguían con los ojos a todas partes. Los primeros cinco minutos estaba bien, me hacían sentir bonita, pero después empezaba a sentirme muy incómoda y me daban ganas de salir corriendo. 

Los más inofensivos eran los quejicas. Eran silenciosos y taciturnos al principio, pero en cuanto llevaban una o dos cervezas, se volvían llorones, quejicas y lastimosos. Si no se lamentaban por sus relaciones personales o su vida en general, lo hacían por el trabajo. ¿Hola? A nadie le gusta su trabajo, e incluso los que tienen la suerte de trabajar de algo que les gusta, acaban hasta el gorro de las estupideces de la gente.

Pero el peor era mi jefe. Corría el rumor entre sus antiguas empleadas de que arrinconaba a las camareras en el almacén para abusar de ellas, y como tenía un cuñado en la policía, nadie se atrevía a denunciarlo. Creí que era una gilipollez, que ni toda la familia del mundo podía ayudar a un abusón cuando se propasaba con sus empleadas. Pero el día antes de Navidad estaba revisando la mercancía en el almacén porque sabía que tendríamos una noche complicada, y oí la puerta cerrarse.

No era novedad, esa maldita puerta se cerraba sola porque el tensor estaba en mal estado. Lo extraño era que sentía que no estaba sola. Oí a alguien subir por las escaleras, por un momento pensé que se trataba de Amelia, mi compañera de trabajo, y eso fue lo que pensé hasta que sentí que alguien me agarraba por la cintura y ponía su cadera sobre mi trasero.

Me bastaron microsegundos para darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, me giré de mal humor y le crucé la cara de un guantazo. No quería volver a hacerle daño a nadie, utilizar ese extraño poder contra otras personas no lo hacía desde el instituto y no iba a empezar ahora, pero a él no pareció gustarle el hecho de que me resistiese. Se puso rojo como un pimiento, me empujó contra las escaleras y sentí sobre mí su peso y su aliento a alcohol. Ese maldito gusano...

Y entonces empezó a hacerse pequeño, muy, muy pequeño, tanto que al final cabía en la palma de mi mano y se retorcía en su forma de lombriz. Había transformado al abusón de mi jefe en una lombriz. Se me heló la sangre. Por un momento pensé en devolverle a su forma humana, pero el mundo no ganaría nada con ello y yo tampoco, así que volví al bar, recogí mis cosas y me marché. No iba a cobrar ni ese mes ni nunca salvo que devolviese a ese gusano a su forma humana, y eso no beneficiaba a largo plazo a nadie.

Pero si podía transformar a personas en animales y evitar mojarme bajo una tormenta, podía hacer mucho más. Así que al llegar a mi casa me imaginé que era millonaria, y no te hablo de uno o dos millones, sino de cientos. Y al instante me llegó una notificación a mi viejo LG informándome de que habían llegado a mi cuenta 400 millones. Me quedé helada. Había funcionado, pero eso podía ser peligroso, así que llamé a mi asesoría para averiguar qué había ocurrido. Resultó que el Universo (así es como llamo a la extraña fuerza que hace que todo cambie a mi alrededor) se inventó que tenía una tía rica que había decidido entregarme toda su herencia. Así que ahora no solamente soy multimillonaria, sino que además soy dueña del grupo Cantilever, que se dedica esencialmente a las importaciones y exportaciones.

Hubo un tiempo en el que pensé que este extraño poder se volvería contra mi y me haría pagar muy caro lo que estaba haciendo, pero no ha ocurrido nada de eso. Nadie me ha acusado jamás por las cosas extrañas que suceden a mi alrededor, no uso mis poderes excepto que no me quede alternativa. Sé que algún día lo pagaré, algo dentro me lo dice, pero no sé cuándo ocurrirá, o si este extraño poder es el verdadero castigo. Aun así espero utilizar ese dinero y mi compañía para mejorar el mundo, para conseguir algo realmente importante.

lunes, 9 de enero de 2023

Comedores de sueños

 Todos tenemos miedo de algo, los miedos hacen que tu vida esté protegida, el miedo es algo muy inteligente, un mecanismo de protección contra cosas que podrían hacernos daño. Si tienes miedo de un tren, no cruzas la vía en el último segundo. Pero el miedo también es peligroso porque atrae criaturas extrañas de mundos distantes.

Los comedores de sueños son seres informes, con ojos rojos encendidos y dientes muy largos. Parece aterrador, y lo es, pero no porque vaya a morderte con sus dientes como cuchillas, no tiene nada que ver con eso. Esos repugnantes seres son como los dementores de Harry Potter, pero con sueños. Se alimentan de cada sueño alegre que tienes, de cada caricia con el ser que amas y que solo puedes tener con los ojos cerrados, de cada momento en que, mientras duermes, eres realmente feliz y, al igual que los dementores, lo hacen hasta que solamente te quedas con tus peores pesadillas, con el miedo de salir corriendo porque algo te persigue o con cosas más banales como arañas o serpientes.

Descubrí estas criaturas la noche que tuve la pesadilla más aterradora, más realista y más horrible que recuerdo. Prefiero no contarte de qué se trata, pero sí recuerdo luchar por despertarme, realmente pelear por abrir los ojos, y cuando al fin lo conseguí, vi una sombra gigantesca sobre mí, con dientes largos y afilados y unos orbes blancos llenos de líneas rojas que no tardé en comprender que eran ojos. Me estaba mirando, por un momento creí que estaba soñando, y entonces sentí algo frío en mi espalda, una gota de sudor resbalando por mi piel, y me di cuenta de que estaba despierto. No pude evitar gritar, y eso debió asustar a la criatura lo suficiente como para que huyese. 

Me pasé las siguientes tres noches sin dormir, aterrorizado con la idea de que volviese, pero finalmente el sueño me venció cuando estaba viendo una película de los 80. Me sorprendió mucho despertarme y darme cuenta de que había dormido bien, de que no había tenido horribles pesadillas, y eso espoleó mi curiosidad.

Así que empecé a investigar, repasando cientos y miles de libros sobre ocultismo, hasta que, en un viejo libro que encontré en un bazar, finalmente encontré una imagen de la criatura que había visto aquella noche. Era exactamente como la recordaba, y eso casi me hizo soltar el libro, pero me armé de valor y empecé a leer. Así me encontré con toda la información sobre esos seres, como encontrarlos y cómo espantarlos. Sí, ya sé que técnicamente son inofensivos, que no matan a nadie, pero sí que pueden llevar a un hombre cuerdo a la locura.

Ahora sé que no pueden morir, pero sí puedes protegerte de ellos. Si tienes cerca de ti un amuleto, algo que aprecies, y duermes con ello, no pueden atacarte, estás protegido contra las criaturas que se alimentan de sueños, de esperanzas y de pasiones. 

Buenas noches.

miércoles, 4 de enero de 2023

Baile de estrellas

 Era pleno junio y el cielo del atardecer se teñía de color carmesí, haciendo incendiarse los campos verdes en tonos anaranjados. Ángela miraba al cielo con el corazón lleno de paz. Era una artista, pintaba cuadros, escribía poesía y tocaba el arpa. Cualquier cosa que le recordase mínimamente a la armonía del arte la hacía sentir completa, y ese atardecer estaba lleno de arte. Ni siquiera los más grandes artistas de la historia podrían pintar un atardecer y que fuese exactamente igual que el que veían.

Poco a poco las últimas luces del sol se fueron escondiendo entre las montañas para ir a saludar a quien viviese en el otro lado del mundo. Ella se imaginaba que algún artista al otro lado del planeta estaba observando el amanecer, preguntándose si habría alguien lo bastante osado como para atreverse a pintarlo.

Cuando finalmente el sol se escondió, las estrellas salieron a saludar acompañando a una hermosa luna llena. Nunca había tenido miedo de la oscuridad, la noche le parecía algo místico y precioso, una de las únicas cosas verdaderamente mágicas que quedaban en un mundo consumido por la codicia y la ambición.

Nunca le había importado el dinero o la fama, ni siquiera tenía un trabajo estable. No era que quisiese perjudicar a sus padres, a ella solo le importaba el arte y sus múltiples formas. Si pudiese pedir un deseo a una estrella fugaz, seguramente sería poder vivir del arte y de su preciada imaginación.

Sacó el cuaderno de dibujo con hojas negras y un lápiz blanco. Esa sería la primera vez que pintase una escena nocturna en un cuaderno negro. Durante horas estuvo dibujando, tratando de arrancarle la belleza al cielo para plasmarla en el papel. Nunca estaba realmente satisfecha con su arte, siempre quedaba algo que retocar, algo que mejorar y algo por pintar. Cuando finalmente apartó el lápiz del papel, observó con una sonrisa su obra.

-¿Cómo lo vas a llamar?

Su hermano Luís no comprendía casi nunca a Ángela, la quería, pero no entendía su punto de vista del mundo, ni su arte. Podía ganar mucho dinero como arpista, había muy pocas en todo el mundo que tuviesen el tipo de talento que ella tenía, el poder mezclar el arpa con una guitarra eléctrica y que, aun así, sonase tan hermoso como las luces de un árbol de Navidad. Pero ella no parecía interesada en el dinero pese a que sus composiciones alcanzaban visitas astronómicas en internet, lo único que realmente le importaba era la belleza que podía encontrar en lo más simple del mundo.

-No va a tener nombre, no está bien.

Observó el dibujo de su hermana y luego al cielo estrellado acompañando a la luna llena. Estaba exactamente igual, la luna pálida iluminando el cielo y llenando de luz fantasmal la hierba del campo, las constelaciones brillantes y armoniosas, las montañas llenas de reflejos blanquecinos... 

-¿Por qué lo dices? Es muy detallado.

-Exacto, y el arte no tiene por qué ser detallado, simplemente es hermoso.

-¿Es que no te gusta?

-Yo no he dicho eso.

-Pues yo sí le pondría nombre -agarró el cuaderno y observó el dibujo con una sonrisa-. Baile de estrellas.

Ángela se quedó mirando a su hermano con una expresión confusa. Era la primera vez que alguien le ponía un nombre a un dibujo suyo, y se sentía algo descolocada. Por un momento pensó que le estaba tomando el pelo. Para ella esa escena nocturna que había dibujado no tenía vida, estaba vacía, como si le faltase algo muy importante.

-¿Por qué le pones nombre? No tiene alma.

-Sí la tiene, la tuya. Le dedicas tu alma y tu corazón a cada nota, a cada verso y a cada trazo en el papel, y eso es suficiente para mí. Si no lo quieres lo enmarcaré y lo pondré en mi habitación -ella sonrió-, o en el salón, para que todos puedan ver lo orgulloso que estoy de mi hermanita.

Luís no tenía alma de artista, no leía nunca ningún libro, la poesía no le interesaba, escuchaba rap pese a las protestas de su hermana y la pintura para él no era más que tinta sobre un óleo o un papel. Pero cuando le dijo eso, incluso sabiendo que para él algo tan subjetivo como el arte no tenía ningún valor, fue cuando finalmente vio el alma que se escondía en su obra.

-Baile de estrellas no tiene mi alma, sino la tuya. Incluso aunque no lo comprendes valoras mis dibujos, y eso es algo hermoso, mucho más que el arte en sí misma.

Se abrazaron bajo las estrellas, observando la luna llena dibujada sobre el mapa estelar, y por un momento pareció que el dibujo y la realidad se fusionaban en uno. Si Luís tenía que cuidar de ella porque era incapaz de adaptarse, lo haría toda la vida. No le importaba si nunca ganaba fama o fortuna, solo quería verla feliz, y eso lo era todo para él.

lunes, 2 de enero de 2023

El reloj de cuco

 Cada maldito día oía siempre el mismo sonido cuando daban las doce. El maldito reloj de cuco de mi abuelo empezaba a cantar, pero nunca daba doce "cu-cu", siempre eran once. Maldita sea, funciona bien en cada hora excepto en las doce. Lo he llevado a artesanos y relojeros para que lo reparasen, pero en teoría todo está bien. ¿Qué demonios le pasa a ese reloj?

Y no sería un problema si no trabajase en casa, pero no es el caso. Hace un par de años me rompí una vértebra, y entonces mi jefe me dijo que mi trabajo podía ser echo desde casa. Llevo la contabilidad de una empresa desde mi propio salón, en mi maldita silla de ruedas, y todo estaría bien, de no ser por ese dichoso reloj. Es como si se burlase de mí.

Pero no es lo único raro de ese reloj. Cada vez que silbo, cuando canto o cuando escucho música, juraría que el dichoso pajarito me sigue. No me refiero a que aparezca en distintas partes de la casa, sino que se pone a cantar porque sí. 

Así que ayer por la tarde, harta del dichoso reloj pero sabiendo que mi abuela jamás me perdonaría que regalase el reloj de su marido, llamé a una amiga. Quizá sería algo banal, si esa mujer no se dedicase al oficio de brujería desde que tengo memoria.

Tiene una conexión especial con los números, de vez en cuando un número empieza a dar vueltas en su cabeza, ocupando sus pensamientos hasta colapsarlos, y siempre pasa algo relacionado con ese número. Sin mentirte, ese es el método que utiliza para elegir los números de la lotería, y ha ganado los cuatro últimos años y lo invierte todo en una empresa de desarrollo informático. Si no va con cuidado, hacienda la investigará por fraude. No encontrarían nada, pero sí la investigarían porque seamos claros, nadie tiene tanta suerte.

En cuanto sonó el timbre me pareció oír otro "cu-cu" y  grité que estaba abierto desde la cocina. Cargué la bandeja con el té y las pastas sobre mis piernas y agarré las ruedas con la mano, pero Isabel apareció en mi cocina, agarró la bandeja con una mano y mi silla con la otra, y me llevó hasta el salón. En cuanto se aseguró de que estaba cómoda, dejó la merienda sobre la mesa y me dedicó una amable sonrisa.

-Hacía mucho que no nos veíamos.

-Desde que eres millonaria casi no vienes por aquí.

Ella sonrió de oreja a oreja, comprendiendo que bromeaba. Isabel y yo somos amigas desde niñas y ni todo el dinero del mundo podría separarnos. Ha intentado darme dinero varias veces, y cantidades con un gran número de ceros, pero nunca lo he aceptado. Siendo contable me va bien.

-¿Por qué me has llamado entonces?

Y justo en ese preciso momento dieron las doce. El pajarito comenzó a entrar y salir por la puerta diminuta cantando su mecánico "cu-cu" exactamente once veces, ahorrándose siempre la doceava.

-Por eso.

-Sí, un reloj roto.

-Ese es el problema, que técnicamente no está roto. Funciona todo bien, en teoría debería dar doce cantos, pero jamás llega al doce. Sin embargo -saqué mi móvil y la llamé por teléfono, y por cada timbre de su tono de llamada, el dichoso pájaro salía a cantar-. Y no solamente con el teléfono, pasa lo mismo si silbo, canto, llaman a la puerta o se oye cualquier pitido, sea el que sea.

Isabel miró al reloj un momento, silbó como quien llama a un perro, y el reloj salió a cantar para acompañarla con su mecánico "cu-cu". Estuvieron un rato dialogando, mientras yo perdía los nervios por ese pajarito, y el café tampoco ayudaba demasiado.

-Está encantado -respondió tranquilamente-. La buena noticia es que, por el momento, no quiere hacerte daño.

-¿Abuelo? -pregunté con algo de duda.

Y entonces el reloj me respondió "cu-cu" como si se alegrase de que me hubiese dado cuenta de que era él. Sonreí aliviada y me dedicó un nuevo "cu-cu".

-Sin embargo los espíritus que se quedan en este lado del mundo tienden a volverse violentos, así que si notas frío o escuchas cristales rotos o gritos, llámame de inmediato. Imagino que seguirá cantando cada vez que sean las doce o cuando lo menciones, pero si eso cambia será un indicio de que algo va mal, así que avísame para poder vigilarlo.

Pasamos el resto de la tarde mirando el reloj, hablando y riéndonos. Me sentía bien al saber que mi abuelo no me había abandonado, y que nunca más estaría sola. Puede que sea algo egoísta, quizá debí pedirle a Isabel que le diese descanso a mi abuelo, pero yo lo quería muchísimo y lo echo de menos de un modo muy intenso. Saber que todavía me acompaña aunque solo pueda cantar de vez en cuando representa para mí un alivio mayor del que puedas imaginar